Maestros del esoterismo occidental (siglos XIX y XX) |
Denominamos
así a quienes abordaron –a través escritos o la enseñanza oral– la
amplia dimensión de lo “esotérico”. Entre ellos son pocos los que
podemos considerar grandes cumbres. Solamente llegan a tal categoría
aquellos filiables a la tradición primordial, a las grandes vertientes
auténticas de lo hermético que han ido transcurriendo a través de las
culturas. René Guénon define lo que realmente es Tradición Esotérica:
la que viene trasmitiéndose desde las antiguas escuelas de misterios,
pasando por las órdenes iniciáticas, y que se ha mantenido inalterada en
sus principios y esencias. Un
abate parisién El
primero de estos autores, siguiendo un orden cronológico, es Eliphas Lévi,
que se llamaba en realidad Adolphe Louis Constant (el seudónimo es la
traducción cabalística de su propio nombre) y era sacerdote católico.
Lo caracterizó un gran conocimiento del tema en sus aspectos teóricos y
prácticos, y una poderosa inspiración. Nacido en 1810 y fallecido en
1875, su obra fundamental es Dogma
y Ritual de Alta Magia, verdadero pilar de la difusión de estos
conocimientos. En el libro se relacionan aspectos que hasta el momento habían
transitando por vías separadas, como el secreto de las 22 letras del
alfabeto hebraico, de uso tradicional entre los Cabalistas, y el misterio
simbólico de los 22 arcanos mayores del Tarot. A su vez vinculó estas
“sabidurías” con la Alquimia y la Astrología. “Todo
es simbólico y trascendental en esa gigantesca epopeya de los destinos
humanos ... —escribe Eliphas
Lévi en su libro—. El gran
secreto humano es, pues, la lámpara y el puñal de Psique; es la manzana
de Eva, es el cetro ardiente de Lucifer, pero es también la Cruz del
Redentor. Todo está encerrado en una palabra, y es una palabra de cuatro
letras. Es el tetragrama de los hebreos, es el ázoe de los alquimistas,
es el tarot de los cabalistas... Dar un punto de apoyo a la actividad
humana, es resolver el problema de Arquímedes, realizando el empleo de la
famosa palanca. Eso fue lo que hicieron esos grandes iniciadores que
produjeron sacudidas en el mundo, no pudiendo hacerlo sino mediante el
grande e incomunicable secreto” . Lo
que Eliphas Lévi sintetizó, armonizó y relacionó, fueron en suma
las tres principales vertientes de la Tradición Esotérica
Occidental: la Alquimia, La Cábala y el Tarot. El título de su libro
alude al “dogma”, lo que para él refería a todo lo teórico y
conceptual, mientras que la
parte vinculada al “ritual” abre una puerta hacia el misterio de las
prácticas de magia ceremonial o teurgia, desde las llamadas tinieblas de
Egipto a la magia natural de Frigia y Grecia, desde la alta teurgia gnóstica
pasando por los ritos elementales de druidas y nórdicos hasta la elevación
de lo mágico que implicó el Cristianismo. Todo esto, de manera concreta
y comprensible, decididamente práctica, lo desarrolla en su obra este
profundo conocedor de los arcanos esotéricos. Vale
aclarar que el abate Constant si bien se internó en sus búsquedas por
caminos heterodoxos para la religión a la que servía como oficiante,
nunca renegó de su carisma sacerdotal. Por el contrario, enfatiza en su
libro la condición raigalmente “esotérica” del sacramento de la
consagración. Por supuesto que el Vaticano consideró a Eliphas Lévi un
hereje, pero en un contexto religioso menos fundamentalista hubiera podido
lograrse a través de este verdadero “maestro iniciático” esa otra síntesis
que él se encarga de perfilar en sus páginas: que la Iglesia Católica,
en su sentido más comprensivo y amplio de “universal”, recuperara ese
núcleo de sabiduría esotérica perdida, algo que a su entender podría
lograrse cuando los sacerdotes volvieran a incorporar —como en tiempos
arcaicos— también la condición de “magos”. La
misión de Blavatsky Helena
Petrovna Blavatsky fue, poco después, la responsable de la primera gran
oleada de difusión de la “Sabiduría secreta de Oriente” en Europa y
Estados Unidos. También mostró la armonía entre las hondas enseñanzas
hindúes y budistas y las de Occidente. Esto fue revolucionario en su época,
en aquel contexto de cerrado eurocentrismo de entonces. Nació
en Rusia en 1831, desencarnó en la India a finales de la década de los años
ochenta del siglo XIX, en la sede teosófica de Adyar, en Madrás. Sus
obras fundamentales son los tres tomos de Isis
sin velo y los siete de La
Doctrina Secreta. Tuvo una capacidad de trabajo portentosa, si tenemos
en cuenta la energía que desplegara en la concreción de la obra
fundamental de su vida, la Sociedad Teosófica. Lo que se rescata
fundamentalmente de su accionar, es su condición de introductora del
budismo esotérico en Europa, así como su afán por establecer la prueba
de la existencia de una “sabiduría perenne y universal”. Escribe
Madame Blavatsky en La clave de la
teosofía: “Ni Buda, ni Pitágoras,
ni Confucio, ni Orfeo, ni Sócrates, ni el mismo Jesús, dejaron escrito
alguno tras de sí. Sin embargo, la mayor parte de ellos son personajes
históricos y todas sus doctrinas han sobrevivido... La religión de la
Sabiduría fue siempre una y la misma,
y siendo la última palabra del conocimiento humano posible, fue
cuidadosamente conservada. Existían edades antes de los teósofos
alejandrinos, alcanzó a los modernos y sobrevivirá a todas las demás
religiones y filosofías”
. Quienes
compartieron etapas en la vida de la señora Blavatsky, han dado fe que
ella vivía y escribía por momentos en un estado parecido al trance.
