El cumpleaños de Elvira Laura Bissio |
En
la oficina nadie se acordó. Están demasiado ocupados con la ley de
presupuesto y la justificación de las partidas adicionales. Elvira
comprende, además, tampoco se acordaron el año pasado. De
tardecita llega a su casa donde nadie la espera. Como cada día, deja la
cartera y el saco en el placard junto a la entrada y de camino al baño
prende la tele. Revisa el contestador, tiene tres mensajes: -
Hola, hermanita, ¡cincuenta pirulos! ¡que los cumplas muy feliz! Paso
a darte un beso mañana o pasado, porque el Beto está con fiebre. ¡Besos! -
¡Felicidades, señora Elvira! Clarita Peinados le obsequia un baño de
crema en su próxima visita. -
Elvirita, acá Sonia. ¡Feliz cumpleaños! Te llamo el sábado para ir
juntas al cine. ¡Besote! Se
saca la ropa del trabajo, se pone una bata y pantuflas y se desmorona en
el sillón del living a ver el informativo. Cuando llegan las noticias
deportivas cambia de canal sin buscar nada en particular. Le llama la
atención un joven chef que detalla los ingredientes para un pollo a la
sidra. -
¡Estaría bueno! … un pollito… – piensa entusiasmada - ¡con
sidra! ¿no quedará mejor con champán? La
cámara muestra un primer plano de unas manos cortando dos puerros en
rodajas finas. Ella observa los dedos largos, muy blancos, las uñas
prolijas, la suavidad de los movimientos, la destreza en el manejo de la
cuchilla. Una
voz profunda, muy varonil, con acento madrileño, explica que se deben
rehogar los puerros en dos cucharadas de aceite de oliva bien caliente y
cubrir con media botella de sidra. Ella
se endereza en el sillón para atender mejor. Ahora
la imagen abarca la mesa, donde el chef sala un pollo trozado. Sus manos
van y vienen sobre la piel rugosa. Elvira se ríe viendo el vaivén
acompasado del gorro blanco y muy alto, del que apenas asoman unos rulos
negros. Cuando el joven mira a la cámara, ella se sorprende de
encontrarse con unos ojos claros, en los que le parece descubrir un aire
de ternura. -
Debería ir a buscar lápiz y papel, pero ¿y si me pierdo algo? En
la pantalla se ve una cacerola en la que se fríe el pollo con una
cebolla picada, dos hojas de laurel, una ramita de tomillo y una pizca
de pimienta. La mente de Elvira reproduce los aromas y sabores de las
especias, mientras mira los trozos del ave dorándose. Sus sentidos se
exaltan. El
chef agrega la preparación de los puerros a la cacerola y añade el
resto de la sidra. Lleva una cuchara a su boca para comprobar la
cantidad de sal, y la cámara toma un acercamiento a los labios finos
que se separan y la lengua que los humedece después de saborear el líquido.
Una amplia sonrisa indica que todo está en su punto y revela una
dentadura perfecta. Ella
se muerde los labios, ya no está escuchando la receta. Fija su mirada
en aquella boca sensual y añora los besos de amor que apenas recuerda. La
imagen vuelve a la cazuela, la voz del joven aconseja cocinar tapado y a
fuego lento unos treinta minutos. Al
final del programa se muestra el plato servido en una fuente, con arroz
blanco como acompañamiento. El chef se despide con un guiño y adorna
su creación con una ramita de perejil. Elvira
apaga el televisor. Está tensa, acalorada. Se queda unos minutos
recostada en el sillón inmóvil, como ensoñando, con los muslos
apretados. Sin
ninguna prisa, camina hacia el baño, se desviste y se ducha. El roce
del agua tibia es muy agradable. Recorre su cuerpo a conciencia, despertándolo,
acariciándolo. Mientras
se seca, se mira desnuda en el espejo: ¿desde cuándo no lo hace? Más
tarde, otra vez en bata y pantuflas, llama al bar y ordena una pizza. Se
acomoda en el sillón, pero al tomar el control remoto cambia de idea. Vuelve
al dormitorio, se prueba el vestido negro escotado y entallado que
encuentra en el fondo del ropero: todavía le queda bien y eso la
reconforta.
Busca un par de medias negras y los zapatos de taco. En el botiquín
del baño todavía queda un resto de sombra de ojos y un rimel que no
está del todo seco. Completa la obra con un lápiz de labios bien rojo. Toma un taxi hasta la Plaza Independencia. Frente a la puerta de la Ciudadela, Elvira mira la hora: 23:45 y piensa que todavía está a tiempo de festejar su cumpleaños. Camina hacia la Ciudad Vieja, entra a un pub, y pide una botella de champán. |
Laura Bissio
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