Generación española del 98 y la uruguaya del 900 |
Generación del 98
/ Generación del 900 |
Múltiples aspectos presenta la relación espiritual —por momentos personal, de algunos de sus miembros— entre la generación española del 98 y la uruguaya del 900. Como una forma de homenaje a aquélla en su centenario, hemos de poner aquí el acento en tan sólo uno de ellos; aspecto muy particular o muy limitado, pero a la vez singularmente definidor.
Escribe en 1905 en Vida de Don Quijote y Sancho: "La vida es el criterio de la verdad y no la concordia lógica, que lo es sólo de la razón". A lo que añadiría en 1913, en
Del sentimiento trágico de la vida, expresiones como éstas: "Todo lo vital es antinacional, no ya sólo irracional, y todo lo racional es antivital (...) ni la fe es trasmisible o racional, ni la razón es vital".
La última de esas negaciones —"ni la razón es vital"— fue, sin duda, la que por contraste inspiró finalmente a Ortega su fórmula de la
razón vital. Ya al año siguiente, con evidente intención de contestar a Unamuno, escribió en
Meditaciones del Quijote: "Esta misma oposición tan usada hoy por los que no quieren trabajar, entre la razón y la vida, es ya sospechosa. ¡Como si la razón no fuera una función vital y espontánea del mismo linaje que el ver y el palpar!".
Defensa de la razón; pero en definitiva, de una concepción de ella bien distinta de la del racionalismo tradicional: de la razón que más tarde llamará derechamente "razón vital", opuesta a la vez que dominadora de la que por otro lado llama "razón pura". Es decir, que interpreta Ortega la segunda de las actitudes arriba señaladas, que fueran asumidas a propósito de la confrontación entre la razón y la vida en nombre de esta última: distinción entre dos formas de razón, una de ellas predominante por identificarse con la vida. Llegados a este punto, se impone hacer referencia al discutido vínculo de Ortega con la generación del 98.
Después de fundamentar con alguna prolijidad su no pertenencia a la misma, apunta Julián Marías todo lo que tuvo, no obstante, de común con ella, incluida la cultivada amistad con sus exponentes mayores. Y comenta: "Esto es lo que explica el frecuente error con que a veces se adscribe a Ortega a la generación del 98. Ortega, por lo pronto, se suma a ella, se alista bajo sus banderas, hace suya la empresa en que esa generación está comprometida (...) Ortega adhiere —una de sus palabras favoritas— a lo que representan los hombres del 98".
Expresiones ésas que justifican la identificación de Ortega como "epígono", por lo menos, de la histórica generación; epígono, en el castizo sentido de "el que sigue las huellas de otro". Tal identificación, por otra parte, resultaría acaso innecesaria, si la conocida como española del 98, fuera llamada con más amplitud "generación del 900", al modo de las prácticamente coetáneas de los países occidentales. Y parece del caso observar en este lugar, que no ha faltado el cuestionamiento, a la punta opuesta, de la adscripción de Unamuno —incluso como su figura mayor— a la generación del 98, distanciado como se hallaba, en edad y en tantas características, de sus restantes miembros; Unamuno, precisamente el hombre con quien, en el acuerdo o en la discrepancia, más dialogó Ortega.
En El tema de nuestro tiempo, libro de 1923, retoma Ortega las insinuaciones de 1914 sobre la razón vital. Dirá allí: "El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad (...).
El hombre del presente no niega la razón, pero reprime y burla sus pretensiones de soberanía (...). La razón pura no puede suplantar a la vida (...).
Es tan sólo una breve isla flotante sobre el mar de la vitalidad primaria (...). La razón, la cultura
more geométrico, es una adquisición eterna. Pero es preciso corregir los límites de aquélla (...).
La razón es sólo una forma y función de la vida (...). La razón pura tiene que ceder su imperio a la
razón vital".
Razón vital que en el mismo espíritu, proyectada al general devenir de la experiencia humana, denominará también en escritos posteriores, al modo de su admirado Dilthey, razón histórica.
Semejante concepción orteguiana de la razón vital, permitió que se hablara luego de la
Lógica de la Razón Vital, que vino a seguir así, muy cercana en el tiempo, a la
Lógica Viva de Vaz Ferreira, el filósofo de la generación uruguaya del 900, admirado a la vez por Unamuno y por Ortega. Entre tantas otras referencias encomiásticas, diría Unamuno en 1912, que era Vaz Ferreira "uno de los hombres de pensamiento filosófico más penetrante, hondo y robusto que yo conozco", llegando incluso, en 1919, a tener la idea de escribir un ensayo en forma de cartas a él dirigidas. A propósito de un proyecto de conferencias en Montevideo, diría por su parte Ortega, a la sazón en Buenos Aires, en 1940: "Entre los halagos descuella la ocasión de conocer al gran Vaz Ferreira, cuya obra —lo hasta entonces publicado— conocía yo muy bien antes de mi primer viaje a Montevideo, en 1916".