Hablaba con naturalidad de su relación con Maestros Espirituales de otros
planos, los Mahatmas como los denominaba. Pero además, y sin desmerecer
todo esto, salta a la vista al leerla que era una lectora omnívora de
todo lo que le interesaba, a
la vez que una formidable investigadora en lo que hace a documentos, datos
antropológicos y referencias informativas. Steiner
y el cristianismo esotérico Este
es un Maestro algo posterior a los anteriores. Nació en 1861 y murió en
1925, en la Hungría que formaba parte del Imperio Austriaco. Fue médico,
y en su juventud en Viena se relacionó con el medio cultural de la época.
De allí surge su interés por la persona y la obra de Goethe, a quien iba
a dedicar sus esfuerzos en decenas de trabajos a través de su vida. A
cierta altura de su proceso espiritual comenzó a alejarse de lo meramente
intelectivo, y a través de la vivencia comenzó a investigar los arcanos
del conocimiento oculto mediante la intuición y la captación directa. Entre
sus obras podemos tener en cuenta La
filosofía de la libertad, La
ciencia oculta, Los enigmas del alma, La
educación práctica del pensamiento. Dedicó varios textos a analizar
desde el punto de vista esotérico los cuatro evangelios canónicos; develó
allí claves contenidas en estos libros que han sido considerados como
“sagrados” por millones de personas a través de los siglos. Su
importancia está sobre todo en la perspectiva que tiene de la medicina
oculta, siguiendo los senderos que había abierto el gran Paracelso y que
luego con el auge cientificista se dejaron de lado. Otro aporte concreto
de Steiner es un método preciso para que cualquier buscador pueda
encaminarse en el terreno esotérico práctico; lo hizo a partir de la
sociedad que fundara, la Antroposofía. También se le reconocen aportes
muy valiosos en el ámbito pedagógico, que tenían como fundamento la
división en septenarios (períodos de siete años) de la vida humana. En
su libro Educación práctica del pensamiento, afirma el sabio esoterista: “El
verdadero pensamiento práctico nace de la penetración del pensamiento en
las cosas ... Así pues el primer fruto de la ciencia espiritual debe ser
crear conocimientos prácticos utilizables en la vida diaria. Es más
importante para el hombre ver las cosas bajo su verdadera luz que decidir
dónde está la verdad”. Y
en referencia al tema pedagógico entiende que: “El niño deberá captar los secretos de la naturaleza, las leyes de
la vida, no en forma de áridos conceptos intelectuales sino —hasta
donde sea posible— por medio de símbolos... Es de inmensa importancia
que el niño reciba como parábolas los secretos de la existencia, antes
que estos confronten su alma en forma de leyes naturales”.
En el tiempo en que Rudolf Steiner planteaba estos conceptos en
cuanto a la educación infantil, todavía primaban en ese campo los
criterios memorísticos y acumulativos, que privilegiaban desde la más
tierna infancia el mero proceso intelectual en la enseñanza. Lejos
estaban los posteriores cuestionamientos, que se fueron desgranando a lo
largo del siglo (como la valiosa experiencia que Alexander Hill llevara
adelante en Summerhill). Sin duda que fue revolucionario en cuanto
pedagogo, pero no caprichosamente, sino por saber crear un sistema
educativo a partir de la ancestral sabiduría esotérica. El
enigmático Gurdjieff Nacido
en la Rusia asiática —en Georgia, encrucijada de culturas y saberes
ancestrales— fue criado en un ambiente vinculado a las añejas
tradiciones del cristianismo de oriente y del chamanismo del Asia Central.
Al igual que Madame Blavatsky, quien hizo una peregrinación misteriosa
por regiones ignotas de la amplia meseta central del continente, así
mismo Gurdjieff estuvo veinte años perdido en esas regiones inaccesibles
donde llegó a la iniciación (algo que evoca en su libro de la vejez, Encuentros
con hombres notables). Reaparece
pasados los cuarenta años por San Petersburgo, donde encontrará sus discípulos
más fieles y constantes, y entre ellos quienes estaban destinados a
difundir su enseñanza, como Ouspensky.
