Herrera y Reissig: del modernismo a la vanguardia
Capítulo primero
Cronología

Raúl Blengio Brito

El 19 de noviembre de 1726[1], entre los matrimonios canarios traídos por el comerciante Francisco de Alzaybar para armar con ellos y la pequeña población de treinta y cuatro vecinos preexistente la que sería ciudad de Montevideo, llegaron a la recién diseñada planta urbana Cristóbal Cayetano Herrera y María de Jesús Ojeda.

 

Cinco generaciones después, el 9 de enero de 1875, habría de nacer su tal vez más importante descendiente: Julio Herrera y Reissig.

 

Entre los dos extremos de la estirpe se encuentran, además, otros nombres importantes en la historia del país: el padre, Manuel Herrera y Obes (en rigor, Manuel Herrera Martínez), fue fundador del Banco Mauá; el tío, Julio Herrera y Obes (y también en rigor, Herrera Martínez), presidente de la República; el abuelo, Manuel Herrera y Obes, ministro de la Defensa y uno de los delegados uruguayos ante el gobierno argentino cuando la paz de abril de 1851 con Urquiza, y encargado en 1865 de negociar la paz interna con Flores; el bisabuelo, en fin, Nicolás de Herrera Ximénez, primer doctor civil que tuvo el país, graduado en Charcas, secretario y asesor de cabildos y juntas, y político tan hábil como sutil.

 

No parece demasiado probable, en cambio, que fuera hijo de un tataranieto de Thomas Hobbes, del que derivaría deformado el apellido de su bisabuela Consolación Obes, mujer de Nicolás Herrera: el poeta lo utilizó entre setiembre de 1901 y los primeros meses de 1902, reiterando la anterior actitud de Julio Herrera y Obes, que en 1894 había declarado la ascendencia al "Standard" de Buenos Aires[2]. Por lo menos, no hay prueba convincente de ello, y sí de que la idea del cambio de apellido provino de Roberto de las Carreras, por lo que resulta sospechosa de dandismo[3]. En la actitud del poeta pudo haber existido, además, el propósito de renovar la tradición iniciada varias generaciones atrás, cuando Lucas José Obes, tras la muerte de su único hijo Maximiliano, pidió a sus cuñados que no dejaran morir el apellido[4]; de ahí que lo usara incluso el padre del poeta, cuya madre fue en realidad Bernabela Martínez.

 

Del matrimonio de Manuel Herrera y Obes con Carlota Reissig —hija de Teodoro Reissig y Josefa Gallina—, nacieron, antes de Julio, Manuel, Luisa, Carlos, Eduardo y Rafael; y, luego, Alfredo, Herminia y Teodoro.

 

Por entonces, la República vivía tiempos complicados. Al día siguiente del nacimiento del poeta, la elección de Alcalde Ordinario de la ciudad provocó serios disturbios, finalmente superados por la intervención de dos batallones en la Plaza Constitución. El 15, es decir, seis días después y no ese mismo día como se afirma con error en varios estudios[5], el presidente Ellauri fue declarado cesante y se designó en su lugar como gobernante provisional a Pedro Varela

 

Tal vez estos sucesos, que afectaron directamente a la familia de Herrera, fueron los que postergaron hasta el 20 de setiembre[6], es decir, por más de nueve meses, plazo dilatado para las costumbres de la época, su bautismo católico. Fueron sus padrinos, según la fe que obra en la Iglesia Matriz, sus tíos maternos Manuel Buxareo y Juana Reissig.

 

Recibió el nombre de Julio Manuel Julián, presumiblemente —porque no hay constancia alguna del detalle— por su padre, Manuel, y su tío Julio, que en realidad se llamaba Julián, y de quien habría heredado el nombre auténtico y aquél por el que se le conocía tanto en la vida familiar como en la pública.

 

Sus padres vivían en la zona residencial del Prado, en una espléndida casa quinta, hoy desaparecida, en las proximidades de las calles Bushental y Lucas Obes (uno de sus antepasados, pues), que había sido del extraño y multimillonario emigrante José Bushental y que lo fuera después de Beherens. Era una casa grande, rodeada de árboles y flores, desarrollada en dos plantas y con una amplia doble escalinata de acceso. Muy cerca corría el rosedal, en ese tiempo "El buen retiro".[7]

 

Se conserva de la casa una única fotografía frontal, reproducida, entre otros, por Bula Píriz[8], aunque de época posterior al poeta y ya reducida en su entorno.[9]

 

Cinco años después de su nacimiento, es decir, en 1880, Herrera sufre la primera crisis cardiaca, o, por lo menos, la primera detectada por su familia y su médico, porque muy probablemente los problemas asmáticos con que naciera fueran los síntomas aparentes de su única y verdadera enfermedad: lo que él llamaba, en su constante afición por los neologismos, "neurosis cardíaca", y que consistía en realidad en una deformación congénita en uno de los ventrículos; en estos términos, por lo menos, informó a Y. Pino Saavedra la viuda del poeta, en carta de 15 de febrero de 1930.[10]

 

Otros diagnósticos indicaron taquicardia aguda e insuficiencia mitral.[11]

 

El dato de la viuda, sin embargo, parece coincidir con el del primer médico de Herrera, el Dr. Gualberto Méndez[12], anterior a la crisis de 1900.

 

El poeta tuvo conciencia pronto del problema. En un recurrido pasaje de su artículo sobre "Mujeres flacas", de Pablo Minelli[13], dio su versión única y oficial, en tono aparentemente festivo y en el estilo cargado de la mayor parte de su prosa[14]. Es obvio que falta, en el texto de Herrera sobre el punto, todo rigor científico sobre la enfermedad en cuestión; y que sólo importa como constancia del hecho de que la conocía y por la coincidencia de fechas con el largo poema "La Vida", de 1903, en el que sin duda se inspira, aunque apartándose del tono.

 

Herrera, con su familia, vivió en la casa del Prado, hasta los siete años.

 

En 1882 su padre debió liquidar el Banco que había fundado y vender sus propiedades para pagar a sus acreedores. Fue designado, casi al mismo tiempo, Director de las Clases Pasivas, en la Caja Nacional.

 

Pero aunque la familia mantuvo, así, una buena posición económica, la casa de Bushental debió ser sustituida por la menos aparatosa del Cordón[15], segunda de las varias residencias del poeta.

 

Casi simultáneamente con la mudanza, comienza su educación.

 

Según Bula Píriz[16], aprendió sus primeras letras en el colegio Lavalleja, instituto particular cercano a su casa, dirigido por la maestra Margarita Varela. Según Flores Mora[17], en el colegio Parroquial del Cordón, a cargo del padre Stella.

 

El dato, en realidad, no importa demasiado. Y si hay discrepancias sobre el, no las hay, en cambio, en lo que tiene que ver con los estudios posteriores: en 1889, es decir, a los catorce años y siete después de la llegada al Cordón, Herrera ingresa al recién creado Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, a cargo de los padres salesianos, ubicado aun más cerca de su casa, en Mercedes 1769 entre Gaboto y Tristán Narvaja, donde todavía se encuentra y funciona. Tuvo como maestros a los padres José Gamba —director del colegio—, Félix Ambrosio Guerra —tiempo después arzobispo de Cuba— y Antonio Moreira, entre otros.

 

Allí, en los dos años que estuvo, aprendió castellano, rudimentos de latín y francés, geografía, historia, religión, caligrafía y aritmética, materias integrantes de los planes de enseñanza de la época. En 1889, último de su estada en el colegio del Sagrado Corazón, obtuvo medalla de honor por su comportamiento escolar, aunque hay razones para temer que, estudiante irregular como fue en general, haya contado con la buena disposición de sus educadores.[18]

 

En 1889 supo por primera vez lo que significa la muerte de una persona cercana: perdió a su abuelo paterno, Manuel Herrera y Obes, por quien sentía una respetuosa admiración intelectual.

 

La muerte, esa constante en la poesía de Herrera[19], había hecho su primera aparición.

 

Del Colegio del Sagrado Corazón pasó, en 1890, al colegio San Francisco, para cursar en el su sexto y último año de estudios regulares.[20]

 

No está claro si Herrera recibió una educación musical relativamente rigurosa.

