Una imagen venerada del Negrito del Pastoreo

Crónica de Fernando Octavio Assunção

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXVI Nº 1866 (Montevideo, 9 de marzo de 1969)

La figura completa, sin los adornos de las "promesas", que muestra claramente que se trata de San Juan Bautista, cubierto de pieles do oveja y cuya mano izquierda, hoy amputada, sostuvo antaño el pastoril cayado, en un préstamo cultural de singular interés

Muy pocos elementos míticos, nos atrevemos a decir que quizás ninguno, han tenido más intensa difusión, han perdurado más y han despertado tanto interés en investigadores del folklore y en literatos de la mayor enjundia en toda la amplia región de nuestro gran Río, Cis y Trans-platense, que el legendario “Negrito del Pastoreo".

 

Desde los precursores de los estudios folklóricos locales, como nuestro Daniel Granada, o el argentino Juan B. Ambrosetti, a un Cezimbra Jacques o un Augusto Meyer en el Brasil sur; hasta el interés contemporáneo de un Lauro Ayestarán. o de un especialista en la temática afro como el Dr. Ildefonso Pereda Valdés, a un literato de la galanura idiomática y el vuelo poético en la expresión del pelotense J. Simões Lopes Neto; hasta bastante recientes incursiones del tema en el teatro y aún en el incipiente cine nacional, a través de un filme documental.

Pero, por sobre todas las cosas es el Negrito personaje predilecto de las primarias creencias de las gentes de la vieja cuenca de los ganados cimarrones, de ¡as antiguas praderas vacías por donde vagaban aquellos “hombres sueltos” que prototificaron la cultura del medio, desde el Río Pardo hasta Corrientes, desde las Misiones Orientales a Montevideo.

Es el Negrito un arquetipo legendario de la cultura ecuestre íntimamente unida a la vacuna, pero dentro de esa gran área que recién describimos, hay una zona que, en rigor a la verdad y de acuerdo con los antecedentes hasta hoy conocidos, no vacilamos en considerar como el epicentro de difusión del mito, las cuchillas, quebradas y pampas que prolongan en suave caída las asperezas del planalto piratiningano, las tierras “farrapas" por antonomasia, el corazón geográfico, material y espiritual del hoy Estado de Río Grande del Sur.

La mayor parte de los elementos de la leyenda justifican ese origen sur-brasileño, y lo abonan aún más su falta de dispersión en las áreas hispano-platenses más allá de las bandas costeras oestes del Paraná y, en cambio, la existencia de una variante temática en los sertões nordestinos, el “São Campeiro", como señala Euclides da Cunha “canonizado in-partí-bus, al cual se encienden velas por los campos, para que favorezca el encontrar objetos perdidos”.

También subraya lo que venimos señalando, el carácter racial — negro — y la situación social — esclavo — del personaje, que por razones de doble, o hasta diríamos triple solidaridad (la elemental humana, luego la de raza, y la de aquellos que han padecido, ellas o sus ascendientes, la misma privanza de libertad) justifica muy ampliamente la difusión y pervivencia de un personaje mítico que no posee otros grandes valores intrínsecos en la mera versión literario-folklórica original a no ser las elementales creencias pagano-religiosas residuo, también, del sincretismo cultural afro-lusitano (cristiano, católico), o esa presencia casi obsesiva del caballo, personaje cultural de carismática fuerza regional, y nada menos que en su doble clásica manifestación del pingo parejero, el de fiarle vida, fortuna y amor, o la ambicionada trompilla “de un pelo”, perfectamente amadrinada y entablada.

Pero creemos que ya es hora de refrescar la memoria del lector, dando una versión sintética de la leyenda, que facilite la comprensión de cuanto hemos dicho y lo que habremos de agregar en el presente articulo.

Las variantes que, como es de imaginarse, tiene el mito en sus versiones orales o escritas, no alteran los elementos esenciales del mismo, que parece haberse originado en la primera mitad del siglo XIX y en algún real y dramático episodio que impactó la sensibilidad colectiva de los grupos más desamparados de la comunidad rural y alentó las solidaridades a que hicimos referencia, del mismo modo que en la misma región sur-riograndense, por causas parecidas surgieron otros ‘‘santos mártires” populares como “Santa Josefa”, la esclava martirizada, hondamente sentida en Cachoiera do Sul, o el ahorcado de Mogi das Cruzes. Ambos personajes de mucho menor difusión y trascendencia en la cultura popular regional, pero de parecidos orígenes.

Fue en una de aquellas enormes estancias de vacunos cuernilargos y baguales de enmarañada crin, en los tiempos en que no había cercos ni tranqueras que limitaran la libertad cimarrona de hombres y animales. Tiempos idílicos de la gauchería vagueante de la trova de pulpería y el bailongo de candil, pero también de la oprobiosa esclavitud del negro, y de los hacendados dueños de bienes y también de vidas, execrables en la prepotencia de su poder sin control, que atropellaba derechos y vejaba las esencias mismas de la condición humana.

