La diligencia de Minas abrió las rutas de la patria

Crónica de Aníbal Barrios Pintos

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 1632 (Montevideo, 26 de abril de 1964)

Inédito en la web mundial al día 15 de enero de 2025, conste

La diligencia de Minas abrió las rutas de la Patria. Esta magnifica fotografía que publicamos, fue tomada en el año 1890,

al pie de la masa ciclópea del cerro Arequita. Un ano antes ya había llegado el ferrocarril a Minas

"venciendo el tiempo, la distancia, el despoblado"

Se pueden soportar todas las incomodidades de un viaje en diligencia, incluidas las estaciones del mayoral en cada pulpería del camino, cuando se espera gozar del bellísimo espectáculo que ofrece el pueblo de Minas, con sus blancas casitas derramadas en el valle, con sus arroyos sombreados por hileras de sauces, con sus interminables cadenas de cerros que le forman un inmenso cinturón de granito.

“El vehiculo penetra por un portón formado por dos cerros; quince minutos de galope, un esfuerzo heroico de los fatigados centauros que huelen la querencia y estamos a la vista del pueblo de las Minas”.

Al describir así la entrada de !a diligencia a la villa serrana, en las postrimerías del verano de 1867, Dermidio de Maria, le estaba dando al hecho proyección en el tiempo.

Años antes, en 1852, había llegado, a ese mismo lugar, la primera diligencia que hubo en el país, uniendo pagos y familias ansiosas de tener, por fin, una patria unida.

Los viajes hasta ese entonces se realizaban a caballo o en carretas. cuando lo permitían los momentos de aquella sobresaltada existencia de trasudada angustia.

Largos rodeos debían darse para sortear, en ocasiones, los accidentes naturales. De esta manera los viajes a la pintoresca villa, se prolongaban por cinco, ocho y hasta mas días, según el estado del terreno o de los arroyos crecidos.

Fue en Minas donde nació la idea, en nuestro país, de instalar líneas de diligencias. La que fue financiada, en este caso, por acciones de 17 pesos fuertes cada una.

"Peludo’’ de la diligencia que hacia la carretera entre Maldonado y San Carlos. Recostado en uno de los caballos de tiro. Dn. Estanislao Tassano, uno de los últimos mayorales que hubo en nuestro territorio

La prensa montevideana había creado tensa expectativa ante la perspectiva de la pronta realización de tal evento. A fines de julio de 1852. “La Constitución”, publicitando el acontecimiento expresaba: “El vecindario de Minas va a establecer una diligencia entre este pueblo y aquel. Ha venido un agente a comprar la diligencia o una galera que la supla. El pensamiento ha hallado tan buena acogida que hoy se encuentran reunidas 70 acciones. La diligencia hará todas las semanas un viaje redondo”.

La sociedad Emulación, organizadora de la empresa, que presidía don Dionisio Ramos, siendo tesorero D. Juan Albistur y contador interventor D. Froilan Machado, había calculado los gastos mensuales en unos 170 pesos, dado que se necesitaban 6 bestias, cocheras, postillones, etcétera”.

No habiéndose podido financiar una diligencia para 12 pasajeros se optó por un carruaje con comodidad para ocho personas, al que se le adaptó una división interna para las señoras que gustasen viajar con independencia”.

En la información previa al primer viaje se puntualizaba que la diligencia minuana partiría todas las semanas desde Montevideo los viernes a las 8 de la mañana llegando a destino al día siguiente. Se regresaría los lunes, deteniéndose una hora en la villa de Pando en ambos trayectos.

Los precios de cada pasaje eran los siguientes: de Montevideo a villa de Pando y viceversa, dos patacones. Desde Montevideo a Minas y viceversa, cuatro patacones, teniendo derecho a transportar cada pasajero un equipaje de hasta una arroba de peso, en una cómoda baca.

La plaza de la Constitución, frente al escritorio de D. Miguel A. Vilardebó, agente de la Sociedad, era el lugar de la partida, en Montevideo.

El 3 de diciembre de 1852, el mayoral Juan Montero hace restallar su látigo apremiante y pone el tropel de la caballada de la primera diligencia del país, en sostenido e intenso esfuerzo, rumbo a Minas.

No era criollo este pionero, como debía suponerse, sino natural de las Islas Canarias, habiendo sido oficial de Oribe en tiempos de la villa de la Restauración.

Cada pago de nuestra patria tiene el orgullo de haber dado mayorales dominadores de caminos: allá por Cerro Largo se dice que tenían alas las diligencias del vasco Miguel Garate, o de los Nieves, Eyherabide, Suárez o Guasque en Rocha, las de Octavio Cola, Manuel Mazzul, Avelino Barrios o Anastasio Pereira; pero creemos que solo un pueblo ha rendido homenaje a estos determinados héroes civiles, de abnegado y rudo trajín.

Nos referimos al de Rivera, cuyas autoridades dieron el nombre de Pedro Carballo, quien durante 52 años había recorrido los ásperos caminos de Rivera, Salto y Tacuarembó, a un trozo del camino que inicia la ascensión a las sierras.

Pero volvamos a la primera diligencia, la que iba transitando por la huella de las carretas rumbo a Minas, realizando prodigios de velocidad vadeando entre otros los arroyos Toledo, Pando, Solís Chico, del Medio y Grande, La Plata y San Francisco.

