Proceso de formación de los barrios y sus características
por Historiador Aníbal Barrios Pintos

Hay hechos de la historia que son considerados efímeros y de escaso renombre. El medio geográfico y social donde se realizan es generalmente de circuito corto. Pero no es menos cierto que en estos eventos de la llamada microhistoria, abundan mieses abundantes y opulentas, muchas de ellas aún sin cosechar.

 

"La gran historia trabaja, —dice el mexicano Luis González— según modas e ideologías, con individuos de nariz levantada (reyes, presidentes, conquistadores, grandes asesinos, cortesanos, santos, sabios y artistas de reconocido prestigio) o con masas (los agricultores, los obreros, la clase media, la burguesía, la nobleza) o con ficciones (el Estado, la nación, el espíritu tal). En cambio, los protagonistas de la pequeña historia son generalmente individuos del pueblo raso; o si se quiere de la élite local que difiere muy poco de la masa local. La microhistoria es el relato individualizado de los humildes, de los vecinos que rara vez aparecen en la sección social de los periódicos y quizá nunca en la sección política o en la sección económica."

 

Agrega el profesor González que "el campo de estudio de la microhistoria es muy distinto al campo de estudio de la historia a secas. Los métodos de las dos historias son también muy diferentes. En la macrohistoria el camino está perfectamente trazado. Los macrohistoriadores van a su objeto y a su público por supercarretera. En la historia menuda no existe el camino; el microhistoriador caminando hace el camino".

 

El tema de los barrios montevideanos pertenece a los carriles de la microhistoria. Si nos atenemos a la etimología del término (del árabe, barrí, exterior, propio de las afueras, arrabal), el barrio comprende cada una de las partes en que se dividen los pueblos grandes o sus distritos.

 

En la ciudad de San Felipe de Montevideo su primer barrio, el Barrio del Sur, surgió dentro de su recinto amurallado. Se extendía frente al río de la Plata en las adyacencias del Baluarte del Rastrillo, llamado posteriormente Real Parque de Artillería (calles Camacuá y Reconquista actuales) y del Cuartel de Dragones (Alzáibar entre Buenos Aires y Reconquista).

 

En la primera mención que hemos ubicado documentalmente de este barrio, del año 1773, se menciona al panadero Joaquín María; la segunda, de 1776, se refiere a una quimera, es decir a una riña, en una pulpería existente en el barrio del Sur. Otra menciones de 1792, de 1793 y de 1798, se encuentran en expedientes relacionados con hechos de sangre ocurridos en dicho barrio. En el primero de los sucesos, el protagonista es el dragón llamado "Pepe", más conocido por "El Pajarito" que dio muerte a Cristóbal Escolano "en la banda de afuera de la muralla... lado del Sur"; en el segundo, se cita a Juana Isabel Barragán, esposa de Luis Ten, que fuera encontrada gravemente herida; el tercero, detalla otro hecho criminal: la muerte del peluquero Pedro Barnechea, conocido vulgarmente por Perote.

 

En la documentación sobre venta de terrenos en Montevideo, se hallan abundantes testimonios de la presencia del barrio del Sur, desde 1780 en adelante, y asimismo de otros dos barrios, el del Norte y el del Oeste, que son mencionados en 1795 y 1796, respectivamente. Y en la relacionada con la Hermandad de San José y Caridad, publicada por el Dr. Velarde Pérez Fontana en el tomo IV de su obra "Historia de la Medicina en el Uruguay", se encuentra una lista de enfermeros correspondiente al año 1786, destinados a la atención sanitaria de los barrios del Sur, del Muelle, del Portón Viejo y de la Batería de San José y sus inmediaciones y otra nómina de enfermeras del año 1787 que tenían a su cuidado los barrios del Este, del Sur, del Norte y del Oeste.

 

Además de las obras de la ingeniería militar española, el barrio del Sur era el escenario de dos centros de actividad industrial y comercial: el molino de viento de Juan de Achucarro y el llamado mercado de Sostoa.

 

El molino del vizcaíno Juan de Achucarro, que ya es mencionado en un documento de 1757, fue el primero levantado en la ciudad de Montevideo. Figura inscripto cuatro años después, en 1761, en el plano del Ing. Francisco Rodríguez Cardoso, en la actual calle Maciel entre Sarandi y Buenos Aires.

 

No fue este molino de viento el primero construido en el actual territorio nacional. En tiempo del gobernador Naper de Lancastre, funcionó en la Colonia del Sacramento un molino con dos molineros y un tahonero enviados por orden real portuguesa del 23 de diciembre de 1690. Aun no ha llegado a mi conocimiento si ese molino era de viento, pero en el mapa publicado por el historiador brasileño Jonathas Da Costa Regó Monteiro relacionado con el sitio de la Colonia puesto por los españoles en 1735, se encuentra representado un molino de viento en el interior de la plaza.

 

El terreno donde se estableció la plazuela de mercados y comestibles del Barrio Sur, fue donado en 1792 por el entonces ministro de Real Hacienda José Francisco de Sostoa y su esposa María Isidora Achucarro, en subsidio del vecindario, que tenia que trasladarse, para abastecerse, hasta la plaza mayor de la ciudad.

 

Este importante centro de relación del Montevideo antiguo, funcionó en la actual calle Mercado Chico y Sarandí. El fino observador francés Berthelemy Lawvergne lo representó en una espléndida acuarela en época de la república, en 1836.

 

Otro documento de 1804 menciona la existencia en el barrio del Sur montevideano del local donde se realizaron fiestas taurinas, que por cierto no alcanzaron la brillantez de las efectuadas en los virreinatos de México y Perú. Esa primera plaza de toros de San Felipe de Montevideo fue erigida entre las actuales calles Pérez Castellano, Maciel, Sarandi y 25 de Mayo.

 

Luego de haberse publicado el bando sobre la creación de comisionados de barrio, una disposición del 15 de junio de 1784 ordenaba que debían estar "completamente instruidos de las familias de sus respectivos distritos, sus calidades, edades, naturaleza, condición, etc.", y a tales efectos debían formar cada uno en su barrio el padrón de las familias establecidas en él.

 

En 1786 y en 1791, en tiempo de los gobernadores Joaquín del Pino y Antonio Olaguer Feliu y Heredia, se ordenó a los distintos comisionados de barrio la realización del padrón de los habitantes existentes en sus respectivos distritos.

 

Pero el concepto de barrio, en estos casos, fue dis­tinto, pues estaba relacionado con cada calle. A manera de ejemplo, en junio de 1791 fue entregado el estado del Barrio de la calle de San Joaquín (antigua del Puerto Chico, actual Treinta y Tres) y sus encrucijadas, exclusos los militares e inclusos los matrimonios de éstos.

 

Figuran en dicho estado,  los siguientes grupos humanos: 752 blancos, 42 indios, 42 mulatos libres, 8 negros libres y 218 mulatas y negros esclavos, en un total de 1.062 personas. Las casas registradas alcanzaron al número de 244.

 

Posteriormente fueron nombrados los alcaldes de barrio, o jueces de barrio, cuyas principales funciones eran de prevención, de vigilancia, de policía y de administración comunal.

 

Refiriéndose a los alcaldes de barrio, dice Carlos Ferrés, que "aunque la fuerza pública debía estar pronta a darles el auxilio que requiriesen, no siempre contaron con el necesario apoyo de ella para contener a la gente pendenciera, promotora de riñas, para lo cual poco valía la integridad física y la vida del próximo, ni las propias, que pululaban por los sitios de juego y baile..."

 

En 1811, en época del levantamiento de la campaña oriental, los alcaldes de barrio prestaron funciones de guardia en los portones de la ciudad. También se encargaron de distribuir las raciones de pan para el vecindario en tiempo de insuficiencia de trigo, como lo atestigua el acuerdo capitular de fecha 15 de setiembre de 1813.

 

Otro barrio existió en el período hispánico: el del baño de los padres, que es citado en 1811. El memorialista Isidoro De María ubica dicho sitio, donde acudían a bañarse los religiosos del convento cercano de San Francisco, en el Mercado del Puerto.

 

"En la muralla de esa parte —dice De María—, que enfrentaba a la guardia de la batería de San Juan, había una abertura que conducía al mar. Una pared de piedra alzada entre ella y la costa, servia de parapeto para encubrir a los bañistas por decencia".

 

El barrio del Sur va a participar de un hecho heroico y dramático ocurrido hace casi 170 años. Una calle montevideana de corta extensión rememora el asalto a la brecha por el invasor inglés, que fuera abierta con bala y metralla el 10 de febrero de 1807 en el portón de San Juan de la ciudad amurallada, situado aproximadamente en la intersección de las actuales calles Camacuá y Brecha.

