Las Piedras Hotel |
Lo presentía desde que vino. Nada bueno podía pasar, por eso sentía un dolor en el estómago desde la mañana. Ahora era tarde. El azul oscuro de la noche entraba en la pieza verde. La cama destendida y cansada era apenas un mueble más del lugar. Allá abajo las bocinas locas y estridentes parecían reírse de algo, de alguien. Se ríen de mí, pensó; me lo merezco. Quién me ordenó venir; yo me lo busqué desde aquel día de noviembre. Sintió caminar en el pasillo. Las voces susurrantes parecían detenerse justo ante la puerta. Otra vez el dolor. Miró con ojos ávidos a su alrededor y vio la difusa luz de la portátil marrón, las sábanas lilas caídas en la alfombra gris y las almohadas violetas amontonadas sobre un lado de la cama de dos plazas. En el otro lado, su rostro de ojos y boca abierta, quieto. Las voces se perdieron hacia otra habitación y de nuevo se quedó sola, ensimismada, pensando cómo salir de esta situación atroz y tan irreal. Sin darse cuenta caminó en pasos largos y nerviosos hasta la mesa negra donde estaba colgada la camisa y el saco azul, a cuadros grises, de paño. Sobresalía de su bolsillo superior un pañuelo rojo y azul. Era ridícula y de mal gusto la combinación. En un impulso desmedido introdujo su mano blanca en el bolsillo interior y sacó la billetera de cuero negro. La abrió. Observó en el portarretrato la sonrisa grande y tierna que salía de sus ojos negros. Estaban quietos pero bailaban, no como esos de la cama que estaban quietos, solamente quietos. Sus dedos largos y tiernos, como él decía, separaron los compartimientos, y fue observando el orden imperante en algo tan sencillo. Los billetes (tenía bastante dinero) estaban ordenados por valores, todos con la efigie de los próceres para el mismo lado; en otro compartimiento tenía con sumo orden un buen número de cheques, todos diferidos y para cobrar, y en el último y más pequeño tenía dos papeles amarillos; parecían recetas de médico. Estaban doblados en orden. La curiosidad se apoderó de sus actos y los desdobló. Miró instintivamente hacia la cama violeta y, como nada había cambiado, se atrevió a leerlas sin temores. LL, para el jueves tengo la mercadería que te gusta. No es cara. Llamá. Yo. Era una oferta de algo que quería comprar, y ella pensó que podía ser cosa importante; qué vergüenza!; sintió que se ruborizaba toda. La otra nota amarilla seguía en su mano temblorosa pronta para ser leída; si era similar a la anterior no tenía importancia. Otra vez las voces que se acercaban por el pasillo; eran nuevas. Se paralizó casi gimiendo. Se colocó la mano en la boca cerrada como intentando afirmar su silencio. Sintió contra sus labios algo que le rozaba fuerte, se sobresaltó de nuevo y miró con ojos locos su mano; eran las notas amarillas. Otra vez las voces caminaron y se fueron; sin darse cuenta se observó por primera vez en el espejo del ropero marrón. Si no fuera por lo dramático de la situación, sería cómico. Todo el cabello largo y despeinado caía sobre su busto y espalda. El sostén negro cubría sus grandes senos; el blanco vientre descubierto y, en su ancha cintura, la pollera negra que llegaba hasta las angulosas rodillas. Ahí finalizaba el espejo. No tenía medias ni se había colocado los zapatos de tacos altos. Ahora se ruborizó de coqueta. Se dio cuenta y miró hacia la cama. Todo estaba quieto. Otro estremecimiento. Sin saber qué hacer con todos los malos pensamientos hacia ella desatados; en forma distraída leyó la otra nota amarilla. LL, para el jueves tengo nueva mercadería; es un poquito más cara que la anterior porque tiene mayores dimensiones. Por favor no la deteriores como a la otra; es en serio, si no, no te consigo más. Llamá. Yo. No sé para qué leo ésto que no me interesa. Dobló las dos notas en forma ordenada, como estaban, y las introdujo en el compartimiento. Cerró la billetera y la colocó en el bolsillo del saco. Mientras, pensaba en aquél día de noviembre; por qué tuvo que meterse en ésto; tomó un cigarrillo de la caja que estaba encima de la mesa y se lo colocó en la boca. Se asombró del gesto; hacía cinco años que no