Este hijo de vascos (Murguía Azpiroz), que viajó, largamente, con su mochila (como el Iñaki de
El Extranjero) repleta de vivencias y canciones, experiencias y relatos; casi a la manera de
O chafariz dos turcos de su amigo, el narrador riograndense Sergio Faraco; este melense (de la "Cañada de los Burros", más precisamente) abre su mochila y nos ofrece un libro de cuentos:
"Cuentos de las dos orillas". Julián Murguía (1930) ha armado, pacientemente, con destreza de trenzador criollo, todo un mundo narrativo. Narraciones que alcanzan su editez en 1980 con
Cuentos para Juan Manuel, en su órbita de relatos para niños; se continúa con las crónicas valerosas de
Más filosa que la espada (1990); regresa en una "carga de Arbolito" con
Cuentos del País de los Gauchos (1991), y varias ediciones posteriores; en un giro, muy del autor, nos sorprende con las tiernas poesías de
Retratos (1992), y, proyectado al mundo riograndense: O amigo que veio do sul (versión en portugués de un cordial relato de la amistad de un niño uruguayo y un pingüino, acompañado de fotos de un audiovisual, género en el cual también ha sobresalido Murguía, con
"Ciudad Vieja" y "Viva Saravia"). También en portugués reapareció
Contos do Pais dos Gaúchos (1992) y allá, en Porto Alegre, editó, en dos idiomas, su multipremiada novela para infanto-juveniles
El tesoro de "Cañada Seca" (ed. Mercado Aberto, 1994). Esa mochila de Iñaki (Julián Murguía) también había desparramado textos de canciones, historicistas y peleonas, que grabaron, para la inmortalidad, Tabaré Etcheverry y Alfredo Zitarrosa. Aquí el creador se recataba en el seudónimo de "Martín Ardúa", de donde vamos descubriendo nuevas facetas de este infatigable hombre de la cultura.
Y esto, que podría ser una definición "al uso", no lo es, para el caso que nos motiva: desde la dirección del Instituto Nacional del Libro, Murguía creó una colección: "Brazo Corto", de clásicos uruguayos, modernos o contemporáneos, en atildadas ediciones y con una tipografía-oasis para el ojo cansado. También en ese organismo publicó una veintena de obras del teatro uruguayo contemporáneo, tan dejado -¡el pobre!- de la mano de Dios y de los editores.
Solamente adentrándonos en esta personalidad, tan múltiple, es que comprenderemos un libro tan variado, tan facetado, como el que hoy presentamos. Murguía, en una nota, da pistas sobre sus narraciones:
"Casi todos estos cuentos fueron escritos en Europa, entre 1982 y 1988. No obstante, muchos de ellos cruzan el Mar Océano y se instalan en la otra orilla. De ahí el título". También en esa nota aclara sobre las "variaciones de léxico" "más peninsular en algunos cuentos, más rioplatense o americano meridional en otros". Sí,
"O chafariz dos turcos" vierte por distintos caños relatos de dos mundos: de los años de la oscurana dictatorial, que llevaron lejos al escritor; para seguir, desde allá lejos, peleando por la patria vejada: "Mónica" (por ejemplo), o de su reencuentro con la tierra de sus ancestros: "La niña de las castañas" (tierno relato escrito con "mano segura"), o "El Extranjero", que anticipó la dura xenofobia del Viejo Continente para el "sudaca"; aunque este "sudaca" fuese un vasco entero. O juega con esa forma de la eternidad que es el relato dentro del relato (como dos espejos enfrentados) y con el tema de La Muerte en "Una cara conocida".
También el mundo del adolescente, tan frecuentado por Murguía, dice presente con ese cuento donde combaten, en el protagonista, su admiración y respeto por una obra de arte cinematográfica, "A la hora señalada", y su primera cita erótica. O fija, con dibujo de aguafuerte, un personaje marginal. Máximo Batallón, con una integridad de hombre que no han derrotado las penurias y el infortunio. Dejando para el final de este recuento de relatos "La cuarta parte de un sueño", donde Murguía ha trazado el conflicto de un cincuentón de nuestro tiempo, que postergó primero y luego abandonó sus sueños de muchacho, ante la ilusión de una muchacha veinteañera y la realidad de su compañera de muchos años, "La Gorda". Conflicto cuyo final no develizaremos nosotros. Y el relato final: "Un hombre prolijo", donde con un trazo austero que recuerda al Viana de "Campo", nos proyecta una tragedia rural. Precisa y dura como un facón.
Esperemos que, cuando la última pieza salga de la mochila de Iñaki, de las últimas páginas de este libro, quede en el lector una sabrosa mezcla de nostalgia y optimismo, de uruguayez y universalidad.
Washington Benavídez
Addenda obligatoria:
Julián Murguía falleció en 1995, luego de una cruel enfermedad. Hasta su último aliento estuvo pensando en programas radiales y nuevas ediciones de escritores nacionales. Pensando y sufriendo su país.
Creemos que el mejor homenaje que podemos tributarle al escritor melense es dejar, tal cual, el prólogo que, en vida, escribimos para su colección de cuentos. Porque los hombres que vivieron con tanta fuerza y honestidad su vida, permanecen vivos en sus obras y en nuestra memoria. |