Rodrigo,
tras un accidente automovilístico llega a la casa de Victoria para
pedirle un teléfono. Victoria no tiene teléfono y lo invita a pasar la
noche allí. En esa noche, que parece no terminar nunca, se establece
una extraña relación entre los personajes que concluye de forma trágica.
Un misterio, varias muertes, un secreto no revelado y dos
personas nadando en la oscuridad sin poder encontrar la salida.
Rodrigo llega a una casa aparentemente deshabitada, luego de haber
tenido un accidente automovilístico. Busca ayuda, necesita un teléfono,
pero en esa casa conoce a la extraña Victoria. De allí en más ambos
crearán un mundo más cerca de lo onírico y el terror que de la
realidad cotidiana. Relatos terroríficos, crímenes, luces extrañas,
secretos no revelados, y el discurso psicótico de Victoria que quiere
construir un puente sobre el mar mientras continúa hablando de los
cuerpos y de su infancia. Desde este tipo de imágenes y con un lenguaje
metafórico y al límite de la experiencia que quiere aprehender, la
obra busca el impacto en el espectador más que su comprensión. Y lo
logra. Pero para eso habría que hablar del excelente clímax que crean
la escenografía y la música. La escenografía abusa a la perfección
de la oscuridad para imponer y remarcar aún más los silencios que la
obra tiene en ocasiones varias. El fondo del escenario con relámpagos
cuando Rodrigo llega, y el interior con una iluminación tenue de velas
anuncia el estilo de la escenografía desde un principio. La decoración
del escenario junto con la iluminación recrea un típico ambiente de
novela gótica. Asimismo, las luces bajas son excelentemente
aprovechadas para que la oscuridad esté acompañada de sombras. De este
modo, el clímax opresivo y siniestro que instaura la obra desde un
principio se mantiene hasta el final. La historia es el exacto correlato
del escenario. Hay tensiones, incomprensión de Rodrigo hacia Victoria,
que se da cuenta que es presa de la locura, además de cosas extrañas
que suceden mientras él se hospeda en la casa, y la locura, la locura
en donde Rodrigo va cayendo lentamente al interactuar con Victoria. La música
tiene el sonido del cine gore: maquinarias que se escuchan mientras un
animal emite gemidos. También contribuye a aumentar el extrañamiento
del espectador, a medida que la historia tiene mayor sentido para luego
deshacerlo en los próximos pasos. Es una obra que no trabaja con los
materiales con que trabajan la mayoría de las otras obras, una obra que
le presta mucha atención al uso de la escenografía y la música, quizás
la misma importancia que le otorga a las actuaciones, y en eso, La
tercera parte del mar, asombra, como también nos sorprende el gran
manejo que logra el director con los actores sobre el escenario para
recrear memorables postales de terror, con desnudos incluidos dentro del
ambiente gótico y terrorífico. No hay sangre, pero hay marcas de la
sangre, hay palabras que se refieren a la sangre, y hay relatos que
nombran actos relacionados con la sangre, crímenes, torturas,
desmembramientos. Así, la obra no recae en el esperpento sangriento de
lo gore, pero los protagonistas cuentan las historias típicas de lo
gore y lo perverso sin que la sangre salpique al espectador en su cara.