Porque el taumaturgo ruso escribió poco, apenas dos libros en sus
últimos años, cuando ya su enseñanza esotérica había pasado a la
letra impresa hacía mucho, a través de la publicación de las
conferencias dictadas por Ouspensky en Londres en la década del 20, o
mediante el libro de éste último titulado Fragmentos de una enseñanza desconocida. Gurdjieff
fue quien diseñó un método “psicológico” para llegar a lo iniciático,
que fue practicado en forma reiterada desde su etapa inicial rusa hasta la
más exitosa del Prieure, cerca de Paris. Sometía a sus discípulos a una
muy dura disciplina con el objetivo de que “se estudiaran a sí
mismos” y de ese modo lograran comprender su verdadera realidad síquica. Este
peculiar maestro sostenía que el ser humano actual está dormido, y que
lo primero que tiene que buscar es el “despertar”; que para alcanzarlo
era menester primero asumir la condición “mecánica” de la actual
sicología humana, conformada no como se piensa convencionalmente por un
Yo unificado sino por una multiplicidad desarticulada de Yoes. Ouspensky,
en el volumen citado, logró recrear las palabras de su maestro al momento
de advertir a los grupos sobre estos aspectos sicológicos desde el punto
de vista esotérico: “Ustedes
siempre se olvidan, nunca se acuerdan de sí mismos. Ustedes no se sienten
a sí mismos; no son conscientes de sí mismos. En ustedes ‘se
observa’, o bien ‘se habla’, ‘se piensa’, ‘se ríe’...
Para llegar a observarse realmente, ante todo hay que recordarse a
sí mismo... El hombre tal como lo conocemos, el hombre máquina, el
hombre que no puede hacer, el hombre con quien y a través de quien
‘todo sucede’, no puede tener un Yo permanente y único. Su Yo cambia
tan rápidamente como sus pensamientos, sus sentimientos, sus humores, y
comete él un error profundo cuando se considera siempre una sola y misma
persona; en realidad siempre es una persona diferente, nunca es el que era
un momento antes ... El hombre no tiene un Yo permanente e inmutable... El
hombre no tiene un Yo individual. En su lugar hay centenares y millares de
pequeños yoes...” Krumm-Heller
y el renacer Gnóstico-Rosacruz Nace
en 1876 en Salchendorf, Alemania. Su familia emigra a México siendo niño,
y allí se educa y realiza los estudios de medicina. Más adelante residirá
en Chile y recorrerá el continente americano. Retornará a Europa, donde
va a integrar escuelas esotéricas como la Ordo Templi Orientis berlinesa.
Después se instalará en España, donde
fundará la Orden Rosacruciana Anticua. Deja este mundo en el año
1949. Su
mayor importancia está en la difusión de los aspectos más
significativos de la prodigiosa síntesis de conocimientos realizada por
ciertas Hermandades esotéricas en el final del siglo XIX. Pero además
recuperó para esta época la perspectiva gnosticista, concretamente en
el libro La Iglesia Gnóstica. Otras
de sus obras más significativas son: La
novela rosacruz, donde a través de una trama de ficción se ilustra
al lector sobre los misterios y auténticos principios rosacruces; Logos,
mantram, magia, que es un verdadero tratado acerca del poder esotérico
del verbo; Rosa esotérica, una
poética y convincente aproximación a aspectos como el sentido del número
7, el enigma de la “rosa en la cruz”, y el esoterismo en la alta música. A partir de la tarea emprendida por el doctor Arnaldo Krumm-Heller —conocido esotéricamente como Maestro Huiracocha, por haber recibido en su juventud una iniciación en los Andes— comenzó a perfilarse en Latinoamérica un claro renacer de la vertiente gnosticista. A propósito de esta línea esotérica dice en uno de los libros citados, La Iglesia Gnóstica, lo siguiente: “Los gnósticos no aceptamos dogmas, pues lo que nos hace falta es tener un fin, una meta, un lugar de arribo. Necesitamos un sendero y no una ley... También rechazamos las palabras de autoridad, porque lo que nos es preciso es el Verbo de Vida. Todas las religiones llevan un camino con tendencia hacia afuera, mientras que nosotros vamos hacia adentro, buscando lo oculto. Buscamos la Luz”. Krumm- Heller es bien claro en lo que tiene que ver con el sentido profundo de la Gnosis en cuanto camino de Sabiduría, y también en su condición de aventura espiritual libertaria, que no puede estar vinculada a dogmatismos o doctrinas demasiado articuladas pues se corre peligro —en ese caso— de perder lo que es su verdadera Esencia. |
Hermógenes Bastarrica
Ensayo publicado en la revista Grafitti en 1998
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