Herrera
y Reissig: del modernismo a la vanguardia
|
Es
frecuente —casi podría decirse uniforme— la
tendencia a señalar en
Herrera estilos, o maneras, o líneas de
creación paralelas y
distintas.
Bula
Píriz, por ejemplo, habla concretamente de cuatro vertientes líricas
para los veinte núcleos cronológicos en que agrupa la totalidad de su
producción. Y recurre, para esas cuatro vertientes, a cuatro términos
con contenidos anteriores más o menos precisos: romanticismo, simbolismo,
parnasianismo, hermetismo. Incluye, en el grupo de poemas románticos, a
los poemas dé iniciación, y a las colecciones tituladas
"Ecos", "Divagaciones románticas" y "Ópalos";
en el grupo de poemas simbólicos, a los cinco poemas finales de iniciación,
a los que integran "Los maitines de la noche", salvo
"Desolación absurda", a las traducciones y a los de "La
sortija encantada", "Ciles alucinada", "Recepción",
"Los parques abandonados", "Los éxtasis de la montaña",
"El abanico de perlas", "El collar de Salambó",
"La muerte del pastor" y "Sonetos vascos"; en el grupo
de poemas parnasianos, a los "Sonetos de Asia" y a los de
"Las Clepsidras"; en el grupo de los poemas herméticos —única
voz de las cuatro que no afilia a los poemas del
grupo a escuela o
tendencia anterior determinada—, a "Desolación absurda",
"La vida", "Tertulia lunática" y "Berceuse
blanca"
[1]
. La clasificación puede merecer, sin duda,
algunas
fundadas reservas, tanto en su mismo planteo (el
grupo de poesías herméticas
no responde al mismo criterio de clasificación que los otros tres), como
en lo que tiene que ver con su desarrollo (no es muy convincente, por
ejemplo, la ubicación de "Berceuse" entre los poemas herméticos,
o la de "Sonetos vascos" en el grupo de poemas simbólicos). Lo
más grave, sin embargo, es que la terminología empleada puede llevar al
equívoco de desplazar a Herrera del lugar que ocupa en el modernismo —o
en el simbolismo americano o castellano si
se
quiere— hacia tendencias anteriores; o al de hacer creer que sólo
en parte de su obra fue realmente
modernista.
En
el mismo error —porque induce a parecida confusión— incurre Guillermo
de Torre, que distingue en la obra de
Herrera dos maneras fundamentales;
una barroca en la que incluye "La vida", "Desolación
absurda" y "Tertulia lunática"; y otra de inspiración
pastoral, que comienza con "Ciles
alucinada", sigue con
"Los éxtasis de la montaña" y "Sonetos
vascos", y
entra a declinar con la segunda serie de "Los parques
abandonados"; quedan fuera de la clasificación —según el propio
de Torre— la primera serie de "Los parques
abandonados",
"Las clepsidras" (que para él incluyen a los "Sonetos de
Asia") y "Berceuse blanca".
[2]
Roberto
Ibáñez, en cambio, ateniéndose a las
indicaciones dejadas por el
propio Herrera en sus manuscritos, ha
preferido siempre hablar de
series, aunque sin aclarar nunca
expresamente que se trata de series
dentro del modernismo. Su primera versión fue expuesta en el salón de
actos del Museo Pedagógico, y resumida por la prensa de la época en términos
un tanto simplistas: en la poesía de Herrera —dijo— puede
distinguirse una primera línea, la de las eufocordias, es decir, la de
"Los parques abandonados"; luego la de los cromos
exóticos,
esto es, "Las clepsidras"; inmediatamente la de las eglogánimas,
o la de "Los éxtasis de la montaña", y por último la de las
nocterrimas (sic) o rimas nocturnas que arrancan en "Los maitines de
la noche" y terminan en "La torre de las esfinges"
[3]
.