 

Alguno de sus biógrafos[21] señala que precisamente hacia 1890 "comenzó su aprendizaje de la guitarra, que habría de constituir una de sus aficiones más queridas", sin aclarar sin embargo hasta qué punto el aprendizaje se realizó bajo la dirección de maestros o impulsado por su afición y facilidad. Flores Mora, en cambio, señala categóricamente, y en una sorprendente generalización, que "como todos sus contemporáneos, careció de educación musical", no obstante lo cual, en la guitarra que le había sido traída de Valencia por un familiar, gracias a su oído, llegó a interpretar con maestría piezas de Verdi, Bach o Chopin[22]. Ibáñez, en fin, acepta el hecho de que Herrera improvisaba "sin rigores, letras y melodías".[23]

 

El tema puede parecer lateral y secundario, pero sólo en sus detalles, porque lo fundamental, lo que en realidad importa, es que la poesía de Herrera cuenta con el apoyo de la música —como la de los simbolistas, de los que proviene—, y que su sentido del ritmo sólo puede derivar de la fineza de su oído.

 

Por otra parte, la afición de Herrera por la música está claramente confirmada por su amistad con Eduardo Fabini[24], por envíos concretos en varias de sus poesías, y aun por ciertas versiones orales que le atribuyen la paternidad de alguna pieza menor, aunque no han aparecido hasta ahora elementos de juicio que permitan afirmaciones definitivas sobre el punto.[25]

 

1890, pues, es un año importante en la vida de Herrera: porque es el centro de su adolescencia, porque es el de la terminación de sus estudios, porque tal vez es también el de su primer contacto con la música.

 

Pero 1890 es importante además por otras circunstancias.

 

Es el año, en efecto, en que su tío Julio Herrera y Obes —terminado el período que se iniciara el mismo año del nacimiento del poeta—, reintegrado al país y a la actividad política, fue electo Presidente de la República.

 

El auge político de la familia alcanzó también al joven, que fue designado funcionario en la Alcaldía de Aduana, con un sueldo de quince pesos mensuales, ni tan brillante como algunos señalan, ni tan mísero como para justificar la renuncia por la que optaría dos años más tarde[26], más imputable a la propia modalidad de Herrera que a las características mismas del empleo. Herrera, en verdad, realmente enfermo desde su nacimiento, había sido criado entre algodones por su familia, circunstancia que no había favorecido por cierto su escaso sentido del sacrificio personal.

 

Tal vez convenga, además, señalar que Herrera no aprovechó demasiado su cercano parentesco con el Presidente de la República, ni fue excepcionalmente bueno el empleo que por él obtuviera, ni alcanzó ningún otro hasta 1895 (es decir, ya sustituido Julio Herrera y Obes en la Presidencia por su sucesor Juan Idiarte Borda).

 

Más bien ajeno a la importancia del dinero —era su familia quien se ocupaba de él—, disfrutó en cambio de su posición social, especialmente subrayada por la predominancia política de su familia.

 

En 1891, cumplidos los dieciséis años y el ciclo de estudios básicos regulares de la época, recibió alguna enseñanza complementaria en un instituto particular ubicado en la calle llamada entonces Queguay[27], hoy Paraguay.

 

No fue ése, sin embargo, el suceso más importante del año para Herrera, sino la muerte de su hermano inmediatamente mayor, Rafael, ocurrida en la noche del 30 de julio.

 

El suceso motivó los más antiguos versos que se conocen del poeta[28], aunque es por cierto probable que haya existido algún ensayo aun anterior, no llegado hasta nosotros. Los versos a Rafael, de los que sólo se conservan los cinco primeros, fueron recogidos directamente de la memoria de su hermano menor Teodoro y no tienen más importancia que la de denunciar la temprana sensibilidad y la innata facilidad de versificador como características de su autor. Se trata de versos endecasílabos, en pareados los cuatro primeros y libre (tal vez por no tenerse memoria del sexto) el quinto, con alguna flaqueza rítmica que puede no ser imputable al autor sino a la fuente trasmisora.

 

Hacia, 1893 enfermó de tifoidea. No valdría la pena detenerse en el detalle si no hubiera ocurrido que la enfermedad determinó su primer contacto con la naturaleza: por indicación médica pasó la convalecencia en el campo, en la estancia del coronel José Villar, ministro de Guerra y Marina de su tío, ubicada en el departamento de Salto. Sin duda en ella descubrió la poesía de los lentos ganados y las celestiales rutinas que caracterizarán más tarde a "Los éxtasis de la montaña", menos exóticos, como se verá, de lo que muchos suponen.

 

En 1895 —aunque, de nuevo, sólo por dos años— reingresó a la administración pública: José Pedro Massera, Director de la Inspección Nacional de Instrucción Pública, lo designó como su secretario adjunto.[29]

 

Según Crispo Acosta, "es fama que lo desempeñó con mucho agrado"[30]. La circunstancia de haberlo renunciado prontamente y la tendencia del crítico a ironizar con sutileza, sobre todo con relación a Herrera, por quien sintió escasa simpatía, autorizan a presumir en sus palabras una alusión velada a sus relaciones íntimas con una de las maestras a las que conoció en el ejercicio de su cargo.

 

Tuvo de ella, María Eulalia Minetti Rodríguez, una hija, único descendiente que se le conoce, el 8 de julio de 1902, a la que se inscribió en el Registro Civil con los nombres de Soledad Luna[31], en los que puede intuirse la elección paterna.

 

La existencia de esta hija del poeta no fue desconocida para el país. Por el contrario: por ley Nº 7.268, de 6 de setiembre de 1920 se le concedió una pensión graciable destinada a financiar su perfeccionamiento como pianista en Europa.

 

Se ha insistido demás en que la relación de Herrera con María Minetti fue liviana y pasajera[32], lo que no parece del todo exacto si se tiene en cuenta que comenzó mientras se desempeñaba en la Inspección Nacional de Instrucción Pública —es decir, entre 18,95 y 1896— y que se extendió por lo menos hasta 1902, fecha de nacimiento de la hija de la pareja, y simultáneamente a su noviazgo formal con Zoraida Vázquez Crovetto, a quien conoció seguramente en 1896, y con quien mantuvo relación hasta su casamiento con Julieta de la Fuente en 1908.

 

Más aún: la relación con María Minetti dio nacimiento a la única obra teatral intentada por Herrera, titulada primero "Alma desnuda" y más tarde y en definitiva "La sombra".

 

"La sombra", en la que Herrera refleja la problemática de su relación con María Minetti, intervino más tarde en el concurso convocado por el conservatorio Labardén de Buenos Aires, sin merecer premio o elogios del jurado, integrado nada menos que por José Enrique Rodó, Samuel Blixen y Víctor Pérez Petit[33]. Su lectura, confirma el juicio genérico emitido entonces por Rodó[34] y demuestra que Herrera carecía de toda facilidad para el género .[35]

 

La relación con Zoraida Vázquez, nieta del constituyente Santiago Vázquez, citada por sus biógrafos como "Chichi" o "Chichita", fue más larga pero tal vez menos auténtica que la que mantuvo con María Minetti. La había conocido en un baile del club Uruguay, e integraba, como él —y no como María Minetti, ni Julieta de la Fuente— la aristocracia montevideana.

 

Zoraida Vázquez, sin duda enamorada del poeta, le toleró sus otras relaciones y debió sufrir en silencio su posterior matrimonio, más forzado por las circunstancias del momento que por la pasión o el amor.

 

Hacia 1897, y sin otros motivos conocidos que su poco apego por el dinero y las tareas burocráticas, renunció a su segundo empleo público y concentró sus esfuerzos en la preparación de una "Geografía de la República Oriental del Uruguay", bastante heterodoxa con relación a las de su tiempo, desde que según informes de un diario de la época[36] incluía datos "políticos y reflexiones acerca del estado del comercio, industria, porvenir y riqueza de nuestro país". La obra, favorablemente informada por José H. Figueira, se perdió durante el trámite, y en forma definitiva, porque Herrera no había conservado copias del original.

