María |
Apretó por primera vez, la fibra en sus manos, de color negro. Sus manos la siguieron apretando hasta que ésta se hundió en el papel. Detuvo su mirada en la letra, a punto de aparecer. Sus dedos temblaban. Sus ojos tenían solamente un montón de lágrimas. Este cartel iba a ser su compañía y comenzó a escribir. Yo soy española … Sus manos tenían la cantidad de arrugas para no poder contarse, de ropa lavada, de pisos de mosaicos lustrosos, de escobas de paja gastadas de tanto ir y venir hasta conocer de memoria cada rincón y cada escalón que subía y bajaba. Las lágrimas se perdían en cada arruga para no encontrarse más. Se perdían con los recuerdos de su tierra a los veinte años. Soy española, vine a trabajar a este país que me robó … escribía y seguía perdiendo lágrimas. Vino sola y estaba sola. A las cinco de la tarde se reunían para marchar todos juntos. En su vida se imaginó que saldría a la calle, apretando el cartel bajo su brazo, contando su historia… A las ocho, sentía frío en los huesos y coraje. Eran su única compañía. Eran más de treinta ahorristas. Pasadas las nueve de la noche decidieron ingresar por sorpresa a la sede Central del Banco. Buscó una ventana, que daba a la calle principal y allí quedaron, colgados de la ventana, sus sesenta y ocho años. El frío seguía siendo frío. La noche avanzaba, el hambre y el frío también. La ocupación del Banco por los ahorristas estafados del Banco de Crédito se había concretado hacía cinco horas. Los medios de comunicación se acercaban para obtener las primeras noticias. María seguía en la ventana con el cartel. Sus manos, inmóviles por el frío, no lo abandonaban. Aquí estaba su historia, sus cuarenta y tantos años de sueños y hoy, su desesperación. Se los habían robado, igual que a sus ahorros. A la medianoche, se esperaba la intervención de la Policía para desalojar a los ahorristas. María esperó para contar su historia. Apretaba el cartel, con las dos manos, la tinta de la fibra se corría sin entender cada palabra, el frío la acompañaba mucho. Caminaba, observando su paso. El cartón ya no podía contar la historia. María caminaba, alejándose. Un oficial de Policía la sacó de la ventana. |
Graciela Blanco
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