fumaba. Pensando en lo alterada que estaba, buscó el encendedor de LL. Cuando lo vio se estremeció nuevamente. Lo tenía apretado en su mano inerte y marrón que colgaba hacia la alfombra. Las ganas de fumar se multiplicaron. Recordó que, además del encendedor rojo, tenía otro que había comprado antes de llegar al hotel. Lo buscó en el saco, no estaba; en los bolsillos de la camisa italiana, tampoco; en el pantalón azul; dónde lo guardó?. Ah, en el maletín. Lo había dejado contra la pared, en orden. Era de cuero marrón repujado y tenía sus iniciales labradas: L. L. Lo abrió rápidamente; el cierre amarillo silbó al desprenderse y dejar al descubierto su contenido. En el compartimiento principal dos carpetas azules caratuladas; expedientes; una agenda común y una caja de cigarrillos rubios. Dónde lo puso?, yo vi cuando lo compró. La desesperación y la ansiedad no le habían dejado observar que el portafolios tenía otro compartimiento. Introdujo la mano y al tacto descubrió las formas del ansiado artefacto; lo asió y cuando retiró la mano atrajo sin quererlo un par de hojas escritas. Centró su atención en el azul que le permitió lumbre para su cigarrillo y aspiró con fuerza. Sintió un escozor en la garganta y un vahído le nubló la visual; sin hacerse esperar la tos resonó en el cuarto mientras el humo volaba hacia la ventana. Se asustó de la convulsión, pero sintió un placer enorme de volver a fumar. Se atrevió ahora con desenfado a mirar hacia la cama donde LL yacía quieto como una estatua caída. Con el cigarrillo entre los dedos se sentía fortalecida y parecía que pensaba mejor. Fue un accidente, algo natural y, pensándolo bien, se murió de la mejor manera, haciendo el amor, gozando; no sufrió nada. Ojalá todo el mundo se muriera así. Por qué tengo miedo?. Se murió solo; quiero decir: yo no le hice ningún daño, no soportó tanto amor. Mejor llamo al conserje y le explico lo ocurrido, llamamos a un médico y se acabó. Miró la brasa roja que se terminaba cerca del filtro y le quemaba los labios cuando lo acercaba. Lo depositó en el suelo; rápidamente lo recogió, se paró, caminó hacia el baño y lo tiró en la pileta. Qué tonta soy!; casi provoco un incendio. Ahí la completaba. Qué nervios que tengo. Mecánicamente encendió otro cigarrillo. Parece que me calman, me dejan pensar mejor. Sus ojos claros (como las aguas del Caribe, le decía LL) se posaron en las hojas que habían salido del portafolios cuando extrajo el encendedor. Estaban ahí, se mostraban. Lo más difícil será la explicación a los hijos. Difícil, espantoso. Todo el mundo se enterará. Voy a quedar como una cualquiera. Es horrible. En la oficina sospechan que salimos juntos, pero excepto Helena, nadie sabe nada. Ahora todos estarán enterados. Que espantoso, me quiero enloquecer. Por qué existió ese nueve de noviembre?. Qué hago?. Llamo a Helena; de dónde si en la habitación no hay teléfono?. Si voy hasta recepción?. No. Mientras ordenaba sus ideas, miró varias veces hacia el lecho y varias veces se sintió acompañada, como sin miedo a nada. Entre la angustia y seguridad que por primera vez sentía comenzó a leer las notas que encontró en el portafolios. Eran cartas de LL a Yo. Yola querida, hace como dos semanas que no conversamos y realmente te extraño mucho. Bien sabes mis excentricidades, "rayes" según vos, realmente no me preocupan, me encantan. Algunas veces pienso que soy un degenerado, un pervertido: no!. Soy un tipo derecho, que hago lo que siento y quiero. Mi forma de ser feliz es ésta, trabajo todo lo que puedo, para tener lo que quiero. La gente precisa dinero, yo le presto y después lo cobro, con ello obtengo muy buenas ganancias, más que el mísero sueldo de la oficina y me doy los gustos que un tipo de mi edad se tiene que dar. Entre esos gustos está ayudar a mis hijos, cuando no se ponen moralistas insoportables; y lo otro es conseguir mercadería con "grandes montañas". Te estarás preguntando para qué te cuento lo que ya sabés; será el desgaste senil. No; como te digo al comienzo, hace mucho que no puedo conversar contigo en un mano a mano de esos, y como tengo necesidad de