 

Hay razones para pensar que la renuncia a su cargo no entraba en verdad en sus previsiones; y que la presentó exclusivamente por razones de delicadeza cuando se operó la sustitución de su Director. El hecho, sin embargo, es que el nuevo jerarca optó por aceptársela, sin que pesara en la decisión el parentesco del renunciante con el ex Presidente de la República: ya había transcurrido un período entero —el de la presidencia de Juan Idiarte Borda, entre 1894 y 1897, perteneciente todavía al grupo político de Herrera y Obes— y, tras el atentado que costó la vida al Presidente, se había iniciado el interinato de Juan Lindolfo Cuestas, que habría de prolongarse de hecho durante los años 1898 y 1899 y de derecho entre los años 1899 y 1903. Y Cuestas, que también provenía del grupo de Herrera y Obes, a poco de instalado en el gobierno tendió a eliminar la primacía del colectivismo y admitir la entrada en el gobierno de representantes de las minorías.

 

No es extraño, así, que la renuncia de Herrera fuera aceptada sin vacilaciones. Herrera la explicará de otra manera en "Cosas de aldea"[37], pero aun detrás de su tono displicente y superior puede descubrir su despecho: según Herrera, el nuevo Inspector Nacional, Abel J. Pérez, aceptó su renuncia porque mostrarse "huraño y descortés con un Herrera es simplemente hacer méritos" ante Cuestas.

 

Al margen de resentimientos y de detalles, lo cierto es que el herrerismo comienza a perder influencia, y que el hecho pesa incluso sobre el poeta.  

Según testimonio de Juan Picón Olaondo[38], el resentimiento con Cuestas habría de agravarse en febrero de 1898, cuando su golpe de Estado, uno de los pocos momentos en que Herrera creyó del caso intentar poesía política: "Saliendo de la casa de su tío don Julio, convulsionada por los sucesos del momento, y que estaba colmada por sus amigos que esperaban la reacción del "Águila", Herrera me pidió un trozo de papel y lápiz, y allí mismo, en un zaguán vecino, escribió casi de un tirón, en un rapto lírico apasionado e incontenible, "La dictadura". Días después, toda su inspiración poética se había encauzado por la vía patriótica.[39]

 

Según afirmación de Daniel Herrera y Thode, en artículo destinado a aventar la leyenda estimulada por Lasplaces en el sentido de que el poeta habría sido abandonado desde el punto de vista económico por su familia, "el golpe de Estado de 1898 —piedra fundamental del batllismo— produjo, como consecuencia buscada en su principal finalidad, la caída vertical y vertiginosa de mi familia, política y económicamente. No quedó un Herrera y Obes en los altos cargos del gobierno, ni un Herrera, por modesto que fuera, en las planillas del presupuesto".[40]

 

La pérdida de influencia de la familia se acelera rápidamente: Julio Herrera y Obes contempla el proceso político desde su destierro en Buenos Aires; uno de sus hermanos sufre prisión en la fortaleza del Cerro. No es extraño, pues, que los Herrera artistas —Julio Herrera y Reissig y Ernesto Herrera— sin ingresos propios, sufrieran también las privaciones de la pobreza, aunque —como señala además Herrera y Thode— "comparados con el resto de la parentela fueran en verdad los ricos de la familia".[41]

 

Las preocupaciones estrictamente políticas de Herrera o, mejor, el período durante el cual pone al servicio de la política su inspiración poética— no dura demasiado. Luego de "Arriba", "La Dictadura", "Gritos" y "Esperanza", siguen otras composiciones de tema amatorio: "A la que me odia", "Ráfagas" y, sobre todo, "Miraje", cuya publicación equivale, por sus repercusiones, a su iniciación oficial como poeta, carrera en la cual, por cierto, no habría de sufrir persecuciones del cuestismo.

 

"Miraje" aparece publicada en "La Razón"[42], diario de Carlos María Ramírez, acompañada de un comentario altamente elogioso de Samuel Blixen, crítico de prestigio en su tiempo. Vale la pena subrayar el acierto de su predicción final, desde que "Miraje" mostraba muy poco todavía: "Depurado su buen gusto en el trato íntimo de los grandes (omisis) podrá nuestro poeta llegar, con los ímpetus de su espíritu culto y selecto, a esa región de la gloria refulgente".

 

El propio Herrera comprenderá más tarde los defectos de "Miraje", pero nunca renunciará del todo al episodio que, según él mismo, "le dio fama de gran poeta".[43]

 

Los otros siete poemas de la época fueron publicados antes que "Miraje"[44], pero no merecieron admiración pareja.

 

Sin duda estimulado por el éxito, y más especialmente por los elogios de Blixen, Herrera instala, en 1898, la primera versión de la más tarde famosa Torre de los Panoramas: el Cenáculo, como menos aparatosamente lo llama, comenzó a funcionar en la calle San José 119, sobre Río Branco. Allí compuso el "Canto a Lamartine", editado por el tipógrafo Pablo Barros en junio de 1898 y allí instaló la redacción de su quincenario "La Revista"; según Ibáñez, de donde provienen los datos indicados, también allí habría compuesto la "Geografía do la República Oriental del Uruguay", perdida en su trámite administrativo, y que otros biógrafos sitúan en 1897.[45]

 

Al año siguiente, en setiembre de 1899, el poeta se mudó con su familia a la casa de la calle Cámaras —hoy Juan Carlos Gómez— Nº 96, donde hace esquina noreste con Rincón. Obviamente, el "Cenáculo" se mudó con él. Es lo que Ibáñez llama "el segundo Cenáculo"[46] y Raúl Montero Bustamante "el primer Mirador".[47]

 

En verdad —y tal vez convenga señalarlo desde ya— es demasiado prolijo hablar de varias "Torres", o de varios "Cenáculos", o de distintas versiones del mismo "Mirador". Mucho más lógico es reconocer, simplemente, la decisión de Herrera de funcionar como jefe de la generación, o de implantar "una dictadura poética"[48] cuyo órgano de expresión fuera primero "La Revista"[49] y luego la "Nueva Atlántida" —dirigidas, claro está, por Herrera— y cuya sede se trasladara, sin perjuicio de los nombres, con el propio dictador.

 

Dicho de otra manera: Herrera sintió siempre la necesidad de funcionar como centro de irradiación; y lo intentó, primero, desde la casa de la calle San José, luego desde la de Juan Carlos Gómez, más tarde desde la de Ituzaingó; pero además, desde la pensión en que viviera en Buenos Aires, y aún desde sus otras residencias, fechando sus poemas en una "Torre" que, no obstante, había dejado de funcionar como grupo.

 

En febrero de 1900, su deficiencia cardíaca hace la primera crisis grave. Y se abandona el diagnóstico eufemístico (asma) con que hasta entonces se la había disimulado, pese a la precoz opinión del Dr. Gualberto Méndez[50]: se trata, en verdad, de una deficiencia anatómica en el ventrículo izquierdo.

 

Herrera se referirá más tarde —única vez, por otro lado, que se detiene públicamente en el tema de su enfermedad, demostrando así más equilibrio que la inmensa mayoría de sus críticos— a esta primera crisis grave en un texto en prosa, titulado "Lírica invernal", de ácido humor y redacción de época, al comentar "Mujeres flacas", de Pablo Minelli, en "La Razón"[51]; texto que importa, tal vez más, a los efectos de un examen afinado del poema inicial de su línea oscura, "La vida".[52]

 

La crisis de 1900, además, es el punto de partida de otra de las varias leyendas fatigantes sobre Herrera: la leyenda de la morfina. Utilizada desde entonces y ocasionalmente como medicamento y por prescripción de quienes lo atendían se volverá más tarde, por voluntad juguetona y desprejuiciada del poeta, tema de escándalo, o de utilización en provecho de terceros.

