Herrera
y Reissig: del modernismo a la vanguardia |
Lamentablemente, la
expresión modernismo es tan equívoca como la mayor parte de las
utilizadas por la crítica para distinguir escuelas, tendencias o
movimientos. O más equívoca aún, desde que de alguna manera afirma
una existencia que el propio Rubén Darío, en primer término, y los demás
en segundo, se empeñaron en negar.[136] La expresión, por
otra parte, cuenta con un factor adicional en su contra: llamar
modernista, hoy, a una postura estética anterior en el tiempo al
unanimismo, al futurismo, al cubismo, al "dadaísmo, al surrealismo,
es por lo menos incurrir en un extraño desajuste entre la expresión
utilizada y el contenido que la expresión sugiere. El modernismo fue
moderno
cuando se dio; como el futurismo fue futurista en tiempos de Marinetti o
Maiakovski. Pero, en verdad, ya no lo es, ni en su forma ni en su
contenido. De ahí el éxito de la elusiva formulación de Federico de Onis: "El modernismo es la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu, que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histórico cuyo proceso continúa hoy".[137] Es cierto que se puede avanzar un poco más y señalar, para esta forma crítica del arte finisecular —variante específica, por supuesto, de una crisis general— algunas características notables: el empeño en la elaboración de nuevas formas, metros y ritmos; el amor a la elegancia, al exotismo y al juega, de la fantasía, la tendencia al arte puro o desinteresado y al preciosismo; tal como señala, por ejemplo, Shulman.[138] Menos útil parece, en cambio, reincidir en la vieja afirmación de que el modernismo no es otra cosa que una síntesis del parnasianismo y el simbolismo, cuyos "caracteres comunes y fundamentales están dentro del decadentismo como estética general de su tiempo"[139], con lo que no se logra otra cosa que desplazar el problema — o triplicarlo — hacia la caracterización del parnasianismo, del simbolismo y del inasible decadentismo[140], inexplicable este último salvo que se lo tome como equivalente al concepto de madurez final, previa al envejecimiento y la crisis — es decir, previa a la decadencia, con lo que se niega su denominación — manejado por Zum Felde.[141] En ese sentido,
parece mucho más lógico dejar de hablar de modernismo e insistir en el
concepto anterior de simbolismo. Al final de cuentas, es cierto que, con
el correr de las primeras décadas del siglo XX, desaparecen sus ribetes
accidentales pero quedan vigentes su concepto de poesía pura, su
ahincada voluntad de expresión original, su sentido visionario que
presagia la apelación a los fondos subconcientes y justifica el ilogismo,
y su tendencia a alcanzar lo absoluto en la obra de arte[142]: el
modernismo, así, no es otra cosa que el simbolismo trasplantado a la
lengua de Castilla y a tierras americanas. Más claramente todavía:
el modernismo, como el simbolismo, es esteticismo puro, desencuentro con
todo otro compromiso diferente al asumido con la belleza pura y
abstracta. El esteticismo de fines del siglo XIX y principios del XX — el modernismo, si se quiere insistir en la expresión — recurre a nuevas experiencias formales y rítmicas, a la exaltación de la sensibilidad, al exotismo, a los juegos sonoros y de color, a las audacias desprejuiciadas, al rechazo de lo cotidiano y vulgar, a la torre de marfil (o de cristal, o de los panoramas, o de lo que sea) a la que pese a su compromiso con la problemática de su tiempo recurrió también Rodó al construir los miradores para Próspero.[143] La primera obra, tal
vez, aparecida en América en la línea esteticista sugerida por el
simbolismo,—"Ismaelillo", de José Martí, en 1882— marca
el punto de partida del proceso: la seguirán las obras de Manuel Gutiérrez
Nájera, Julián de Casal y José Asunción Silva; para rematar en las de
Rubén Darío y Julio Herrera y Reissig, los más maduros y finales, y en
cierto sentido preparatorios de la crisis y renovación de la vanguardia. Si se toma la fecha
de "Ismaelillo" como fecha inicial del modernismo, o aun las de