 

Vale la pena evocar algunos aspectos del Montevideo de los primeros años del siglo XIX, de su vida, hasta entonces, tranquila y sosegada.

Montevideo tenía en 1803 unos diez mil habitantes, mezcla de españoles criollos, negros y mulatos en su mayor parte esclavos. En el arrabal montevideano vivían unos mil seiscientos; en el ejido, algo más de un millar; en la zona llamada de propios, mas de dos mil.

 

El principal grupo social montevideano —excluyendo los oficiales de jerarquía—, lo constituían importantes comerciantes, estancieros, saladeristas, navieros y agricultores, que gravitaban en la dirección de la ciudad.

 

Los hombres usaban sombrero y largas capas. El traje de las mujeres era sencillo. Cubrían su cabeza con un velo negro y llevaban mantilla de color, que anudaban debajo del mentón. Eran por lo general morenas, de estatura baja y de porte elegante. Protegían sus rostros en la época estival con un abanico. En las reuniones familiares vespertinas se combinaba la música, con la danza, el juego de naipes, el buen humor, la conversación, el café.

 

Una de las características dominantes de los habitantes de Montevideo era su religiosidad. Como la Iglesia Matriz no tenía asientos, las esclavas llevaban alfombritas donde se hincaban de rodillas su ama y las hijas. Estas nunca salían solas, y rara vez se encontraban fuera de la mirada de su madre.

 

Los conocimientos culturales de las jóvenes eran limitados. Pocas habían aprendido a leer antes de casarse, pero muchas sabían tocar el piano y la guitarra. Las tonadas que ejecutaban, generalmente tenían carácter amoroso. También interpretaban melancólicas romanzas del Perú.

 

Las mujeres de la clase más humilde estaban generalmente ocupadas en la fabricación de cigarros, que eran consumidos en grandes cantidades por la población de todo el país. Las de color, desempeñaban tareas domésticas o de lavandera. Partían éstas, con un atado de ropa a la cabeza, muchas con sus correspondientes bateas, al distante lavadero de la Estanzuela, a la altura de la actual playa Ramírez, o a los pozos de la Aguada, teniendo que emprender el regreso antes de la puesta del sol, hora en que eran cerrados los portones. Los esclavos estaban destinados generalmente al trabajo de peones en los establecimientos industriales. Su vestimenta se singularizaba por ser de varios colores: azul, amarillo y encarnado.

 

No sólo en las tertulias familiares se reunían los montevideanos de principios del siglo XIX. Por la noche era de rigor asistir a los cafés, que se veían atestados de concurrentes. En tiempo de la invasión inglesa proliferaron los cafés, algunos con billares, donde los parroquianos arriesgaban su suerte a los juegos de naipes y el azar de los dados.

 

Otra de las atracciones de orden popular que apasionaba a los montevideanos eran las carreras de caballo en pelo. Pese a que se hacia un contrato estipulando cuidadosamente las condiciones, y que un hombre "de satisfacción e inteligente" se colocaba en el lugar de la partida, un juez de raya en ia línea de llegada y un comisionado observaba los detalles de la carrera, en algunas ocasiones se hubieron de elevar quejas al gobernador. En 1803 fue Bustamante y Guerra el que resolvió que se volviera a correr una carrera; en 1806, Ruiz Huidobro el que recibió la demanda de Domingo José González, cuyo caballo había sido impelido por el de Pedro Ribera, haciéndolo salir fuera del campo. La pista recta para carreras de caballos, de ochocientas varas de largo (687 metros 20), se encontraba en extramuros, entre las actuales calles San José y 18 de Julio, extendiéndose desde Río Branco hasta Yaguarón.

 

Entre los juegos de equitación ocupaba un lugar significativo en la vida del Montevideo antiguo la corrida de sortijas, juego de destreza cuyo fin era avanzar al galope y ensartar con una varita una sortija pendiente en el cen­tro de un arco, suerte ésta que requería, "vista aguda, buen pulso y gran dominio del caballo".

 

Algunos montevideanos entretenían su ocio practicando el juego de los bolos en una cancha existente frente al Portón Viejo (25 de Mayo y Bartolomé Mitre) y en otra situada en el Cordón. También se jugaba a la pelota en una cancha cercana al Portón de la Ciudadela.

 

En los salones de las tertulias familiares se jugaba a los naipes, a las damas y al chaquete (especie de juego de damas). En Montevideo se fabricaban juegos de chaquete, de cuerno o hueso, que en ocasiones se exportaban a otros lugares de América.

 

El principal festejo cívico era el paseo del real estandarte en días clásicos del año. Se realizaba con un ceremonial de gala, con cortejo de cabildantes y asistencia de todo el pueblo, como testimonio de lealtad al rey de España.

 

El mercado, como ya dijimos, la Casa de Comedias y el lugar donde danzaban los negros, eran otros tantos lugares de reunión.

 

En la Casa de Comedias, que se encontraba en un predio existente en la actual calle 1º de Mayo entre la plaza Zabala y la calle 25 de Mayo, se realizaban regularmente funciones teatrales hasta la invasión inglesa de 1807, año en que fue ocupada como almacén y casa de remates. Su reapertura tuvo lugar en 1808, y siguió siendo por largo tiempo el único ámbito donde se realizaban actividades teatrales y musicales, con la sola excepción de los corralones de la ciudad donde en ocasiones se presenta algún volatín.

 

Los bailes de negros tuvieron gran auge entre los años 1808 y 1829, época en la cual se realizaron en el llamado Paseo del Recinto, en la costa Sur montevideana. Allí iban las familias los domingos a presenciar sus bailes al aire libre, sus candombes "al son de la tambora, del tamboril, de la marimba en el mate o porongo, del mazacallay de los palillos". El espectáculo se prolongaba hasta la puesta del sol.

 

En aquel mundo montevideano de la primera década del siglo XIX, existían personajes que luego desaparecieron de las calles, pero que han perdurado en algunas láminas que reproducen costumbres y tipos de la época, o en el recuerdo dejado por memorialistas o viajeros.

 

Los aguateros vivían en su mayoría en los alrededores de la llamada "Quinta de las Albahacas", situada en las proximidades de las calles Ejido, Cerro Largo y Miguelete actuales.

 

Se surtían del liquido elemento en los manantiales de la Aguada y entraban a la ciudad amurallada por el Portón de San Pedro (25 de Mayo y Bartolomé Mitre, actuales). Recorrían las calles en carretas tiradas por bueyes, conduciendo el agua en grandes pipones. La medida de venta era la caneca, equivalente a algo más de diez litros de capacidad.

 

La carreta del aguatero, igual que el carro de la basura, llevaba un cencerro, colgado en algún lugar del vehículo o en el cuello de los animales de tiro. Así anunciaba su paso por las calles.

 

En tiempo de sequía llegó con ella, en alguna ocasión, la especulación de los aguateros, que subieron el precio de las canecas. Pero los regidores, que administraban los bienes ciudadanos, tomaron de inmediato las providencias necesarias para defender a la comunidad del agio y todo volvió a la normalidad.

 

Durante el primer sitio de los patriotas se agudizaron las penurias de ia población y los aljibes existentes en el Convento de San Francisco y en el Cabildo fueron los que más abastecieron al vecindario de agua limpia y fresca, hasta que fueron insuficientes, y el gobernador mariscal Gaspar Vigodet ordenó abrir algunos manantiales en la costa del Cerro para traer desde allí el agua, en pequeños barcos, al no poder utilizar las fuentes de extramuros.

 

Los muchachos lecheros venían desde fuera del recinto amurallado, y canturreaban "A la buena leche gorda, marchante". A los costados de su mancarrón llevaban sus botijos llenos de leche recién ordeñada o de mazamorra con leche. Generalmente, distribuían su mercadería entre clientela fija.

 

Los pescaderos partían con su palanca al hombro —transportando asi los pescados destinados a la venta—, desde la calle San Joaquín (hoy Treinta y Tres), llamada en la época hispánica de Montevideo de los Pescadores, por tener allí éstos sus expendios.

 

Mientras anunciaban su mercancía, al grito de "Buenas corvinas, borriquetas, pescadillas", descansaban su pesada carga en los postes de madera o en los viejos cañones de hierro que existían en las esquinas, a semejanza del existente en la actualidad en la intersección de las calles Misiones y Rincón.

 

Algún moreno viejo, a los que se llamaba "tíos", vendía ricas confituras en un cajoncito de madera que llevaba sujeto por sobre los hombros con una ancha correa de suela. Anunciaba su paso por las calles con su característico pregón : "Treves, afajore, afeñique, arroz con leche, empanada". Portaba un pequeño plumero para espantar las moscas.

 

Las morenas pasteleras expendían "en tableros arropados", pasteles y tortas. Se encontraban desde hora temprana en el mercado y voceaban sus exquisiteces al grito de "Pasteles el amo y rosquetes el ama", para los niños. Tenían un tarrito con azúcar para espolvorear los pasteles.