 

Juan José de Soiza Reilly, en efecto, fue quien lanzó la especie en su crónica semanal firmada como Fray Mocho: "Hace ocho años que visité en Montevideo a Julio Herrera y Reissig. De aquella época datan las fotografías que publico. Por prescripción médica, el lírico zorzal uruguayo se inyectaba morfina. Luego, por arte, continuó tomándola. El poeta, que era un niño genial, me narró los efectos sublimes de la droga. En la cama, allí en la Torre, me leyó versos escritos bajo el fluido letal".[53]

 

Es que la leyenda de la morfina —como la del opio, en la historia del fundador de la línea poética, Edgar Allan Poe— venía como anillo al dedo de un poeta maldito. Tanto que, según lo que puede ser la versión definitiva sobre el punto, habría nacido, como queda dicho, de la voluntad del propio Herrera. Esta es la versión final de Soiza Reilly, en reportaje inédito trascripto por Bula Píriz: "Yo fui a hacerle un reportaje junto con el hermano del aviador Adami, que era quien tomaba las fotos. Cuando éste fue a fotografiarlo, Julio dijo: Sería bueno tomarme una fotografía dándome una inyección de morfina o bajo el sueño de la morfina. Pero no teníamos jeringa, y entonces yo fui a la farmacia y compré una jeringa Pravaz y la llenamos con agua, y Julio la puso contra el brazo fingiendo la inyección, y Adami le tomó la fotografía. Después se fingió dormido y tomamos esa otra donde aparece dormido bajo el sueño de la morfina; y la otra en la que aparece fumando cigarros de opio según los preceptos de Tomas de Quincey, la tomamos mientras se fumaba un cigarrillo casero hecho con tabaco Passo Fundo. Julio se reía a carcajadas luego de todas estas cosas, pensando en lo que dirían de sus desplantes. Julio era un gran niño y hacía todas estas cosas para estar a tono con la época".[54]

A mediados de 1900, con el vigésimo número, cesa de aparecer "La Revista", nacida el 20 de agosto de 1899. En ella, habían aparecido siete poesías de su director —"La musa de la playa", "Holocausto", "Wagnerianas", "A Guido y Spano", "Psicología de unos ojos negros", "Plenilunio", "Nivosa"—, varios ensayos en prosa de diversa importancia para definir su estética —"Programando" y "Conceptos de crítica", sobre todo—, y un poema de Toribio Vidal Belo —"Noche blanca"— que significó para Herrera, todavía bajo la influencia romántica, el descubrimiento del modernismo y en la que se halla el antecedente más remoto de una imagen que desencadenaría más tarde una violenta polémica sobre su paternidad. Desde "La Revista" —queda dicho— Herrera intenta ejercer la jefatura de su generación; de ahí, tal vez, la exclusión de los otros candidatos al cargo.[55]

Herrera, pese a algunas indicaciones diversas, fue el único director de "La Revista". Así surge de sus carátulas [56], y aun de los anuncios periodísticos que precedieron su aparición.[57]

También a 1900 corresponde el comienzo de la relación —abruptamente truncada años después— con Roberto de las Carreras, un joven poeta que había traído de Francia las últimas novedades estéticas del simbolismo y las audacias y poses de sus cultores.

En una de las dos versiones del primer contacto, tomada probablemente de posteriores afirmaciones de la viuda del poeta —que, sin embargo, por 1900 no lo conocía todavía—, habría sido el propio Roberto de las Carreras el que se habría presentado, por iniciativa propia, en la redacción de "La Revista"[58], entonces en su segundo local —la casa de la calle Juan Carlos Gómez—, atraído por las posibilidades que entreveía en ellas. En la otra versión, Herrera, interesado en la personalidad de de las Carreras como consecuencia de la lectura de su heterodoxo "Sueño de Oriente", lo habría visitado en su casa acompañado por su primo Carlos Méndez Reissig. El encuentro habría de confirmar el deslumbramiento provocado por la lectura de "Sueño de Oriente"; "Anunciados que fueron, se les hizo pasar a la alcoba del escritor (de las Carreras), donde éste los recibió desnudo, dentro de la bañera"[59]. Esta segunda versión del encuentro inicial es la que más ha tentado a los biógrafos posteriores, no sólo por lo espectacular, sino por la mejor fe que merece un testigo presencial sobre el que declara de oídas.[60]

La relación entre ambos escritores se consolida con la publicación, en el cuarto número de "La Revista", de un poema de de las Carreras titulado "A mi italiana", en el que reitera sus estruendosas novedades estéticas.

Queda constancia de que la familia de Herrera se opuso con tenacidad a esta amistad: de las Carreras defendía el amor libre, la absoluta independencia de la mujer, el adulterio elegante —en artículos publicados en "La Tribuna Popular"—, sosteniendo conceptos desprejuiciados, inaceptables sobre todo para la formación de Carlota Reissig.

Y queda constancia también, como señala Ibáñez[61], que "mientras en Roberto el dandismo era auténtico por entrañable asimilación de los modelos franceses, en Julio nunca pasó de brillante y pegadizo ejercicio intelectual", no sabemos si destinado a la irritación de "la estupidez honorable", como dice el comentarista más llevado por su propio deseo de irritarla que por los datos históricos, o por la necesidad del poeta de dejar constancia de su exquisitez.

A fines de 1900 intentó otra incursión en política, con su activa participación en la propaganda contra la unificación del partido colorado auspiciada por el presidente Cuestas; de la tentativa queda el texto de su disertación sobre la obra de Julio Herrera y Obes, pronunciado en la sede de la Sociedad Francesa y publicado en folleto por sus amigos políticos.[62]

Es que, además, Herrera había descubierto ya los nuevos y atractivos caminos de la poesía francesa e iniciaba su proceso modernista[63]: a 1899 corresponde "Holocausto", y a 1900 "Wagnerianas".

"Quinteros", "Naturaleza", "Castelar", "La musa de la playa", pese a ser de un muy próximo 1899, parecen sin embargo mucho más remotos si se los compara con sus nuevos poemas.

En 1902, la familia de Herrera —y Herrera con ella— se instaló en la casa, hoy convertida en Museo, ubicada en la calle Ituzaingó 235 (1255 en la numeración corriente), esquina Reconquista.

Obviamente, el Cenáculo, que Herrera llevaba consigo, porque en realidad era él mismo, se instaló también en su nueva sede. No obstante, recién en 1903 recibió el nombre —"Torre de los Panoramas"— con que más tarde lo conoció la historia.[64]

El tema de la "Torre" ha deslumbrado literalmente a los biógrafos del poeta (lo cual parece bastante lógico); pero ha deslumbrado también a los críticos, distorsionando con su esplendor de superficie el examen estético de su obra. En ese sentido, pueden verse casi todos los ensayos publicados a partir del de César Miranda, en sus "Prosas", firmadas con el pseudónimo Pablo de Grecia[65]AS: "Aquella torre era simplemente un altillo, casi decrépito, que apenas surgía del nivel de las azoteas; sus paredes, tapizadas de estampas y fotografías, mostraban a la larga el gusto y la pobreza de los familiares (omisis). Bien es cierto que el espacio era reducido, pero, a dos pasos, el paisaje se ampliaba; la azotea ofrecía un vasto panorama: al sur el río color de sangre, color turquesa o color castaño; al norte, el macizo de la edificación urbana; al este, la línea quebrada de la costa, con sus magníficas rompientes, y más lejos el Cementerio y el semicírculo de la Estanzuela, hasta el mojón blanco de la farola de Punta Carreta; al oeste, más paisaje fluvial, el puerto sembrado de steamers, y, sobre él, el Cerro, con su cono color pizarra y sus casitas frágiles de cal o terracota".

En la "Torre", Herrera se rodeó de admiradores (o los admiradores rodearon a Herrera); él mismo los enumera, con alguna omisión y algún agregado, en la réplica a Roberto de las Carreras[66]: Pablo Minelli, César Miranda, Juan Más y Pi, Andrés Demarchi, Julio Lerena Juanicó, Héctor Miranda, Manuel Medina Betancor, Perfecto López Campaña, Juan José Ylla Moreno, Luis Scarzolo Travieso, Edmundo Montagne, Osear Tiberio, Juan Picón Olaondo, Francisco Vallarino, Francisco Caracciolo, José Pedro Saralegui, Arturo Giménez Pastor, Gastón A. Nin, Eliseo Gómez, Francisco Schinca, Pascual Guaglianone, Carlos de Santiago, Pió Durbal Salarí, Carlos López Rocha, Orosmán Moratorio, Juan Pablo Lavagnini, Luis Guimaraes, Teodoro Herrera y Reissig, Carlos Méndez Reissig; y claro está, Roberto de las Carreras.

Basta leer la lista para comprender que, sin perjuicio de la fineza de espíritu de muchos de los asiduos, ninguno de ellos se acercaba siquiera al talento poético de Herrera; y, complementariamente, para advertir que ninguno de los otros grandes de la generación del 900 figura verdaderamente en ella: Florencio Sánchez la visitó una vez (es el único al que cita César Miranda), pero nunca, aunque conocieron naturalmente su existencia, Horacio Quiroga, o José Enrique Rodó. La "Torre", pues, desde el punto de vista estrictamente estético, ha sobrevivido a su tiempo sin razón, o sin otra razón que la personalidad del torrero.

En ese sentido, y aun en el otro, ya señalado, de que la verdadera "Torre" no tuvo otra sede que el propio poeta, no puede hablarse de su clausura momentánea —durante la estada de Herrera en Buenos Aires— [67]: en verdad la "Torre" se trasladó con él al hotel o pensión que el poeta ocupara en la calle Defensa 487, en las proximidades de la Biblioteca Nacional.[68]

El local de Ituzaingó, abandonado por Herrera cuando la familia, en 1907, debió mudar de casa, no tuvo en los primeros tiempos mucha suerte.

Transformado, durante años, en una de las varias casas de huéspedes de la zona, a la que se desplazó parcialmente el barrio bajo después de las demoliciones de las manzanas más sureñas para la construcción de la Rambla, recién hace unos pocos años fue comprada por el Estado y destinada a la Escuela de Ballet del Ministerio de Educación y Cultura.

A mediados de 1903 conoció a Julieta de la Fuente[69], hija de Francisco y Eusebia Riestra, con quien habría de contraer más tarde matrimonio.

Las relaciones de Herrera con Julieta de la Fuente, tal vez por la larga supervivencia de ésta[70], no están todavía todo lo claras que sería menester. En general, los biógrafos han tendido a idealizarlas, pero la actitud debe ser en todo caso revisada desde que el poeta, aún después de conocer a quien sería su esposa, mantuvo sus relaciones con Zoraida Vázquez, y aún inició sin mayores remordimientos algunas otras en Buenos Aires. Más aún: Herrera debe habar sentido las diferencias sociales entre su familia y la familia de Julieta[71] y, sobre todo, las culturales, que sin duda la separaban de su mundo[72]. De todas formas hay que reconocer en Julieta una dedicación a Herrera y una tolerancia a sus divertimientos tan admirables como la fidelidad a su recuerdo.

En esta época suele ubicarse también su breve viaje a Minas, donde tomaría contacto con las costumbres simples de los pueblos o ciudades pequeñas, y aun con un paisaje pintoresco de cerros y de valles, puntos reales de partida de sus "Éxtasis de la Montaña"[73]. No es fácil saber si es el mismo viajé del que se habría desprendido la excursión a Piriápolis a la que sólo uno de sus biógrafos alude[74], por referencias de familiares, aunque ubicándola aproximadamente en 1901.

Tampoco hay uniformidad en cuanto a la fecha del viaje que; también por esta época, realiza a Buenos Aires: unos la ubican en setiembre de 1904, otros en marzo de 1905[75]. Si es exacta la fecha de la carta dirigida a Julieta y el motivo mismo del viaje indicado por Bula Píriz[76], la partida se habría producido en marzo de 1904.

El motivo del viaje ha originado una áspera polémica: mientras Bula Píriz sostiene que el poeta trató de sustraerse a la guerra civil desatada el 19 de enero de 1904[77], Ibáñez lo niega argumentando sobre otra fecha en la partida —17 de setiembre de 1904—, casi sobre la firma de la paz de Aceguá.[78]

El tema no tiene importancia desde el punto de vista sustancial: pero la carta de Herrera a Eduardo Fabini, de setiembre de 1904[79], daría razón a Bula.

En Buenos Aires, Herrera desempeñó un empleo en el Archivo del Censo, obtenido para él por un familiar radicado en la Argentina, muy presumiblemente a instancias de don Manuel Herrera y Obes, pero no abandonó a la poesía (son varias las fachadas en Buenos Aires), ni a su guitarra (allí compuso una pieza titulada "L'indiana"), ni descuidó sus amores: mantuvo correspondencia con Julieta, probablemente con Zoraida Vázquez, y se relacionó además por lo menos con otras dos, a las que dedicó algunas de sus composiciones poéticas.

En Buenos Aires, Herrera se alojó en una habitación de la pensión ubicada en la calle Defensa 487; y, luego, en una propiedad de D. Conti, en la calle Venezuela. "Allí se reunían Naón, hermano del que fue ministro, a quien llamaban El exquisito, A. Palacios, Balmaceda y un poeta salteño Cardozo, recitando poemas y tocando la guitarra".[80]

El viaje y la estada en Buenos Aires, que se prolongaron por unos pocos meses, debieron sustituir, forzadamente, el viaje a París que no pudo hacer nunca[81] y que lo obsesionara durante toda su vida: en carta a Juan Más y Pi dirá, en efecto, ya sobre el final de su tiempo: "En todo caso, cuando exteriorice —allá por las Europas o en el reino de Plutón— los catorce o quince libros, que abrigo en la ineditez de mi orgullo".[82]

Regresado a Montevideo en 1905, el poeta retomó su actividad donde la había dejado: la "Torre", viajera con él, regresó a su pieza de Ituzaingó y Reconquista.

Poco después, aunque ya en 1906, se produjo la estruendosa ruptura con Roberto de las Carreras.

El motivo era nada menos que la paternidad de una imagen utilizada por Herrera en su poema "La Vida": "el relámpago luz perla que decora tu sonrisa", reclamada para sí por de las Carreras: "el relámpago nevado de la sonrisa"[83]. La polémica, publicada en los diarios de la época y recogida en el cincuentenario de la generación [84], omite cuidadosamente toda referencia al anterior poema de Toribio Vidal Belo ("Suenan suaves las risas gris perla")[85], que se mantuvo cautamente al margen de la discusión, y, por supuesto, al muy anterior del ilustre Quevedo ("relámpagos de risa carmesíes".) o la también emparentada de Bécquer ("Relámpagos de grana que serpean / sobre un cielo de nieve").[86]

La amistad entre los antes íntimos no habría de reanudarse nunca.

En mayo de 1907 Herrera intentó su segunda aventura editorial, con "La Nueva Atlántida", una "revista superior de altos estudios" como se definió a sí misma, pero cuya vida, sin embargo, fue mucho más breve que la de "La Revista" anterior: sin el apoyo financiero del padre del poeta, ya en sensibles dificultades económicas, cesó con su segundo número. Importa, no obstante, como testimonio de una inesperada preocupación por los problemas de América[87] que lo aleja del puro esteticismo que seguramente le imputó Rodó y fue en alguna medida la causa de su escaso interés por el poeta.[88]

Ese mismo año, el 7 de julio, y no en 1908 como a veces se señala por error[89], murió su padre, hecho que agrava un poco más la situación económica del grupo familiar y determina, como primera medida, la mudanza a una casa más modesta, ubicada en la calle Washington. Al parecer, Herrera se habría resistido en principio a la decisión familiar, hospedándose durante unos días en la casa de la familia de la Fuente, en la calle Buenos Aires [90]; tras reflexionarlo mejor, siguió después a sus hermanos y se instaló también en la nueva residencia familiar.

La mudanza significó la disolución de la "Torre de los Panoramas" como grupo, porque en la casa de la calle Washington no había sitio material para ella; pero no su extinción como sede intelectual de la nueva poesía: el poeta siguió fechando en ella toda su producción posterior a la mudanza.[91]

Los mismos problemas económicos que determinan la decisión familiar, lo llevan a su vez a forzarse a sí mismo, y aceptar una ocupación menor y administrativa en un diario de escasa significación, "La Noche", como cobrador de cuotas de suscripción y adeudos por publicidad.

