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Ella va en una mano dormida con ay,
con inocencia, con agua luminosa,
obedeciendo, como las estaciones,
sus cabellos tocan a través de sus dedos
la música del Lluvioso,
el Arquitecto de las Fuentes Confiadas,
ya desciende hacia él su antigua noche,
ya se escucha el rumor de sus desiertos,
cayendo como manchas, llorando como una corona,
sobre las playas de su pecho,
la sostiene el consuelo
de sus hojas, —le sostiene como un vaso, la sangre,—
porque ella va naciendo,
oh Golondrina Disimulada en la Costumbre,
Oro Pausado por la Niebla,
va naciendo como los dulces niños muertos y las flores,
como cada mañana diferente,
como vacilación de la promesa,
como el ardiente invierno de las piedras,
él la acuesta lentamente en su día,
la sienta en sus horas como el recuerdo en las estampas,
la guía: “por aquí van los pinos,
por aquí, las violetas y las noches,
y más allá las escaleras,
hacia el oeste giran ecos, en el este
sorprenden abejas,
al sur bajan las tumbas”,
calladamente le dice: “toda tarde es un arpa”,
le dice: “el sueño vence a los jardines”,
“no tengas miedo a la tormenta,
da señales de piano. ¡Si lo que llueve son mis venas!”,
él le dice: “como a los años te recibo”,
y sus latidos empiezan ccmo musgo sonoro en el silencio
antes que sus palabras,
y su piel es la simple extensión,
—¡la extensión que es azul en el mar!—
ya cansado él comprueba
cuántas veces la confundió con espigas,
y su historia futura es morir,
ya su infancia corre hacia él
en una cabra fatigada de quebrar el peligro,
—su ternura es su hocico con camparías
y vapores recientes, muerde un valle de amanecer todavía,—
sus senos dejan que el mundo
salga de sus profundidades,
cuando el Carruaje de Ruedas que no Duermen
entra en el aire como un niño,
y su Presencia suave y poderosa como la sonrisa
comienza la columna y comienza el rosal en el asombro,
la Fecha Verde de la Alegría.
Y no pueden dudarlo, porque afuera,
—íntimas, como activas palabras
que dicen el secreto con tanta claridad
que no es posible comprenderlo,—
como arena con huellas,
como saltos traviesos del dorado en el trigo,
como un cementerio,
hierven luciérnagas. |