En una gran puesta en escena, esta obra de Alejandro Tantanian,
aprovecha muy bien los clímax va creando y los fortalece con un
escenario digno de las mejores películas de terror. Las luces, la música,
junto a ciertos gritos de los actores, a veces hacen que algunos
espectadores sientan un escalofrío en sus espaldas. Es difícil que
exista el terror en un mundo como el nuestro. Es por eso que si el
terror es sólo un efecto, un instante, esta obra tiene la cualidad de
poder lograr eso en el auditorio. Bajo una gran dirección, La tercera
parte del mar, asusta, nos pone nerviosos, y logra el efecto de extrañamiento,
asombro y terror que busca generar en los espectadores. Apuesta
arriesgada, experimental, la puesta de esta obra hace respirar a la
escena teatral condimentándola con un poquito más de terror y violento
non-sense, un sin sentido más cerca de la vacilación y el nerviosismo
que del absurdo. Por Nico Pose (Revista Siamesa)
“La Tercera Parte del Mar” de Alejandro Tantanian, llega de varias
maneras al lector. Esta vez, Gerardo Begérez convoca al silencio y a la
construcción de alguien desde la oscuridad. Es el encuentro de un
misterio, de una repetición o tal vez de un crimen. En “La Tercera
Parte del Mar”, la propuesta espacial y la de atmósfera están muy
bien trabajadas. Cabe destacar el trabajo de Javier Casielles, que
realmente es un oficio muy fino de ambientación. Los climas son
siniestros, la presentación de la oscuridad-teatral como recurso
narrativo es una buena estrategia para construir las mutaciones y
transformaciones de los personajes; y, de ese algo que está y no se
puede ver. Natacha Codromaz es una actriz que realmente ha trabajado en
el espacio, y lo ha transitado de varias maneras, donde el manejo de los
tiempos y del silencio son muy cabales, muy elocuentes. Y, Gerardo
Otero, crea a un Rodrigo ambiguo, que esconde algo, que no es de
confiar, pero a la vez atrae a esa confianza no deseada. (Publicado por
Nepo)
La sala del Abasto Social Club es el marco perfecto para esta propuesta
estética que se desarrolla en penumbras, utilizando por momentos
sólo la luz natural de la noche. Con una hermosa fotografía - que
incluye juegos de espejos que muestran al espectador las caras o las
nucas de los actores – el espacio lúdico es continuamente
transgredido por los protagonistas, ambos personajes se desdoblaban
constantemente y no tienen conciencia que fluctúan en mundo opuestos:
de las victimas y de los victimarios. Mientras Victoria (Natacha
Codromaz) parece estar enamorada de su cuerpo muerto y Rodrigo (Gerardo
Otero), al final cree que el puente está terminado y podrá escapar,
los espejos refuerzan estos ámbitos siniestros. Ámbitos que no
interactúan entre si, sino que crean otros espacios: afuera y dentro de
esos espejos (…) La tercera parte del mar muestra las múltiples
posibilidades de ahondar en los bajos fondos de la psiquis y de la
sexualidad humana. Maira Kosiorek y Azucena Ester Joffe (Críticas)
Rodrigo sufre un accidente con su automóvil y llega a la casa de
Victoria sólo para pedirle usar su teléfono. Él tiene algunas heridas
recientes; ella carga con tantas y tan antiguas que ya no sería ella si
las curase. Noche inhóspita, terrible como pesadilla, de la que se huye
para caer en algo peor y más tortuoso, en repeticiones de monstruosa
deformidad que son consecuencia de aquello de lo que se quiere escapar.
No cabe pensar que entre ellos existe deseo alguno. Sin embargo, se
atraen, quizá por asco, como castigo autoimpuesto. Esta es la
perturbadora propuesta a la que se entregó el director uruguayo Gerardo
Begérez para presentarse en el teatro porteño, quien en esta puesta
aprovecha al máximo las posibilidades de la Abasto Social Club pero con
tal austeridad que en ningún momento dispersa el relato ni dilapida
recursos. REVISTA LLEGÁS A BUENOS AIRES. Lucho Bordegaray
Un texto atrapante y misterioso no exento de hermetismo –Alejandro
Tantanián-, dos destacadas actuaciones –Natacha Codromaz y Gerardo
Otero- en la piel de los desventurados personajes que esconden secretos
inconfesables, estupenda ambientación sonora –Fernando Tabaylain- y
protagónica iluminación –Javier Casielles- que deja entrever lo que
no debería verse, con imágenes de hechizante belleza o de sangrienta
repugnancia, generan la abrumadora atmósfera del inusual relato. Con
inteligentes recursos dramatúrgicos, precisa dirección y marcación de
tiempos y momentos, Gerardo Begérez ha logrado una cautivante puesta en
escena, con sugestivo manejo de los hilos de la historia, transmitiendo
el miedo y la fascinación morbosa de sus personajes. Es notable la estética
lograda en el espacio de la sala, con el vidriado fondo que permite ver
el exterior, la escalera, las velas reflejadas en los espejos y la ascética
escenografía. Las imágenes llegan al espectador con creciente
suspenso. Hay un crimen, hay historias que se mezclan, personajes
trastornados, nada volverá a ser lo que era y siempre habrá un
reiterado relato para contar, cuando cae la noche. Hay que estar atento
y permeable durante la exacta hora de duración del drama que tiene el
mar como fondo. Esa tercera parte que se presenta en diferentes etapas y
estratos de la vida. Ese misterio insondable, que llega y conmociona.
Martin Wullich