Es muy posible que este proceso de deterioro económico de la familia, en la que Herrera siempre se había apoyado para hacer frente a sus necesidades, haya funcionado como causa eficiente de su matrimonio con Julieta de la Fuente, a quien había conocido cuatro años atrás, y por quien, sin embargo, no había dejado a su novia oficial; la familia de la Fuente sustituiría así a la familia Herrera en su papel de sostenedora material del poeta, tan poco ducho o preparado para la vida cotidiana.

El 22 de julio de 1908, en efecto, tuvo lugar el matrimonio, apadrinado por su hermano Manuel y con la presencia testimonial de su hermano Carlos.

Poco después, el 5 de agosto, se produjo la muerte de su madre: Herrera ya estaba instalado, desde su matrimonio, en la casa de la familia de la Fuente.[92]

Se inicia entonces el último período de su breve vida.

No importa que se tome, como fecha inicial, la de su matrimonio, o la de la muerte de su madre, o aún —por los amantes de los símbolos— la del nacimiento del gato que moriría inopinadamente pocos días antes que él[93]; lo cierto es que han quedado atrás los años relativamente fáciles y alegres, y que comienzan los de soledad, los de aislamiento, los de agravamiento de su enfermedad, hasta entonces sólo de manifestaciones periódicas y aisladas.

No es extraño que aumentara su interés por el espiritismo, hasta entonces mera curiosidad intelectual, y en los últimos tiempos actividad casi constante de sus noches[94]. Según la versión personal de Herminia Herrera y Reissig, Julieta de la Fuente —por quien, como queda dicho, nunca sintió simpatía— habría estimulado el interés del poeta por los fenómenos espiritistas, capitalizándolo, como la música, en provecho propio y personal.

A mediados de 1909 comienza el que sería su último proceso de agravamiento. Así resulta, en efecto, del suelto publicado en la revista "El Fogón", con firma de su Administrador, Francisco C. Aratta: "Julio Herrera y Reissig está seriamente enfermo. Y lo que es más aflictivo, enfermo y pobre. Hay vergüenzas nacionales como hay glorias nacionales. Dejar vegetar y enfermarse, gravemente, en la pobreza, a uno de estos grandes corazones de oro, a uno de estos bellos cruzados del Ideal, es de esos delitos colectivos de los que son cómplices los que todo lo pueden, los que con un poco de buena voluntad harían menos penosa la vida de uno de los hombres de letras que hacen honor no sólo a su país de origen, sino a toda una raza, a toda una lengua que se magnifica con tales heroicos cultivadores".[95]

Casi simultáneamente a este proceso de deterioro de su salud, en julio también de 1909, solicita el que será su tercer empleo público: por decreto de 10 de febrero de 1910, firmado por Williman y Juan P. Lamolle, fue nombrado Sub-archivero Bibliotecario interino del Departamento Nacional de Ingenieros del Ministerio de Obras Públicas, poca cosa por cierto con relación a sus merecimientos.

No deja de ser paradojal y doloroso que, luego de haber renunciado a sus dos primeros cargos, no haya podido en cambio llegar a desempeñar este tercero, tan deseado; lo había pedido primero a Carlos Oneto y Viana, luego a Antonio Bachini —Ministro de Relaciones—, y aun, el 29 de diciembre de 1909, personalmente, al propio presidente de la República, Claudio Williman.[96]

El 18 de marzo de 1910, en efecto, a los treinta y cinco años de edad, se produjo su muerte.

Tal vez haya sido Más y Pi[97] el que haya lanzado, cuatro años después, la leyenda de sus últimas horas, con la figura de su esposa interpretando primero a Chopin y luego a Schumann en el piano, y la del propio Herrera pronunciando frases trágicas y poéticas.

El cuadro final, aunque se haya dado en esos términos (y el sentido común estimula la duda), nada agrega, sin embargo, a la personalidad del poeta.

La vela de sus restos, y, a la mañana siguiente, su inhumación en el Cementerio Central, estaban previstos como los que correspondían a la posición social de su familia.

Ocurrió, sin embargo, que Alberto Zum Felde, uno de los jóvenes poetas del tiempo, tomó la palabra y pronunció el discurso gracias al cual se ha asegurado un lugar en la historia de la poasía uruguaya: "vosotros todos —dijo—, o casi todos, los que rodeáis este cadáver, fuisteis sus enemigos"; "y no creo que sea un sentimiento de amor lo que os trae a este acto, no creo que sea hondo homenaje al poeta lo que inspira vuestras elegías hipócritas. ¿Es quizás la vanidad patriótica, que quiere ahora reivindicar un nombre literario que no le pertenece porque no ha sabido conquistarlo?".[98]

Es realmente asombroso que todavía se siga citando a Zum Felde y a su discurso con el entusiasmo campesino de los primeros años.[99]

Zum Felde, que no había estado del lado de Herrera, sino del de las Carreras, y que después de su muerte afirmó que su poesía era simple juego de ingenio[100], no hizo otra cosa que aprovechar la coyuntura para estimular su propia fama y heredar de alguna forma lo que con la muerte de Herrera se cerraba.[101]

Y es evidente, además, que los elogios que Zum Felde ha merecido por su discurso fúnebre, en muchos casos por lo menos, no han sido sino una forma indirecta y gozosa de compartir sus improperios a la clase social a la que Herrera pertenecía.

No es cierto, tampoco, que Herrera haya sido negado en vida.

Así —y a título de ejemplo—: en 1902, Raúl Montero Bustamante se refirió a los orígenes de su poesía en la "Revista Nueva"; en 1905, incluyó nada menos que diecisiete poemas suyos en el "Parnaso Oriental"; en 1906, Manuel Ogarte lo incluyó en la antología editada en Francia por Colín; en 1908, recibió los encendidos elogios de Más y Pi en su libro "Ideaciones"; en 1909, el propio Rodó recogió tres de sus composiciones en la "Biblioteca Internacional de Obras Famosas"; el generoso Villaespesa lo elogió largamente ante el público español.[102]

A nivel popular ocurrió casi lo mismo. Así dice la nota incluida sobre el cierre por la revista "La Semana", dirigida entonces por Ovidio Fernández Ríos y Orestes Acquarone: "La formidable figura de Julio Herrera y Reissig, el más exquisito, el más artista, el más aristocrático de los poetas uruguayos, ha caído para siempre, vencido por el peso fatal de un mal que le era inevitable. "La Semana" se postra de rodillas y sobre su frente que fue un sol, deposita un beso de amor y de hondo sentimiento".[103]

Al margen del estilo, muy de época y lugar, la despedida de "La Semana" marca las diferencias entre la admiración espontánea y la admiración interesada.

Es cierto que hubo muchos que, durante la vida de Herrera, no llegaron a su poesía, y la negaron. Pero también lo es que, después de su muerte y hasta ahora, hay otros tantos que, sin negarla, tampoco han llegado realmente hasta ella.

Como también es cierto, en fin, que algunos críticos tan finos como Rodó, cegados tal vez por su postura antiesteticista[104], necesitaron demasiado tiempo para reconocer los méritos del poeta: "No se trata —dice la exposición de motivos del proyecto de ley que presentara destinando la cantidad de dos mil pesos para la edición póstuma de las obras de Herrera, el 14 de julio de 1913— de un simple propósito de lucro, sino de un intento más elevado y plausible: procurar que no permanezcan inéditas e ignoradas, las producciones de un gran ingenio, digno de una consagración póstuma que repare, en lo posible, el olvido al que se ha relegado al prestigioso escritor, precisamente en los días en que era más necesario estimular sus afanes creadores, y premiar con el aplauso público sus indeclinables optimismos de artista".

Más tardío aún que el reconocimiento de Rodó fue el reconocimiento oficial; treinta y tres años debieron transcurrir desde su muerte para que se dispusiera el traslado de sus restos al Panteón Nacional, donde ahora se encuentran[105]. En la ceremonia de traslado hablaron el ministro de Instrucción Pública, Dr. Adolfo Folie Joanicó, Emilio Oribe por la Academia de Letras, Zum Felde por la Comisión Nacional de Homenaje creada a los efectos de representar a los intelectuales y artistas en el acto, y otros oradores.

Conviene dejar constancia, además, que la muerte tomó a Herrera mientras seleccionaba y ordenaba sus poesías con vista a una publicación definitiva.