 

Los muchachos vendían pastelitos fritos, tortas o pan casero.

 

Los fruteros llevaban a caballo, en árganas, su mercancía: duraznos, higos, sandias, melones... Y el panadero, transportaba su crocante mercancía también en árganas de cuero, que se colocaban a ambos lados del caballo.

 

Otra de las figuras populares del Montevideo antiguo eran los vendedores de velas. Estas se fabricaban en moldes y se sacaban en pares, unidas por el pabilo, para ser colgadas en una caña que llevaban los veleros descansando sobre un hombro.

 

Retomando el tema central de los barrios montevideanos, los dos primeros que se fueron formando en extramuros fueron la Aguada y el Cordón.

 

En la llamada "Quebrada de los Manantiales" los buques del rey se aprovisionaban de agua antes de emprender largas travesías. En 1790 fue construida en medio del arenal una pieza de paredes de ladrillo para la guardia de dichas fuentes, en sustitución de una barraca cercada y cubierta de cueros, levantada en el paraje desde que existieron armadillas en el puerto de Montevideo, donde se alojaban los marineros destinados al cuidado y limpieza de dichas fuentes y también toneleros. La plaza fuerte tenia en ese mismo paraje su abastecimiento de agua.

 

En el conocido dibujo realizado en 1794 por Fernando Brambíla, pintor de la expedición Malaspina, figura la fuente de la Aguada, llamada también de los Navíos. Todavía subsiste bajo la finca de la Avda. Agraciada № 1800 esquina Pozos del Rey.

 

El historiador de la Aguada Walter Scaldaferro ha ubicado dos fuentes más: una bajo la casa señalada con el № 1234 bis de la calle La Paz, entre Cuareim y Yi, la que considera es la misma que fuera llamada Fuente de las Canarias, cuya agua era de gran calidad; la otra, bajo la finca de la calle La Paz esquina Yi, determinada por el № 1250.

 

En 1793 fue inaugurada la Capilla del Carmen por el presbítero Manuel Antonio Collantes, en las proximidades de la esquina formada por la avenida Rondeau y la calle Cerro Largo actuales, mas precisamente en el centro de la calzada de la actual avenida Agraciada. Un núcleo poblado se fue desarrollando en torno a dicha capilla.

 

Por la misma época, allá por los años 1790 a 1795, se levantó en el Cordón la Casa de Guardia, que se considera fue el primer edificio que se levantó en el paraje.

 

A su vez, a fines del siglo XVIII los hermanos José y Luis Fernández se afincaron al Este de la línea del Cordón, a la altura de 18 de Julio entre Tristán Narvaja y Eduardo Acevedo, instalando una pulpería y levantando en el camino frontero un nicho donde fue colocado el Cristo, abierto a la devoción del vecindario y de viandantes. El Cristo hoy se encuentra en la fachada principal de la Iglesia del Cordón.

 

Fueron vecinos del Cordón, Juan Antonio Artigas y luego su hijo Martín José, abuelo y padre respectivamente de José Gervasio Artigas. Vivieron en una casa situada aproximadamente en la mitad de la cuadra de la actual avenida 18 de Julio entre Carlos Roxlo y Minas (vereda Norte). En el período 1805 - 1807 el entonces ayudante de Blandengues José Artigas fue el encargado del resguardo de la jurisdicción del Cordón y Peñarol. El 19 de junio de 1811, el mismo día en que cumplía 47 años de edad, Artigas estableció el campamento patriota en el Cordón.

 

Para quienes no recuerden el porqué de la denominación de Cordón, les traemos a la memoria lo manifestado por el entrañable cronista Isidoro de María: ..."elevado Montevideo a la categoría de Plaza de Armas y Gobierno Político Militar en 1750 prohibióse desde entonces construir casas de material dentro de tiro de cañón fuera de Portones, permitiéndose únicamente hacerlo de fajina y otros materiales semejantes, con el objeto de despejar en cualquier evento de guerra, la superficie comprendida en las 600 toesas, que determinaba el tiro de cañón", es decir unos 1167 metros.

 

Importa subrayar que en muchos casos la disposición no fue acatada

 

La línea del Cordón señalaba pues el limite entre el llamado Campo de Marte o Ejido y los terrenos de propios, pertenecientes al Cabildo de Montevideo.

 

El arquitecto Carlos Pérez Montero, en su obra sobre la calle 18 de Julio, afirma que "la Piedra Grande", iniciaba la línea demarcatoria del Cordón. Se encontraba en el medio de la actual calle Tacuarembó entre Cerro Largo y Galicia. Luego la "línea" seguía su trazado pasando por las cercanías de la hoy plazoleta del Gaucho y finalizaba donde en nuestro días está la esquina de la calle Andrés Martínez Trueba (ex Vázquez) y avenida Gonzalo Ramírez, frente a la playa, hoy terraplenada, que se conoció con el nombre de Santa Ana. El primer mojón se encontraba en la llamada Piedra Nativa, contigua al arenal de la fuente de Canarias. La parte de esta línea hacia el Este tomó la denominación de Cordón, por la cual se conoce hoy el populoso barrio de ese nombre.

 

Un mapa de 1803, que muestra el terreno comprendido bajo el tiro de cañón de Montevideo y parte de los ejidos, registra una cantidad cercana a las ciento cincuenta viviendas existentes en la época fuera del recinto amurallado; en su mayoría van a ser destruidas por los fuegos de los invasores ingleses y de los sitiados. La Capilla del Carmen, a la cual ya nos referimos, en 1812 ya había sido demolida por encontrarse bajo el tiro de cañón de la plaza.

 

La Aguada y el Cordón, constituidos en centros de población considerable, fueron incorporados a la Ciudad Nueva el 31 de diciembre de 1861, para que disfrutaran de las mejoras de higiene y policía con que contaba aquélla.

 

Ya constituida la República, los inmigrantes que lle­gaban a nuestras costas - canarios, vascongados, navarros, piamonteses -, por contratación privada u oficial, comenzaron a radicarse por Tres Cruces, Aldea o Maroñas, como peones de chacras, de hornos de ladrillos o de saladeros o trabajando como artesanos o dependientes de comercio.

 

Fue en la época, en 1834 que luego de la solicitud de Antonio Montero, quien pretendía levantar una población en la falda meridional del Cerro de Montevideo, el gobierno nacional resolvió fundar, durante el interinato de Carlos Anaya la '' Villa del Cerro bajo la advocación de «Cosmópolis»'', denominada así pues se esperaba que recibiera inmigrantes. El decreto de Anaya fue dictado el 30 de diciembre de 1834. Por esos días se dio principio al amojonamiento de las chacras de la futura villa. Poco tiempo después, en 1835, dichas tierras fueron adquiridas por Juan Miguel Martínez, Francisco Lecocq y Atanasio Aguirre.

 

Los graves hechos militares que culminaron con la renuncia del presidente Oribe en octubre de 1838, impidieron el desarrollo de la población proyectada. Tres años después, en 1841, el agrimensor Enrique Jones levantó un plano de la Villa del Cerro y seguidamente el proceso de poblamiento adquirió mayor empuje ya que desde entonces muy pocos edificios se habían erigido.

 

Fue precisamente en enero de ese año que en la prensa montevideana se anunció la venta de solares "en el nuevo Pueblo del Cerro''.

 

Existe una libreta escrita por J. Sandres, constructor de casas de la Villa, radicado en el Cerro en 1841. En ella el maestro de obras francés dejó una serle de valiosos apuntes sobre los costos de albañilería de aquellos tiempos y también sobre la vida doméstica entre los años 50 y 60. En una de las páginas se lee: pan, mensual, $0.98. Y en otra: junio, verduras, $ 1.02.

 

En 1843 la sociedad Stanley Black y Cia. adquiere terrenos que le permiten extender hacia el mar su saladero, levantado en tierras libres. En una acuarela del veraz y detallista dibujante Juan Manuel Besnes e Irigoyen sobre un episodio del sitio de Montevideo, pintada en el mediodía del 10 de noviembre de 1844, se puede apreciar en la falda del Cerro no más de una docena de casas. No es de extrañar que en 1846 el alcalde de la jurisdicción del Cerro informara que en su zona no existía ninguna escuela. Recién en 1859 iniciará sus actividades la primera erigida allí: la actual escuela № 29.

 

En 1867, año en que se establece la nomenclatura de las calles de la población, el vapor "Villa del Cerro" dejaba establecida una carrera estable de navegación a vapor entre dicha villa y Montevideo. En un sólo día de ese año, el 7 de mayo, más de medio millar de personas visitaron dicha población. Con toda la solemnidad del caso fue inaugurado el café de Mme. Monetou, con cuantas comodidades podía aspirar un turista de entonces.

