Huelga de delincuentes
cuento de Manuel Benavente

(En el domicilio del Juez. — Hora del almuerzo. Rodean la mesa el Juez, su esposa y sus tres hijos( el mayor de estos, Albertito, tiene 11 años). Parece pesar sobre los comensales una gran contrariedad).

La esposa. — ¿Hay novedades?

El Juez (gesto de fastidio). — ¡Novedades! Las de siempre: otro juez declarado cesante.

La esposa. — ¡Otro! ¡Dios mió!

¿Y la huelga continúa?

El Juez — Esos pillos han robado lo suficiente como para permitirse el lujo de ser personas honradas por algún tiempo.

La esposa. — Si; pero los delincuentes de otra especie...

El Juez. — ¡Qué sé yo! El robo parece serlo todo. Por lo menos en este pueblo... Y la prueba la tenemos ahí, en esa huelga inverosímil en que se mezclan los más opuestos matices del delito. Los ladrones tienen el dinero y con él sostienen a los que no lo son... Pero esta sopa es intolerable; dile a la cocinera...

La esposa (interrumpiéndolo). —

Hijo, la hice yo que no soy muy entendida en ello. Habrá que acostumbrarse. La cocinera y las dos mucamas se han ido: son esposas, o algo así, de huelguistas.

El Juez — ¡Qué va a ser de nosotros si a todos los canallas se les ocurre hacerse decentes!

Albertito. — ¿De manera que los canallas son necesarios? ¿Por qué los persiguen, entonces?

El Juez. — Por... por... ¡Tú no entiendes!

*****

(Bajo fondo. — Miradas que cortan. — Voces que desgarran. — Ambiente de tragedia. — Cien o más hombres atentos y silenciosos).

Un compañero (de pie sobre un banco, dirigiéndose a los presentes).—

...Somos, lo repito, tan necesarios, por lo menos, como los hombres honrados. ¡Y esto es lo que queremos que se reconozca! ¿Qué sería sin nosotros la organización social? ¡Cuántos resortes inútiles, cuánta máquina inactiva, cuánto papel, ingenio, tinta y dinero. — ¿ois? ¡dinero! —gastados en vano! ¿Qué sería de los cuentos con moraleja, de las eminencias de la moral y la criminología, y hasta del cristiano sentimiento de la caridad, sin nuestra fecunda actividad que justifica todo eso?... Lo habéis podido ver en este primer año de huelga que hoy termina: jueces, policías, fabricantes de argumentos cinematográficos, editores de revistas para chicos y grandes, cronistas de los diarios, nos piden, directa o indirectamente, que reanudemos nuestras tareas, pues esta huelga los arruina. ¿Queréis una demostración más evidente que esa de nuestra enorme significación en la vida social? ¿Y queréis mayor injusticia que el desprecio con que la sociedad nos trata? ¡Animo, amigos míos! ¡Sacrificaos un poco más y seguid siendo honrados, hasta que los que hacen las leyes y los que las aplican comprendan que somos útiles y que merecemos otras consideraciones! — (Aplausos. Juramentos. Libaciones).

*****

(En casa del Jefe de Policía. Este, su esposa, su hija)

El Jefe. — Como les digo: otro comisario de policía declarado cesante. Solo queda uno y diez guardias civiles bajo mis órdenes. En la Cámara se habló ayer de suprimir, por innecesarias, las Jefaturas..,

La hija. — ¡Es horrible, papál

I.a esposa. ¡Horrible! Si pudieras casarte antes del desastre que tememos, hija mía...

La hija. — ¿Y con qué perspectivas, mamá? Bien sabes que Alfredo es abogado... y sin delincuentes...

(Entra un portero, entrega un sobre al Jefe y se va).

El Jefe (rompiendo el sobre). — ¡Qué humillación! No tengo un secretario que se ocupe de esto. (Saca del sobre un papel y empieza a leerlo para si). — ¡Ah! ¡Esto pasa de los limites! (arroja al suelo el papel).

La esposa. — ¿Qué es?

El Jefe. — ¡Figúrate! Los "Amigos del Pueblo" piden permiso para realizar un mitin festejando el primer año de paz que nos ha ofrecido la delincuencia.

La esposa. — ¡De esta paz que está a punto de dejarnos en la calle!

La hija. — ¡Y que detiene mi casamiento!

