La muralla

poema de Orfila Bardesio

 

Los espirales de un caracol marino
no vuelan en la piedra,
una voz en llamas no olvida el nombre,
el oro de costumbres amarillas no mendiga,
a pesar de quitarse los mantos
un Otoño no consigue quedar un instante desnudo,
y aunque herido, no sangra,
las manos no llaman a las islas,
las tensas invitaciones no sostienen cordeles,
bajo el ruido no corren los ojos
de salto en salto en cascada,
no desarrollan largos hilos
como las caricias de la nieve
sobre las soledades circulares
que protegen la tierra,
los brazos no reciben cartas de la Sed,
y aunque se encuentren, no abrazan,
las aguas no navegan,
de las cabezas no huyen campanas
que esperaban nacer,
el aire no toca con sus correspondientes paseos,

la ciudad no reposa en las garzas,

el cielo no reclina jazmines sobre el muro,

no transparenta el viento la cara,
los nidos no se animan

a confiar a las brisas sus calores.

la piel no se reparte como arenas,

como migas de pájaros,

una noria de copiosas distancias

ausenta los huesos,

se dicen palabras sin cunas,

por ejemplo, “escamas de pez”,

pero el pez está lejos,

rodeado por brillos que juegan

como alrededor del cuerpo,
—oración del tacto encendida
en el recinto de la obediencia,—
las superficies enfriadas,
una extensa espalda detiene los imanes,
hierven semillas sin surcos en los pasos,
los ríos prisioneros sueltan carreras
por una luz sin ciervos, sin espumas,
y dan un mal ejemplo al cementerio,
ovillados en la penumbra
los caminos demoran,
una noche calla los árboles y las flores,
apariencias de abejas sin raíces,
reflejos sin sol ocupan el reino de la cabellera.
sobre violines fieles cae un velo de párpados,
los llantos heridos se quiebran
sobre grises sin miradas,
se oye al océano llegar a las orillas
a través de una ventana mohosa,
pero, sobre la distracción
queda una margarita derramada:
un niño sin muertes, como un fruto,
respira todavía entre las clausuradas puertas,
invisibles estrellas acompañan
su esplendor por el frío combatido,
su hora huérfana,
su coro de manos sin respuesta;
para poderlo sostener entre las flechas

el niño disimula su fuego

en invariables tiempos de guijarros

que bajo sombras se repiten;

lo guarda en latidos

que no pueden ser alcanzados

a pesar de los ciegos intentos,

y espera, vivo, solo, pudoroso,
—laúd entre murallas,—

el triunfo del Fuego.

 

poema de Orfila Bardesio
De "Uno - Libro segundo
" 1959

Editorial: Montevideo : Edición del Autor
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

             Orfila Bardesio en Letras Uruguay

 

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