Un sueño americano |
-Señor Presidente: usted disculpará, seguramente, que yo venga a importunarlo con este asunto tan enredado. Pero estoy seguro que, una vez que le explique la esencia de lo que me trae, podrá entender mi ansiedad. Me llamo, como le anuncié, Bernardo Kapler. Nací en este país, en Toledo Chico, de padres alemanes, y tuve educación religiosa protestante, según los ritos antiguos. Soy investigador vocacional. Mi especialidad es la Historia, y me recibí con todos los títulos oficiales, pero no ejerzo más que de a ratos- usted sabe de la falta de vacantes- así que me gano la vida con un taller de soldadura Acabo de terminar una investigación y ése es el motivo de mi visita y del largo camino para conseguirla. Usted no se imagina: encontré un tesoro. Sí: algo increíble y difícil de contar, de manera que le pido un poco de paciencia. Es algo grandioso. Y todo por una letra, ya va a ver y se repantigaba en el sillón, haciendo flamear una sonrisa permanente, y se volvía a desacomodar, y tosía y acariciaba un portafolios de cuarenta años atrás. Todo comenzó cuando leí en la prensa que alguien encontró en el estuario las evidencias de un galeón naufragado, el "Nuestra Señora de la Santísima Trinidad". Lo recuerda, claro. Hará de ésto unos tres meses. Pero- mire usted- quién se iba a imaginar: yo lo tenía perdido en los recuerdos. Mi padre me había hablado de ésto cuando yo era apenas un niño, pero cómo iba yo a suponer. Siempre creí que era fruto de su imaginación, pura fantasía. Vea: él mismo no estaba seguro que fuera como él decía. Pero no quiero adelantarme: quiero que me entienda debidamente y volvía a agitarse, cambiando de posición una y otra vez, cruzando y descruzando las piernas, hasta que decidió, por un momento, dejar el portafolios sobre el piso, después que ya se le había caído por dos veces del posabrazos, donde había intentado depositarlo. Lo que son las casualidades: dos días después de la noticia del descubrimiento del galeón, leo que había fallecido- de pura vejez- el pastor Mattheus Hönecker, polígrafo y políglota, que fue mi profesor de lenguas, y si no hubiera leído ésto, no hubiera hecho la asociación de ideas necesaria. Usted pensará y se preguntará qué relación tendrá ésto con aquello, pero le pido un poco más de paciencia- y aquí fue que hizo un gesto de mostrar las palmas de las manos como si quisiera contener algún ímpetu del Presidente, que empezaba a sentir una cierta transpiración en las sienes. Sabrá usted que las antiguas colonias luteranas ortodoxas tenían como suprema jerarquía un Padre Espiritual, con atribuciones de Consejero, Escribano, Juez, Bibliotecario, confidente, profesor y Censor, todo en uno, cargo éste que se desempeña de por vida y se elige por voto secreto cargo a de las familias más poderosas y de prácticas más puritanas. El nuevo Pastor elegido hereda del fallecido toda la documentación de la colonia, que es como decir: su historia, en cartas, certificados y títulos de propiedad. Tal vez esa función ya no sea importante ni estricta, pero en aquellos años, cuando el país no tenía una organización jurídica y política para el caso, sí lo era. Y como mi padre era allegado al Consejero Hönecker fue que llegó a enterarse de aquello, tan ligado a la Colonia y tal vez lo contó en la sobremesa o quizá fue que lo contó al costado de mi cama de niño para hacerme dormir o para excitar mi imaginación. -Jm. Sí- carraspeó, inquieto, el Presidente-. -Y ahora, partiendo de los dichos de mi padre, busqué en esos libros de la vieja colonia hasta que encontré el fundamento real y verificable de aquellas fantasías y ahora ya estaba sentado en la punta del sofá, sin advertir que el portafolios se inclinaba suave y silenciosamente de espaldas, hasta caer como dormido, sólo percibido por el Presidente con rápidas miradas de soslayo. Sucede que el viejo pastor Hönecker, en su biblioteca invalorable, guardaba cartas enviadas acá, a la colonia alemana de entonces, por alguien que sería pasajero en el último viaje del "Nuestra Señora de la Santísima Trinidad", cuyos restos encontraron en el estuario hace tres meses. ¿Se da cuenta?