Asunción de ti

poema de Mario Benedetti

 

                   I
     Quién hubiera pensado que se hallaba

sola en el aire, oculta,

pronta
para el bautizo de mis ojos

tu mirada.

 

     Quién hubiera creído esa terrible

ocasión de nacer, puesta al alcance

de mi espesa amargura,

es decir, más allá del azar

pero siempre alcanzable,

y que tú y yo iríamos, despojados

de todo bien, de todo mal de todo,

a aherrojarnos en el mismo silencio,

a inclinarnos sobre la misma fuente

para temernos
mutuamente espiados en el fondo,

temblando desde el agua,

descubriendo, pretendiendo alcanzar

quién eras tú detrás de esa cortina,

quién era yo detrás de mí.


     Y todavía no hemos visto nada.
Yo espero que alguien venga, inexorable,

siempre temo y espero,

y acabe por nombrarnos en un signo,

por sitiarnos en alguna estación,

por dejarnos allí, como dos gritos

de asombro.

 

     Pero nunca será. Tú no eres ésa,

yo no soy ése, ésos, los que fuimos

antes de ser nosotros.
Eras, sí, pero ahora

suenas un poco a mí.
Era, sí, pero ahora

soy un poco de ti.

 

     No demasiado, solamente un toque,

como un pequeño rasgo familiar,

pero que fuerce a todos a abarcarnos

a ti y a mí cuando nos piensen solos.

 

                  II

 

     Recoge el horizonte su lomo de azafrán

y el espíritu se hinca en el prado

toda vez que encendemos un arco de palomas

o se escucha el delirio del mar

a través de los años horizontales de los pinos.

¿Para cuándo reservas la ternura?

 

     Hemos llegado al crepúsculo neutro

donde el día y la noche confunden su desvelo

y los gritos penúltimos del sol

dan un penacho rubio a los eucaliptos.


     Nadie podrá olvidar este descanso.
Ni respirar un aire de muerte más liviano.


     Pasa sobre mis párpados el cielo fácil

a dejarme los ojos vacíos de ciudad.
No pienses ahora en ej tiempo de agujas,

en el tiempo de pequeñas desesperaciones

que acaso sólo aguarda el impulso de Dios

para estirarnos el muro del insomnio.


     Ahora sólo existe el anhelo desnudo,

el sol que se desprende de sus nubes de llanto,

tu rostro que se interna noche adentro

hasta sólo ser voz y rumor de sonrisa.

 

                  III

     Tú que sostienes -el azar frente a los labios,

tú que dices el clima que te alcanzan las aves,

nombras la dirección en que se arroja el viento

y amas la escala verde del mar bajo tus párpados,

vienes a comenzar otra vez tu presencia

de última espiga aquí en el horizonte.


     Ven, yo quiero que fluyas de tu imagen serena

sin herirla y rozando con tus pies ya desnudos

la reposada sombra de tu alma atardeciendo.

Porque a pesar de todos los silencios gastados

desde tu llana orilla de pudor a la mía,

habrá siempre una vuelta de nuestro beso pródigo.


     Cuando llegue el instante de desposeernos

y en la margen inmóvil frente a frente; quedemos

viéndonos a través del esmeril de otoño,

acaso no pensemos cómo hubiéramos sido

tú sin mi corazón rodeándote de alondras,

yo sin tu tallo débil volándome canciones.
 

                              IV


     Puedes querer el alba

cuando ames.
Puedes
venir a reclamarte

como eras.


     He conservado intacto tu paisaje.
Lo dejaré en tus manos
cuando éstas lleguen, como siempre
anunciándote.


     Puedes

venir a reclamarte

como eras.
Aunque ya no seas tú.
Aunque mi voz te espere

sola, en su azar

quemando
y tu sueño sea eso y mucho más.


     Puedes amar el alba

cuando quieras.
Mi soledad ha aprendido a ostentarte.

Esta noche, otra noche

tú estarás,

y volverá a gemir el tiempo giratorio

y los labios dirán:
Esta paz. Ahora. Esta paz. Ahora.

 

     Ahora puedes venir a reclamarte,

penetrar en tus sábanas de alegre angustia,

reconocer tu tibio corazón sin excusas,

mi mirada sin ángeles,

los cuadros persuadidos,

saberte aquí.


     Habrá para, vivir cualquier huida

y el momento de la espuma y el sol

que aquí permanecieron.

 

     Habrá para aprender otra piedad

y el momento del sueño y del amor

que aquí permanecieron.


     Esta noche, otra noche

tú estarás,
tibia estarás al alcance de mis ojos,

lejos ya de la ausencia que no nos pertenece.


     He conservado intacto tu paisaje

pero no sé hasta dónde está intacto

sin ti, sin que tú le prometas horizontes de niebla,

sin que tú le fatigues su ventana de arena.


     Puedes querer el alba cuando ames.

Debes venir a reclamarte como eras.


     Aunque ya no seas tú,

aunque contigo traigas

dolor y otros milagros.


     Aunque seas otro rostro —tan amado—

de tu cielo hacia mí.
 

                             V
 

     Oh césped, ella tiene el paso

tan suyo,
que no te podrá herir, aunque quisiera,

el resplandor que canta en tu rocío.


     Déjala transcurrir

como a un pájaro cercano de cristal

muy por encima de tu selva breve.

 

     Déjala comenzar

como al rostro de la noche en descanso

desde la beatitud del horizonte.


     Oh césped,

no la dejes terminarse.

poema de Mario Benedetti

 

Publicado, originalmente, en: Marginalia Cuaderno de Arte y Literatura Nº 3 Montevideo Marzo de 1949

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

             Mario Benedetti en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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