Y que de los varios tomos que había previsto en principio, sólo llegó a ordenar el primero: "Los peregrinos de piedra".

"Los peregrinos de piedra" incluye "El laurel rosa" (de 1903), la primera serie de "Los éxtasis de la montaña" (sonetos compuestos entre 1904 y 1907), "La torre de las esfinges" (de 1909), la primera serie de "Los parques abandonados" (sonetos compuestos entre 1902 y 1905), y "Las campanas solariegas" (de 1907).

No está demás reflexionar sobre este índice (en el que se incluyen composiciones pertenecientes a las varias modalidades del autor) porque demuestra hasta qué punto las consideraba integradas, o sólo aspectos de una misma cosa.

En el mismo sentido: no está tampoco demás reflexionar sobre los otros textos publicados al margen de la ordenación del autor: es posible que, si hubiera vivido, "no hubiera autorizado ni consentido esa divulgación irreflexiva, hecha sin discernimiento, de cuanto él había escrito con diversos gustos en diez largos años"[106].

Referencias:

[1] Parece más lógico tomar esta fecha, que es la de la llegada real de los matrimonios canarios, que el impreciso 1727 indicado, por ejemplo, por Magda Olivieri y Carlos Martínez Moreno en Capítulo Oriental Nº 13, Montevideo, 1969, pág. 192 y aun Bula Píriz, "Herrera y Reissig", Híspanic Institute, New York, 1952, pág. 5, en el que muy probablemente se inspiran.

[2] Roberto Ibáñez, Historia de la Torre, Marcha, Montevideo, 3 de marzo de 1967, pág. 29. Ibáñez cita el precedente, pero no aporta elementos de juicio que permitan opinar sobre la presunta vinculación familiar entre el poeta y el filósofo.

[3] Roberto Bula Píriz, Herrera y Reissig, cit., pág. 21, nota 25 in fine.

[4] ídem.

[5] Por ejemplo, Alberto Zum Felde, Proceso Intelectual del Uruguay, ed. Claridad, Montevideo, 1941 pág. 266; o Juan Más y Pí, estudio preliminar a Páginas Escogidas de Julio Herrera y Reissig, Maucci, Barcelona, pres. 1914.

[6] Alfredo Mario Ferreiro, en "La Razón", Montevideo, 19 de marzo de 1946.

[7] Magela Flores Mora, Julio Herrera y Reissig, ed. Letras, Montevideo, 1947, pág. 9.

[8] Herrera y Reissig, cit., pág. 15.

[9] Testimonio de Fernández Saldanha, recordado entre otros por Ferreiro en art. cit.

[10] Y. Pino Saavedra, La poesía de Julio Herrera y Reissig, Santiago de Chile, Prensa de la Universidad, 1932, pág. 17.

[11] Magela Flores Mora, op. cit., pág. 20.

[12] Fernández Saldanha, en "Mundo Uruguayo", 22 de agosto de 1935.

[13] En "La Razón", Montevideo, 30 de junio de 1904.

[14] Lo fundamental puede verse también en Roberto Ibáñez, Historia de la Torre, cit.

[15] Más concretamente: Mercedes entre las entonces Médanos y Vázquez.

[16] Julio Herrera y Reissig, cit., pág. 7.

[17] Op. cit., pág. 12.

[18] El colegio, en efecto, había sido fundado por una comisión de damas presidida por Carlota Reissig, madre del premiado.

[19] Atinadamente señalada por Laura M. Villavicencio, por ejemplo, en "El tema de la muerte en la poesía de J. Herrera y Reissig", Revista Interamericana de Bibliografía, Vol. XIX, Nº 4, Washington, 1969, pág. 415 y ss.

[20] Bula Píriz, "Herrera y Reissig", cit., pág. 8.

[21] Bula Píriz, "Herrera y Reissig", cit., pág. 9.

[22] Flores Mora, op. cit., págs. 29 y 47.

[23] Roberto Ibáñez, "La Torre de los Panoramas", Marcha, Montevideo, 10 de marzo de 1967.

[24] Según testimonio de Sabat Ercasty, citado por Ferreiro en el art. cit., "Fabini era de los íntimos de Julio"; y mientras aquél tocaba el violín, éste recitaba; hay una foto de ambos, juntos, en Bula Píriz "Herrera y Reissig", cit., pág. 31.

[25] Se le atribuye por algún antiguo testimonio el vals "A ti" (dedicatoria, precisamente, de la "Berceuse Blanca"), título muy de Herrera, que firma sin embargo el compositor Gerardo Metallo (Biblioteca Nacional Nº 866).

[26] Bula Píriz, "Herrera y Reissig" cit., pág. 9; Flores Mora, op. cit., pág. 24.

[27] Flores Mora, op. cit., pág. 19.

[28] Julio Herrera y Reissig, "Poesías completas y páginas en prosa", edición, estudio preliminar y notas de Roberto Bula Píriz, Aguilar, Madrid, 1961, pág. 175.

[29] Hay error de fechas en Flores Mora, op. cit., pág. 31, que ubica el nombramiento hacia 1898.

[30] Lauxar, "Motivos de crítica", Palacio del Libro, Montevideo, 1929, pág. 133.

[31] La niña fue inscripta el 8 de julio de 1902 por ante el Oficial del Registro Civil de la Decimosegunda Sección Judicial de Montevideo como hija natural de María Minetti Rodríguez y de padre desconocido, y con los nombres de Soledad Luna Herrera y los apellides de su madre, es decir, Minetti Rodríguez. El poeta tuvo la expresa voluntad de reconocer la paternidad, según se desprende del expediente por él mismo promovido ante el Juzgado Letrado Departamental de Primer Turno (hoy Cuarto) solicitando la designación de tutor para la niña como paso previo —entonces indispensable— al reconocimiento (Lº 5, Fº 75; archivo 276 de 1904), expediente retirado el 24/11/953 por el Dr. Lincoln Machado Ribas según autorización otorgada por auto 762. de 11 de febrero de 1953, y hasta ahora no devuelto. Como el reconocimiento no llegó a concretarse, María Eulalia Minetti Rodríguez promovió más tarde juicio de investigación de paternidad contra Julieta de la Fuente, ante el mismo Juzgado (Lº 10; Fº 443: archivo 1.189 de 1914); el Juez, Dr. Federico Carbonell y Vives, basándose en las resultancias del expediente de tutela referido y en los testimonios de Juan Picón Olaondo, Francisco Aratta y Francisco G. Vallarino, declaró a la niña hija natural del poeta y ordenó su inscripción en esos términos en el Registro Civil, según sentencia 8.780 de 6/IX/919.

[32] Julio Herrera y Reissig, "Poesías completas", cit., pág. 61; Julio Herrera y Reissig, "Poesías completas", ed. Aguilar, col. Crisol, Madrid, 1951, pág. 24.

[33] Mario Benedetti, "Genio y figura de José Enrique Rodó", Eudeba, Buenos Aires, 1966, págs. 61 y 83.

[34] Citado por Emir Rodríguez Monegal en "Rodó y algunos coetáneos", revista Número, Nos. 6, 7 y 8, Montevideo, 1950, pág. 308: "...si las hacemos representar todas nos matan".

[35] Su texto en Julio Herrera y Reissig, "Poesías completas", cit., pág. 575 ss.

[36] Flores Mora, op. cit., pág. 32, transcribe la publicación sin indicar nombre del diario ni fecha de la edición.

[37] Su texto, en parte, puede verse en Bula Píriz, "Julio Herrera y Reissig", cit., pág. 10.

[38] En Suplemento Dominical de "La Mañana", 22 de mayo de 1955, pág. 6.

[39] Ver capítulo segundo.

[40] Daniel Herrera Thode, "Aventando una leyenda" en "La Mañana", 29 de junio de 1948.

[41] Artículo citado, in fine.

[42] "La Razón", 14 de junio de 1898.

[43] Publicado por Juan José de Soiza Reilly en "La Revista Popular", Buenos Aires, 4 de marzo de 1918.

[44] "La Dictadura" apareció el 10 de enero de 1898 en el diario "La Libertad": "Ráfagas", el 19 de enero; "Gritos", el 21; "Esperanza", el 26; "Arriba", el 4 de febrero; "Indiscretas", el 8 de febrero; y "A la que me odia", el 9; todos, en "La Libertad". En ninguna de las "Obras Completas" del poeta se recoge su texto.