- y volvió a sentarse en el borde del sillón y volvió a recoger el portafolios que ya se le había entrecaído varias veces-. Como supondrá, me dispuse a una investigación exhaustiva, le encargué a un ex compañero de colegio- hoy escribano- que viajó por placer a Cartagena de Indias, que me averigüara unos datos, y con eso y la respuesta a muchas cartas- y horas de estudio- es que le puedo contar ésto. ¿Está listo?. Kapler se aclaró la garganta y se ajustó los lentes de diseño antiguo. -Sé positivamente que ese galeón fue construido en 1762, con las mejores maderas, por cuenta de don Félix García de la Huerta- piadoso gentil y hombre de fortuna en ascenso, por ese entonces-, entonces para carga y sólo eventualmente pasaje. Era un navío de tres mástiles, de sólida arboladura, que recogía, en su concepción, algo de la vieja escuela de casco ancho y bancada alta, que se afinaba hacia la borda para evitar ser tumbado por el oleaje de la alta mar. El ensamblaje le cupo al Maestro Lucca de Lurmo, artesano de la escuela genovesa. El mascarón- bendito por tres arciprestes, uno por cada una de las zonas de donde provenía la madera del barco- representaba a Nuestra Señora en actitud de cortar las aguas para favorecer la navegación; y fue cincelado por el cordobés Miguel de Enjófar, exquisito artífice. Tenía- el "Nuestra Señora"- ciento treinta y seis metros de eslora por veinticuatro de manga; el castillo de popa se ejecutó algo más saliente y encristalado, a la usanza flamenca u holandesa, y en el bauprés- con fina terminación de ebanista- se le había inscrito una oración consagrada para conjurar a los demonios del mar, atribuida a Quinto Marsilio, después llamado San Porfirio, un santo monje benedictino del siglo sexto. Su primer capitán fue don Lorenzo Gómez de Sosa, que falleció en 1773, víctima de escorbuto, a tres días que le faltaban para llegar a Madagascar. A su nueva partida, el mando le fue confiado a don Martín del Soto y Lucerna, marino de escuela. Pero todo ésto no es lo verdaderamente importante. No. Sucede que ese galeón llevaba- en éste su impensado último viaje- un tesoro inimaginable. Le pido que- por favor- me tenga un poco más de paciencia- -Adelante, cómo no: lo escucho, por favor. Así que un tesoro y, por debajo del escritorio, se sacó los zapatos y estiró los dedos de los pies, y estiró las piernas . El señor Presidente |
por qué a mí. Me tenía que pasar ésto a mí. Cómo. Pero cómo. Será posible. Cómo le explico yo a este majadero. Cómo hago. No puedo. Y entonces. Esto es culpa de Bazán. Me cago en él y sus ideas. Cómo salgo yo ahora de ésta. Ah, no: que venga él y dé la cara. Que le hable, que le diga. Puta digo: lo que me faltaba. Tenía poco con lo que tengo y encima, ésto. Bazán, la puta que te parió |
apoyó los codos en los posabrazos del sillón y cruzó los dedos sobre el vientre, recostándose en el respaldo. -Un tesoro, sí, pero espere que le cuento. El pasajero que escribió aquellas cartas- el pastor Hönecker las guardaba en un libro impío, la Filosofía Elemental, de don Jaime Balmes, en una edición de Rosa y Bouret de 1858, porque, dudando de la esencia de las cartas que le detallo, había subrayado la segunda línea del capítulo I, que recordaba la frase de San Agustín Verum est id quod est - la verdad es lo que es-, y también más adelante: la verdad en la cosa es la cosa misma -, era el profesor Otto Mux. Por si no oyó hablar de él, el profesor Mux fue un filólogo educado en Leipzig, que se adelantó a su tiempo. Era una eminencia, pero lamentablemente ignorado por la ceguera de los plumíferos ramplones que no estaba a su altura, de los científicos de pacotilla: una injusticia. Mire: viajó a Asia Menor a su propio costo- a los diecisiete