A propósito del cuento |
MUCHAS veces me han
preguntado por qué escribo solamente cuentos (cosa no del todo exacta
como este mismo libro lo atestigua), por qué no he intentado nunca una
novela (cosa, si, muy exacta), qué virtudes le veo al cuento, etc. Mis
respuestas, nunca o casi nunca verdaderamente en serio, han sido variadísimas.
En alguna ocasión Quiroga, grandísimo
cuentista, dijo que el cuento es una novela despojada de ripios. La
definición (si pretende serlo) no es nada buena, porque todos sabemos
que el cuento es más, mucho más, que lo que es posible puntualizar
partiendo de ella. Todos sabemos, o creemos saber, lo esencial: es una
pieza corta, escrita en prosa, cerrada en si misma, armada sin
materiales sobrantes, construida casi siempre con cierta sorpresa final
y a veces con alguna trampa ... Y también sabemos lo que no es o no
debe ser: un mero relato, la tranche de vie que postulaba
Zola, un momento o un capítulo de novela (lo que suele ser, y
admirablemente bien, en Amorim), un poema prosificado, una biografía
sintética (lo que suele ser, bastante menos admirablemente, en Morosoli)
. .. La brevedad es
fundamental. El maestro Edgar Poe —también su gran teórico, su más
acertado codificador— dice textualmente que es una narración breve en
prosa cuya lectura puede hacerse de un tirón, sin que la atención se
fatigue. Pero por ahí tenemos El perseguidor, el prodigioso
cuento de Cortázar que ocupa exactamente (acabo de contarlas) ochenta páginas
y que, por cierto, mantiene la atención en vilo. En la otra punta tendríamos
dos joyas de Hemingway, Campamento indio (seis págs.) y Gato
en la lluvia (cuatro págs.), y, en nuestro país, Rodríguez
de Paco Espínola, que apenas llega a tres. No sé cuánto ocupa El
hijo de Quiroga porque no tengo a mano el libro. De medidas más
usuales son El sur, que creo el mejor cuento de Borges (él dice
lo mismo). El rastro de tu sangre sobre la nieve, tal vez el
mejor cuento de García Márquez, y El infierno tan temido,
indiscutiblemente el mejor cuento de Onetti y, como de paso,
el mejor cuento uruguayo. El cuento como pieza
cerrada en sí misma . . . Cortázar habla en algún lugar de la
esfericidad del cuento; me gustan la idea y la palabra. La estirpación de los
materiales sobrantes mucho importa. ¡Y cómo se nota cuando quedan! Al
comienzo de El infierno tan temido, pareja obra maestra, están sobrando
el caballo Play Boy y el pelo teñido y las arrugas de la mujer de
Sociales y las excesivas alegrías que le adornaban las ropas, y la
observación de que ya nadie bien se casa en sábado; parecería que la
mano de Onetti hubiera recordado demasiado, al empezar el cuento, que
era también la mano de un novelista. Otro ejemplo: a El ídolo
de las Cícladas, gran cuento de Cortázar, le sobran, a mi
entender, las últimas palabras; el punto final debió caer después de
la palabra hacha. Las sorpresas y las
trampas son recursos para discutir y, creo yo, para finalmente rechazar.
En el prólogo de EL INFORME DE BRODIE dice Borges que ha renunciado a
las sorpresas de los finales imprevistos, que ha preferido la preparación
de una expectativa a la de un asombro. Sin duda está en la justa ... ¿Y
las trampas? Bueno, seamos honestos, seamos leales con nuestro cómplice
el lector: dejemos las trampas para los cazadores de ratones. En las páginas
iniciales de este volumen digo que el cuento surge
oralmente con anterioridad a toda otra producción literaria y que
aparece como el más permanente de los géneros. Es obvio que a lo largo
de los siglos ha ¡do evolucionando, transformándose; pero si nos
ponemos a pensar terminamos diciéndonos, con alguna perplejidad, que
los cambios han sido muy menores que los que en primera instancia calculábamos.
Esta extraña virtud del cuento de parecerse a sí mismo pese, por
ejemplo, a los seiscientos años que separan a Don Juan Manuel y a
Bocaccio de Borges y Caldwell, esta especie de oscura resistencia a las
mutaciones que sus cultores hubieran debido aportarle, nos hace
sospechar que en el barro de sus ladrillos básicos hay algo que
proviene, más que de la vida semisecreta de la literatura, del
espíritu humano en si. Hace casi treinta años,
en el prólogo de mi primer libro, escribí unas frases que voy a
copiar: "Estimo al cuento
un género importante, hermoso, difícil .. . Rigores excelentes lo
condicionan y lo comandan y posee mayor temperatura artística, digámoslo
así, que el relato o la novela. El buen cuento, a mi entender, es el
que en alguna medida impresiona como ejemplo (en el antiguo sentido de enxenplo)
y apunta menos a la peripecia que a la condición del hombre y a las máscaras
de su destino, y que consigue tener una suerte de compresión explosiva,
y que no consiente grietas para lo gratuito y lo azaroso en la mecánica
de las situaciones, y que toma a los personajes en esos lapsos en que el
hondo, inabdicable sabor de nuestra biografía —tanto de la pasada
como de la virtualmente futura— acude a nosotros, y que se cierra
como si rebotara sobre su frase final . . . Hablo, claro está, de lo
que admiro en los maestros y señalo a mi ambición, no de lo que me es
dado realizar". También voy a
copiar unas frases del profesor argentino Jaime Rest: "El cuento -de
acuerdo con el vocabulario que empleaba Joyce— debe ser una epifanía;
es decir, tiene que proyectarnos hacia una revelación anímica intensa
e imprevista, y permitirnos desentrañar significados secretos
y elementales de la existencia. Tal como lo subraya
Eichenbaum, la eficacia del cuento está condicionada a la habilidad con
que el peso total de lo referido se haga caer sobre el final de la
exposición. En el pasado, el
cuento era una variedad del ámbito narrativo . . .; en cambio, en el último
siglo y medio se ha ido convirtiendo en un mundo autónomo con leyes
propias ... En particular, por obra de las doctrinas que formula Poe,
resulta evidente que hemos asistido al nacimiento de un género
enteramente novedoso. . . ". Y voy a copiar también,
ajeno al pudor de repetirme, una frase no del todo mía pero si de mi
bolígrafo: "Se diría que
hay en el fondo de los hombres una originaria tendencia a narrar cuentos
y una ingénita disposición para escucharlos; y ahora, después de Poe
y en tiempos en que el cine y la T.V. se enseñorean de los públicos
multitudinarios, el viejo cuento, viejo y nuevo a la vez, se
yergue como un árbol invicto". Y para terminar, voy a reconstruir otra frase que está en un ensayito que me superó y cuyo proyecto abandoné. Después de hablar del tiempo de la gran novela —el explayado y cachaciento tiempo burgués del siglo pasado- después de citar como ejemplos disímiles a Tolstoy y a Kafka; después de insistir sobre la aparición del arte cinematográfico como competidor fatalmente victorioso de la mayoría de los modos novelísticos y de querer diferenciar entre literatura filmable y literatura no filmable, etc., digo; "Creo que el cuento corto es, de todas las formas de la narrativa escrita, la que con más expectativa de vida y desarrollos y de lectores fervorosos espera los siglos que vendrán ... si las bombas atómicas no terminan con nosotros en el tiempo”. |
Mario Arregui
El Popular
18 de octubre de 1985
Editado por el editor de Letras Uruguay
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