Su última versión es más fina: habría, en la obra de Herrera, nada
menos que diez series, de las que cuatro sobre todo interesan por su
jerarquía y abundancia: la serie de las eufocordias, la de las eglogánimas,
la de las nocterrimas y la de las estrolúminas
[4]
. La actitud de Ibáñez
tiene el mérito de no sugerir equívocos, pero peca, como el propio
Herrera en los subtítulos de los que la clasificación se deriva, por su
muy escaso rigor técnico y por su absoluta
inutilidad para cualquier
tentativa seria de examinar la poética del autor.
Más
aún (y en general): tanto da decir, en un plano
teórico estricto, que
un poeta tiene dos maneras, o dos mil, o una sola
[5]
El
propio Herrera concibió esas varias maneras
integradas, según surge de
la ordenación del único volumen de sus obras completas que estuvo a su
cuidado: "Los peregrinos de piedra"
[6]
se integra en efecto,
con "El laurel rosa", la primera serie de "Los éxtasis de
la montaña", "La torre de las esfinges", la primera serie
de "Los parques abandonados" y "Las campanas
solariegas" (formada con "La muerte del
pastor")
[7]
,
es decir, con composiciones de las varias líneas, tendencias o escuelas,
se recurra
a
las clasificaciones
tradicionales o a las series señaladas por Ibáñez.
No
hay razones, pues, para hablar de un Herrera
romántico, de un Herrera
simbolista, de un Herrera parnasiano.
Si
bien es cierto que sus primeros ensayos los hizo bajo el signo de la estética
todavía vigente en América, y
concretamente en Montevideo —en donde
sobrevivió más aún que en otras regiones del continente—, también lo
es que a partir del descubrimiento del modernismo es exclusivamente
modernista.
Como señala con precisión Idea Vilariño, en un
pasaje que vale
transcribir incluso como caracterización del
modernismo, Herrera
"cumple brillante y extensamente con cada uno de los caracteres que
lo definen en el terreno poético: objetividad y evasión de la
realidad, renovación de la lengua española, cultivo de la sensación,
sensualidad, imágenes novedosas, lujo, uso de la palabra como elemento
musical, adaptación del sonido y del ritmo, al tema, libertad en la
acentuación,
en los cortes, combinaciones de versos nuevas, raras, desusadas, empleo de
neologismos, galicismos, voces antiguas y científicas"
[8]
; el
exotismo, además, también definitorio del modernismo, es común a toda
su obra: "en diversa proporción según los temas, acentuadas en uno
u otro sentido, se exhiben a través de la obra entera todas las formas de
exotismo posibles: de lugar, de paisaje, de época, de costumbres, de
vestidos, de circunstancias y, ajustándose a ellas en la escritura misma,
exotismo de vocabulario".
[9]
Es
cierto —y queda dicho— que así como se puede y debe definir a Herrera
como poeta modernista, también podría definírselo —pero para toda
su obra con excepción del romanticismo inicial, y no para una parte específica
de ella— como poeta simbolista: al final de cuentas, todas las
manifestaciones
poéticas de comienzos del siglo veinte son
continuación o desarrollo,
a veces modesto, a veces descontrolado, de la doctrina simbolista francesa.
[10]
Es
más. El simbolismo es afición a la experiencia
interior, búsquedas
prosódicas o estilísticas, "culto de la tinta y de las plumas,
literatura pura o puro esteticismo, pesimismo, artificio, alucinaciones
provocadas"
[11]
, es decir, mucho más que un período de diez años
(1885 - 1895) de la literatura francesa como quieren con alarmante
insistencia sus historiadores y como señalan algunos con agudeza.
[12]
Y
todo eso que es el simbolismo lo es también el
modernismo. Despojado de
su sentido puramente histórico, el
simbolismo se proyecta más allá de
su tiempo propio y de su espacio natal, y llega a los últimos años del
siglo diecinueve, y a los primeros del veinte, con el nombre de
modernismo, y luego de incorporar con mayor claridad algunos de los
aportes
parnasianos.
