Vicente Basso Maglio: El desierto |
El caso de Basso Maglio es singular en la historia de nuestras letras. Con su segundo libro,
La canción de los pequeños círculos y de los grandes horizontes, Basso se convirtió en jefe de escuela, por el prestigio que emanaba de una poesía ceñida a símbolos rigurosos, musical y formalmente rica, capaz también de avalar cada aparente ostentación por su densidad interna. Para sus numerosos discípulos y admiradores, su obra era indiscutible, pero también hubo reservas y diatribas. Zum Felde, luego de un balance cuidadoso, escrupuloso, matizadísimo, termina por modificar algunas afirmaciones positivas mediante unas pocas, rotundas advertencias que anuncian la vía por donde la barca puede hacer agua. "Confundir los pequeños círculos con círculos viciosos", "enturbiar las aguas para parecer profundo", "el laberinto se retuerce sobre si mismo y se reduce al solo placer de la complicación". La obra de Basso Maglio es breve por su volumen; no puede compararse a la de casi ninguno de sus compañeros de generación, y sin embargo fue suficiente para sostener su magisterio. Como toda personalidad demasiada fuerte e intransigente no fue tolerada por todos sus discípulos. Algunos sintieron que el molde, en vez de guiar sus voces nuevas, las torcía y quebraba a fuerza de falsearlas. Cuando una mística poética se aplica artificialmente a otro ser de formación y sensibilidad distinta, el resultado puede ser catastrófico y quedó contado en un libro insólito en nuestra literatura: El tiempo oscuro, de Jesualdo, con el cual el pedagogo y novelista juzga el gran fracaso del que lucro su apremiante maestro en poesía. Sin embargo, la duda también debía alcanzar al propio Basso. Pasó casi treinta años sin volver a publicar. Su poesía tendió a una ronda de pocas palabras, que en sus diversas combinaciones iba cambiando levemente de significados. Tal aparente economía era, sin embargo, la máscara de un desarrollo conceptual barroco, de un dramático combate para condicionar hasta el último extremo la expresión de una intuición poética y de una intuición religiosa a la vez. En La expresión heroica, cuyo título refleja tan exactamente su actitud poética, dirá: "Crear la dificultad en el fondo de las heroicas ausencias; ser un averbal". Su largo silencio fue el filtro que quiso aplicar a todo lo que consideraba accesorio. Ha dicho su muy amiga Esther de Cáceres: "dotado para recibir algunos símbolos de la gran tradición y para enriquecerlos con un acento nuevo de poderosa belleza, quiso el desierto para su poesía. Renunció a sus poderes propios; se quedó, como un asceta que sabe contemplar con ternura las maravillas del cielo y de la tierra, buscando un canto simple, el canto llano a que aspiró durante largos años y al que llegó después de los difíciles trances de una expresión apoyada en el alma tensa y el oficio riguroso". |
Ida Vitale
Capítulo Oriental Nº 21
Centro Editor de América Latina
Gentileza de "Librería Cristina"
Material nuevo y usado
Millán 3968 (Pegado al Inst. Anglo)
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