A medias |
Se había sentado frente al escritorio de la Escribana en una silla de madera dura que contribuía a que su espalda se mantuviera bien erguida. La Sra. Escribana se sabía de memoria su historia. Esa tarde habían decidido, después de mirarse, hablar poco, solamente intercambiar el saludo de costumbre. |
A María Francisca no le quedaba una sonrisa más. Sus labios seguían en el mismo lugar que al principio de la reunión. La mano derecha ni siquiera intentó sostener la izquierda cuando se puso de pie. Avanzó con la orden que se le daba, separó el dedo pulgar de los otros cuatro y éstos se estiraron para adelantarse. Su mano giró rápidamente sobre sí misma hasta quedar su palma hacia arriba. María Francisca se había detenido a mirarla y sus ojos no podían mirar otra cosa, en ese instante. |
Graciela Blanco
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