 

En las faldas del Cerro se siguieron instalando saladeros, cuyos muelles marginaron la bahía. En 1873 existían nueve, algunos de gran costo, que tenían un alto movimiento de matanza: los de J. R. Gómez, Jaime Cibils, Pedro Piñeyrúa, Tomás Tomkinson, Luis J. Anaya, Apestegui, Pauleti y Duplesis, Correa, Lemos y Cía y, Buther y Martín.

 

El año terrible, el de la "Revolución Tricolor", también fue terrible para el Cerro.

 

Así rezaba una gacetilla de "El Siglo" de mediados de 1875:

 

"Aquí no hay una plaza pública, un muelle público, una calle por donde transitar sin exponer el caminante su vida; luz, todo falta aquí, menos miseria, todo, infección. Creería que vivíamos en un desierto, en la Siberia, sino fueran esas dos escuelas donde se educan 250 niños de ambos sexos, que pueden servir de modelo a la educación primaria".

 

El preceptor de la escuela de varones José María López, fue asimismo director, desde 1878, de la primera escuela agrícola autorizada oficialmente en la república. Fue levantada en la manzana de la villa número 109, destinada a plaza pública.

 

Un año después entraba en servicio el dique de cadena Cibils-Jackson en Punta de Lobos, en la costa del Cerro que fuera el más importante de América del Sur.

 

En el ruedo de la bahía, en la Teja —denominación que distinguió a un antiguo varadero— en 1842, el industrial inglés Samuel Lafone, que erigió en dicho rincón un saladero renombrado comenzó a establecer el Pueblo de la Victoria.

 

Cuando el general Manuel Oribe puso sitio a Montevideo, en febrero de 1843, hacía cuatro meses que se había delineado el pueblo. Por ese entonces ya existían cuatro edificios y se había proyectado la construcción de dos puentes: uno, sobre el Miguelete, con la cooperación vecinal, y el otro, sobre el arroyo de Cuello, con lo que se confiaba acelerar el incremento de las poblaciones del Cerro y de la Victoria.

 

Contaba ya 283 propietarios, que habían adquirido allí 685.216% varas cuadradas (588.601 m.2) de terreno para edificar, dividido en 295 fracciones. Representaban a pre­cios de compra de la época, un valor de 297.448 pesos 790 reis

 

El desarrollo del pueblo quedó frustrado por ia llegada de Oribe que, según el diario "Comercio del Plata", ordenó la destrucción de las edificaciones levantadas y dispuso de los materiales acopiados.

 

En 1877, se funda la modesta escuelita rural №11, que luego se transforma en la escuela urbana № 57 del pueblo Victoria. Una década después, en 1887, el incansable y ubicuo Francisco Piría adquiere la isla llamada del Bizcochero y compra las tierras adyacentes que constituyen la base del pueblo Victoria. Según datos publicados por el belga Van Bruissel, dicho pueblo tenía ya 4.500 habitantes.

 

La Teja paralizó su crecimiento durante el Sitio Grande, pero otras zonas que rodeaban Montevideo, Paso del Molino, Miguelete, Cerrito, Cardal, Buceo, Aldea e incluso el Cerro se incrementaron con mayor vigor por el afincamiento temporal de soldados y sus familiares, como así también de montevideanos simpatizantes de Oribe que se trasladaron a las líneas sitiadoras. Entre estas zonas se establecieron nuevas vías de comunicación.

 

Por la época, en octubre de 1842, se iniciaron remates de solares en el paraje denominado Bella Vista, que era ponderado en avisos publicitarios como el punto más elevado y pintoresco de la ribera montevideana.

 

La historia edilicia de Bella Vista enriqueció sus anales con dos casas de estirpe patricia: la quinta del general Rivera, a la altura de la actual avenida Joaquín Suárez y Asencio y a escasa distancia de ella, la azotea que construyera en 1840 el Jefe de la Defensa, demolida en 1906 luego de servir de sede a una escuela.

 

A su vez, Aguada fue prolongado sus edificaciones hacia el arroyo Seco, en el camino del Paso del Molino. En la actual esquina de Agraciada y San Fructuoso, se hallaba una casona ya histórica que hoy se encuentra en ruina: en ella se hablan firmado las condiciones mediante las cuales se rindió en 1814 la plaza de Montevideo. Instancia memorable con la cual tocó su fin el periodo hispánico en el Plata.

 

El plano topográfico de la ciudad de Montevideo y cercanías levantado por el agrimensor Pedro Pico en 1846, ha fijado los nombres de varios propietarios de quintas en las cercanías del Paso del Molino y a orillas de los arroyos Miguelete y Morales, entre ellas, para citar las más conocidas, las de Maturana, Reyes, Larrañaga, Viana Juanicó y Juan Antonio Lavalleja. De esta última se mantienen aún erguidas algunas de sus habitaciones y su mirador, sobre la calle Atahona entre Vaimaca y Celedonio Rojas.

 

Se perciben en dicho plano una concentración de viviendas contiguas a la Figurita y a la capilla del Reducto y también en las cercanías de Tres Cruces.

 

Como una atalaya secundaria y alejada del río, el Cerrito, que será de la Victoria desde el último día de 1812, señorea en las espaldas de la ciudad.

 

Durante casi nueve años será el centro vital de un ir y venir de chasques, de resoluciones gubernamentales y esperanzas políticas. En 1848 el campamento sitiador albergará unos 5.000 hombres en ranchos de barro, estacas y paja, extendiéndose por más de nueve kilómetros. Casas de comercio amojonaban el camino.

 

La vecina zona llamada del Cardal, va asimismo a transformarse a partir de febrero de 1843, cuando comienzan a afluir los soldados de Oribe instalados en el Cerrito de la Victoria. El Cardal y el Cuartel quedarán unidos por el llamado "camino del campamento", la ex calle Industria, actual Ing. José Serrato.

 

Surge así "El Cardal" como centro comercial del gobierno del Cerrito. Allí se instalan pulperías, tiendas, "boticas", reñideros de gallos, etc. , que se suman a los molinos y saladeros que funcionan en sus alrededores. La habilitación del puerto del Buceo en 1843, contribuye a acelerar el desarrollo.

 

Dos años después, en 1845, Oribe ordena, según los planos levantados por. el Ing. José María Reyes, la creación del pueblo y sección chacras de El Cerrito, en terrenos que fueron de Melchor de Viana, y el 24 de mayo de 1849, la ejecución del nuevo trazado de las calles del caserío del Cardal, que llevaría desde entonces el nombre de "Villa Restauración", sustituido un mes después de la paz de octubre de 1851 por el de "Villa de la Unión".

 

Con posterioridad a la Guerra Grande, la Unión fue invadida por oleadas de inmigrantes, organizándose allí bailes, tertulias y corridas de toros.

 

En 1855, a su circo taurino acudirán normalmente a cada corrida de 3.000 a 5.000 espectadores. Se hallaba situado en la actual plazoleta de Pamplona y Orense.

 

Haciendo sentir al lector participante de sus evocaciones, el Dr. Luis Bonavita ha escrito, con amor y talento, la historia de la antigua villa de la Restauración.

 

La aldea del Buceo, que en tiempo del comienzo del sitio era inexistente, pronto se transformó en puerto exportador de cueros.

 

El nombre de Buceo fue dado en recuerdo de las operaciones de rescate del cargamento del navío "Nuestra se­ñora de la Luz", naufragado en 1753 al Sudeste de la "Isla de la Luz", llamada así desde ese siniestro marítimo.

 

Tempranamente, hacia 1769 y por más de quince años tres pescadores -rescatamos sus nombres del olvido, Francisco Galván, Francisco Pícolmino y Vicente Avella- se instalaron en la rinconada del Buceo, sobre la misma barranca "donde llegaba la lengua de agua", para abastecer de pescado a los habitantes de San Felipe de Montevideo.

 

La aduana del Buceo fue importante fuente de recursos para el gobierno del Cerrito, pues los cueros del interior del país salían por ella. Según datos obtenidos por el historiador Eduardo Acevedo, durante los meses comprendidos desde noviembre de 1843 hasta julio de 1845 se exportaron por el Buceo 323.000 cueros vacunos. Agrega, que desde fines de agosto hasta noviembre de 1848 fondearon en dicho puerto 36 buques mercantes de ultramar y 76 de cabotaje.

 

Padrones de la época testimonian la evolución demográfica ascendente del Buceo: en 1845 tiene 210 habitantes, sin contar la población flotante; entre 1848 y 1850 se le atribuyen 900 almas. En 1850 existen en su ámbito 15 pulperías, además de los cafés y billares, los llamados "del Buceo" y el de "Rívarola".