comunicarme, te escribo. Estoy un poco aburrido de la soledad. Creo que por eso voy a claudicar de la promesa aquella de cuando murió Haydée, mi señora; que no quería más pareja, solo las que no comprometen. Hace doce años; es bravo esto. Entonces, y aquí comienzo lo que quería comunicarte, el otro día, el nueve de noviembre después de mucho pensarlo, invité a una compañera de trabajo, Antonia, a tomar un café y charlar. Ya sé que es una rara solterona, pero es agradable y se conserva muy bien. Además no es tan vieja, tiene cuarenta y nueve. Lo pensó un poco, se ruborizó y aceptó. Pasamos como cinco horas conversando, y vos sabés como soy yo, creo que le conté mi vida en cinemascope; seguro sólo lo que se puede, y ella también me contó bastante de la de ella, cuando pudo, y es más fértil de lo que aparenta. Realmente me cayó muy bien, mejor que bien. Estoy asombrado. Espero que no te rías de mí porque no te lo perdonaría, víbora. Creo que estoy contento, me parece que sentí violines de nuevo, te quiero mucho, chau. PD: No suspendo las mercaderías, cuanto más grandes mejor. Chau. LL. Quedó pálida y pensativa. Quién era Yo o Yola, con la cual LL tiene (perdón, tenía) tanta confianza y tanta amistad como para contar todo lo que había estado leyendo?. Así que soy agradable, me conservo bien y soy una solterona rara; buena definición señor LL!. Se quedó asombrada de lo liviano de su pensamiento, en medio de la situación tan comprometida que estaba viviendo. LL no existía, era un cadáver encima de una cama lila encerrado con ella en ese cuarto de hotel de cuarta. Qué importa ahora si soy rara o agradable. Antonia, te estás volviendo loca!, se escuchó. Sin embargo, y a pesar de todo, una satisfacción le corría por el más recóndito interior; se sentía contenta con ella y había escuchado violines; qué romántico. Lo que no podía disculpar tan fácilmente era eso de que no era tan vieja; qué atrevido!. Es verdad que todas las veces que salimos, siempre, hasta llegar a la cama, el rol protagónico lo tenía él, después me lo cedía. Siempre me contaba de su vida, de lo importante y feliz que fue su infancia, de sus amigos de aquella época, que todavía conservaba; se hablaban, se reunían todos los fines de año. Como los quiere y los magnifica, a pesar de que no se ven casi nunca. Su adolescencia llena de deportes y desgracias familiares, en un país que se venía a pique, en un mundo que se reponía de la guerra. Después el trabajo, conseguido por el político amigo y los negocios; nunca me dijo cuáles; ahora me entero que prestaba dinero. Un prestamista sin alma ni corazón; después el casamiento con Haydée su única novia en serio, los hijos, un varón y una nena, el casal hasta el accidente. Venían de un asado en el campo y no sabe ni cómo ni cuándo el Ford blanco estaba dando vueltas en el aire y prendiéndose fuego. Él salió despedido, pero Haydée quedó atrapada. Doce años. Eras un buen hombre, dijo volviendo los ojos a la cama lila. Nunca me dijiste tampoco cuál era esa mercadería "de grandes montañas" que te consigue "Yo" y que te gusta tanto. Con un gesto tierno se acercó por primera vez al cuerpo inerte y le acarició el grueso cabello negro. Se sobresaltó cuando su mano caliente rozó la frente helada. Se separó y gimió nuevamente. Qué hago LL?. Llamo al conserje?. Yo no hice nada!. Te acordás que la semana pasada, cuando estuvimos aquí por segunda vez, te dije que para algunas cosas te necesitaba muchísimo y vos te reíste con esa picardía tan machista contestando "Seguro, para algunas cosas!". Qué zumbón; realmente te necesito para apoyar mi brazo lleno de desconfianza e incertidumbre en tu brazo firme. Encendió otro cigarrillo, continuó pensando en sus pocos encuentros íntimos, fueron tres, después de la salida del 9 de noviembre, cuando te dije que era una solterona por querer serlo, pero no virgen, que me gustaban los hombres pero no para vivir con ellos sino para disfrutar con ellos, tus ojos brillaron de deseo y se apagaron de asombro. -No te gusta vivir en pareja?. -No me gusta ser la parte gris de la pareja. -Cómo la parte gris?. -La rutina, esa, la