[45] Roberto Ibáñez, "Historia de la Torre", cit.

[46] ídem.

[47] Revista Nacional, Montevideo, marzo de 1943, pág. 430.

[48] Emir Rodríguez Monegal, "La generación del 900", en "Número" cit., pág. 53.

[49] Sobre el punto, "Número", cit., págs. 293 y sigs.

[50] Roberto Ibáñez, "Historia de la Torre", cit.

[51] De 30 de junio de 1904.

[52] Véase capítulo V, 87 ss.

[53] "Caras y Caretas", Buenos Aires, 10/1/907, "Los martirios de un poeta aristócrata".

[54] Roberto Bula Píriz, "Julio Herrera y Reissig", cit. página 32.

[55] José Pereira Rodríguez, en "De la Revista a la Nueva Atlántida", anota que, entre les colaboradores, no figuran ni José Enrique Rodó, ni Eduardo Acevedo Díaz (en "Número", cit., pág. 294).

[56] Bula Píriz, "Julio Herrera y Reissig", cit., pág. 43.

[57] "El Día" de 21 de julio de 1899, cit. por Bula en cp. cit., pág. 43.

[58] Flores Mora, op. cit., pág. 42.

[59] Bula Píriz, "Julio Herrera y Reissig", cit., pág. 19.

[60] Por ejemplo, Capítulo Oriental, cit., pág. 196.

[61] Roberto Ibáñez, "Historia de la Torre", en "Marcha" cit.

[62] Tipografía "L'Italia al Plata", según "Poesías Completas", cit., pág. 50, nota

[63] Zuñí Felde, op. cit., pág. 267.

[64] Cita Ibáñez, en "Historia de la Torre" cit.: "...la Torre de los Panoramas, últimamente lanzada por el dics que la habita: Julio Herrera y Reissig..." (hoja suelta, marzo de 1903, interviú a Roberto de las Carreras).

[65] Por ejemplo, Bula Píriz, "Julio Herrera y Reissig", cit., págs. 26, 37 y 38 al 42; Zum Felde, op. cit., págs. 271 y ss; Roberto Ibáñez, "Historia de la Torre" y "La Torre de los Panoramas", cits.; etc.

[66] "La Democracia", Montevideo, 19 de abril de 1906.

[67] Roberto Ibañez, "La Torre de los Panoramas", cit.

[68] Julio Herrera y Reissig, "Poesías completas", cit. pág. 65.

[69] Otros ubican el hecho en febrero de 1904 (Magda Olivieri, op. cit., pág. 199), o en el invierno de ese mismo año (Flores Mora, op. cit., pág. 61).

[70] Julieta de la Fuente murió el 13 de febrero de 1974.

[71] La familia de Herrera aceptó sin gusto las relaciones: Herminia Herrera y Reissig, hermana del poeta, siempre se refirió a ella con manifiesto desdén.

[72] Siempre según datos verbales de Herminia, las famosas sonatas que Julieta interpretaba en el piano eran simples escalas que Herrera, ya avanzada su enfermedad, recibía como lo que le decían.

[73] Véase capítulo V, 109 y sig.

[74] Zum Felde, en prólogo a "Obras poéticas", de Julio Herrera y Reissig, col. de Clásicos Uruguayos, Montevideo, 1966, XXII.

[75] Olivieri, op. cit., pág. 199; Flores Mora, op. cít., página 64; Zum Felde, "Proceso..." cit, pág. 272.

[76] "Julio Herrera y Reissig", cit., pág. 29.

[77] El Partido Nacional, acaudillado por Aparicio Saravia, se levantó en armas contra el gobierno constitucional de José Batlle y Ordóñez, electo en 1903 como sucesor de Cuestas.

[78] Firmada el 24 de setiembre de 1904.

[79] "Julio Herrera y Reissig", cit., pág. 35.

[80] Clara Silva, "Herrera y Reissig", en suplemento extraordinario de 'El País', sin fecha pero de 5/VI/975, pág. 7.

[81] César Miranda reprocharía con razón a Rodó, autor del proyecto, y al Parlamento que lo aprobó, por la ley que pensionara a Florencio Sánchez, en 1908, y no a Herrera, en su viaje por Europa ("Número", cit., págs. 307 y 333 y sigs.).

[82] Publicada en "Ideas y figuras" el 30 de marzo de 1910, es decir, doce días después de su muerte.

[83] En una composición en prosa titulada "Onda azul".

[84] "Número", cit., págs. 323 y ss.

[85] En "Noche blanca", publicada nada menos que en el primer número de "La Revista", es decir en agosto de 1899.

[86] Amado Alonso, "Poesía y estilo de Pablo Neruda", Buenos Aires, 1940, págs. 173 - 174.

[87] Conf. Ibáñez, 'La Torre de los Panoramas", cit., José Pereira Rodríguez, "De la revista a la Nueva Atlántida", en "Número", cit., pág. 296.

[88] Emir Rodríguez Monegal, "Rodó y algunos coetáneos" en "Número", cit., pág. 303.

[89] Zum Felde, "Proceso intelectual del Uruguay", cit., página 272.

[90] Bula Píriz, "Julio Herrera y Reissig", cit., pág. 46.

[91] Roberto Ibáñez, "La Torre de los Panoramas", cit.

[92] La casa de la familia de la Fuente se encontraba ubicada en la calle Buenos Aires N1? 124, entre las de Zabala y Alzáibar.

[93] Se trata del gato que aparece en sus faldas en la última fotografía que se le conoce, nacido diez días después de su matrimonio, y muerto el 1º de marzo de 1910, es decir, 18 días antes que el poeta. Herrera le había dado el nombre de Holofernes, uno de los generales de Nabucodonosor, decapitado por Judit durante el sitio de Betulia (Judit, 2-4, 13-8 y corres.).

[94] Su primer contacto con el espiritismo fue, en 1906, a través de la "Ipotesi Spiritica", de William Crookes ("Obras completas" cit., pág. 78); lo mantuvo, más tarde, con la lectura de una revista francesa, "Julie", destinada al tema (Flores Mora, M., página 77).

[95] "El Fogón" Nº 485, de 30 de agosto de 1909; citado por Y. Pino Saavedra en "La personalidad de Julio Herrera y Reissig" en "Antología Lírica de Julio Herrera y Reissig', Bibl. América, ed. Ercilla, Santiago de Chile, 1942.

[96] Julio Herrera y Reissig, "Poesías completas", cit pág. 88.

[97] Estudio preliminar a "Páginas escogidas", de Julio Herrera y Reissig, cit., pág. 41.

[98] No corresponde indicar fuente para la consulta del texto, desde que puede localizarse prácticamente en cualquiera de las biografías comunes del poeta.

[99] Por ejemplo: Carlos Martínez Moreno, "Montevideo en la literatura y el arte", ed. "Nuestra Tierra", Montevideo, pág. 17.

[100] A. Zum Felde, "Crítica de la literatura uruguaya", Maximino García, Montevideo, 1921, págs. 204 ss.

[101] Su actitud, en efecto, se correspondía puntualmente con la que habían asumido el propio Herrera, y más aún su admirado de las Carreras.

[102] V. "Poesías completas", Crisol, Aguilar, cit., pág. 29; Guillermo de Torre, prólogo a "Poesías Completas", ed. Losada, Buenos Aires, 1942, pág. 13, etc.

[103] Número correspondiente al 19 de marzo de 1910, es decir, al mismo día de la inhumación del poeta.

[104] "Número", cit., pág. 303, transcripción parcial de la carta a Manuel Díaz Rodríguez.

[105] Decreto - ley Nº 10.393, de 13 de febrero de 1943, firmado por Baldomir y Cyro Ciambruno.

[106] Lauxar (Osvaldo Crispo Acosta), Motivos de crítica, Palacio del Libro, Montevideo, 1929, pág. 141.

Raúl Blengio Brito
Herrera y Reissig: del modernismo a la vanguardia

Universidad de la República
División Publicaciones y Ediciones
Montevideo – Año 1978

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