Una muerte mía |
Sorpresivamente, su figura se dibujó en la esquina y yo la miré. Traía el paso rápido de siempre y su cara no decía lo de todos los días, por eso me detuve a esperarla. Cuando estuvo lo suficientemente cerca me dijo lo que mi corazón no esperaba: "Raquel ha muerto". Miré el reloj, eran las nueve horas y treinta y cinco minutos, exactamente de mi muerte. Y luz y sombra se acercaron. Comencé a ordenar los recuerdos de mi amiga meticulosamente en mi memoria desde el día que la conocí, cuando teníamos quince años hasta hoy, para que se convirtieran en eternos. |
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