La Poesía de Andrés Bazzano |
Ante todo conviene aclarar que Andrés tiene 18 años. Escribe desde los quince, y acaba de terminar el liceo. Vive en Nuevo París, o Cadorna. No es que la contextualización geográfica determine en algo su poesía, pero sí cumple con el requisito de situarlo en el lugar desde donde se ordena su paisaje interno. Tampoco explica su poesía. La poesía se explica a sí misma, aunque los acercamientos son funciones de la crítica. Poética del despojo y la desolación, paisajes de alucinación, de pesadilla y una fuerte presencia del erotismo asociado a la muerte. Algo de eso, o mucho, tiene, en una lectura primaria, su poesía. Resulta inevitable pensar en Baudelaire, pero no en tanto comparación, sino más bien como acercamiento o diálogo con lo simbolista. Hay en sus textos una clara preponderancia de la imagen y un buen aprovechamiento de la misma, citemos algunos ejemplos: |
“Las flores azules se persignan
“De mi vientre crecen rosas....” |
La voz de la enunciación es siempre la primera persona, usual en el género poético, pero que en este caso particular parece acentuar el compromiso del poeta con la creación de sus textos y también la trampa de una lectura personalizada, cuando la “voz” del poeta es sólo eso, voz, canto, en la antigua acepción de término. En medio de la desolación, del miedo al dolor, siempre parece quedar aún, un resquicio, breve, ínfimo, para la esperanza. Pensemos en “Corazones Silenciosos”: |
“Bésame que el frío viene hacia mí, |
La introducción del “Beso” en varios poemas sugiere el mito de la salvación a través del beso, como lo plantean tantos cuentos tradicionales para niños. El beso se presenta dentro de una súplica o ruego, y también como el hecho de la primera comunicación del amor. El primer contacto con la vida. Se presenta no exenta de fe, y aquí podemos introducir otro tema: la religiosidad. En “Flores Azules y Saliva Espectral”, las flores se persignan. De “Creando Espectros”: “Estaba en el Flash de la contemplación pura”. El preanuncio del rito de pasaje. La intuición adolescente del paso a la madurez, con la ansiedad y el temor desmedidos, en toda su pasión. En ese mismo poema la sucesión de imágenes sugiere un entorno infernal que se resuelve, en el ámbito de estructura poética, en la fuerza impuesta por el último verso: “Ellos me servirán en sus mesas”. Quizás podamos leerlo como una alusión a la última cena, o como un simple retorno a la cotidianeidad, o como el primer temor a la disolución, en esa instancia temida y deseada que es el amor erótico. Ocurre que Bazzano ha entendido debidamente el oficio y comunica desde las vísceras los embates de la vida. La entrega hacia el otro, y la demanda de lo mismo serán la única justificación mesiánica. Las Flores tiene, en la poesía de Bazzano, un sentido que enlaza la vida, el amor, y la muerte. Flores son el regalo típico para la amada, pero también son las que se llevan para adornar las tumbas de los muertos. Recurriendo al Diccionario de Símbolos de Cirlot, podríamos agregar que frecuentemente las flores representan lo efímero, y las de color azul (Tal el nombre de un poema: “Flores Azules y Saliva Espectral”) refieren a lo imposible. Es probable aquí la intuición del amor en su ambigüedad y determinismo patético. Surge entonces un sustrato romanticista en este poeta. El amor y el dolor son la dos caras de la misma moneda de lo transitorio, de lo fugaz, pero también la razón de lo pasional, aquello sin lo cual no se entendería el sentido de la vida y de lo único que parece justificarla.. La sangre es otro motivo recurrente que también posee carácter dual: por un lado es vitalidad, pero representa al sacrificio cuando es derramada. Y es también, símbolo de lo erótico en estado puro. Repasemos algunos versos: “Los besos que sangran...” de Ojos; “La sangre simula placer”...de Corazones Silenciosos. “Sé que te irás con mi sangre”... de Mortuosas amantes. Es posible, entonces, vincular las flores (símbolo sexual por excelencia), el color azul de lo efímero, la sangre, símbolo erótico. La Muerte, omnipresente, es más sugerida que nombrada; transmitida a través de imágenes sensoriales como el frío, el vacío, la niebla; o la descripción de paisajes desiertos, (un desierto de cualidades surrealistas, casi Dalíniano) Y el temor de la Iniciación. El deseo irrefrenable que mezcla las pasiones, deseo y temor, ansiedad y cautela. Se vuelve inevitable la comparación. Hay un temblor oscilante, una pasión virginal que resuelve los símbolos y los pondera. Tal vez sea en “Fetal”, el texto en que la muerte está planteada con más crudeza: “Del anzuelo cuelga mi cuerpo...”