Soledad |
Era un ir y venir de lo más agraciado; sobre un cerco, una cola, presumiblemente de gato, por la elegancia de sus movimientos, se elevaba y arrollaba hablando no sé qué indescifrable lenguaje. Horas habían pasado, incontables horas, sin sentirse siquiera, horas de intriga; porque aquellos dos ojitos agrisados seguían curiosa y ávidamente el viaje eterno del felino. ¿Y qué interrogante se plantearía aquella fresca y dorada cabecita de sólo seis años? ¿Quién podría saberlo en aquel instante? Nadie indudablemente, pues su mutismo era absoluto, como así su quietud. Recostado a un árbol, un hermoso sauce del jardín de su abuela, con las piernas estiradas a más no poder, y las pequeñas manos olvidadas del delicioso pan con manteca que yacía en el césped y que fuera preparado con tanto gusto por su tía soltera, descansaban sobre unas rodillas que no podían ser alabadas por su higiene, índice de su vida de jugueteo con las múltiples hormigas que bordeaban los canteros, llevando desmedidas cargas. Y el misterio se develó más tarde, en la noche, antes de conciliar el sueño. Con el último arropamiento de unas manos ya envejecidas llegó la confesión. ¿Qué había del otro lado del cerco? ¿Qué significaba aquel andar incansable? ¿Por qué no había una sola detención? Olvidado de todo, anonadado por preguntas que su mente hilvanaba, se sintió atraído hacia aquella pared como impelido por extraña fuerza. Y a punto de escalarla, un grito que le despertó a la realidad: -Luis!, le evitó un accidente horroroso. Su corazón de niño no le había advertido la doble hilera de cristales incrustados en lo alto del cerco. Y aún antes de dormir se mantenía la intriga. Había algo que permanecía desconocido, inconquistable, que intranquilizaba su almita. Su abuela inventó una colorida y simpática historia, que le agradaba oír, pero que no llegó a convencerlo. ¿Qué haría Luis al levantarse? ¿Insistiría en su intento, o se conformaría con el cuento irreal de la noche anterior? Lo ignoramos. Pero, no, mírenlo con su dedito rechoncho apoyado vigorosamente en el timbre de la casa vecina y tratando de no ser visto por los suyos. Ya se abre la puerta, dejando al descubierto a una gruesa señora de cabellos claros y expresión risueña. ¿Qué dice? ¿No? Lo cierto es que ya está adentro, contemplando con ojos llenos de alegría un enorme gato perlado del que viera el día anterior solamente la cola. ¿Y aquel movimiento incesante? No obedecía a otra cosa que a un juego que los tres niños de la casa habían inventado para él con amarillentos palillos, buscando despertar su ingenio. Y a causa de su inquietud, nuestro pequeño no solamente llegó a conocer lo que para él se encerraba en una incógnita inalcanzable, sino que rompió la soledad del día anterior con el logro de nuevos y buenos amigos. ¡Vean, cómo ríe junto a ellos, cómo goza del juego y de la torpeza del gato! |
cuento de Nelly Arellano
Publicado, originalmente, en: Foro literario revista de literatura y lenguaje Año III VOL. 3 - Nº 5 primer semestre 1979
Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/2988
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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