aparición de "Azul" o "Prosas profanas", resulta legítimo
afirmar que su ingreso a los países platenses es bastante tardío; o,
tal vez, que los países platenses defendieron más que otros la tradición
romántica española en la que por entonces y desde bastante atrás, se
hallaban. La presencia de Darío, lo que Medina llama sus "viajes
apostólicos"[144], es la que en definitiva sacude de su siesta a
los poetas argentinos y uruguayos, y los pone en la pista de la renovación. Es posible que, en el
Uruguay, las primeras manifestaciones modernistas deban buscarse en los
estudios de Víctor Pérez Petit publicados en ía Revista Nacional
entre 1895 y 1897, un poco a la manera de los que el propio Darío
publicara en "La Nación" en 1893. Importa más, sin
embargo, un poema de Roberto de las Carreras, de 1894, en algunos de cuyos
versos se advierte ya la huella del simbolismo francés; y, sobre todo, la
breve novela de Carlos Reyles titulada "El extraño", de 1897,
ya plenamente consciente de la necesidad de revisar bases de la creación
artística: "Me propongo escribir una serie de novelas cortas, a
modo de ensayos de arte, de un arte que no sea indiferente a los
estremecimientos e inquietudes de la sensibilidad fin de siglo, refinada
y complejísima, que esté pronto a escuchar hasta los más débiles
latidos del corazón moderno, tan enfermo y gastado".[145] Es claro que el
ambiente espiritual del novecientos estaba ya de sobra preparado para
las inminentes variaciones: lo romántico, lo tradicional, es sólo un telón
de fondo; en el primer plano se mueven, en cambio, las ideas de Nietszche,
Le Bon, Kroptkin, Anatole France, Tolstoy, Schopenhauer, Ferri, Renán,
Guyau; el ambiente se caracteriza por el signo de lo controversial y caótico[146]. "Al rojo frenesí de Nietzsche el demente, se sumaron el negro
y letal sopor del budista Schopenhauer, las recónditas tenebrosidades
del neokantismo, la monótona y grisácea superficialidad disciplinada de
Spencer, y la plúmbea pedantería de sus mediocres acólicos, los sociólogos
franceses de la Biblioteca Alcan. Espolvoreando la ponzoña, disfrazaban
la acidez de estos manjares espirituales las falaces mieles del
diletantismo renaniano, la blanda progenie de Sainte - Beuve, el escéptico,
la elegante sorna de Anatole France y las muecas de Remy de Gourmont".
El largo y cargado párrafo —de José de la Riva - Agüero[147]— no
sólo indica expresamente las grandes pistas para comprender el ambiente
espiritual del novecientos, sino que da directo testimonio de él, a
través de su estilo y su típico manejo de los adjetivos. Queda dicho que la
primera actitud de Herrera ante el fenómeno de cambio es una actitud de
rechazo, casi de enfrentamiento: el simbolismo —piensa—, y en
definitiva el modernismo, es "un largo crepúsculo, una hermosa
aurora polar que hace del firmamento de su escuela una paleta confusa,
un derroche desordenado de flores exóticas de todos los países y de
todas las latitudes. No se sabe si ha nacido o está por nacer aún. Lo
ridículo se muestra al lado de lo sublime".[148] Está claro, pues, que no había en él desconocimiento de lo nuevo, sino lisa y llanamente negación y ratificación de !as preferencias románticas: Hugo, Lamartine, Vigny, Quintana. Según sus biógrafos, las lecturas de la época se orientaban sobre las publicaciones de la "Biblioteca Universal", de Perlado, Páez y Cía., de Madrid, de la Casa Editora Salaní, de la editorial valenciana de Sempere, de la Biblioteca "Zozaya" de Madrid, o de la Biblioteca Sociológica Internacional de Heinrich, sin perjuicio de algo de filosofía francesa en las ediciones de Alcan y Flammarion, y aun de la nueva literatura en las ediciones del "Mercure de France".[149] El verdadero
descubrimiento del modernismo —demorado, sin duda, como se comprenderá
del manejo de las fechas— no se opera, sin embargo, por ninguna de las vías
previsibles, sino, mucho más modestamente, a través de tres poemas de
Toribio Vidal Belo, que el propio Herrera publicó en las páginas de
"La Revista": "Noche Blanca" y "Pontifical",