 

La clausura del puerto del Buceo luego del fin de la llamada Guerra Grande, provocó un periodo de acelerado decaimiento.

 

Ya en este siglo, principalmente en la década del 20, se fueron levantando ranchos de lata y madera alrededor del puerto, que se hicieron famosos porque allí, en aquellos tiempos de bohemia, fraternizando en derredor de bien condimentadas ollas, acudían artistas, políticos y diversos personajes populares. Años después, los famosos ranchos fueron sustituidos por chalets.

 

En 1877 el pueblo del Cerrito vio nacer en su flanco el pueblo de San Lorenzo, fundado por Luis Herosa y así bautizado en honor del Cnel. Lorenzo Latorre. Ambos se soldaron y comenzaron a tener un solo destino.

 

El Paso del Molino y las praderas esmeraldinas que lo rodeaban se transformaron en el paseo obligado de grupos de jóvenes de la sociedad montevideana que lucían sus espléndidos vestidos de colores, preferentemente, blanco, azul o rosado.

 

Se levantaron nuevos edificios en las quintas aledañas y se restauraron los antiguos o deteriorados durante la guerra. Durante los meses de estío algunas familias montevideanas pasaban largas temporadas entre árboles y flores perfumadas.

 

La estación Yatay dio impulso al Paso del Molino, que recuerda el molino de agua levantado en fecha anterior a 1756 por el religioso jesuita Cosme Agulló, próximo a las actuales calle Uruguayana y Zufriateguí, quien en ese mismo terreno construyó una tahona y un horno para la fabricación de ladrillos.

 

Frente a la estación Yatay, hacía 1873, se hallaba el recreo de Madame Beauzemont, considerado en la época como uno de los grandes centros campestres de Montevideo juntamente con el Recreo de la Aguada, la Quinta de las Albahacas y el Recreo del Cordón. Según el testimonio del Dr. Domingo González, la Quinta de las Albahacas se hallaba en las proximidades de las calles Ejido, Cerro Largo y Miguelete.

 

En el amanecer de la década de 1890, magníficos edificios y quintas espléndidas embellecían el ámbito del Paso del Molino. Brillantes reuniones sociales se llevaban a cabo en sus elegantes chalets. Era el punto obligado de veraneo de la sociedad montevideana.

 

Una nómina de chalets de las zonas del Paso del Molino y del Puente de las Duranas incluía los pertenecientes a las familias de Farini, Vilaza, Fynn, Victorica, Bastos, Montero, Moratorio, Illa, Aurelio Berro - cuyo chalet ya era sede entonces de la legación de la República Argentina -, Eduardo Zorrilla, Morales, Paullier, Cardoso, Iglesias, Tajes, Montero, Casaravilla y Vidiella. Residían habituatmente en la llamada entonces localidad del Paso del Molino, las familias de Frávega, De María, Salvo, Buxareo, Castellanos, Belinzón, Suárez, Lavandeira, Lussich, Maeso, Ramírez, Stewart y Reyes, entre otras.

 

Esta tradición de prestigio social perduró hasta las postrimerías del siglo XIX. Las deliciosas páginas que José Pedro Bellán dedicó al Prado evocan vivamente aquella existencia serena que exaltaba los valores de la vida contemplativa.

 

En 1899 los hermanos Salvo instalaron en un vasto terreno abastecido por las aguas del Miguelete la fábrica de tejidos llamada "La Victoria". Al fusionarse un año des­pués con la fábrica "La Nacional" de los Hnos. Campomar y Compañía, surgió la firma Salvo, Campomar y Cía., que empezó a fabricar casimires. Este y otros notables establecimientos industriales y comerciales establecidos posteriormente en la zona, serán importantes fuentes de trabajo y vigorosos fundamentos para la economía del país.

 

El Prado de hoy vibra silenciosamente ante los testimonios edilicios y forestales dejados por el amor a la naturaleza del financista y hombre de negocios francés José de Buschental. Llegado a Montevideo en 1849 para desarrollar actividades diplomáticas e incluso financieras, una de sus obras más trascendentes fue su quinta, a la que denominó "Buen Retiro", cuyo parque fue delineado por el paisajista francés M. Lasseaux.

 

Sobre el núcleo básico de las obras edilicias y los plantíos dejados por Buschental, surgió el esplendor del Prado. El gobierno lo expropió en 1889 para dedicarlo a paseo público y nuevas expropiaciones le dieron su fisonomía actual al agregársele las quintas de Agustín de Castro y de Augusto Morales.

 

En 1867, otro distrito montevideano era también preferido en la estación estival: el llamado La Aldea. Según el escribano Ramón Ricardo Pampin comprendía aproximadamente lo que dentro de la nomenclatura actual delimitan la avenida Italia, la calle Gral. Las Heras, la avenida Ramón Anador y el bulevar José Batlle y Ordóñez.

 

Orestes Araújo publica una nómina de primeros pobladores y vecinos de La Aldea, entre los cuales se encontraba doña María (alias La Buena Moza), en cuya quinta habría habido un oratorio y un cementerio. Los restos de aquél se encontraban en el año citado en la entonces quinta de Moratorio.

 

Por ese tiempo embellecían La Aldea las quintas de José Cibils, Buxareo, Horne y Tomás Pérez en el camino principal y también las del citado Moratorio, Aréchaga y Ross, entre otras, por el camino que seguía hasta el Buceo.

 

La guerra del Paraguay entre los años 1865 y 1868 originó una época de prosperidad financiera para el Uruguay, con un momentáneo período de crisis a mediados de 1866 provocado por la situación bancaria londinense.

 

Se produce una expansión notable de ventas de terrenos urbanos y suburbanos de Montevideo, cuya población salta, en cifras absolutas, de 57.916 en 1860 a 111.578 en 1869. Este elevado crecimiento es ganado fundamentalmente, a expensas del aporte inmigratorio. Como consecuencia se produce el alza vertiginosa del precio de la tierra.

 

Se crean sociedades con fines de especulación inmobiliaria, que adoptan el sistema de remate de tierras en base a largas facilidades de pago y un monto asequible a la baja clase media. Se realizan amanzanamientos y loteamientos primarios, que no cuentan con equipamiento urbano.

 

Villas y pueblos se van extendiendo a expensas de este fenómeno urbanístico. El novísimo Montevideo quedará encerrado, teóricamente, entre el trazado del bulevar Artigas y el río de la Plata. Se construyen caminos de entrada a la ciudad y plazas de frutos.

 

La "Nueva Ciudad de Palermo" figura inscripta contigua al Cementerio Central en el plano editado por Mege y Williams de 1862. Un año después fue tomada una fotografía de la calle que llevaba al cementerio, conocida hoy por Yaguarón. El lugar aparece como un desolado desierto, lleno de baldíos y yuyales. Hacia el Este aparece un grupo de casitas que brotan como hongos blancos en la soledad de los eriales. Una de ellas luce esta leyenda: "Almacén de Comestibles de la Nueva Ciudad de Palermo". En el naciente barrio, que prolongarla en el tiempo ese nombre, había italianos y criollos iniciando la ruda hermandad que imponían las orillas pueblerinas.

 

Tres sociedades, llamadas de Fomento, comienzan sus actividades de venta de solares en 1867 y 1868.

 

La llamada "Fomento Territorial" remata en octubre de 1867 terrenos del barrio del Retiro, delineado en terrenos de la antigua quinta de Béjar, detrás del actual Establecimiento de Detención y Cárcel Preventiva. En 1868 comienza la venta de solares en el pueblo "Campos Elíseos", en las cercanías del Paso del Molino.

 

Otra sociedad, inicia en agosto de ese año la delineación en el paraje de las Tres Cruces, contiguo al Cordón, de otro pueblo que abrazaba una área de terreno desde la casa llamada Gallinita hasta la de Sochantres, tomando dos calles paralelas a la derecha y tres a la izquierda de 8 de Octubre. El comercio conocido por Gallinita había sido levantado en la extremidad de la calle 18 de Julio hacia el Este.

 

Según Isidoro De María, el lugar había recibido su nombre "por las Tres Cruces de madera que señalara a principios del siglo XVIII el lugar donde se consumó el asesinato de tres víctimas por malhechores". En cuanto a los Sochantres -directores del coro en los oficios divinos- vivieron en un lugar existente cerca del cruce de las actuales avenidas 8 de Octubre y Garibaldi. Ahí los sitúa el plano topográfico de Pedro Pico de 1846. Dos de ellos, que desempeñaban dichas funciones en la Iglesia Matriz de Montevideo , - se dice que eran dos hermanos vascos -, residieron en un edificio que disponía de un extenso predio en el paraje mencionado.

