Elogio del mate por Roberto Ares Pons
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Ciertas reflexiones acerca del mate y sus virtudes se asociaron en mi mente al mito de Sísifo, por la lectura de un ensayo de Camus. El mate significa, para el criollo, el momento en que Sisifo desciende; el momento en que, ensimismado, se hace superior a su destino al insensato y tedioso afán que le ha sido impuesto. El mate es un pasatiempo, sin ser una distracción; así muestra su abolengo proveniente de ciclos vitales antiguos. Quien lo vea como el síntoma de una pereza estéril, se halla contaminado por los valores demoníacos de una época que ignora el ocio fecundo y las virtudes de la contemplación. El cine, la radio, los espectáculos deportivos, la confusa barahúnda que divierte, distrae de sí mismo y de su verdadera vida al hombre, esa estéril agitación con que se destruye, parecen más compatibles con el industrialismo. Condenada está la civilización donde el mate no halle cabida, donde la clepsidra mida los pasos de Aristóteles, donde Sísifo no repose, siquiera una vez al día. En las tierras de la cuenca del Plata, la pampa y la ganadería cerril hicieron al hombre huraño y solitario; se ignoró el requiebro galante y la sensualidad; los sexos se polarizaron, agudizando su natural enemistad. ¿Cómo pudo la mujer vencer el hábito errante del hombre y constreñirlo a la domesticidad? Acostarse juntos pudo ser el momento de la mera codicia, cuando tomaron mate juntos fue más bien el momento del amor. Cada hombre llegó a sentir que no poseería realmente a una mujer hasta que ella le cebara mate a él, a él sólo, una indefinida sucesión de madrugadas y atardeceres. Así el caballo perdió la partida. Aún hoy, son las largas horas del mate las que retienen al criollo en el ocio hogareño y mitiga la tradicional hostilidad a lo femenino que lo lleva a preferir la rueda del boliche. A veces, condesciende tanto con la compañera, que toma mate dulce. Entre los porteños, las virtudes municipales y católicas han hecho un tal progreso que se ha llegado al lamentable exceso de desterrar al mate amargo. Se ha ensalzado al mate por sus efectos diuréticos, se le ha proscrito como agente de contagio. Existen otros puntos de vista. Subestimo los bacilos que trasmite, ante el amor y la amistad que estrecha su vaivén. El mate fue otorgado por el Señor al hombre para que se sintiera menos isla en medio de la pampa. Desde siempre y en todas partes, el fuego reunió a los hombres a su alrededor. El mate prolonga esta reunión y es como un solo corazón común para quienes participan en su rueda. Una sociología rioplatense podría tomarlo como punto de partida. Crea normas de convivencia y límites a la expansión del yo. “La rueda viene así”, dice sacramental el cebador, y su ademán circular frena la impaciencia egoísta. Ahuyenta la fatiga, templa suavemente el cordaje nervioso como a una guitarra, despeja la mente y la torna propicia a la evocación y al diálogo, a la narración y a la docencia. El pensamiento torturado se apacigua, haciéndose lenguaje, en la confrontación de las vidas que el mate reúne en un mismo remanso. “Hierba bendita, consuelo del soltero”; las palabras de gratitud que el poeta inglés dedica al tabaco, pueden referirse al mate con plena exactitud. Porque así como anuda compañías, afirma y da ternura a la soledad. Yo veo a ese hombre innumerable cuya solitaria madrugada conforta el rumor del primus; su llamita azul reedita para él inmemoriales hogueras alimentando la mínima confianza y alegría que la vida requiere. Lo veo en las tardes, al retorno del trabajo (el momento de Sísifo) en la felicidad del reencuentro, tónica y amarga como la infusión que lo ayuda a despojarse de la fiebre, superando a la ciudad y a la naturaleza en la ardua paz de su alma. A veces, en el naufragio sereno de la angustia, cuando el hombre otea su pampa interior, suspendido sobre la nada, el tierno calor que el poro difunde en la palma de su mano es el único madero que lo mantiene asido a la vida y a la esperanza. |
por Roberto Ares Pons
"Asir", Nos. 23-24, págs. 45-46.
Montevideo, Agosto-Setiembre de 1951
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