años traducía a Homero sin vacilar, estudiaba textos comparados en sus idiomas originales para separar la leyenda de lo científico, y terminó malvendiendo todas sus pertenencias para poder buscar dondequiera que fuese-, y encontró- ah, qué momento de gloria-: lo encontró. Pero, ya le cuento. Sólo le pido un momento más de paciencia. Le dije o no- ya no recuerdo- que el profesor era un estudioso: pormenorizado, prolijo y minucioso. Y fíjese: qué cosa: leyendo los textos griegos, encontró un error: una letra cuyo trazo manual original presentaba un dibujo atípico, un detalle, al fin, y que fue tomada por los traductores en su sentido aparente o en el sentido que a los traductores más sencillo se les hacía o que se cotejaba o compadecía con lo que ellos buenamente suponían de lo que creían saber del griego y sus manuscritos, y la palabra así tomada equivalía a "el caballo que abre la marcha", vinculada con la noción de "madera" y en cuya raíz, además, estaba implícito el parentesco con la idea de "hueco", por lo que, tan conformes, tradujeron así, y así perdura hasta nuestros tristes días. Pero no. El profesor Mux no creía en las simples apariencias y su genio imaginativo- vea: estudió hasta en los códices restringidos, testimonio fiel de la tradición oral, y lo cotejó con los mismos términos similares del jonio limítrofe- le hizo darse cuenta que la letra atípicamente dibujada era en realidad influencia de las voces persas que traía el tráfico marítimo y al cotejarla con los otros idiomas y dialectos contemporáneos descubrió que en realidad se trataba de otra letra, distinta de la que adivinaban los traductores. ¿Se da cuenta?: era un genio. Y con esa letra descubierta, la palabra, mestizada por el Mediterráneo de la época, imaginada, razonada, comparada, el sentido de la traducción pasó a ser "mascarón de proa en forma de cabeza de caballo". Y la fue a buscar. El Presidente descubrió picazones en la nalga, en los párpados, atrás de la oreja derecha y vagas sensaciones alucinatorias de temblor en los intestinos. El paisaje marino que él sabía que se oteaba por la ventana que daba al estuario lo incitaba a querer viajar, mágicamente por el aire, en busca de alivio y distensión, fuera y lejos de aquel escritorio opresor. -Ah, señor Presidente continuó aquel hombre de hablar infatigable, no se imagina: yo he leído cartas de aquella pobre mujer que fue Gertrude Stahl, quejándose amargamente porque el ilustre profesor- su marido- dilapidaba fortuna y dote detrás de su sueño, y verdaderamente se sabe que hipotecó casa y propiedades familiares- ubicadas en la Alta Sajonia- y alcanzó, puede decirse, la ruina total cuando ya tenía en la mano la victoria. Mire: llegó a escarbar hasta con las uñas, superó mil veces el desaliento por espacio de años, que debieron parecerle eternos, sólo, en una tienda de campaña, comiendo poco o nada y recibiendo reproches y denuestos a las cartas de afecto que enviaba a su familia. Pero lo encontró. En una colina de la Grecia Jónica, cerca del estrecho que conducía a la vieja Cólquide, en las ruinas de lo que seguramente fue Troya, pero lejos de lo que apreciaron encontrar otros empresarios muchos años más tarde, el profesor desenterró la Cabeza del Caballo. |
y yo que tengo una reunión dentro de quince minutos, tengo ganas fumar, de tomar algo fresco y este tipo parece que tiene cuerda para rato; tengo ganar de orinar, tengo ganas de irme Bazán: la putísima madre que te parió |