Así,
por ejemplo, se advierte en él el mismo gusto por lo exótico que
tuvieron los parnasianos, enamorados de la
antigüedad clásica y del
mundo oriental, sin duda como consecuencia del empobrecimiento temático
y formal del romanticismo
[13]
: una tendencia al exotismo que se
advierte hasta en la grafía (el término "fakir", por ejemplo,
es altamente sugestivo)
[14]
y en el lenguaje (también a título de
ejemplo: "improntu hereje en miau" en la sexta parte de
"Tertulia lunática").
[15]
No
es muy claro, en cambio, que en algún momento de su poesía aparezca la
necesidad de trascender el esteticismo puro de su modernismo básico.
Medina, por ejemplo, descubre en alguna parte de su obra —como en parte de la de Delmira Agustini y en parte de la de María Eugenia Vaz Ferreira— esa necesidad de trascender que apareció en el modernismo tardío. Pero no puede dejar de reconocer que, en todo caso, fue una manera puramente modernista de trascender: "todavía sus fines quedan en el terreno de lo estético, ampliado novedosamente para su época con el mundo del sueño, más afín con la metafísica (omisis) por la oscuridad y los significados que pretende encerrar". [16]
Más,
pues, que de cualquier otra cosa, hay que hablar, dentro de la poesía de
Herrera, de variantes modernistas.
Las
variantes a su vez, dependen de variaciones en el tema y de variaciones en
la forma; unas y otras, operando superpuestas, generan resultados
ligeramente diferentes entre sí y sin duda más abundantes que los
registrados por las clasificaciones tradicionales.
Así,
por ejemplo, pueden señalarse por lo menos —y ahondando un poco han de
encontrarse más— cuatro grandes líneas temáticas: la pastoril, la de
la vida sencilla, la amatoria, la ornamental. Pertenecen a la primera
"Ciles alucinada", "La muerte del pastor" y algunos
sonetos de "Los éxtasis de la montaña". Pertenecen a la
segunda los demás sonetos de "Los éxtasis de la montaña" y
"Sonetos vascos". Pertenecen a la tercera "Los maitines
de la noche" (incluyendo "Desolación absurda");
"Los parques abandonados", "La sortija encantada",
"La vida" (con salvedades), "Ecos", "Divagaciones
románticas", "El abanico de perlas", "El collar de
Salambó", "Tertulia lunática", "Berceuse
blanca". Pertenecen a la cuarta "El laurel rosa",
"Sonetos de Asia" y "Las
clepsidras".
Ciertamente:
dentro de cada una de estas cuatro líneas temáticas pueden distinguirse
con facilidad matices significativos; el tema del amor, por ejemplo, está
tratado diversamente en cada una de las colecciones indicadas; como es
también distinto el tratamiento del tema pastoril según se trate de
"Ciles alucinada", "La muerte del pastor" o los
sonetos respectivos de "Los éxtasis de la montaña". Pero las
diferencias surgirán, más que del tema mismo, de alguna o algunas de
las variantes formales.
Desde
este punto de vista, en efecto, puede estarse por lo menos a tres
criterios diferentes, que no se excluyen
tampoco entre sí, sino que
pueden superponerse.
Según
el verso empleado, por ejemplo, hay tres grandes variantes en la poesía
de Herrera: la del conjunto de poemas escritos en versos octosilábicos
("Ciles alucinada" —por lo que se indicará en el capítulo
respectivo—, "La vida", "El laurel rosa",
"Desolación absurda", parte de "Ecos", parte de
"Divagaciones románticas", "El abanico de perlas",
"El collar de Salambó", "La muerte del pastor" y
"Tertulia lunática"); la del conjunto de poemas escritos en
versos endecasílabos (parte de "Los maitines de la noche",
"Los parques abandonados", "La sortija encantada",
parte de "Ecos", "Sonetos de Asia", parte de
"Divagaciones románticas" y "Las clepsidras"); y la
del conjunto de poemas escritos en versos alejandrinos (algunas
composiciones de "Los maitines de la noche", "Los éxtasis
de la montaña", "Sonetos vascos" y "Berceuse
blanca").