Uno de estos estancieros, hombre tan poderoso y rico, como avaro e inhumano, de “guayaca" preñada de onzas de oro y baúl no menos opulento de platería de ley, sólo tenia, apañe su propio y avaricioso egoísmo, que alimentaba dentro de sí como un monstruo que le devoraba las entrañas, un hijo, chiquitín díscolo y de aviesa condición (por aquello del que lo hereda); un caballo parejero, bayo cabos negros, que era la admiración del pago, pues corría como luz y capaz de mantenerse invicto aún en tenida con el mismísimo alazán de fuego del Diablo, y un esclavo negro, casi un niño, un moleque criado en las casas, sin cristianar, sin amor y sin nombre, al que todos llamaban simplemente “el Negrito” cuya importante función era (de ahí el interés del amo en aquel "objeto humano”) varear y correr al bayo y entablar y pastorear una hermosa tropilla de tordillos negros como el alma del amo o como el cuerpecito flacuchento del esclavito, alimentado sólo a “feijón" salado y alguna que otra correosa tira de charque, duro y "sabroso" como carona.

El avaro concertó un día carrera con otro vecino, propietario de un moro tan sobresaliente y famoso como aquel de Martín Fierro y que no le desmerecía  ni un jeme al mentado bayo. La apuesta era suculenta y mientras que el amo del “Negrito" sólo pensaba en embucharse las "amarillas”, el otro, ejemplo de generosidad hacia el común había prometido un pródigo reparto entre el pobrerío lugareño, que ya le echaba anticipadas bendiciones y elevaba preces a la Virgen de los Desamparados, por la victoria del moro.

Y el Negrito temía por su vida. Perder la carrera y el pellejo era lo mismo.

Corrieron y después de hacer “puesta” en casi todo el recorrido, un inexplicable “cambio de mano" del bayo, casi en la raya, dio clara victoria al moro, que todos festejaron con alborozo. Todos menos el Negrito, que esperaba su castigo y el amo, que con cada onza que pagó perdió parte de su sangre, hasta regresar a su estancia blanco de iras ocultas y verde de bilis revueltas.

Convencido de la “chambonada’' del Negrito, lo condenó a pastorear la tropilla, con su “madrina", el bayo, a campo abierto, durante treinta días y sus noches sin interrupción. Después de varias largas jornadas de ayuno y continua preocupación durmióse el Negrito una noche de tormenta y muy oscura; espantóse y reventó el maneador el bayo y tras de él perdióse en la noche y el misterio toda la tropilla de tordillos negros.

Al amanecer, el hijo del estanciero descubre al Negrito aún durmiendo y huida la tropilla y lo cuenta a su padre. Este impone nuevo castigo al esclavito. Primero una buena “bordoada” o azotaina en el palenque, salarle las heridas y que, noche y día, de a pie, salga a buscar el parejero y la tropilla perdida. Apenas capaz de tenerse en pie por los azotes, sale el negrito con un cabito de vela para alumbrarse en la noche que ya cae otra vez, en busca de los desaparecidos. Y cada gota que cae del sebo es una luz que queda iluminando el campo — ¡milagro!— hasta que todo el pago parece resplandecer y... aparecen el bayo y los tordillos. Montado en pelo en el primero regresa el Negrito al pastoreo que el amo le ordenara, y al caer la noche siguiente, vuelve a dormirse y otra vea a escaparse la tropilla. Tres veces se pierden los caballos y tres veces, con la ayuda de las luminosas gotas del sebo de los cabitos de vela de sólo una pulgada de largo, logra el negrito recuperarlos. Pero cuando éstos vuelven a desaparecer y otra vez se le castiga con una azotaina más larga y violenta que las otras, queda el Negrito como muerto y el amo, porque no haya el trabajo de enterrarlo, manda sin más que se le ponga en el hoyo de un gran hormiguero, para que las hormigas abrevien la tarea de limpiar sus despojos y evitar el olor de la putrefacción.. Y esa noche el amo no pudo dormir — ¡milagro! — y soñó que tenía mil bayos parejeros y mil tropillas de un pelo y mil negritos para cuidarlos y que las mil se escapaban y que había mil negritos azotados, muertos y comidos por las hormigas en mil gigantescos hormigueros monstruosos y... que las hormigas también lo devoraban a él — ¡milagro! — y el negrito que tanto había hecho llorar con los azotes ahora reía, reía...

Levantóse y fuese al campo, al lugar del hormiguero donde mandara arrojar el cuerpo del Negrito y no estaba — ¡milagro! — y fuera de él, sentado en el tacurú, vivo y bien vivo, quitándose las hormigas, que lejos de morderlo parecían jugar con él como si fueran sus amigas, iluminado por muchos cabitos de vela de sebo de una pulgada y pastoreando a su alrededor al bayo y su tropilla de negros tordillos, estaba el Negrito que lo miraba y no lloraba ni reía — ¡milagro! Y cayó de rodillas y pidió perdón a Dios y a la Virgen, protectora invisible del Negrito, por todos sus pecados.

Y aunque no lo ven, todos saben que en las noches un negrito montado en un dorado bayo de cabos negros, galopa por los pagos llevando amadrinada una tropilla de tordillos negros. Y muchos troperos lo han visto pastoreándolos en los potreros inmensos y que cuando algo se pierde, sea objeto material o sentido (ojo, oído, vista), o la salud, no hay más que rogarle al Negrito del Pastoreo y encenderle un cabito de vela, como aquellos que le iluminaban a el, para que el objeto, el sentido o la salud perdidos, se recuperen.

Esta es la leyenda. Como puede apreciarse típico caso de sincretismo cultural. De superstición popular y culto o creencia católica y, como indicamos antes, exaltación del desamparado, sentido de solidaridad por la consagración del más débil y el castigado, y de fuerza espiritual de raza, por la condición del Negrito.

Y viene ahora el verdadero objeto del presente articulo. Por indicación de Rufino Escobal, “librero de viejo”, de particulares relieves y perfiles, que cimentó fama y clientela en las largas mesas de caballete de ese colorido y típico rincón del Montevideo que se va, que es el callejón de Policía Vieja, supimos que en Aiguá (su lugar natal) en el Departamento de Lavalleja, uno de los lugares de mayor arraigo tradicional del país, por ser uno de los últimos alcanzados por la carretera, se rendía culto, hasta no hace mucho tiempo, a una imagen del Negrito del Pastoreo.

Hasta allá marchamos con nuestro amable cicerone y en casa de una buena y querida vecina del lugar dona María Antonia Méndez de López, que nos atendió con la cortesía propia de una matrona de antes de nuestro interior, con sus rozagantes y juveniles 84 años, encontramos, no objeto de actual veneración pero si de respetuoso cuidado, al Negrito en imagen, una interesante y antigua talla de madera.

La misma señora María Antonia se encargó, con acotaciones de sus familiares, de aclararnos que “ya no cree” en el Negrito “como santo” (pues practica el
culto evangélico), pero que lo conservan y cuidan con respeto por las recuperaciones, “curaciones” y hallazgos que por su intersección lograron parientes y amigos de la familia, antaño, testimonio de los cuales son las numerosas “promesas" que exornan la talla, colgadas con delgados cordeles: ojos, manos, caras, brazos, anillos, vientres de embarazadas, medallitas religiosas, etc.

La imagen hace cerca de un siglo (¿tal vez más?) que anda en el pago, y fue sucesivamente propiedad de una vieja comadrona fallecida unos veinte años ha, llamada Juana Francisca; del padre de su actual dueña, non Clemente Méndez y finalmente de la señora María Antonia.

No conocemos antecedentes en nuestro país, de que se haya practicado y menos de que se practique actualmente, culto directo a una imagen de bulto del famoso Negrito, al que, como corresponde, en Río Grande del Sur se ha representado caballero en un bayo de cabos negros. Por lo que el caso que presentamos adquiere particular relieve e interés.

Trátase, como dijimos, de una talla de madera de evidente antigüedad, tal vez del siglo dieciocho, de factura artesanal bien primitiva que sumada a las facciones del rostro del personaje achatadas y algo aindiadas, nos hace pensar en la imaginería mestiza misionera; oscurecida por el tiempo, sin policromados o colores, que representa evidentemente a San Juan Bautista. Su tamaño 206 milímetros de alto.

Es la figura eo pie del Santo pastor, semi vestido con pieles de oveja, túnica y manto o capa de este material, descalzo, los cabellos largos a los hombros, barba y bigote, adelante el pie izquierdo, la pierna algo flexionada, la mano izquierda, amputada ahora en la mitad del antebrazo flexionado contra el cuerpo, seguramente sostenía antiguamente el clásico cayado pastoril.

Lo digno de señalarse, a nuestro juicio, en este fenómeno folklórico, es no sólo el préstamo cultural, o transfiguración de un personaje del culto católico, como San Juan Bautista, en otro de la mitología popular, como el Negrito del Pastoreo, pero donde parece primar, sobre cualquiera otra, la idea del pastor, sino, dentro de este fenómeno genérico, los detalles con que la ingenua creencia popular ha adornado y justificado el préstamo cultural mencionado. Por ejemplo, la pierna izquierda, semi-flexionada que señalamos — naturalmente que resuelta en forma simpáticamente torpe por el artesano que realizara la imagen — lo que la hace aparecer como débil y hasta algo deforme, justifica que digan que es “la renguera" que tenía el Negrito por el castigo y la fatiga de la larga búsqueda del bayo y su mentada tropilla. La ausencia de la mano izquierda (quebrada como también indicamos), que “fueron las hormigas que se la comieron” (variando de esto modo uno de los aspectos de la leyenda original que señala precisamente lo contrario, esto es, que las hormigas respetaron al Negrito y se hicieron sus amigas); parecida explicación dan al deterioro natural que el tiempo y el roce reiterado de las mismas “adoraciones" han impreso al rostro de la imagen, y a la vez haciendo pie en la tosquedad y carácter marcadamente mestizo de las facciones del Santo, que también señalamos, indican “lo bien que se ve que era un negro”. Innegablemente colabora en esta materia la hermosa pátina oscura que el mismo roce y los años han dado a la madera. 

 

Crónica de Fernando Octavio Assunção

(Especial para EL DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXVI Nº 1866 (Montevideo, 9 de marzo de 1969)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

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