 

Con referencia a La Blanqueada, donde se encontraba el campo de juego del Montevideo Cricket Club, fundado en 1861, su nombre deriva de una casa blanqueada que hubo allí y que se destacaba en ese sitio precisamente por su blancura. Pedro Figari la fijó sempiternamente en uno de sus óleos. Hacia 1912 tenía el mismo nombre una de las principales casas de comercio que existían en ese arrabal montevideano de entonces.

 

Por su parte, la Sociedad "Fomento Montevideano", creó dos importantes pueblos: Atahualpa, en 1868 y Nuevo París, en 1869. En enero de este último año, también había rematado terrenos en el paraje conocido por Figurita llamado así por un viejo comercio que existía en el siglo XIX en la esquina formada por las actuales avenidas Gral. Flores y Gral. Garibaldi.

 

Aunque en un plano de 1910 se conoce por Figurita el barrio contiguo al Reducto, comprendido entre las avenidas Millán y Gral. Flores hasta avenida Garibaldi, ya en planos de 1930 aparece señalado con esa denominación el paraje situado en derredor de la calle Figurita, al Norte de la avenida Garibaldi y al Sur del barrio Jacinto Vera, entre avenida Gral. Flores y el bulevar Artigas. En la actualidad lo distingue esa misma ubicación.

 

Atahualpa, que recibió el nombre del Inca que reinaba en el Perú en tiempo de la conquista , fue fundado en derredor de la antigua quinta del sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga, en terrenos de Estomba.

 

En la actualidad, el Prado y Atahualpa forman una unidad casi indisoluble. Ambos comparten el prestigio de haber sido la cuna o residencia de hombres ilustres como Vaz Ferreira y Julio Herrera y Reissig.

 

Ya muy lejano aquel día de fines de 1888, en que en "breacks", en victorias, en cupés, en landós, en americanas o en humildes jardineras o "birloches" acudieron unas 30.000 personas al entonces llamado Prado Oriental para ser protagonistas de las tan famosas como populares romerías españolas, hoy ambos continúan siendo, aunque con disminuida intensidad, paseo soleado de los domingos, rincón remansado de los barrios aledaños.

 

Distinto origen tendrá el barrio Goes. Al finalizar el año 1866 el gobierno del general Flores, denominó al Camino de la Figurita Camino de Goes e inauguró un vasto mercado de frutos que englobaba en su seno a la Plaza de Carretas. Tenia por limites, al Este la calle José L. Terra; por el Oeste, Marcelino Sosa, por el Sur, Yatay y por el Norte, la actual Isidoro De María. Dicho mercado tenia un ajetreo permanente, en él la ciudad adquiría los productos de campaña.

 

Esta actividad comercial, desarrollada en el punto de partida de un camino que se prolongaba hacia el Cerrito de la Victoria y desde la Figurita, por la actual avenida Gral. Garibaldi, le dio a Goes temprana fisonomía. Fue así, que alrededor de la plaza-feria surgieron modestos pero abundantes locales. En ellos se alojaban pulperías, almacenes, fondas, corralones y barracas de acopio, que evocara con amor y presencia definitiva el Dr. Juan Carlos Patrón.

 

Otra sociedad, la de Cornelio Guerra Hermanos y Cía. decidió erigir hacia fines de 1868 una villa de recreo a orillas del arroyo Pantanoso para solaz de la población montevideana. Uno de sus integrantes a quien se le compraron dichas tierras era Perfecto Giot, que fue el primero que trajo carneros y ovejas Rambouillet a nuestro país. Giot levantó la verde insurgencia de los árboles que hoy dan gracia al paisaje y embalsaman el ambiente con intensos aromas.

 

El pueblo de recreo llamado Villa Colón estaba en marcha, pero ésta fue diferida por la revolución de Timoteo Aparicio. La sociedad constituida por Ambrosio Plácido Lezica, Anacarsis Lanús y Enrique Fynn, fundada en 1866 con el fin de proveer de aguas corrientes a Montevideo, adquirió en 1873 las acciones de la sociedad primitiva que ya había erigido cuatro chalets, que aún subsisten, e hizo realidad el desarrollo definitivo de la villa.

 

Un nuevo elemento va a posibilitar la aparición de un nuevo barrio. Durante el gobierno del general Lorenzo Batlle se inauguran las tres primeras líneas de "tram­ways" de caballitos en Montevideo. Una de ellas, la línea del Este fue inaugurada en octubre de 1871 conjuntamente con las instalaciones balnearias de la playa situada en las cercanías del saladero de Ramírez. Los rieles del tranvía fueron tendidos sobre el antiguo camino de la estanzuela de Alzaybar.

 

Donde concluían dichos rieles fueron establecidos los "Carros de Baños Orientales" con capacidad para cinco o seis personas. Estos servicios dieron a Ramírez calidad estricta de balneario, más o menos calcado de los europeos.

 

El siempre atento y emprendedor Francisco Piría adquirió los terrenos aledaños en 1896 y en febrero de 1889 el Banco Crédito Real Uruguayo inició la venta de solares del Barrio Porteño frente al edificio del Asilo de Huérfanos y Expósitos.

 

Luego se pensó en las atracciones, en los juegos para el público que buscaba diversiones estivales. Uno de los más requeridos, la "montaña rusa" se inauguró el 24 de enero de 1889. En 1901, en el Parque Urbano los árboles aún no hablan llegado a la categoría de arbustos.

 

En 1875 se levantó la iglesia del Reducto frente a la actual plaza Gral. Eugenio Garzón. En su derredor y también contiguo al Manicomio Nacional levantado en 1880 en la quinta de Vilardebó, -el más importante de América del Sur en dicha época-, comenzó a prosperar el barrio del Reducto llamado así, porque en San Martín y Burgués, aproximadamente donde tuvo su origen, vivió en 1813 el Cnel. José Rondeau, en casa de Martín Gulart, más conocido por Machín, a la que se habla fortificado y convertido en Reducto. Hacia 1912 el barrio del Reducto era uno de los que más rápidamente había prosperado.

 

Se suceden más barrios en la década del 70. La empresa "La Comercial" que dinamizaba Florencio Escardó remata terrenos en marzo de 1871 en "La Comercial", barrio de vida tranquila que tuvo en sus comienzos el aporte de contingentes italianos; en 1873, surge Sayago, en terrenos de Francisco Sayago, por iniciativa de Luis Girard, paraje por el que pasaba el ferrocarril desde el 1º de enero de 1869, otro factor cardinal que impulsó la forma­ción de pueblos en el territorio nacional.

 

En ese mismo año de 1873 se rematan solares en el pueblo de Maroñas, apellido de un antiguo morador, cuya casa ya existía en 1817 cuando el héroe minuano Juan Antonio Lavaileja hacia prodigios de valor en el paraje, ante fuerzas portuguesas. Un año después, surge "Flor de Maroñas" en tierras de propiedad de la Suc. Juan María Pérez. Hoy Maroñas y sus alrededores constituyen la mayor concentración industrial del Uruguay, con sus curtiembres, sus importantes fábricas textiles, sus plantas metalúrgicas, sus marmolerías, sus barracas, sus fábricas de productos porcinos, de neumáticos, de ladrillos, de pinturas.

 

Sobre la península de Punta Brava o de Carretas, en febrero de 1874 nace Castro Urdíales, nombre con el que se rindió homenaje a la ciudad homónima de la provincia española de Santander.

 

Punta de Carretas ya se llamaba así antes de la fundación de Montevideo. El sacerdote francés y hombre de ciencia Louis Feuillée, que desembarcara en la bahía montevideana el 30 de octubre de 1708, afirma que dicha denominación provenía de los peñascos de dicho cabo que avanzaban en el río, semejantes a carretas. Para indicar los peligros que acechaban a los navíos, el 10 de octubre de 1876 comenzó a brillar el faro de Punta Carretas, tan familiar a los ciudadanos de Montevideo.

 

Punta Carretas mantuvo siempre una constante vinculación con el deporte. Cuando en 1891 se forman los primeros equipos organizados de fútbol, Punta Carretas será lugar de cita para los jugadores. Este año, el cuadro del barrio, el Club Atlético Defensor, ha obtenido el lauro máximo del fútbol nacional.

 

Mientras la mole gris de la Cárcel Penitenciaria continúa siendo la sombra melancólica de Punta Carretas, en el museo y escuela cívica "Juan Zorrilla de San Martin" se venera la personalidad histórica del Poeta de la Patria.

 

Importa señalar en estas menciones cronológicas, la formación de otros pueblos en esta década. Abayubá, en 1873, sobre la margen izquierda del arroyo de las Piedras, contiguo al pueblo de La Paz; Ituzaingó, en 1874, en terrenos que pertenecían a la ex "Sociedad Hípica Montevideana", ubicados en Maroñas y San Lorenzo, en 1877, en el Cerrito de la Victoria, al cual ya nos referimos.

 

La idea de Juan Pedro Ramírez de implantar un pueblo en los desiertos arenales donde las lavanderas morenas hablan excavado cachimbas o pocitos junto a la ribera para lavar las ropas de los montevideanos, data de 1868, año en que el agrimensor Demetrio Isola trazó el plano del pueblo de "Nuestra Señora de los Pocitos". Pero el futuro pueblo, aunque se fueron levantando algunas casas en los solares vendidos, no nació oficialmente hasta 1886. Fue entonces cuando Pedro Forte Gatto y Javier Álvarez (hijo), procediendo por orden de la Dirección General de Obras Públicas, levantaron el plano de delineación del Pueblo de los Pocitos, que fue aprobado por dicha Dirección. Otro paso hacia el futuro estaba dado. Pero aún faltaba mucho tiempo para llegar al auge edilicio y la consagración social.

 

El florecimiento de Pocitos obedeció a causas diversas que se congregaron felizmente para determinar su brillante porvenir. Una, fundamental, la implantación de tranvías de caballos, en 1875, por la empresa regenteada por Rafael Pastoriza; otra, la decisión de muchas familias del centro para constituir un balneario casi privado, ya que Ramírez era demasiado frecuentado; la tercera fue la creación de numerosos barrios constelados en su derredor, que se unieron naturalmente a él y contribuyeron a facilitar el acceso a la playa.

 

Cuando el tranvía de caballos llegó a la playa Capurro, por tierras que habían sido de Juan Bautista Capurro, le dio un toque mágico al lugar y lo convirtió en balneario. Los bullangueros contingentes de Montevideo que llegaban allí domingo a domingo consagraron un nuevo tipo de recreo.

 

Fracasada, —a causa de la tremenda crisis financiera que se produjo entre 1886 y 1890—, la idea del Ing. Alberto Capurro de levantar el "Gran Balneario Playa Honda", concretada en 1887 con la organización de una sociedad, la voluntad popular le da en 1900 un bautismo definitivo, al asegurarse las instalaciones balnearias.

 

Luego viene el tren eléctrico y en 1910 nace un parque con escalinatas, jardines, pista de patinaje, murallones y otras obras que confirieron al lugar un sello distinguido y le infundieron intensa vida social. Esteban Elena fue el alma máter de la empresa y el técnico italiano Juan Veltroni su realizador.

 

El ciclo brillante de Capurro fue eclipsado hacia la década de los años 30 de este siglo, por los balnearios del Este de Montevideo en desarrollo creciente.

 

En 1889 Montevideo tenia 215.061 habitantes, según los resultados del censo municipal de ese año. Su crecimiento en los últimos treinta años había sido más rápido que el de otras grandes ciudades de América, como Buenos Aires, Chicago y Rosario. Del total general de habitantes, 114.322 eran nacionales y 100.739 extranjeros; 116.494 eran varones y 98.567 mujeres. 212.441 eran personas blancas; 700, mulatas; 632, mestizas y 128, negras. 88.182 no sabían leer ni escribir.

 

En la zona urbana, cada 160 habitantes utilizaban para su vivienda 100 piezas. La edificación, en 36 años (desde 1860 a 1889) habla aumentado en 333%. De 1872 a 1889 fue de 253%. En el mismo número de años Buenos Aires había ascendido a 162%. El total de edificios en la zona urbana montevideana alcanzaba al número de 18.174; el correspondiente al departamento, 20.788.

 

Hacia 1886 llegaron capitalistas de Buenos Aires con el propósito de especular con la compra, y otros para fundar bancos de construcción y de créditos. La tierra comenzó a cotizarse a muy altos precios, a tal punto que llegó a niveles desmedidos. Entre quienes arribaron contando con la confianza y el respaldo de grandes capitales llegó un hombre de leyes, escritor y orador y a la vez especulador osado, que había revelado sus dotes al jugar audazmente en la Bolsa de Madrid. Se llamaba Emilio Reus y fue el fundador de los primeros grupos de viviendas económicas de Montevideo algunas con buhardillas y techos "a la Mansard" característica que los distinguen y que aún conservan: barrios Reus al Sur —donde impera la calle Anslna— y al Norte.

 

Pese a todos los inconvenientes humanos y naturales que salieron a su paso, sus proyectos cristalizaron fundamentalmente en los bloques de viviendas que hoy constituyen Villa Muñoz, vasto conjunto de casas sólidas, funcionales y baratas construidas con la intención de alojar decentemente a la gente de trabajo.

 

Nunca el Uruguay había conocido trabajo de tal envergadura. Más de 2.000 hombres por día se ajetreaban en las construcciones. 500 carros de carga iban y venían trayendo arena y ladrillos, cal, pizarras, y vigas. Los hornos de ladrillos de Montevideo no daban abasto.

 

Fueron así surgiendo, con celeridad pasmosa, 27 cuerpos de edificios ubicados sobre 18 manzanas que en total albergaban 531 casas. Pero la naturaleza y las contingencias humanas obstaculizaron los trabajos. El mal tiempo en el invierno de 1888 paralizó durante 78 días las obras. Por otra parte la crisis que se abatía sobre la economía uruguaya sumió en la ruina a la Compañía Nacional de Crédito y Obras Públicas, presidida por el Dr. Emilio Reus.

 

Esas circunstancias y otros quebrantos financieros agravaron una lesión congénita del corazón del Dr. Reus, que falleció en marzo de 1891, a los 32 años de una vida agitada y turbulenta, en plena pobreza, "atendido por la caridad de sus vecinos".

 

El monumento edilicio de este hombre de formidable capacidad para soñar y realizar continúa en gran parte en pie, prolongando su nombre en el pueblo a través de los años.

 

Durante largo periodo de actividad dos figuras sobresalen como promotores de la pequeña propiedad para los sectores modestos de la población: el montevideano Francisco Piria y el argentino Florencio Escardó.

 

El creador de Piriápolis, comerciante e industrial, luchador incansable y de extraordinaria visión, martillero y escritor jugoso, arraigó su nombre en cada barrio y en cada suburbio montevideano. Se ha dicho que Piria, con el auxilio de una ruidosa propaganda, vendió la cuarta parte del área metropolitana.

 

Para brindar un ejemplo, éstos son algunos fragmentos de un anuncio publicado en febrero de 1888, que divulga la noticia de un remate de Piria en la "sección marítima del Pueblo Victoria":

 

"El domingo 26 del corriente a las 2 en punto de la tarde saldrán del muelle de la calle Cámaras (actual Juan Carlos Gómez) 10 vapores, 20 chatas y 60 botes conduciendo ida y vuelta a todas las personas que deseen visitar la localidad.

 

Remate a la veneciana. Algo nunca visto.

 

Todas las chatas y las lanchas embanderadas. Disparos de 4 cañonazos al salir. Durante el trayecto se dispararán de una chata expresa, doscientas bombas y 150 docenas de cohetes.

 

A la llegada al espléndido muelle de la Victoria. Disparo de cinco cañonazos y cuarenta docenas de bombas venecianas.

 

En cada vapor irá una banda de música. (...)" Continuaba el aviso: "A la venida se organizará una gran regata california entre 50 botes. Acto continuo, otra regata entre dos botes. En seguida una carrera a nado. (...)

 

El remate sólo durará dos horas. Después del remate habrá corrida de sortijas y un gran baile campestre."

 

El anuncio incorporaba otro incentivo, a los mencionados: "Los concurrentes serán obsequiados con Jerez, Oporto, Champagne Chicot, cerveza y... horchata! Cigarros habanos y licores en abundancia."

 

Florencio Escardó, radicado desde su juventud en el Uruguay, rematador, periodista, autor teatral y escritor — fue autor entre otras obras de 'Reflejos de Montevideo", que brinda interesantes datos de esta ciudad y de la República —, también fundó numerosos barrios en un periodo de más de veinte años de actividad, entre ellos, Atahualpa, La Comercial, La Figurita y Tres Cruces, para citar sólo los más renombrados.

 

Es de interés resaltar que muchos de los barrios nacientes llevaban la denominación de lugares geográficos o de personajes destacados de España e Italia, con los que se tendía a explotar el sentimiento patriótico de los futuros compradores, en general inmigrantes y artesanos originarios de esos países. Para citar algunos ejemplos, de los fundados por Piria: Nueva Genova, Castelar, Nueva Roma y De los españoles; de los fundados por Escardó: Caprera, Vittorio Emmanuel II, Mazzini y Garibaldi.

 

En 1889, entre Sayago y Colón, Agustín Vera inició la marcha hacia el futuro del pueblo Conciliación. Su nombre respondió al clima que dominaba por entonces el espíritu nacional, luego de haber sido derrocado el gobierno del capitán general Máximo Santos.