aparecidos en los números uno y tres, y "Caen las hojas" en
el número siete. Las tres composiciones marcan claramente el advenimiento
de una nueva concepción de la estética, sobre las bases y elementos
proporcionados por el simbolismo. Más cercanamente,
marcan el ingreso a la literatura platense de las fórmulas típicas de
Darío: "Coros de voces de bocas angélicas / pule el cristal de las
raras antífonas / y en los armonios y en los violoncelos / las aleluyas
alegran sus risas" (de "Pontifical"). Simétricamente,
otras estrofas y otros giros recuerdan los que el propio Herrera utilizará
en "Holocausto", en "Wagnerianas", en "Las
pascuas del Tiempo"; "Bailan en rueda las rubias bacantes; /
saltan los sátiros; riman las liras"; o aun "Cincelador de
los ídolos nuevos / el gran Verlaine versifica su epístola; /
y en el misal de sus Fiestas Galantes / reza el Profeta sus cien profecías".
Aunque de ritmo más seguro y fino, "Las Pascuas del Tiempo"
tienen acá su antecedente claro e inmediato, tanto que puede decirse
que la presencia en ellas de Darío se cumple indirectamente y sobre
todo a través de los poemas de Vidal. Más aún: en las
"Notas de redacción"[150], Herrera limita su admiración y
sus elogios a Vidal, sin acordarse de Darío, ni advertir —por lo menos
en apariencia— hasta qué punto los poemas de Vidal le son tributarios:
"Vidal Belo —señala—, el poeta de la novedad, verdadero discípulo
de Verlaine en esta orilla del Plata, cuyos gorjeos se deben escuchar en
el recogimiento místico del alma, y cuyo plumaje sólo se deja ver a los
que poseen el ojo subjetivo, se presenta esta vez con una poesía de
ritmo, de ritmo de efecto, de ritmo de hojas que caen y de las alas que se
recogen en el niño". No deja de ser sugestivo el hecho de que
Herrera entronque a Vidal directamente con Verlaine, salteando a Darío,
porque en la medida en que él, a su vez, entronca con Vidal, saltea también
a aquél en su genealogía poética. Aunque por Vidal Belo
conoció, además, a Julián del Casal[151], otro antecedente
importante de su obra, es posible, sin embargo, que tenga razón Zum Felde[152] al afirmar que ella sola —o aun acompañada de sus adherencias—
no sirve para explicar el cambio de actitud del poeta frente al
simbolismo,
cambio, por otro lado, del que ni siquiera él mismo dio nunca explicación. Tal vez haya que
tener en cuenta la presencia de Roberto de las Carreras, "mera
conjetura lógica, pero sin pruebas"[153], y aun las colaboraciones
de Juan José Illa Moreno en "La Revista"[154], junto con Vidal
Belo, los tres poetas que verosímilmente le marcan el cambio de camino. Meditaciones
complementarias requeriría la presencia de una composición de María
Eugenia Vaz Ferreira —"Triunfal"—, también en el primer número
de "La Revista", presencia que se reitera —con un
"Poema"— en el primer número de la posterior "La Nueva
Atlántida". El hecho cierto es
que Herrera no sólo elogiará generosamente "Pontifical",
sino que incluso dedicará a Vidal, en el número diez de "La
Revista" [155], su poema "Wagnerianas", más tarde
reiterado en el "Almanaque artístico del siglo XX" en
agradecimiento a Vidal por haberle dedicado a su vez "Pontifical",
y ya en plena y clara línea modernista.[156] En ese sentido, pues,
y sin perjuicio de dar razón a Zum Felde en su cautela, parece atinado
reconocer a Vidal Belo, más que a otros, un papel fundamental, si no como
maestro —que no lo fue, puesto que tampoco fue un gran poeta— ni como
precursor, sí en cambio como factor circunstancial en el descubrimiento
del modernismo por Herrera. En la misma línea
que "Holocausto" y "Wagnerianas", pero ahora con otro
rigor, en forma sostenida, y con conciencia plena del brusco cambio
operado en su estética, Herrera compone y publica en 1900 "Las
Pascuas del Tiempo". El conjunto aparece en el "Almanaque artístico del siglo XX"[157], fechado en Montmartre, sol en Sagitario. M. C. M.", es decir, entre el 22 de noviembre y el 21 de diciembre de 1900. En la posterior edición de Bertani, de 1913, se suprime la radicación en Montmartre.[158] Al parecer, y según
