Cuente nomás |
Mire
que le dije a la Señora. Usted no tenga miedo. Siga insistiendo. Pero
ella, no se si por tímida o indecisa, se hacía la chancha
renga. Daba vueltas y vueltas a la cosa: No se, Pochita, a mi me
parece que no le intereso. Mirá que cuando nos cruzamos en el portal o
compartimos el ascensor, casi ni me habla. Yo le busco la conversación
pero él nada. Contesta con monosílabos, nada más. Sí… no… puede
ser… buenos días… buenas noches… muchas gracias… ¿Qué se yo! ¿Es
desesperante! Medio secote el caballero. Y
yo dale que dale. No señora Alicia, lo que pasa es que el Ingeniero
Inocencio Espiga es muy vergonzoso y muy serio pero es una buena persona.
Desde que enviudó, no mira a ninguna mujer. Siempre correcto y reservado.
Él la quería mucho a la finada, y eso que ella no le dio ningún hijo,
pero bueno… Como le digo, el Ingeniero jamás ha tenido ninguna otra
mujer en su casa desde que su señora esposa falleció hace ya cinco años.
Sólo le ví cometer una picardía aquella vez en su chalet de La Floresta
y no estoy segura qué pasó allí. La intención seguro que la tuvo
pero… Vaya una a saber. Porque no se si le dije que yo también limpio
su casa del balneario. Es una casita muy linda y agradable, con un
jardincito y unos pinos grandotes, justo en la rambla, cerca del arroyo y
frente a la playa. Fácil de limpiar, por suerte. Porque mire que se
ensucia cuando la gente vuelve de la playa, con las alpargatas y las
toallas llenas de arena. Allá va una detrás limpiando como una
desgraciada, pero ya no tengo edad para andar todo el día arrodillada,
pasando el trapo húmedo a los pisos y a los cuatro
rincones de la casa. ¡Aún así queda arena por todos lados y una
termina llevándosela en la ropa y mascándola hasta en la comida! ¡Es
una desgracia! Por eso no me gusta el verano. Ni por el calor, que a una
la deja empapada en sudor. Trabajando todo el día como una burra para que
los demás se diviertan. ¡Hay que ver, qué vida! Por
fortuna, el Ingeniero es distinto. Es una bellísima persona, muy
respetuoso y cuidadoso. Se limpia los pies antes de entrar con la manguera
del jardín y se ducha afuera también. Eso una lo nota y se lo agradece.
Incluso a las toallas las sacude y las cuelga afuera. Porque yo voy una
vez por semana, los lunes y sólo en verano. Como le digo, a él no le
gusta abusar del personal en estas cosas. Bueno,
pero sigo con el cuento. Allí, a La Floresta, que yo recuerde, llevó
mujeres una vez nada más. Y le salió el tiro por la culata, con perdón,
como se dice comúnmente. Porque las dos yeguitas que invitó aquel fin de
semana eran unas vivas, unas aprovechadoras que iban por su plata, ¡estoy
segura! Lo cierto es que estuvieron en el chalet, que es chiquito por
suerte, así no se ensucia tanto. Pasaron todo el sábado y el domingo, y
por algún motivo, no se fueron esa noche como tenían previsto. Así que
yo, que tenía que ir el lunes a limpiar, fui muy temprano y los encontré
a los tres en el comedor, desayunando. ¡Imagínese la sorpresa del señor
Ingeniero! ¡Pobre! Me dio lástima, no quería hacerle pasar un mal
rato… pero él reaccionó como un caballero. Aunque le cuento que me
parece que allí no pasó nada, al menos con él. Porque estaba con una
cara muy seria. Y las dos mujeres, que andarían por los treinta y pico
cada una, se reían entre ellas, contentas las muy bandidas. Tenían pinta
de secretarias o algo por el estilo. Para mi que se habían aprovechado de
la ingenuidad y soledad del Ingeniero. Pasaron un fin de semana de sol y
playa, quién sabe cuántos regalos le sacaron y seguro que hasta fueron a
timbear al casino de Atlántida
a costilla de él. Calculo por lo que oí mientras limpiaba, aunque me
hice la distraída y me ocupé de mis asuntos pero una no puede evitar
escuchar, ¿verdad? Porque sorda no soy… Conventillera tampoco, que
quede claro, pero bueno. Así le pude contar a la señora Alicia todo lo
que ví y oí... Para que no pensara que al Ingeniero no le interesan las
damas o que es medio raro. También para que supiera que se porta como un
señor con todas las mujeres, aunque sean una putitas de mala muerte. ¡Pobre
doña Alicia, cómo sufrió cuando le conté! Me dio lástima. Pero fue
con la mejor intención del mundo, para avisarle y asegurarle que allí en
La Floresta no había pasado nada. A
mi me vino bien que estuvieran todavía en el chalet aquel lunes, porque
así el Ingeniero se ofreció para traerme de vuelta a Montevideo y me
ahorré un boleto de ómnibus. Volvimos los dos solos, porque las tipas
esas tenían auto propio. ¡Una
vergüenza mire! Aunque una no la va de refinada pero tampoco tiene por qué
aguantar ciertas cosas. ¿No le parece? Fíjese que a la más bajita de
ellas le había venido el mes y
dejó un tapón de esos tirado bajo la cama. ¡Un asco! ¡Si se entera el
Ingeniero, la mata! Yo no comenté nada porque no me gusta ser chismosa
pero ganas no me faltaron… El Ingeniero no lo vio, por suerte. Él que
es tan prolijo y tan pulcro. Condones no había por ningún lado, así que
para mi, allí no pasó nada de nada… Es más, no imagino al Ingeniero
haciendo ese tipo de fiestas. Creo que una de las locas se coló, ¡la muy
atrevida! Las dos parecían ser bien amigas y… ¿quién sabe si no eran
algo más que eso? Una ve cada cosa hoy en día… Me
parece que el Ingeniero se sintió estafado y avergonzado porque nunca más,
que yo sepa, las volvió a invitar. Y a La Floresta no han ido más
mujeres. Eso se lo dije a doña Alicia, para que se quedara tranquila. Mire
que se lo repetía a la Señora, una y mil veces. ¡Le juro que el
Ingeniero es un santo! Y ella me decía: Mirá Pochita, vos tenés buenas
intenciones y un buen corazón pero ojo que algunas mujeres tienen muchas
mañas. Seducen, atrapan, sorprenden, generan pasiones y odios, y así
enamoran a los hombres, que son muy bobetas. Así me decía la Señora.
Siempre tan culta y educada. ¡Ay,
qué complicada que es la vida! Pero, bueno, yo le dije a doña Alicia que
siguiera insistiendo. Que no se preocupara, que algo iba a conseguir. El
que la sigue la consigue, como dice el gallego de la panadería “Dinastía”,
allí en Benito Blanco. Los que hacen esos bizcochos tan ricos. Buena
gente y muy generosos conmigo. Yo les hago la limpieza general una vez por
mes y siempre me regalan algo. ¡Uy, pero me desvío del tema! Soy
terrible. Es que con usted es tan agradable conversar… Bueno,
le repito que el Ingeniero es muy tímido, por eso no se lanzaba así nomás.
Claro, y ella está media desesperada por un hombre, desde que se divorció.
¡Pobre Señora, qué disgusto, qué desilusión! ¡Imagínese, después
de 45 años de casada y casi un año sin tener relaciones, oyendo todos
los días al marido quejarse que le duele la espalda, los riñones, la
pierna, qué se yo, y de repente descubrir que en el auto el muy
desgraciado lleva esas viagras y
una caja de condones! ¡Es horrible! Yo la entiendo y habría hecho lo
mismo. Ponerle las valijas en la puerta y echarlo a patadas de la casa es
poco. ¡Viejo verde de porquería! Anda medio bichoco
y quién sabe con qué jovencitas locas se está acostando… Pero
eso ya pasó y la Señora ahora está muy sola, buscando consuelo. Este señor
Ingeniero, vecino de ella es un buen partido. Tiene su edad, más o menos,
es correcto y educado, como le gustan a ella, bien conservado, en fin, una
provocación para la pobre. Yo intenté hacerles gancho,
hablándole bien de la Señora al Ingeniero y viceversa pero fue muy duro.
¡La pucha! ¡Cuántos perjuicios
tiene esta gente! Ay Pochita, ¿qué hago si me ven mis hijas? ¿qué van
a decir de mi los vecinos o el portero? Y yo con ganas de decirle: Señora,
déjese de joder, la gente si quiere hablar va hablar igual. Usted no se
preocupe. Déle pa´lante nomás. Sáquese las ganas. ¿Para qué tanto
cuento? Si, digo yo, el querer un poco de amor y compañía no es pecado,
¿verdad? Hoy en día, a los sesenta y pico se es joven todavía. Esa es
mi edad y a pesar de que estoy un poco pasada de peso y con problemas de
varices, con mi Ceferino nos gusta de vez en cuando darnos un revolcón. Y
no me siento ninguna puta, con perdón, por hacerlo. ¿Me entiende? Usted
que es escritor, de estas cosas sabe mucho y me dará la razón. Porque yo
leí ese libro suyo, el que me regaló para fin de año y allí habla
mucho del amor y de las mujeres maduras. Por eso le cuento todo esto, no
vaya a creer que es por desparramar chismes. Es normal que el cuerpo pida
un poco de sexo y yo soy una mujer muy seria, pobre pero honrada, sin
vicios, con 38 años de casada y con tres hijos. No vaya usted a creer que
porque vivo en La Teja soy una cualquiera. Que allí también hay gente
muy decente. Como en todos lados. Pero
en estos años ¡nunca!, escuche bien, ¡nunca! le metí cuernos a mi
marido. Ahora, si él se echó alguna canita al aire, ni me enteré y por
eso lo respeto más. ¡Jamás me dejó en ridículo con mis vecinas! Por
eso yo le digo a la Señora que no se preocupe, que querer tener un asunto
con un hombre es perfectamente natural. Se lo pide el cuerpo y eso no es
un crimen. Toda esa inquietud, ese calor y ese cosquilleo cuando se lo
encuentra en el ascensor o en el garage, es todo normal. Yo le hago gancho en lo que puedo porque se lo merece. Es muy buena conmigo, ¿sabe?
Pobre doña Alicia, las hijas no la visitan demasiado y pasa mucho tiempo
sola, leyendo libros o pintando cuadritos con flores. Y mirando televisión.
Esas telenovelas de amor que a mi también me gustan, se lo aclaro, pero
que hacen mal cuando una está necesitada de mimos y cariño. Con algunas
de esas historias, a mi me dan hasta ganas de llorar de tan tristes que
son… ¿Usted nunca escribió una de esas historias para la tele? ¿No?
¡Qué lastima! Me parece que sería muy bueno en eso. Con la forma que
tiene de decir las cosas… En
fin, ahora, volviendo a la Señora, menos mal que surgió el problema ese
de la bomba de agua, y en pleno verano nada menos. Fue como traído de la
mano de Dios, créame. El aparato se rompió justo cuando hacía más
calor y en el edificio no quedaba nadie. Todos de vacaciones en las
playas. Sólo la Señora y el Ingeniero Espiga. Nadie más. Así que
tuvieron que reunirse con el portero para buscar una solución al
problema, porque el calor era insoportable y sin agua, ¡imagínese! Y
gente tan limpia como son ellos… De esa forma se pusieron a conversar.
Bajaron juntos al sótano para ver el desperfecto y fueron juntos a ver al
mecánico para arreglar la avería. Y me imagino que para negociar un buen
precio, porque la Señora es muy cuidadosa con sus pesos. No digo que sea
amarreta pero no regala nada. El
Ingeniero se había ofrecido para solucionar el problema él solito, como
buen caballero que es, pero yo le dije a la señora Alicia que no fuera
boba. Que aprovechara la oportunidad y buscaran la solución juntos. Una
buena excusa para charlar y conocerse mejor, ¿no le parece? Usted acompáñelo
al taller y a la tienda a comprar las piezas, le dije. ¡Vamos, no sea tímida!
¡Déle con fe nomás, que está todo bien! ¡El Ingeniero está servido
en bandeja! Y después, cuando le haya funcionado mi consejo, déjemelo
saber, por favor, hágame el gustito. Así tengo una alegría, aunque sea
ajena. Con tanta mala noticia que se oye por allí todos los días, con
esto de la crisis y los cambios en el gobierno y las inundaciones del xunami
ese… Justo
ayer me encontré a la Señora en la puerta y le dije: Usted me preocupa
mucho. Se lo dije ayer, cuando me iba para casa. Usted se merece ser
feliz. Ella me lo agradeció, claro. Y el Ingeniero seguro que también,
si es que se enteró de mi trabajito fino. Porque a veces esta gente rica
son muy amigos mientras te necesitan pero después, ni se acuerdan de los
favores recibidos. Lo cierto es que hoy casi se me salta una lágrima, se lo juro, cuando entré al dormitorio de doña Alicia para hacerle la cama y de pronto me encontré con pelos de hombre, perdonando la expresión, en las sábanas y una rosa roja sobre la almohada. Así como le cuento. Las sábanas revueltas y dos toallas húmedas tiradas por el suelo del baño. Y bueno, una hace lo que puede para sus señores, ¿no es cierto? Pero por suerte todo salió redondo. ¡Qué linda historia para un cuento! ¿Verdad? ¿Por qué no la escribe, usted que tiene calidad con las letras? Yo le doy mi permiso, cuéntela nomás, pero por favor, no me deje fuera de la historia. |
Roberto Bennett
Cuento publicado
en la revista uruguaya "La Tertulia" , Número 2, 2005.
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