rutina ruidosa y aburrida, donde se depositan todas las responsabilidades hogareñas. -Las tareas se reparten. -Entre quiénes: entre la mujer y la mujer. -No, entre los dos. -Cómo?. Mirá LL, si quieres disfrutar conmigo los momentos que podemos y tenemos ganas, me encanta la idea, pero no te hagas problemas por las formalidades. Me gustás y estoy sola. Pero estoy sola porque elegí, desde hace muchos años; cuando murió mi madre, al principio fue duro, pero ahora es dulce, aunque a veces duele. También tuve una infancia feliz en un país distinto y violento, me entregué con todo a mi primer novio, allá en el viejo barrio, y un día se fue porque encontró una virgen nueva; de las amigas de aquel tiempo no veo a ninguna asiduamente. Algunas veces nos encontramos por ahí haciendo compras; casi todas están gordas, llenas de várices y de hijos. A la oficina entré por concurso y por necesidad; me compré un apartamento, que no es para compartir; tuve unos cuantos amigos íntimos, de lecho, amantes, que me dejaron recuerdos, malos y buenos. Cuando estoy muy deprimida, voy a conciertos, recitales, leo o duermo. Tengo muchos familiares, hermanos, tías, sobrinos y primos, que veo en vacaciones en la casa de la playa. Son buenos tipos pero no los soporto más que un enero. Pienso que mi futuro todavía no está escrito. Esa soy yo. -Eres como pensé. -Si?. -Sí. Qué te parece si el sábado vamos a bailar?. -El sábado es mañana. -Bueno, mañana. -No tengo nada que hacer, además de regar las plantas. Un bocinazo estridente que subió, la volvió a la realidad angustiosa y tibia. Era la primera vez que tenía un hombre solo y completo para ella. Ahora estaba más tranquila, LL dormía el sueño más largo a su lado. Hasta el sueño era de ella. Sí, de ella, la gris, la rutinaria administrativa de una oficina pública. Y gracias a aquel nueve de noviembre conoció a LL, hoy suyo, solamente suyo. Pero qué hacer con él. Yola querida, como te conté en la anterior que todavía tengo conmigo, Antonia me regaló un concierto de cuerdas completo, desde Vivaldi hasta Ramírez, y realmente no tiene nada de solterona, es una Mujer con todo lo que necesita una Mujer. Bella, discreta, inteligente, buena amante y además tiene unas hermosas y grandes montañas. Estoy contento, raramente contento, no me animo a decir feliz, capaz que ocurre algo malo. Vos sabés cómo soy de dramático. Si fueras hombre te contaría detalles más íntimos, pero qué lástima, eres mujer, Yola, me estaré enamorando?. A los sesenta?. No, debo estar más viejo!. Espero que nos veamos pronto; si esto continúa, me parece que no voy a necesitar más mercadería de grandes proporciones; con las de Antonia, Edipo baila una danza sagrada permanente. Espero encontrarte, así nos tomamos algo para festejar el nuevo cielo. Te quiero mucho. Chau. LL LL eres un cretino. Nadie me había hecho algo semejante. Despierta. Tú no estás muerto, estás dormido. Estás enamorado de mí, eres un tierno, despierta. Yo también me estaba enamorando de ti. No me importa que seas un inmundo prestamista usurero, ni que tengas sesenta años, ni que te gusten las jovencitas de grandes montañas. Te acepto como eres, pero no puedo permitir que te mueras. No, eso no. Se retiró del espejo mirándose los senos, y recordó cuando LL buscaba la redondez mórbida y su boca se posaba en ellos, dándole unos tiernos besos y luego lamía con lentitud aquellas redondeces plenas de vida y succionaba con cuidado los erectos pezones, dejándola en el espacio más ignoto del placer mientras su voz firme y entrecortada repetía: -Mamá, mamita, mamá. El pensamiento la transportó a esos momentos y se sintió húmeda y ansiosa. Los pezones estaban erectos y avergonzada abrió los ojos al notar el estímulo sobre su cuerpo. Sin darse cuenta estaba mirando hacia el lecho lila, donde LL seguía quieto y esperando. Avanzó de nuevo hacia él y ahora sin temor a la muerte, colocó sus grandes montañas rosadas y sueltas en los labios fríos y quietos. |
Tabaré Arapí en su libro "Entre
cuentos, historias y canciones"
Ediciones IDEAS - 1994
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