Misiones, tierra de misterio. Sus ruinas jesuitas me impresionaron mucho. Pero hay algo que se imprimió en mi corazón: la casa de Horacio Quiroga.
Enclavada en un bosque donde hay todos los árboles que uno pueda imaginar, pájaros, yaguaretés; y alguna que otra cierva con su cría.
Me sentí atrapada.
Al fondo se ve el Paraná.
La casa no es grande, pero desde que entré, supe el gran misterio de la vida del escritor.
Su moto, que enloquecía a Misiones. La máquina de escribir, su machete, su rifle. En cada cosa vi su personalidad...
Me sentí bien, no atemorizada. Vi la inmensa soledad en la que vivió y cómo se acompañó con pequeñas cosas que llenaban su vida atormentada y misteriosa.
Misiones, "Ella" no la conocía. No sabía de sus calles, de su selva. Llegó feliz. Se había casado. Todo era amor y esperanza: las caminatas por el bosque hasta el río Paraná. Los pájaros, los animalitos que habían, los paseos en moto a las dos de la tarde. ¡Todo le gustaba!
Hasta que las cosas cambiaron. Él le hizo compartir sus gustos por la taxidermia. Atrapar víboras y ponerlas en el serpentario. Y días y noches en las que él escribía, o iba a cazar y ella se encontraba sola.
El misterio de Misiones, pese a que sentía la presencia de su esposo, no la ayudó...
No pudo soportarlo. |