Según
la composición, a su vez, hay dos grandes
variantes": la de los
sonetos (parte de "Los maitines de la noche", "Los parques
abandonados", "La sortija encantada", "Sonetos de
Asia", "Los éxtasis de la montaña", "El abanico de
perlas", "El collar de Salambó", "Sonetos
vascos" y "Las clepsidras") y la de las décimas y
similares (por ejemplo: "Desolación absurda", "Tertulia
lunática", para indicar los casos más típicos).
Según
la expresión, en fin, las variantes son tres: poemas de expresión
directa ("Los éxtasis de la montaña" y otros del tipo); poemas
de expresión figurada ("Los parques abandonados", "Sonetos
de Asia", "Las clepsidras", entre otros); y lo que podría
llamarse poemas de expresión transferida ("Desolación
absurda", "Tertulia lunática").
Estos
diferentes criterios —uno temático, varios
formales— utilizados
para señalar las numerosas variantes
modernistas que la poesía de
Herrera registra, no son, como se comprende, excluyentes entre sí: sus
numerosas combinaciones permitirían a su vez indicar idéntico número de
variantes.
Así:
dentro de la variante pastoril, hay sonetos y
aproximaciones a la décima;
dentro de la variante amatoria, hay sonetos octosilábicos, encasilábicos
y alejandrinos, así como décimas y aproximaciones a la décima.
Sería,
sin embargo, excesivamente prolijo, intentar la
sistematización de
todas las variantes. Queda dicho que tanto da en el fondo, hablar de dos
variantes, o de dos mil, o de una sola
[17]
: lo que en realidad importa
es poder transitar sin desconcierto por cada una de ellas. Y por todas.
Notas:
[1]
Bula Píriz, "Herrera y Reissig", cit., pág. 54.
[2]
Guillermo de
Torre, prólogo
a
"Poesías
completas"
de Julio
Herrera y Reissig", ed. Losada, cit., pág.
19.
[3]
"El País", 25 y 26 de octubre de 1946.
[4]
"Privanza y tipicidad de las series", en Suplemento
extraordinario
de "El País", sin fecha, pero de 26 de junio de
1975.
[5]
Diego Pérez Pintos, en "Homenaje a Julio Herrera y Reissig",
Concejo Departamental de Montevideo, MXMLXIII, pág. 99.
[6]
Ed. Bertani, Montevideo, 1910.
[7]
Herrera había proyectado incluir en el tomo, además, "Berceuse
blanca"; la omisión no está explicada (Celia Mieres, "Comentario
a Berceuse", Suplemento extraordinario de "El País", sin
fecha pero de 267VI/975). Su inclusión hubiera abierto todavía más el
espectro de la colección.
[8]
Idea Vilariño, "Julio Herrera y Reissig", en "Número",
cit., pág. 121.
[9]
ídem.,
pág.
125.
[10]
A. M.
Schmidt,
"La
literatura
simbolista",
Editorial
Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires,
1962, pág.
59.
[11]
ídem, págs. 5-6 y 61-62.
[12]
Anna Balakián,
"El
movimiento simbolista", ed.
Guadarrama,
Madrid, 1969, pág. 13.
[13]
Antonio Seluja, "Las clepsidras",
en "Homenaje a
Julio Herrera y Reissig", cit, págs. 19
y 26.
[14]
Diego Pérez Pintos, "Dos líneas fundamentales en la poesía de
Julio Herrera y Reissig", en "Homenaje a Julio Herrera y Reissig",
cit., pág. 124.
[15]
ídem.
pág.
145.
[16]
Jorge Medina Vidal, "Visión de la poesía uruguaya en el siglo
XX",
cit., pág. [17] Véase nota 175. |
Raúl
Blengio Brito
Herrera y Reissig: del modernismo a la vanguardia
Universidad de la República
División Publicaciones y Ediciones
Montevideo – Año 1978
Autorizado
por la Flia. del autor
Digitalizado por Carlos Echinope Arce - editor de Letras-Uruguay
No se autoriza la reproducción por ningún medio
Ir a índice de Ensayo |
Ir a índice de Blengio Brito, Raúl |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |