Historia y ficción en los textos de viaje de Juan Rulfo Expositora Fukumi Nihira Universidad de Tokio |
Crear ficción inspirándose en un lugar y su historia era el estilo de Juan Rulfo. En esta ponencia exploraré los textos de viaje de Rulfo y analizaré su manera de creación con la relación del lugar y la historia. Rulfo declaraba su amor a las crónicas cada vez que tenía la oportunidad. En 1959, en una entrevista corta de Diorama de la Cultura, él opinó que era un deber urgente publicar las obras de cronistas e historiadores desde el siglo XVI hasta el XIX (Zendejas 3). En otra entrevista de 1980 realizada por Fernando Benítez, Rulfo explicó su afición a las crónicas y el valor que él veía en ellas: Me gustan las crónicas antiguas por lo que me enseñan y porque están escritas en un estilo muy sencillo, muy fresco, muy espontáneo. Es el estilo del siglo XVI y del Siglo de Oro. - no se aprecia el arte de los cronistas, y de los relatores. La gente cree que se trata de una antigualla pero forma quizá lo más valioso de nuestra literatura antigua. He leído casi todas las crónicas de los frailes y de los viajeros, los epistolarios, las relaciones de Nueva España. (4) Su amor a las crónicas influenciaba a su escritura. Rulfo creaba personajes tomando como referencia topónimos, como el nombre de Bartolomé San Juan, personaje de la novela Pedro Páramo. Yvette Jiménez de Báez indica que el nombre fue tomado probablemente de la crónica que se llama Crónica miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco, del fray Antonio Tello, quien vivió de la segunda mitad del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, y es conocido como el padre de la historiografía jalisciense (599). En su crónica, el fraile escribe varias veces sobre las “minas de San Barlotomé” (Tello 8). En la novela, Bartolomé San Juan es minero. Además es una persona que obliga a Susana San Juan a bajar dentro del pozo y que la visita después de haber muerto. Su papel tiene importancia para crear un mundo simbólico en la novela, en la que existe el inframundo, Comala y el Cielo. Así, podemos saber que el escritor jalisciense inventó su propio ambiente en la obra con la ayuda de un nombre ya existente y de la referencia que tenía que ver con ese nombre. No solamente la afición a las crónicas, sino también la experiencia personal ocupó un papel importante para su creación, como podemos observar desde sus textos que se desarrollan en el estado de Jalisco, lugar natal del autor, que él conoció muy bien. También me gustaría pensar que su experiencia de viajero influenciaba su manera de ver y narrar la historia. Ahora analizaremos los dos textos de viaje de Rulfo. Hasta ahora no se ha argumentado mucho acerca de estos dos textos de viaje. Es posible que sea porque no son ficciones sino reportajes para una guía turística. Sin embargo, si ponemos atención en estos textos, nos daremos cuenta de que su estilo para crear relatos de ficción ya se percibía. Ellos sirven para observar cómo Rulfo creaba su ambiente ficcional desde un paisaje real, viendo el ambiente y la historia. Entre 1947 hasta 1952, un Rulfo aún joven que todavía no había publicado ningún libro, recorría la república en coche como vendedor de llantas Goodrich Euzkadi. En esa época, Goodrich publicaba una revista de guía para los viajes en automóvil titulada Mapa. Revista de Automovilismo y Turismo, y Rulfo colaboró en ella. En la revista, él trató de publicar dos textos con sus fotografías: uno que se publicó en 1952 se llama “Metztitlán. Lugar junto a la Luna”. El otro que se quedó inédito se llama “Castillo de Teayo”, y ahora podemos leerlo en el libro Letras e imágenes, que se publicó en 2002. Para escribir estos dos textos, Rulfo probablemente usó un seudónimo: Juan de la Cosa. Este nombre es el de un navegante y cartógrafo que existió realmente (1462? - 1510)[1]. Él era acompañante de Cristóbal Colón cuando encontraron América. Este seudónimo tomado de un cartógrafo será un juego de palabras que usaba como base el hecho de que la revista se llama Mapa. Además los cronistas del siglo XVI se referían a Juan de la Cosa como “Juan el Vizcaíno”[2]. Esto nos recuerda que el nombre completo del escritor es Carlos Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno Rulfo. Se puede suponer que Rulfo tenía interés y simpatía con él, y por una parte, que trató de escribir un reporte como aquellos cronistas. Primero, veamos el texto sobre Metztitlán. Rulfo visita a un convento en este paraje que se llama Los Santos Reyes, que es uno de los conventos más antiguos de México construido en el siglo XVI. En el reporte el autor incluyó una explicación sobre este edificio usando términos técnicos de arquitectura. Se puede decir que él trató de describir lo que vio desde un punto de vista científico. Las primeras frases del texto se refieren a la etimología de este lugar: La costumbre de los habitantes de esta región de pelear en las noches de luna dio origen al nombre de Metztitlán, una de las poblaciones más antiguas que existen en el país, habiendo formado parte junto con Tula y Tepeapulco de uno de los señoríos más importantes del hoy Estado de Hidalgo. (41) Contar la etimología del lugar es, de nuevo, algo que los cronistas también hacían. La frase que Rulfo empleó como título “Lugar junto a la Luna”, tomado de la etimología del lugar es muy sugerente para observar su postura. Porque según Víctor Jiménez, para escribir este texto Rulfo tomó la referencia del libro Catálogo de construcciones religiosas del estado de Hidalgo[3] (23), y en este texto, hay varias versiones de la traducción del nombre del lugar, pero Rulfo tomó sólo una y la puso como título de su artículo. El significado que Rulfo eligió nos recuerda “La estrella junto a la luna”, que es el título provisional que él planeó para la novela que finalmente se tituló Pedro Páramo. Alberto Vital indica que Rulfo redactó esa obra entre 1947 a 1954 (119), de tal forma, Metztitlán conserva algunos elementos que Pedro Páramo incluye u otros que incluiría. En esta ocasión también su fuente de imaginación era el nombre de un lugar. En la novela, la vista del cielo con la estrella junto a la luna que ve Juan Preciado a través del techo abierto iba a ser el motivo principal. “Metztitlán” tiene algo en común con el otro texto, “Castillo de Teayo”: los dos cuentan las atrocidades de la conquista. Especialmente “Metztitlán” comenta que en el lugar se exterminó a los indígenas y no quedó ninguna huella de su cultura. Si uno quiere saber de la época antigua de México, los único textos que quedan son los de los españoles. Aquí encontramos la otra razón del por qué las crónicas le llamaron tanta la atención a Rulfo. Aunque también podemos considerar que el conocimiento del escritor sobre la arquitectura de la época colonial significa que él no tomó la influencia española solamente como algo totalmente negativo. En este punto, él es muy realista y no tiene ilusión para idealizar la cultura indígena perdida y sólo lamentarla. La diferencia entre los dos textos sería que el “Castillo de Teayo” tiene más elementos fantásticos que el primero. Aunque empieza como un reportaje de un viaje realista, después la descripción se coloca entre el reporte y la observación subjetiva. El “Castillo de Teayo”, escrito en primera persona plural, empieza con una escena en la que “nosotros” —pueden ser el narrador y su compañero— avanzan hacia un pueblo que llamado Castillo de Teayo, en el estado de Veracruz. En ese pueblo existe una ruina que es el origen del nombre del pueblo. Lo particular del reportaje es que la descripción que se hace antes de entrar al destino es muy larga. Casi dos quintas partes de este texto corto indican cómo llegaron al pueblo. Se puede suponer que la descripción es tan minuciosa porque este texto es una guía para moverse en automóvil. Sin embargo, me parece que la larga entrada al episodio en el pueblo es para crear un ambiente ambiguo y propone una entrada al otro mundo. Hay explicaciones de que, en la medianoche, el militar paró el coche del narrador para avisar de un accidente, y que los “nosotros” no pudieron avanzar y tuvieron que abandonar el coche y caminar en la oscuridad total durante catorce kilómetros hacia el pueblo. La escena del avance en la noche se puede interpretar como real, pero también hay ambigüedad: Caminamos de prisa hacia el poniente, como si nos impulsara la noche. El calor arreciaba. No había aire. La niebla bajaba y subía y se descorría en delgadas desgarraduras. Luego volvía a oscurecerlo todo. Así durante más de una hora. Durante más de dos horas. (Rulfo, “Castillo” 48) Debido a la niebla y la oscuridad su visión no es clara y por culpa del calor del trópico pierden la noción del tiempo. Esta descripción se parece a la escena antes de la muerte de Juan Preciado en Pedro Páramo: Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se despegaba de mí. Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de agosto. Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublazón. (Rulfo, Pedro 117) Después de esto, Juan Preciado muere y comienza a pertenecer al mundo de los muertos. Comparado con la parte de la novela, el acercamiento en “Castillo de Teayo” al destino se puede interpretar como un movimiento hacia el otro mundo. Además, este texto tiene otro punto común con Pedro Páramo: el que un viajero, o un extranjero, entre a un lugar y alguien comience a relatar la historia. En “Castillo de Teayo”, los turistas o escritores de reportajes entran al pueblo. En Pedro Páramo, la novela empieza con la narración en primera persona de Juan Preciado, que entra a un pueblo desconocido en busca de su padre. En estos textos, la historia se desarrolla desde el punto de vista de los invasores. Rulfo empezó su carrera desde escribir como un viajero, que está fuera de la comunidad y entra a un lugar desconocido. Después de este trayecto, los “nosotros” llegan a un pueblo desolado descrito como sigue: “En el Castillo de Teayo la gente estaba dormida. Parecía un pueblo muerto” (Rulfo, “Castillo” 48). Y el texto se desarrolla mediante el habla de un hombre que apareció enfrente de “nosotros” y cuenta la historia del lugar. Es llamativo que hasta ese momento el texto está escrito usando el pasado, pero después de la aparición del hombre se cambia al tiempo presente. La transición del tiempo verbal se puede observar en el siguiente episodio: Entonces apareció aquel hombre, alto, delgado, con la camisa abierta y la barba bulléndole por el viento. Se paró frente a nosotros y comenzó a hablar: —Aquí vinieron a morir los dioses. Se destruyeron los estandartes en las antiguas guerras y los portaestandartes cayeron de bruces, rotas las narices y los ojos ciegos, enterrados en el lodo.. El hombre es el que habla. Nosotros oímos. El hombre ese, alto, de largas canillas, que parece estar lleno de furia. (Rulfo, “Castillo” 53) Por el cambio del tiempo verbal, se unifican el tiempo del hombre que habla, el de los “nosotros” y el de los lectores. “Nosotros” escuchan la voz del hombre en el presente y los lectores leen la escena al mismo tiempo. La descripción de la vacilación de dos tiempos del pasado al presente, del presente al pasado es como sigue: Alguien, allá debajo del portal, canta: «Yo tenía mi cascabel.» Eso nos recuerda que estamos en Veracruz. Pero nos devuelve al pasado, cruzando otra vez el tiempo, la voz del hombre. —Vean. Aquí están. Son los dioses de los huastecos. (Rulfo, “Castillo” 54) Los lectores pueden suponer que él es un aldeano, pero también se puede interpretar que él es un fantasma que relata el pasado. El pasado y el presente se cruzan debido al hombre que habla y que señala las estatuas antiguas que aún quedan en el pueblo. El hombre cuenta las guerras entre los indígenas que estuvieron en el lugar y después pone énfasis en que lo más cruel fue la guerra con los españoles, la conquista. Aquí se observa también la crítica a la conquista, que al ser contada por la voz de aquel hombre contiene acusaciones más fuerte que en el otro texto, “Metztitlán”. La voz del hombre tiene una función muy importante para este texto al saltar entre dos tiempos. Desde este momento, ya se observa que Rulfo había conseguido la idea de desarrollar la historia de la novela con el manejo de temporalidades con la narración. Al final del texto, la conciencia de los “nosotros” regresa al Castillo de Teayo en el presente y la parte descriptiva de este texto vuelve a usar los verbos en pasado: “eso nos platicó aquel hombre. Y ‘nosotros’ lo oyen sentados en la cima del Castillo de Teayo, bajo las campanas, pues esto es ahora el campanario del pueblo” (55). Aquí también el pasado y el presente están expresados doblemente reunidos en la imagen del castillo, que antes era el centro ceremonial de la zona y que ahora es el campanario del pueblo conquistado. Llama la atención que este relato ocurre en un período de tiempo específico: desde la medianoche hasta el amanecer. El tiempo en el cual “nosotros” experimentaron el encuentro con ese hombre corresponde al momento en el tiempo que no podemos definir ni como noche ni como mañana, sino es un momento intermedio que describe el texto así: “Por el oriente ya se distinguía una pálida claridad amarilla, despejando las orillas de las cosas. Pero del lado de las montañas el mundo seguía siendo gris, cada vez más gris e invisible” (Rulfo, “Castillo” 52). Con la descripción de la transición de la oscuridad a la luz, también los pasados y el presente se cruzan. El tiempo mediano es como un limbo y en este lugar la división de dos cosas es ambigua: en este texto serían el presente y el pasado y, posiblemente, la vida y la muerte y el reportaje y la ficción. En la escena final ya amaneció totalmente y el encuentro con el pasado también terminó: Desde esa altura se domina todo el valle. Abajo están los ídolos. Unos recostados, otros de pie, algunos tendidos sobre la tierra. Es ya media mañana y el olor de la yerbabuena silvestre sube penetrante hasta nosotros. (Rulfo, “Castillo” 55) Lo que llama la atención es que, en esta escena, el narrador describe el paisaje desde una mirada en una posición alta, que él está viendo el paisaje desde arriba hacia abajo. Y ahí abajo hay estatuas abandonadas. Podemos leer esta escena solamente como una descripción de un pueblo que tiene mucha historia. Pero al mismo tiempo, interpretaríamos que las estatuas que están abajo significan que el pasado está debajo de nosotros, enterrado. Y “nosotros” están por encima de ellos, en el tiempo presente. Si leemos simbólicamente la última frase “el olor de la yerbabuena silvestre sube penetrante hasta nosotros”, entendemos que no podemos sesgar la relación con el pasado, y que el pasado siempre existe debajo de nosotros y, también, existe la posibilidad de que, de repente, regrese a nosotros para relatarnos algo. No solamente en sus cuentos y su novela Pedro Páramo, sino también en este texto varios niveles de pasado y presente se superponen y se presentan al mismo momento: los tiempos de las guerras entre indígenas, la conquista y el presente del autor. Tal y como se ha analizado hasta ahora, este texto potencia su estilo fantástico gracias a la descripción de la entrada al pueblo, el manejo de los tiempos verbales, la narración del hombre viejo, la colocación en el espacio-tiempo de los narradores y lo que nos permite leerlo simbólicamente. Con este texto que tiene un ambiente más fantástico que el de Metztitlán, podemos observar cómo un reporte se convierte en un relato de ficción. Rulfo comentó sobre sí mismo: “Quise ser reportero, pero no pude, no podía escribir lo que veía” (Ponce 46). Estos dos textos de viaje muestran eso. Desde el nombre o el paisaje que veía, él empezaba a imaginar e inventar episodios o personajes. En ellos se observa su estilo de crear ficción, que nace del lugar y su historia y de la narración de las voces de sus personajes. Bibliografía Benítez, Fernando. “Conversaciones con Juan Rulfo”. Uno Más Uno. Suplemento cultural 26 Julio 1980. Ballesteros Beretta, Antonio. La marina cántabra y Juan de la Cosa. Santander: Diputación Provincial de Santander, 1954. Jiménez de Báez, Yvette. “Juan Rulfo y la búsqueda del origen en la historia”. Conquista y contraconquista. La escritura del Nuevo Mundo. Eds. Julio Ortega y José Amor y Vázquez. México: COLMEX, 1994. Jiménez, Víctor. “Juan Rulfo: literatura, fotografía e historia”. Letras e imágenes. México: Editorial RM, 2002. Ponce, Armando. “Juan Rulfo: la literatura no me deja suficiente para vivir”. Proceso 204 (1980). Rulfo, Juan. “Castillo de Teayo”. Letras e imágenes. México: Editorial RM, 2002. Rulfo, Juan. “Metztitlán: Lugar junto a la Luna”. Letras e imágenes. México: Editorial RM, 2002. Rulfo, Juan. Pedro Páramo. Madrid: Cátedra, 2007. Tello, Antonio. Crónica miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco. México: Porrúa, 1997. Vital, Alberto. Noticias sobre Juan Rulfo 1784-2003. México: Editorial RM, 2003 p.119. Zendejas, Francisco. “Una creación cultural de México”. Excélsior. Diorama de la Cultura 13 Septiembre 1959. |
Expositora Fukumi Nihira
Universidad de Tokio
Publicado, originalmente, en: Memorias del Coloquio Internacional de Literatura Mexicana e Hispanoamericana Número 1 II Diciembre 2015 II pág. 163
Memorias del Coloquio Internacional de Literatura Mexicana e Hispanoamericana es una publicación bianual, editada por la
Universidad de Sonora, a través del Departamento de Letras y Lingüística.
Link del texto: https://memoriasdelcoloquio.unison.mx/memorias/memoriasdelcoloquio2015.pdf
Ver, además:
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de ensayo |
Ir a índice de Fukumi Nihira |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |