Carta de un perro
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Querida Lili: El destino es con los perros tan caprichoso como con los hombres. Recuerdo qué funestos presagios acompañaron tu venida al mundo. En primer término, el alejamiento de tus hermanos mayores de la casa en que nacieron y se criaron nuestros padres. Después, la muerte de los que contigo llegaron al mundo. Y por último, el fallecimiento de nuestra pobre madre, que se llevó a lo desconocido la triste seguridad de que te sería muy difícil vivir. Imagínate lo que ella diría si viviera aún y pudiera ver que yo, en quien tenía puestas grandes y bellas esperanzas, vivo olvidado en el campo, arrojado del teatro de mis hazañas, mientras tu estás en la cocina, mimada y regalada por esa amita Mercedes que te prodiga más caricias que a su niño! Pero mamá no podio adivinar — estoy seguro de que no lo pensó nunca — que tu linaje es ilustre (así oigo decir) y mucho menos que se habían de poner de moda los tipitos como el tuyo. En fin. ******** Me dices que tu ama te llevará consigo a Europa. Lo imaginó desde que tuve noticia de su viaje. No puede desprenderse de ti. Le resultas muy '‘chic". Eres el más original adorno de su persona. La noticia me contrista, porque no vendrás, como otras veces, a posar el primer mes del verano en la estancia, proporcionándome una alegría de la que no puedes dudar. Pero de todas maneras, te felicito. Es verdad que los viajes a Europa se han generalizado tanto que no hay tonto con "cuñas" o con dinero que no los realice, y hasta se atreva - lo que es peor — a escribir sus "impresiones"; pero todavía queda mucha gente que se deslumbra con la perspectiva. Y si te he de ser franco, no me desagradaría estar en tu lugar. Siempre es de efecto, en una reunión, iniciarse diciendo: "Cuando estuve en Europa..." Es claro que, si la cosa sigue así, dentro de algunos años lo elegante será decir que no hemos ido ni pensamos ir a Europa. Por hoy — y tu ama lo debe saber muy bien — nada "viste" tanto como un viaje al viejo mundo. No necesitas que te recuente el deber de rendir el tríbulo de tu admiración a todos los perros famosos con quienes te encuentres, y de hablarles de lo provechoso que les seria estrechar vínculos de amistad con sus hermanos de estos países. Acaso no estarla demás proponer la creación de una Liga Internacional, que es, sin duda el pasatiempo más elegante de nuestra época. En todo momento muéstrate digna de tu raza y honra a quienes la honran. No pierdas ocasión de señalar los progresos que hemos alcanzado, ni cometas la falta de urbanidad de no elogiar todo lo que veas. Pero... vas en buena compañía y te bastará saber imitar lo que hagan los demás. ******** El asunto de tu viaje me hizo olvidar — perdona — lo más interesante. Me dices en tu carta que, a pesar de los halagos de que te ves rodeada, no eres feliz. Comprendo tu disconformidad, que no es sin duda un vano capricho. El hombre cree que no hay otra felicidad que la suya, la que imagina, y cuando se empeña en pretejernos nos obliga a vivir como él. Te dan terrones de azúcar, cuando tu querrías un buen trozo de carne; sueñas una vida libre, y te acuestan entre sedas y estufas; te gustarla ir por las callea rumorosas, curioseándolo todo, y te llevan en brazos o en automóvil... lo que queda en ti de nuestra raza, lo que no ha cedido ni cederá nunca a las imposiciones de la vida artificial a la que te someten, se rebela. Es natural. Los perros queremos vivir como perros y no como hombres. Además, sabemos que no te regalan por tu bondad, ni por tus servicios, ni por esa misteriosa afinidad que puede existir entre el animal y el hombre. Eres un objeto de lujo y entretenimiento. Te exhiben, se ‘‘lucen" contigo, pero en ningún momento reclaman lo que hay en ti de más puro y más noble. Por caminos distintos, llego a la misma conclusión: no soy feliz. Creo ser mucho más desventurado que tú. Nada ha cambiado en la estancia. El trabajo no es mucho, pero los azotes si. Desde el patrón hasta la cocinera, la lengua que emplean para hablarnos es el rebenque. Es inútil demostrarles cariño. No comprenden. A veces el amo está cansado y acerco a lamerle las manos, o bien a mirarlo fijamente tratando de adivinar lo que puede agradarle y hacerle olvidar las graves preocupaciones del día. Inmediatamente que lo nota me paga tanta solicitud con un puntapié acompañado de una maldición. Humillado, triste, dolorido, salgo a contarle mi desgracia al campo. ¿Qué motivos tendrá el hombre — pienso entonces — para creerse el ser más inteligente de la creación, si no comprende la clara y honda ternura que hay en los ojos del perro? Pero nuestros quejas son inútiles. Por más que el hombre nos haga, no dejaremos de ser sus esclavos. El destino nos ordena seguir atados a su voluntad. Pensemos que día llegará en que nos comprenda mejor. Esperarlo, soñarlo, es lo único que puede hacernos menos dura la existencia. ¡Y basta de tristezas! ¡Adiós! Buen viaje y pronto regreso. — La pata afectuosa de tu hermano. — Fiel. |
cuento de Manuel Benavente
Publicado, originalmente, en: Suplemento dominical de El Día Año IV Nº 127 Montevideo, 31 de marzo de 1935
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
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Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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