No sabemos si a su llegada a Minas fue saludada con cohetes voladores como la de San José que por pocos días le subsiguió, dado que careció del puntual cronista que tuvo la diligencia josefina: Dn Sixto Dela Hanty. Ignoramos, por tal motivo, si fue el mismo Sr. Mandain, que construyera la de San José, con cupé y rotonda, quien la diseñara y llevara a su realización.

Pasando ‘'a volapie", con admirable baquia, el arroyo Campanero, en ruta del antiguo camino del Perdido y Soldado a Minas.

(Foto Gentileza del  historiador y arqueólogo Dn Horacio Arredondo

La legendaria diligencia de Antolín Montiel en foto de 1888

Sólo ha llegado a nuestro conocimiento los nombres de quienes arribaron a Montevideo al regreso del primer viaje: Juan J Rodríguez, Ignacio Chalar, Bonifacio Montesdeoca y Juan Piris.

Ninguna circunstancia hacia variar en los primeros tiempos la puntualidad horaria, que se realizaba con “isocronismo de reloj o de corazón".

Decía “La Constitución" días después:

"La diligencia de Minas nos ha dado un chasco. “Nosotros todavía medio montados a la antigua, entendíamos que porque estaba lloviendo, suspendería la salida que había anunciado para hoy. Nos engañamos. A la hora señalada emprendió su viaje, llevando a los siguientes pasajeros: D. Manuel Cifuentes, D. Carlos Anaya, D. Antonio Manuel Pérez, D. Pablo Goyena, D. Gabriel Larralde y D. Bautista Beragory".

En marzo de 1854 son dos las diligencias minuanas: una conducida por Juan Montero, la otra por su hermano Félix.

A veces llegaba en ellas algún pianista romántico, que como aquel Enrique Palmarini, deleitara con su arte a las bellas y finas minuanas en los albores de 1853.

Transcurrían tiempos de anhelada paz. Minas prosperaba. Todos los días transeúntes y familias venían a avecindarse en ella. Nuevas casas de negocios abrían sus puertas, entre ellas una fonda, "con módicos precios y buen servicio", regenteada por Antonio Irigaray.

La campaña — secuela de la pasada guerra — retenía celosamente sus existencias ganaderas, al extremo de que muchos ganaderos cazaban pájaros para comer, para no matar un animal mas al mes.

Pero la guerra vino nuevamente a detener la evolución, sobreviniendo tiempos escritos a punta de lanza.

La diligencia tuvo que espaciar sus viajes y luego suspenderlos, reanudándolos a fines de febrero de 1865, pero solo con dos viajes mensuales.

Las tremendas dificultades de la época se hacían extensivas al mayoral Montero. Las describe así, con lujo de detalles, el corresponsal minuano de “El Siglo”:

“Hace pocos días que pago a mi vista unos caballos que había comprado para proseguir la carrera ordinaria: pero fue tan feliz como en las demás compras anteriores: le duraron ( 15 ) minutos. Habiéndolos llevado dos cuadras distantes del pueblo para que comiesen un poco, mientras vino a pagárselos a quien se los vendió, fue suficiente un cuarto de hora para no verlos mas. De allí se los robaron: desde el momento que no estén bajo pastor deben considerarse perdidos.

“El que los compra gordos y los tiene en Minas se los roban; el que los pone en Solís Grande, se los llevan; en Solís Chico, se los pillan y si los pusiera en la Matriz de Montevideo llevarían el mismo fin, por cuanto hasta en ella se cometen robos.

“A mas tenernos que todas las noches andan fantasmas, librándonos el ver señoras por la calle desde que se entra el sol hasta el otro día.

“En las estancias tal es el robo general de caballos, que no puede compararse con ninguna de las situaciones pasadas; que no les queda a muchos de los estancieros ni con que cuidar los ganados ni con que venir al pueblo, solo que vengan a pie. Estamos en plena paz y viva la patria, que mucho recoge el que no trabaja” .

El espacio de que disponemos no nos permite reseñar los peligrosos trances que debían sobrellevar aquellos mayorales que tantas veces volcaban sus diligencias debido al mal estado de los caminos; en ocasiones eran arrastrados por la fuerte correntada de los arroyos como aquel del trágico episodio que documenta D. Carlos Seijo en Maldonado y su región"; en otras sus pasajeros debían salvar a pie la distancia que los separaba de algún pueblo cercano. al haber quedado destrozada la diligencia que los conducían.

En los buenos tiempos, se cuentan que hacían maravillas. De Eusebio M ansilla se decía que rayaba con tiza la pechera de los caballos de su diligencia y luego las borraba con la punta del látigo, sin tocar los caballos; de Salvatierra. que tiraba una moneda a veinte metros y viniendo al galope le pasaba encima con las dos ruedas de un solo lado.

Bien ha estado D. José Belloni, con su sutil sentido creador, al inmortalizar en el bronce a estos intrépidos pioneros de la civilización, en recia actitud. de pie, estimulando a los caballos.

En esta era de los viajes espaciales, la diligencia pertenece a las cosas muertas y olvidadas.

Para quien no carezca de sensibilidad para el pasado, van estos deshilvanados apuntes que recuerdan la existencia de aquel vetusto medio de transporte, que iniciara con éxito la batalla pacifica contra el aislamiento de las distintas regiones del país.

 

Crónica de Aníbal Barrios Pintos 

(Especial para EL DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 1632 (Montevideo, 26 de abril de 1964)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                       Aníbal Barrios Pintos en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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