Más allá del parentesco léxico, las denominaciones Lógica Viva y
Lógica de la Razón Vital resultan ser —si bien no superponibles, ni menos intercambiables— notoriamente afines o convergentes. En abordaje implícito de uno de los aspectos del más tarde bautizado por el hispano, tema de
nuestro tiempo, había hecho el uruguayo hacia 1910, con el mismo énfasis, la defensa de la razón, también desde la filosofía de la vida y también con expreso rechazo del racionalismo tradicional.
Defensa de la razón en ambos, igualmente —en algún momento de sus respectivas escrituras— frente a los avances irracionalistas de Unamuno. Se vio en Ortega. Por su parte, insistiría Vaz Ferreira, primero en su cátedra y luego en
Fermentario: "Unamuno, que exalta el quijotismo y desprecia la razón, no comprendió el supremo quijotismo de la razón. El quijotismo sin ilusión es el más heroico de todos". Reparo que el vasco amistosamente recogería y contestaría.
No obstante, la defensa de la razón que hacía Vaz Ferreira, lo era con un criterio distinto, sin dejar de partir —como lo haría a su hora Ortega— de las limitaciones de la misma cuando de la vida se trata. Mientras desdoblaría éste a la razón en pura y vital, diferenciaba él de la razón estrictamente lógica, otra facultad —o función, o capacidad— de conocimiento, nombrada de diversos modos, pero básicamente,
buen sentido. En la confrontación entre la razón y la vida en nombre de ésta, vino así a interpretar la tercera de las actitudes que habíamos distinguido: concepción de una facultad diferente de la razón, suplementaria tanto como complementaria de ella.
En tanto que privilegiada forma de pensamiento concreto, sólo por el "buen sentido" —que no es precisamente la razón como en Descartes, pero tampoco contrario "al raciocinio" o a la buena lógica— es posible para Vaz Ferreira la aprehensión y comprensión de la
vida humana; de la viviente realidad del hombre, inalcanzable por la razón abstracta de la lógica formal. De ahí que dicha facultad constituya la verdadera alma de una lógica, justamente,
viva.
Que no se confunda, sin embargo, tal "buen sentido" con el del vulgo. Al cabo de algunos desarrollos advertía: "Se podría deducir una especie de apología del buen sentido, pero no del buen sentido vulgar, o, mejor dicho, del buen sentido entendido vulgarmente, sino de otro buen sentido más elevado: del que yo llamaría buen sentido, no infralógico, sino
hiper-lógico. El sentido común malo, (...) es el sentido común inconciliable con la lógica: el que no admite el buen razonamiento. Pero hay otro buen sentido que viene después del razonamiento, o, mejor dicho, junto con él".
Y concluía en el mismo párrafo: "Cuando hemos visto y pesado por el raciocinio las razones en pro y las razones en contra que hay en casi todos los casos, cuando hemos hecho toda la lógica (la buena lógica) posible, cuando las cuestiones se vuelven de grados, llega un momento en que una especie de instinto —lo que yo llamo el buen sentido hiper-lógico— es el que nos resuelve las cuestiones en los casos concretos. Y sería bueno que la lógica no privara a los hombres de esta forma superior de buen sentido".
Como se ha visto, distintas fueron las respectivas actitudes de Unamuno, Ortega y Vaz Ferreira, cuando adviene la crítica novecentista del valor de la razón. Empero, un común denominador filosófico-—no menos típicamente generacional— los vincula: el emprendimiento de dicha crítica desde el ángulo de la entonces hegemónica filosofía de la vida. No aconteció ello sin ciertas formas de referencias mutuas —con especial intercambio entre Unamuno y Vaz Ferreira— que vinieron a constituir la más incisiva relación intelectual y personal entre las generaciones española del 98 y uruguaya del 900.
En las décadas finales del siglo, en cambio, es desde muy diversos ángulos doctrinarios que el problema del valor de la razón se replantea. Apasionante cuestión, la tal vez más obligante que la conciencia filosófica de nuestro siglo trasmite a la del próximo. En su debate, mucho importan los antecedentes del 900, no limitados, por supuesto, al área de la lengua española; en particular, por todo lo que ilustran de considerarse en profundidad sobre las ambigüedades, indecisiones y confusiones que rodearon, como seguiría aconteciendo también después, a los conceptos de razón e inteligencia. El diferente papel de uno y otro de dichos conceptos, en el conocimiento de la realidad natural y de la vida humana, ¿no conduce —conforme a la sorprendente evolución del pensamiento lógico en el siglo que termina— a distinguir entre una Lógica de la razón y una Lógica de la inteligencia, complementarias la una de la otra? Pregunta a responder por separado y con más detenimiento, en función de otras coordenadas teóricas e históricas. |
Arturo Ardao
Cuadernos de Marcha
Julio/ Agosto 1998
Editado por el editor de Letras Uruguay
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