 

Jacinto Vera, cantado por el poeta Líber Falco, que evocara con nostalgia sus ranchos de lata forrados por dentro de madera, lleva el nombre del primer obispo de Montevideo. Será fundado por Francisco Piria en 1895, al Norte del barrio Ituzaingó, en la que fuera quinta de Platero.

 

Malvin, llevará deformado el segundo nombre de quien tenía un saladero en dicho paraje: Juan Balvín y Vallejo, que fuera cabildante montevideano y hacendado.

 

Con motivo del desarrollo de Los Pocitos como zona balnearia, hubo de trasladarse el trabajo de los lavaderos a los entonces desiertos campos de Malvin. Frente a la punta hoy llamada Descanso, en 1896, Piria fundó el barrio Lavaderos del Este, destinado a este gremio.

 

En este siglo, hacia 1917, quedó habilitada la primera vía de acceso que tuvo Malvin, la calle 18 de diciembre. Poco después fue asfaltada la calle Orinoco.

 

Llegó también el tranvía y la luz eléctrica y los médanos y zanjas fueron desapareciendo al abrirse nuevas calles. Hoy Malvin, que conforma una extensa zona que se conoce por Malvin Norte, Viejo y Nuevo, constituye una de las zonas más cotizadas del Montevideo actual.

 

Al finalizar el siglo XIX surge Peñarol, —alias del lu­gar de nacimiento, deformado, de un antiguo poblador del paraje, Juan Bautista Crosa, natural de Pinerolo, Italia—, fundado en torno de los talleres ferroviarios hacia 1898 con el nombre de "Ciudad Ferroviaria" o "La Nueva Manchester", denominaciones que no tuvieron andamiento al persistir el eufónico nombre de Peñarol, que el club de las once estrellas ha difundido por el mundo.

 

En estos últimos años, un poeta finísimo, Carlos Emilio Tacconi, recuerda desde la prensa, con la pasión del emotivo, trozos de la vida del Peñarol que ha visto y recorrido.

 

Para dar término a éste ya largo catálogo de algunos de los principales barrios montevideanos, nos resta entre tantos otros no mencionados como Villa Española, Krüger, en homenaje a quien fuera presidente sudafricano de Transvaal, Brazo Oriental y Casavalle, las breves referencias de Villa Dolores, Piedras Blancas y Carrasco.

 

Villa Dolores surgió en derredor del jardín zoológico, en el que tantas generaciones de niños han tenido largas horas de solaz. Algunas de las barriadas que contribuyeron a su formación fueron Nueva Génova, en 1879, Nueva Roma y Nueva España, en 1891 y también Míramar, Buxareo y Banco Popular.

 

Alejo Atanasio Rosell y Rius fue el comerciante, hacendado y filántropo que donó sin condiciones al Municipio de Montevideo, antes de morir, en 1918, el zoológico particular llamado Villa Dolores como recuerdo de su esposa doña Dolores Pereira. La afición de Rosell y Rius databa de 1890 cuando comenzó a coleccionar en sus diversas fincas distintos animales traídos de todas partes del mundo.

 

El nombre de Piedras Blancas deriva de un grupo de peñascos que se divisaban desde larga distancia y que servían de guía a quienes circulaban por la zona o a los que conducían ganados o carretas procedentes de Minas, Maldonado, Rocha y Santa Victoria del Palmar.

 

El barrio nació en noviembre de 1909 sobre la avenida Gral. Flores, contiguo a la famosa quinta de José Batlle y Ordóñez, vieja casona ligada a un largo y fecundo periodo político de nuestro país.

 

Carrasco lleva el nombre del primer propietario de estancia en dicho paraje, Sebastián Carrasco, uno de los primeros pobladores de la ciudad de San Felipe de Montevideo, natural de Buenos Aires y soldado de la Compañía de Caballos Corazas del capitán José de Echauri.

 

Luego de muchos años de ser la zona de Carrasco un amplio erial, en 1907 el Dr. Alfredo Arocena adquirió a los herederos de doña Rosa Pérez de Ordeig el "triángulo" hoy comprendido entre las calles San Nicolás, Avda. Bolivia (entonces Camino de la Cruz) y el río de la Plata.

 

La zona era de indudable belleza, pero estaba llena de rocas. Fue así que Arocena hubo de apelar a José Ordeig para que le vendiera la fracción traslindera sobre la playa, para lograr una hermosa cinta de arena apta para zona de baños. Y en 1812 fue constituida la S. A. Balneario Carrasco cuyos administradores fueron el Dr. Alfredo Arocena, José Ordeig y Esteban Elena.

 

Carrasco brotará como un símbolo de tesón e idealismos humanos sobre una tierra llena de bañados y de vastos pajonales donde vivían alimañas y patos salvajes.

 

El arquitecto paisajista francés Carlos Thays proyectó el plano urbanístico del balneario que se quería resultara una "ciudad jardín". Thays trajo como colaborador a Le Bars, un jardinero notable de la época.

 

En 1914, la guerra mundial detiene por cuatro años el nacimiento del balneario. Hay que esperar su fin para que las obras surjan pujantes, en busca del porvenir.

 

Todas las obras de urbanización y forestación, todas las avenidas y los jardines, todo el futuro pulso del balneario dependía de lo más noble de las vísceras turísticas: un gran hotel. Se constituyó así la Sociedad Hotel Casino Carrasco, cuyo presidente fue Esteban Elena. El majes­tuoso hotel —uno de los más importantes de América del Sur en la época— fue inaugurado en 1921. En derredor suyo se constelaron las construcciones de los primeros chalets.

 

Si bien las obras edilicias del hombre son muy importantes en Carrasco, quizá tan importantes o más es la adecuación que el hombre hizo a ia naturaleza, creando un paisaje forestal, profundo, lleno de sosiego y grandeza.

 

Localidades, pueblos y villas de antaño, fueron integrando el extendido Montevideo actual, que constituye el índice más alto del mundo de concentración humana en relación con el territorio de una nación.

 

Formando parte de la gran ciudad, cada vez se van haciendo más semejantes y se va borrando su fisonomía particular, despersonalizándose.

 

Mientras en el Gran Centro las gentes apresuradas siguen su marcha, preocupados, sometidos a tensiones, los barrios continúan teniendo duende, es decir remanso vegetativo sortilegio.

 

Una mirada retrospectiva al cercano ayer, permite confirmar la desaparición de algunos de sus personajes populares o de las características que los singularizaron.

 

Teresa Filloy de Obertillo, en un breve libro pleno de evocaciones nos trae a la memoria aquellas desaparecidas serenatas al pie de ventanas y balcones en homenaje a alguna joven del lugar; los "plantones zaguaneros" de los novios, los maniceros que recorrían con sus locomotoras o su bolsa las calles de los barrios; los vendedores de faina y figaza; el barquillero, con sus cucuruchos, anunciándose al son de su triángulo; el pescadero; el afilador; el bizcochero, con sendas canastas; los panaderos, con sus jardineras; los verduleros, con sus carromatos; los vascos lecheros con sus grandes tarros y damajuana de agua "para alargar la mercancía"; las cédulas de San Juan; el organito con la cotorra de la suerte, antecedente de la floración actual de los horóscopos.

 

Mientras el Gran Centro con una jungla de antenas, acrílico, neón, cemento y cristales sigue creciendo geométrica e incesantemente, han quedado sólo en la evocación los corsos de flores; el vaporcito del Cerro; los cafés con orquesta de señoritas o aquellos que eran refugio o ateneo de intelectuales; el juego de lotería de cartones en las casas de familia; los saltimbanquis, que acaparaban la admiración del vecindario, evocados en estos días por Eduardo Vernazza; las notas de la música de Chopín o del vals "Sobre las olas" del compositor mexicano Juventino Rosas, que surgían de balcones o zaguanes.

 

La oportunidad de conmemorarse los primeros 250 años de la ciudad de Montevideo, quizá sea oportuna para recoger en monografías, a la manera exitosa de la Municipalidad de Buenos Aires, la historia de los principales barrios montevideanos.

 

Narradores con capacidad creadora; investigadores con la misma paciencia de Penélope que esclarezcan los hechos del pasado y poetas y pintores que evoquen con amor sus recuerdos, sus vivencias, tendrían así la oportunidad de rescatar la entraña íntima de los barrios montevideanos y de sus gentes, antes que sean, como las de la gran ciudad, "un gran silencio en marcha".

Historiador Aníbal Barrios Pintos

250 años de Montevideo (ciclo conmemorativo)
Comisión de Actos Conmemorativos del Proceso Fundacional de Montevideo
Grupo de Exploración y Reconocimiento Geográfico del Uruguay
Coordinación Gral: Prof. Ernesto Daragnés Rodero
Imp. Rosgal - setiembre de 1981Autorizado por el autor

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