Memoria de árboles
poema de Washington Benavídes

Largo seria de contar: los fresnos,

las ceibas purpuradas, los oscuros paraísos.
los verdes, voladores alamillos,
los algarrobos de mareantes vainas.
el azul y aromático eucalipto....
la sucesión de árboles y días,
de noches y de trenes
que se llevaron —lejos— a mi sombra
o me beneficiaron con sus aires.
Cuando mi adolescencia ebria, perdía

el amoroso vuelo del ángel de su guarda y despertaba...,
como una liebre cae, debatiéndose.
de las oscuras manos de un halcón a la tierra
en un traspaso cruel de una muerte a otra muerte...

Largas, serenas filas de árboles en mi vida.

Cuando era un bienestar la casa del amigo,

visitada por musas, por llamas, por destinos.
Cuando la mano hallaba el hombro de la dicha

y un brazo asiendo un talle era ecuador del mundo.

Largas, serenas lilas de árboles en mi vida:

los plátanos de oro perecedero y móvil,

los higuerones grandes y puros como vascos,

las acacias de faldas femeninas, los molles

que gorjean los mismos silbos que cuando niño...

Dolencia de pensar en ese ayer —que fulge

porque nosotros mismos depuramos su ser—,

de donde se han volado tantos rostros amados

en oscuros destinos o voluntariamente.
Y un año es, por ejemplo, la divina calandria

aquella, en Paso Hondo, y un lustro acaso sea

el límite implacable de un soneto a la joven

de ojos verdes, terribles, como toda belleza...

Siento en nostalgia todo lo que ahora camina

—y para siempre— lejos de mi costado. Sólo

permanecen —estáticos o batidos al viento—

los árboles en fila al sol de la memoria...