-¿Se da cuenta?: el Caballo era una nave con mascarón y no un caballo hueco, una nave enorme y cerrada, porque: claro: ¿cómo iban a hacer aquellos argivos para construir un caballo gigantesco si solamente sabían construir naves- y destruir poblados-, si solamente eran un ejército de soldados que viajaron para poner sitio a una ciudad? ¿A quién de todos aquellos se le hubiera ocurrido hacer viajar a un escultor o a un artista para poder imitar, así fuera toscamente, la figura de un caballo? ¿De dónde iban a sacar tanta madera? ¿Quién o quiénes podrían ensamblar esa estructura y que todo aquello escapara a la vista de los centinelas de la ciudad sitiada? ¿Lo vé?: eran un pueblo de piratas atrás de un botín de guerra, especialistas en las armas y dispuestos a morir por la gloria en el combate. Así hubieran tenido delante el mejor caballo no hubieran sabido cómo hacer para tallarlo en madera o en cualquier otro material. Pero constructores navales, sí, porque hacía trescientos años que cruzaban el Mediterráneo navegando. Había que cambiar todos los textos. Mux había desentrañado la última y secreta metáfora de Homero: el Caballo de Troya era un navío, un barco; de la bodega de esa nave salieron los griegos de Ulises- poéticamente: del vientre del Caballo- para matar a los guardias de la brecha del muro y terminar con la destrucción de Troya. El profesor Mux- Gloria a él y a su eterna memoria-, la encontró en el año de gracia de 1789, y volvió con ella a su país. Pero no le creyeron. Y con el fin de recomponer su fortuna, a instancias de su mujer- esa pobre burguesa empobrecida- venía al Río de la Plata. Y también con la secreta intención- así lo consigna en sus cartas- de llevar al libro su tesis y su descubrimiento, no por lucro sino por justicia a su talento. Había reservado epistolarmente los derechos sobre una chacra de Canelones, no muy alejada de Montevideo, ambiente bucólico proclive a la concepción de la obra. Todo está escrito. Embarcó en Marsella, en el "Nuestra Señora...", acosado por sus acreedores, y así llegó al Plata. Pero una tormenta tumbó al barco- por Santa Rosa, a fines de agosto de 1791: el viento quebró el mástil: así dijeron algunos pocos sobrevivientes-, el oleaje la empujó contra las rocas entre la Isla de Flores y la costa de Carrasco, se escoró la "Trinidad", el agua anegó la sentina, la corriente la siguió arrastrando mientras una parte de la arboladura se iba desguazando, y nadie en la costa, que estaba ya a la vista, vió siquiera algún punto de referencia para poder encontrar el lugar de los restos del naufragio. Y allí permaneció hasta ahora. |
/y yo que me quiero ir |
-Pero- vea continuó torrencialmente el visitante: le traje el diseño de la "Trinidad", sacado de la Real Escuela de Navegación, confrontado, además, con el esquema existente en el Indice General de la Marina Española de Su Majestad, edición oficial de 1786.¿Vé?: ésta es la disposición general del barco, el sistema de bodegas, éste es el pañol general, la cabina de mando, el alojamiento del capitán; al lado, la del primer oficial; acá la tripulación, y acá, en el pequeño castillo de proa, bajo cubierta, frente a lo que los ingleses llaman el "lower hall", la bodega baja, junto al pañol y protegido por la proa y el bauprés, está el único alojamiento previsto para pasajeros. Está ahí. Quizás está enredado con las drizas, las jarcias y los obenques-: el peso del agua puede haber violentado la pared que separa la cámara del pañol- quizás aprisionados por algún objeto, algún rollo de cuerdas, o barril de alquitrán que haya entorpecido la apertura de la puerta de salida al pasillo o tal vez por la premura del profesor de proteger la Cabeza, que llevaba- como un barco adentro de otro- en su equipaje personal. La "Trinidad" fue encontrada hace unos tres meses- recordará que los buscadores sacaron una plancha de metal con el nombre grabado, que no me explico de dónde puede ser-, y yo vengo a pedirle en nombre del talento de un hombre genial e incomprendido y frustrado que excluya esa Cabeza del botín de los buscadores, que la ampare como Patrimonio Histórico de la Humanidad, que la rescate para el mundo histórico y artístico, para eterna memoria de su malogrado descubridor. Esa Cabeza tiene- usted me entiende, ahora- una dimensión dos veces humana. -Lo que me plantea es fantástico- contestó el Presidente-. Veré qué puedo hacer.