.Una muerte deseada y temida. Un deseo dispuesto casi al dolor, en su consumación. La ensoñación rumbo al retorno a la vida intrauterina es planteado como un camino desolador, plagado de dolor y frío. En ese poema, la vida y la muerte, son íntimamente inseparables; ya el propio útero materno o la concepción misma nos condena a la muerte... ¿Cómo concebir la una, sin la otra? El verso inicial vuelve y cierra el ciclo vital. Y en este punto, la poesía de Bazzano adquiere la dimensión más alta, aglutina sin distorsiones, todas las variables del símbolo. Aquel amor del beso inaugural, del amamantamiento, y el futuro beso erótico del amor, disuelto en el otro. Puerta de entrada al acontecer vital, que cancela el tiempo cronológico y lo sitúa en ese acontecer intemporal que es el espacio poético. En ese mundo de la escritura, el amor es extremo, puede significar la salvación, como un veneno mortal. O quizás las dos cosas al mismo tiempo. Es quizás la expresión de los amantes, que en su actitud de entrega, rinden la confianza al otro. No olvidemos que los franceses hacen referencia al orgasmo como “la pequeña muerte”. Generalmente el amor, en poesía se traduce en la inevitable incompletitud que el amante trata de superar en el encuentro con su amada/o. Pero el amor también es dolor y desamor. |
“Dame tus manos para morder |
Este último es un poema que consideramos bastante representativo de los diferentes tópicos planteados, por eso nos detendremos unas líneas en él. En la primera estrofa encontramos una alusión al mundo femenino a través de la imagen del océano (Inmenso, vasto, contenedor). En él las navegaciones posibles son errantes y efímeras. La definición “de lo frágil” refuerza la idea de lo femenino, como también la posibilidad de hundirnos en él. Es una fragilidad de cuenco, de adaptabilidad. El frío, según veíamos, resulta una referencia a la muerte. Es posible asociar el océano a los contenidos inconscientes, a las pulsiones primarias, como quería el psicoanálisis, y a lo femenino en su hondura. Pero el océano es también superficie reflejante, y el amante desea verse en su sujeto de amor, para sentirse completo, entero. Aunque este “hundimiento” en el otro, pueda representar una disolución, un fundirse, morir en el otro, que será quien nos devuelva en la más alta magnitud de entrega. El océano se relaciona con los orígenes de la vida, y además con lo cambiante. Por sus corrientes y constante movimiento. En su vastedad puede llegar a significar la muerte. Frente al mar inconmensurable y eterno, aparece la fragilidad y fugacidad de la vida humana. En ese entorno alucinatorio: “Las mortuosas amantes me devoran”, parece esta la única solución a aquella incompletitud nunca resuelta. El devorar al otro se alza como la única posibilidad de posesión absoluta del ser amado o deseado. La satisfacción es planteada como mutua. La sangre está presentada relacionándola claramente a lo erótico: “Sé que te irás con mi sangre / deslizándote desde mi cama”. Esa tercera estrofa se constituye en una suerte de clímax poético, en su doble sentido de consumación erótica y fagocitación del amante. En un gran acierto, el poeta vuelve a la estrofa inicial, pero recurriendo a un nuevo ordenamiento de los versos,(con lo cual se vuelve inevitable remitirse a Baudelaire), lo que también aporta nuevos sentidos. Más allá del encuentro erótico, de su búsqueda o su ensoñación, el tiempo fugaz y eterno a la vez, todo lo domina. Y la poesía, pura, original está en la comprensión de este mecanismo, de esta gramática poética, como querría Robert Greaves, en su “Diosa Blanca”, un retorno al estado puro del símbolo que se manifiesta en toda su pluralidad. La búsqueda sigue siendo incesante y cíclica; y la poesía, por suerte, como en el caso de este joven poeta, aún nos presta sus naves. Es inevitable, entonces, desear la continuidad de su trabajo. El encuentro tan temprano con este idioma antiguo y revelador, la chispa intuitiva que encuentra expresión en el uso de tales signos asombrados, el inevitable maravillarse de que exista un poeta cabal y maduro en este joven, alienta la sensación de que es posible la poesía como expresión vital y no sólo como mero juego de palabras. Y lo mágico es el uso del idioma, directo sencillo en apariencia, puntual en el acierto. Un golpe de luz en estos tiempos de retórica donde el oficio de poeta, tan desmesurado y vacuo retorna por sus fueros y alienta la esperanza. La poesía apela a la sensibilidad, al placer estético y al sentido profundo, cuando la palabra pequeñita, apenas nominante, deviene signo, símbolo, metáfora, y comunica. Cuando la “voz” del poeta pierde individualidad y se transforma en traductora de sentimientos y sensaciones atrapadas entre la vigilia y el sueño. Aquí radica el acierto que justifica la designación y el título de Poeta, y creemos no estar errados a denominar a Andrés Bazzano como poeta, en todo lo oceánico y azul, en todo lo sangriento y doloroso, en todo lo inaugural y maravilloso que tiene el término. |
Verónica Noya / Juan R. Cabrera
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