el testimonio de Zum Felde[159], que ha de hablar de oídas, dado que por
la época de publicación de "Las Pascuas" no estaba en edad de
testimoniar, el nuevo estilo de Herrera no cayó demasiado bien en el
ambiente: era, por un lado, un conjunto de poemas irrespetuosos para con
la religión y demás instituciones de la época; y, por otro, un estilo
bien distinto del romanticismo al uso. Es probable, sin embargo, que el
relativo rechazo, más que de su obra, haya provenido de su conversión
al ateísmo y aun al anarquismo, como consecuencia, entre otras cosas, de
sus lecturas de los filósofos individualistas y de los teóricos del
materialismo científico.[160] Que marque con
claridad el cambio estético en Herrera, o que haya espantado al
Montevideo de su época, no significa sin embargo que se trate de una obra
perdurable. Más aún: ni
siquiera el propio Herrera creyó del caso incluirla en el primer tomo de
sus obras completas —único ordenado por él—, bajo el título genérico
de "Los peregrinos de piedra", y sólo con composiciones de 1903
y fecha posterior.[161] La colección se
integra con nueve poemas, de métrica y extensión diversas: "Su
majestad el Tiempo", "Fiesta popular de Ultratumba",
"Llegada de los meses y de las horas", "Recepción
instrumental del gran polígloto Orfeo", "La gran soiree de la
elegancia", "Canto de las horas", "Canto de los meses",
"Terminación de la fiesta" y "Epílogo". La presencia en ella,
no ya de Vidal Belo, sino ahora directamente de Darío, es por demás
evidente[162] tanto la especie de carnaval mitológico que el poema
presenta como los giros y las variantes métricas empleadas revelan con
claridad su influencia. Vaya este cuarteto de la "Recepción
instrumental"
a título de ejemplo: "Misteriosas flautas, que modulan gritos / de
bacantes ebrias, de hetaíras locas, / cantan las canciones de los tristes
mitos, / de los besos muertos en las regias bocas". No todo es Darío,
sin embargo, en "Las Pascuas del Tiempo' Hay, por ejemplo, sugerencias ligeramente procaces en sustitución de la contenida sensualidad del nicaragüense. Así: "Adonis ríe con Eros de algo que ha visto en Aspasia", "Un buen Término se ríe de un efebo que se baña", "grita un Pierrot: Menelao con un cuerno y un escudo", "el Papa Borgia está orando (mientras pellizca a una niña)"[163]. Y hay, además, un sentido del humor, y aun de la broma, absolutamente ausentes en Darío; ante el ataque de asma que sufre un estoico, Byron receta: "Aplicadle una mujer en forma de cataplasma"; hablando del suicidio, Vatel, cocinero de los reyes de Francia, declara: "yo, con valor me he suicidado / por cosas más importantes, por no encontrar un pescado".[164] En este apartamiento
de Herrera de su fuente más directa, hay en cambio un acercamiento a
las más mediatas del simbolismo francés y a las actitudes vitales de
sus cultores; y, en cierto sentido, suponen una opción consciente por la
poesía y los poetas malditos, que no se dio, por lo menos en esos términos,
en la poesía de Darío. Curiosamente,
Herrera, en el resto de su obra poética no regresará sobre la procacidad
de algunos pasajes de "Las Pascuas del Tiempo", ni volverá a
dar testimonio de este tipo de humor. Desde ese punto de vista,
"Las Pascuas" muestran un parentesco más cercano con algunos
de sus pasajes en prosa, como el ya citado en nota 14, o en su "Epílogo
wagneriano a la política de fusión"[165] y similares, o aun en las
leyendas con las que inundó su Torre de los Panoramas. De la misma época
—tal vez algún mes más antigua— es "El hada Manzana",
composición única en cinco partes de desigual extensión, en la que
también se advierte el cambio hacia la nueva estética. Así lo señaló,
por ejemplo, el propio Rubén Darío: "Allí (en "El hada
Manzana") encontramos ya el uso del verso libre, la adjetivación fuera del clisé, el tropo caprichoso, la tendencia a sugerir y a
sintetizar; pero no existe aún el torrente de las enumeraciones, y el
predominio de lo ultracerebral, el triple - extracto de otros poemas
posteriores.
Hay menor dominio de la técnica y no mucha seguridad de gusto".[166] Darío, incluso, es
demasiado tolerante; porque el poema, menos valioso aún que "Las
Pascuas del Tiempo", sólo importa, hoy, como cuna de algunas de
las más brillantes imágenes de Herrera; así la luna, que aparece en
el penúltimo verso "haciendo una rígida mueca de piedra",
funcionará casi como una constante, en la misma concepción lírica,
hasta
las últimas composiciones del autor.[167] A partir del
descubrimiento del modernismo, Herrera será solamente modernista;
porque aun cuando regrese, a veces, a cierta temática romántica —el
ejemplo de "Berceuse Wanca", su último poema, es por cierto
significativo—, el tratamiento del tema y las formas de expresión se
mantendrán cabalmente dentro de la línea estética modernista. Bien puede decirse,
pues, que Herrera es el más modernista de todos los modernistas; el más
fiel y constante a su estética; y el único de ellos que, además, operó
realmente como precursor de las tendencias poéticas de vanguardia.[168] Es cierto que los
otros (Darío, Lugones, para citar los nombres más notables)
sobrevivieron al modernismo y debieron, así, salir forzosamente de sus
cauces: el modernismo, en efecto, entró en franca decadencia hacia 1914,
"cuando los hispanoamericanos vieron patente el desorden económico y
cultural de sus modelos europeos, y cuando, por el progreso económico de
Hispanoamérica, nuevos grupos sociales tuvieron acceso a la cultura, a
cuya expresión literaria llevaron nuevas doctrinas, nuevas preocupaciones
que hubieron de encontrar expresión natural en nuevas escuelas, las de
la poesía postmodernista".[169] Herrera, en cambio,
murió en 1910, es decir, sin sentir la urgencia ni la necesidad de
renunciar a su constante esteticismo ni a sus metas exclusivas de
belleza y originalidad.[170] Referencias: [136] Dice entre
otras cosas Darío en las "Palabras liminares" a sus
"Prosas profanas"... proclamando, como proclamo, una estética
acrática, la imposición de un modelo o de un código implicaría una
contradicción". [137] Federico de
Onis, "Estudios críticos sobre el modernismo", ed. Credos,
Madrid, 1968. [138] Iván A.