-Bazán: la puta que te parió. Mirá el problema que tenemos- dijo amablemente el Presidente, y a continuación puso al tanto a su Mano Derecha de lo conversado con Kapler-. Qué me decís, ahora. Transcurrió un lento espacio de tiempo en silencio. -Presidente- Bazán se ajustó los lentes-: vamos a analizarlo: usted sabe que ésto de los galeones encallados forma parte del Plan de Alto Turismo. Es el Pilar Fundamental del Plan General de Gobierno. Y Usted estuvo de acuerdo, desde un principio. Europeos, yanquis, brasileños, dictadorzuelos varios, hasta animadores de tevé argentinos: todos han venido a buscar Su barco, Su galeón, pagando al Estado tributos permisarios suculentos. No habría Presupuesto Nacional sin esas entradas: éso lo sabe bien. La biblioteca de mapas apócrifos funciona al más alto nivel, con la más alta tecnología. Los galeones tipo siglo diecisiete o dieciocho, salidos del astillero viejo de Carmelo, merecieron medallas y diplomas de los entendidos de todos el mundo. Tan perfectos que desalentaron a los imitadores del Primer Mundo. Resisten exámenes rigurosos de los especialistas, como ya lo pudo comprobar. Tiene claro, creo, que todo lo que contienen esos galeones, fragatas o como quiera que se llamen- piezas del barco, herramientas, vestidos, calzados, instrumentos, bitácora, utensilios de la época-, está hecho acá, y sabiamente envejecidos por los anticuarios que sacamos de falsificar porquerías en la feria de Tristán Narvaja y los lanzamos a la Gran Industria Nacional. Sabe, también que hasta tomamos la previsión de que los nombres de los barcos son tomados de los Registros de Navíos españoles, para fortalecer la ilusión. En fin: todo ésto que plantea es difícil y muy delicado porque no se puede arriesgar toda esta estructura por un pedazo de madera. Bien sabe usted que este Plan es parte importantísima en la tarea de pacificación del país: hicimos del Turismo la principal industria nacional e incrementamos el volumen de divisas, ocupamos mano de obra a un nivel que no se conocía en el país desde la década del cincuenta y encontramos un área mágica donde los paros sindicales no se producen porque hay productividad creciente y permanente, y todo eso da trabajo a todos. Pero algún riesgo tenía que haber. De todas maneras y aquí fue que se paró y caminó unos pasos con las manos en los bolsillos del pantalón, esquivando la mesa ratona y buscando el panorama del ventanal que daba a la Rambla Sur vamos a buscar una solución. -Además urgió el Presidente que seguía pensando en sus propias cosas, como si el otro no hubiera estado hablando y contestando sus propias y presidenciales inquietudes hay que evitar a todo trance que este hombre hable con los buscadores- porque todos los genios tienen algo de orates y vos no escapás a la regla-: el plano de este tipo Kapler no tiene nada que ver con el que figura en Carmelo. Hice un pedido urgente de informes y quedé- te podrás imaginar- al borde del infarto. La Sección Planos Viejos- o sea Tu Area Específica, Bazán- copió mal y con el nombre de "Trinidad" hicieron fabricar, desaprensivamente, un barco inglés, que tiene una disposición completamente distinta, porque no era un barco de carga sino un barco negrero, al que adaptaron para carga general, mucho tiempo después. Además, el barco original jamás en su vida se arrimó a esta zona y por tanto, tampoco está encallado acá: se llamaba y acá fue que leyó en un papel que llevaba en el bolsillo del saco: "The Duchesse of Samara" y se perdió en el Cabo Verde en 1840. Nada que ver, ¿te das cuenta? Los que busquen