Un instante en el aire

poema de Amanda Berenguer

 

Tengo intereses descabellados, obsesiones mansas

que me siguen persistentes.
La noche y el sueño encienden la luz

de las secuencias.
A diario me encuentro con manías caseras:
tréboles de cuatro hojas (positivo)
estrellas fugaces (positivo, si tenés
tiempo de enviar un mensaje, cosa que no es fácil)
un gato negro cruzando la calle
por donde transitamos (negativo, no falla),
barrer de noche la casa (muy negativo),
pasar por debajo de andamios (malo,
por muchos motivos), un picaflor que se detiene
un instante en el aire y lo vemos (muy positivo),
el cascarudito de San Antonio sube por mis dedos
y vuela desde el extremo de la uña (positivo,
si pedís un deseo es mejor), la delgadísima luna
nueva cuando se la mira por primera vez (positivo,
pero hay que repetir tres veces una palabra abstracta -
aconsejo tenerla ya elegida). De noche

me persiguen las palabras, cuando estoy

dormida las repito y las repito, así una frase puede ser

esta misma - y me dura horas - o un trozo de verso

conocido: “lóbrega rosa”, lóbrega rosa - lóbrega - a veces

cada vez más suave y casi se apaga - y reaparece -

la lóbrega, la lóbrega, la loba grave,

grávida loba, la rosa - y me duermo, no sé.
También me obseden los perfumes. Un jazmín del Cabo

en mi mesita de luz no me deja pegar los ojos, es una

embriagadora alucinación que colma el espacio

que respiro. Y atención: una araña grande

en cualquier lugar de la casa me pone sobre ascuas

sin poder dejar de pensar en ella.
Me siguen obsesionando los genios locos, las matemáticas

en sí mismas. Y ¿dónde están los bordes de la apariencia?

En todos lados me hundo - pierdo pie - es portentoso.
Me atraen de manera especial las deducciones lógicas

infinitas hasta el vértigo y la locura.
Esas “muñecas rusas” - unas dentro de otras, cada vez más

chicas, o cada vez más grandes - sin final posible.
O ese pequeño espacio matemático que da ventaja a la

tortuga en la carrera entre ella y Aquiles, que aunque se

empequeñece tanto y tanto, la tortuga puede gloriarse con

“razón”
de que Aquiles el de los pies ligeros no puede

alcanzarla. De nuevo pierdo pie en ese lugar - siento

vértigo y caigo. ¿No han sentido ustedes alguna vez eso?

Eso que yo llamo “sentir lo inteligente”.
¡Hagan la prueba, por favor! Rehagan esa carrera

            que organizó Zenón
de Elea hace más de dos mil quinientos años.
¿Son obsesiones o qué? Se buscan encuentros

en otra dimensión.


Vamos a torcerle el cuello a la Esfinge -

con esta frase dándome vueltas en la cabeza

me desperté una noche a eso de las tres de la mañana

y cosa muy rara, mientras la repetía una y otra vez,

entredormida, “sabía” que detrás de ella había algo.

Entonces, para no olvidarme, por primera vez en mi vida,

me levanté de noche (cosa que no hago nunca

porque me asustan la sombra y el silencio de la casa)

y aunque escribo de día (más de mañana)

caminé hasta la mesa del comedor

y rápidamente apunté sobre una hoja cualquiera

esta especie de mandato que había recibido en sueños

para no olvidarme cuando despertara.
“Vamos a torcerle el cuello a la Esfinge” -

y tenía la impresión clara de que allí estaba germinando algo.

Luego me acosté y me dormí.
Al otro día, muy temprano, retomé la frase

- ya no sé en qué lugar -

y me puse a escribir largamente

ese texto que se llama La Estranguladora.                      

 

poema de Amanda Berenguer
De "La cuidadora del fuego"
 

 

Ver, además:

 

            Amanda Berenguer en Letras Uruguay

 

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