Shulman, "El modernismo hispanoamericano", ed. Cedal, Buenos Aires,
1969. [139] Alberto Zum
Felde, prólogo a "Obras poéticas" de Julio Herrera y Reissig",
Biblioteca Artigas, cit., pág. XII. [140] También
Roberto Bula Píriz, en prólogo a "Poesías completas" de Julio
Herrera y Reissig, ed. Aguilar, cit.,
pág. 17. [141] "Proceso
intelectual del Uruguay", cit.,
pág. 199. [142] Guillermo de
Torre, prólogo a "Poesías
completas" de Julio Herrera y Reissig, ed. Losada, cit., pág. 9. [143] Sobre la posición
de Rodó ante el esteticismo, puede verse la carta dirigida a Manuel Díaz
Rodríguez de 21 de enero de 1904, publicada en "Número", cit,
pág. 303. [144] Jorge Medina Vidal,
"Visión de la poesía uruguaya en el siglo XX", ed. Diaco,
Montevideo, 1969, pág. 9. [145] El extraño",
ed. Ricardo Fe, Madrid, 1897; conf. Bula Píriz op. cit., pág. 65. [146] Carlos Real de
Azúa, "Ambiente espiritual del novecientos", en "Número",
cit., pág. 15. [147] José de la
Riva - Agüero, "Por la verdad, la tradición y la patria",
Lima, 1937, pág. 374, cit. por Carlos Real de Azúa, op. cit., pág. 21. [148] En "Conceptos de crítica",
"La Revista", Nos. 5 y 7, de 20 de octubre de 1899 y 20 de
noviembre de 1899, y "Poesías completas", ed. Aguilar, cit., págs.
645 y ss. [149] Bula Píriz,
"Herrera y Reissig", cit., pág. 12 y concs. [150] Publicadas en "La
Revista", número 2, sobre Vidal Belo y sus poemas. [151] Bula Píriz,
"Herrera y Reissig", cit., pág.
17. [152] Alberto Zum
Felde, prólogo a "Obras poéticas" de Julio Herrera y Reissig,
Biblioteca Artigas, cit., pág. XIX. [153] Ibidem. [154]
José Pereira
Rodríguez, "De la Revista a La Nueva Atlántida", en "Número",
cit., pág. 298. [155] De enero de
1900. [156] En el
"Almanaque", dirigido por Francisco C. Vallarino y Juan Picón
Olaondo, Herrera publicó además "Las Pascuas del Tiempo",
"Rosada y Blanca", cinco sonetos de "Los maitines de la
noche" (firmados Julio Herrera y Hobbes; véase texto a la nota 2),
"Giles alucinada", traducciones de Samain, Baudelaire y Zola, y
algunas páginas en prosa de importancia menor. (157) Aunque datada
en 1901, la publicación es de 1900. [158] Hortensia
Campanella, Suplemento Extraordinario de "El País", sin fecha,
pero de 12/VI/75, pág. 3. [159] Alberto Zum
Felde, "Proceso intelectual del Uruguay", cit., pág. 267. [160] Alberto Zum Felde,
"Proceso intelectual del Uruguay", cit., pág. 268. [161] Idea Vilariño,
en su ensayo "Julio Herrera y Reissig, Seis años de poesía",
en "Número", cit., pág. 118, indica en cambio que se trata de
poemas elegidos a partir de 1904. [162] Alberto Zum
Felde, "Proceso intelectual del Uruguay", cit., pág. 263. [163] "Fiesta popular de
ultratumba", estrofas uno, cuatro, cuatro y ocho. [164] ídem, estrofa
diecisiete. [165] Ed. Claudio
García, Montevideo, sin fecha; o "Poesías completas", ed.
Aguilar, cit., pág. 763 y ss. [166] En
"Antología lírica de Julio Herrera y Reissig", ed. Ercilla,
Santiago de Chile, 1942, pág. 18. [167] A título de ejemplo, en
"Idealidad exótica", de 1903, "Desolación absurda",
también en 1903, o "Tertulia lunática", de 1909. [168] Véase capítulo
octavo. [169] Luis Monguio,
"Caracterización del modernismo", en Alfredo Veiravé.
"Literatura hispanoamericana", ed. Kapelusz, Buenos Aires,
1973, pág. 156. [170] En este último sentido,
confs. Antonio Seluja, "Poesía amatoria", y Clara Silva,
"Realidad idealizada", en Suplemento Extraordinario de "El
País", Montevideo, sin fecha, pero de 12 de junio de 1975. |
Raúl
Blengio Brito
Herrera y Reissig: del modernismo a la vanguardia
Universidad de la República
División Publicaciones y Ediciones
Montevideo – Año 1978
Autorizado
por la Flia. del autor
Digitalizado por Carlos Echinope Arce - editor de Letras-Uruguay
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