según el plano español no van a encontrar ni el cuarto de baño. Vos y los tuyos hicieron lo que se dice una reverenda cagada. Y yo tengo que darle explicaciones a un tipo que tiene todos los datos justos en la mano y que en cualquier momento va a salir a la prensa a tirar fuegos artificiales porque encontró un barquito que lo tiene loco y que tiene que estar ahí, donde él dice que debe estar, porque él sabe que tiene que estar ahí. Exactamente. Y no hay tiempo para construir otro, ni hay plata para encargarlo, y además, adentro, no hay cómo poner lo que él dice que tiene que haber – porque tampoco sabemos cómo es- y que seguramente el original debió tener, y que tiene que estar allá abajo quién sabe dónde, porque ya pusimos tres o cuatro barcos en el mismo punto, y lo que realmente había en el piso debe estar todo esparcido. Bazán consultó su Agenda y anotó algo con un gesto de contrariedad, hizo algunas llamadas por el celular, meditó un buen rato frente al ventanal iluminado con vista al río ancho y marrón que se extendía hasta el horizonte. Durante un buen rato los dos permanecieron en silencio y ello sin duda se debió a que el Presidente había cortado la comunicación de su teléfono personal. Después, Bazán giró en su sillón, con decisión, y enfrentó al Presidente. -Todo arreglado y se inclinó y apagó el cigarrillo con filtro que venía ignorando de a ratos, ya más tranquilo: le vamos a dar la cabeza ésa a Kapler y miró fijamente al Presidente como si estuviera aceptando un asado para el siguiente fin de semana . -Qué decís. -Cuando yo iba a Preparatorios me acuerdo que en la "Ilìada" hablaban de que los griegos de aquella época usaban madera de fresno o algo así. Aquí, de eso, no hay, y si hay, no sé dónde se consigue. Sabemos, en cambio que era madera dura: se la hacemos de curupay. Como no sabemos el tamaño, le damos un pedazo comido por el fuego, conseguimos una carta que diga que el barco se hundió después de un foco de incendio en la proa, la envejecemos por los entendidos, y le advertimos que no le haga hacer análisis porque después de tantos años en el agua, podría deshacerse. Un buen pedazo de madera negra. Ya está. Y se lo damos en un acto público, para toda la tevé y lo mandamos a los noticieros internacionales. Un reportaje extenso en el canal oficial, damos los hurras, y todo arreglado. -Bien Y el barco. -Deshecho. Podemos decir que otro naufragó justamente encima y lo terminó de deshacer. -Bien. Y si el pelotudo no muerde y lo quiere dar a publicidad, como piensa hacer. Bazán volvió a sentarse en el sillón mullido, se cruzó de piernas y con la mano libre en la otra ya tenía encendido otro cigarrillo se refregó los párpados. - Nadie le va a creer y miró al Presidente, dándole una idea de la determinación que debería tener. Pero además, tenemos que ser radicales. Los soñadores no pueden obstaculizar los buenos negocios. No tienen derecho. El mundo no es de ellos. El mundo es de los negocios. Si ese hombre sale a la prensa y se demuestra que la cabeza es falsa, entonces le echaremos la culpa al ilustre Profesor Lux o Flux o como quiera que se llame. Recordemos que en su propio país nadie le creía. Mire: total el tipo ya está muerto: como último recurso tendremos pronta una carta que diga que el profesor se hizo hacer una cabeza con algún artista callejero, en alguna escala del barco en Brasil. Y quién sabe si no fue así, realmente.
Lejos, en el horizonte, se veía llegar otro barco repleto de turistas. |
Hugo Bervejillo
De
"Un caballo en la ventana"
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