El Jefe — ¡Hay que evitar el mitin!

La esposa. — Es claro, querido.

El Jefe. — El caso es que... no sé si puedo... Pero yo pregunto: Toldo lo que va contra las autoridades, ¿no merece ser severamente reprimido?

La Esposa. — Eso no se discute.

El Jefe (toca un timbre; aparece el portero). — ; Pronto! Que forme la tropa y que me espere (se va el portero).

La Esposa. — ¿Que vas a hacer?

El Jefe. — No sé... Se me ocurre (que .. Ya verás... (se marcha apresuradamente).

*****

(En la Jefatura de policía. Tibio crepúsculo de otoño. El Juez y el Jefe hablan envueltos en la cortina azul de los habanos).

El Juez. — Estoy encantado. La cosa no ha podido salir mejor.

El Jefe. — Hice lo que debía. No era posible que nuestra situación so prolongara. Tenté, como le dije, el recurso de tratar con los huelguistas. Pero éstos se manifestaron firmes en sus propósitos y dispuestos a exigir una declaración pública que ni Vd. ni yo podíamos hacer.

El Juez. — ¡Imposible!

El Jefe. — Poco después llegó la solicitud de los “Amigos del Pueblo" y tracé mí plan: los atacaría, sembraría el desorden que nos hace vivir ¡Estábamos enfermos de orden! Así lo hice. Con los pocos servidores que me quedan, caí de improviso sobre ellos, sembrando el espanto.

El Juez. — Apruebo su proceder.

El Jefe. — Gracias.

El Juez.— ¿Cuántas víctimas hay?

El Jefe. — Seis heridos y un muerto

El Juez. — ¿Llegó el refuerzo esperado? El pueblo está indignado y habla de asaltar la Jefatura.

El Jefe. — Tenemos ya las fuerzas necesaria. Pero el pueblo no habla de eso. ¿Para qué tenemos las personas prudentes, amantes de las buenas digestiones? Me parecí oírlas aconsejando calma. Y si el pueblo no les hace caso, peor para él; todas las medidas de previsión están tomadas. El gobierno se convencerá muy pronto de que no es posible suprimirnos.

El Juez. — ¿Qué explicación de los hechos ha enviado Vd. al Ministerio?

El Jefe. — Hace tiempo que tenia la precaución de decir en mis notas que esta paralización de la delincuencia era más aparente que real; que en el fondo se trataba, a mi juicio, de una estratagema política de los opositores, quien sabe con que inconfesables fines. Sobre esa base, la mejor para convencer a cualquier gobierno, he fundado el informe de los suceso.

El Juez. — ¡Bien! ¡Muy bien! ¡Vd, es genial

El Jefe. — Todavía hay más: dos de los principales organizadores del mitin son caudillos de la oposición... ¿comprende?

El Juez. — Perfectamente, amigo mio.

El Jefe — Introduje entre los manifestantes un hombre de mi confianza que profirió gritos hostiles al gobierno. ..

Iíl Juez. — ¡Maravilloso! ¿Terminaremos con la huelga?

El Jefe. — I.o creo asi. Por lo pronto, tenemos tarca para rato. Los huelguistas, al ver que no nos son imprescindibles, abandonarán su actitud.

El Juez. — Bueno; lo felicito y me felicito. Corro a llevar tan buenas noticias a mi familia.    .

El Jefe. — Hasta luego.

*****

(En casa del Jefe de Policía).

El Jefe (entra apresurado, radiante de satisfacción). — ¡Mujer! ¡Hija!

La Esposa. — ¡Querido!

La Hija. — ¡Papá!

El Jefe. — Todo ha salido a pedir de boca. (Las abraza).

La Esposa. — Nos contó la señora del Juez. ¡Está contentísima!

El Jefe. — Alfredito va a tener varias defensas.

La Hija. — ¡Qué suerte! ¡Podremos casarnos!

La Esposa. — ¡Has triunfado, marido mío, has triunfado!

El Jefe. - La justicia vence siempre.

La Esposa. — Alabado sea Dios.

Vamos a la mesa, que la sopa se enfria.

 

cuento de Manuel Benavente

 

Publicado, originalmente, en Mundo Uruguayo - Montevideo,  Año XIII Núm. 662 - 17 de setiembre de 1931

Link: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/100558

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                      Manuel Benavente en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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