Si desea apoyar la labor cultutal de Letras- Uruguay, también puede hacerlo por PayPal, gracias!! |
La sombra del Ahué [1]
se ilustra con un árbol elegido al azar cuento de José Luis Antuña |
-I- Los tintes indefinibles de un crepúsculo rodeado de la majestad salvaje de esas selvas americanas, casi vírgenes, imprimían al paisaje un colorido de tonos melancólicos con sus rumores confusos, murientes, y sus suaves brisas que arrastraban por la cálida tierra y elevaban al enmarañado ramaje el ambiente embalsamado por las flores del espinillo, de la acacia, del bibí y del arazá.
En el cercano río, encauzado en altas barrancas cubiertas de talas, sauzales y sarandíes, corrían las aguas mansas en pausada y voluptuosa marcha, llevando en su corriente rumorosa los verdes camalotes de moradas flores y hojas amplias y fuertes, entre las que buscaban su caza predilecta los valientes macaguás.
El dorado horizonte del poniente con sus franjas anaranjadas, últimos reflejos del sol que huía, prestaba al cielo despejado y sereno la tenue claridad de sus postreros resplandores; y en occidente las primeras estrellas con sus campos de luz plateada, titilaban luchando por fijar su brillo en el fondo azulado del espacio.
El estridente canto de las ranas hospedadas en los charcos, y el graznido del chajá escondido en el chilcal, hacían coro al grito monótono y triste del urutaú que inmóvil en su éxtasis contemplativo, acurrucado en la última rama sin hojas de un seco urunday, hacía estremecer á los supersticiosos moradores de la comarca con sus alaridos quejumbrosos y de funesto augurio...
Y entre las pajas verdes de un totoral aparecían ya las luciérnagas dejando ver sus fosforescencias rutilantes... Y de allá lejos traía el eco los mugidos de los animales salvajes, el ladrido de los perros bravos y el ¡ahú! ¡ahú! con que la chusma arreaba la majada conseguida en el último malón...
¡Y el día agonizaba!... ¡era la hora en que el espíritu interroga a la conciencia; la hora de las tristezas infinitas, de las plegarias mudas y de las lágrimas silenciosas!...
Sentada a esa hora al pie de una ceiba de copa frondosa cubierta de sus flores granates, una india joven acariciaba a su hija nacida en la toldería que a la entrada del cercano monte obedecía al grito guerrero del cacique Carahué.
El más esbelto y valiente de los guaycurús cautivó a la hermosa Ayaribá, la india de los ojos grandes, y tan negros como la pluma del biguá, la del naciente seno redondeado como el fruto de chalchal, la de los labios rojos y ardientes como el fuego del temido Añanguazú.
Y una noche, en un rincón del bosque en que las tupidas ramas del arrayán y el mburucuyá dejaban apenas pasar la luz del astro pálido, el indio Cayupé fué dueño y señor de la inocente Ayaribá.
Muchas veces el sol se había ocultado desde entonces tras la loma lejana, cuando la india así lloraba sus cuitas y temores, mientras la indiecita dormía en sus faldas acariciada por la brisa que perfumaban las flores de la selva, y arrullada por los gorjeos del zorzal y del urú.
***
Yo soy como el guayacán, fuerte y resistente; y tú eres la débil mariposa que nace de su flor blanca y perfumada. Y pasarán aún muchos soles antes que tú, como yo, prestes tu savia para dar vida a nueva planta. *** Mas yo velaré al lado de tu hamaca de cipó para que Ayacuá no enferme tu cuerpecito, y te rodearé de punzante ñapindá para que sus espinas te libren de las fieras; y cada día, cuando la luna de fuego aparezca, pediré á Tupá que te libre del feroz Añang.
*** Y en los días de fuego te bañaré en las frescas aguas del Iguazú; y cuando lleguen los soles fríos haré á tu lado fogatas con ramas de ubajayes y vira- roes para calentar tu cuerpo; y de noche te haré un nido en la copa de los ceibos para que arrulle tu sueño el canto del sabiá. *** Y cuando vengan los hombres blancos te esconderé en lo más oscuro de la selva entre el ramaje del algarrobo, el ñandubay y el carandá; y mojaré mis flechas en el veneno del curupí para herir al que quiera quemar sus alas blancas a la mariposa del guayacán.
¡Pero pasarán las luces y yo dormiré por fin el sueño frío/... ¿Quién entonces te alejará de la sombra envenenada del ahué?... ¿Quién espantará al traicionero caburé cuando te aterre con los chillidos, y te domine como indefensa macá que no sabe tender el vuelo para esconderse entre los juncos verdes del chilcal?... *** ¡Y serás tal vez vencida! Y entonces, como el caicobé pliega sus hojas si el hombre las profana, así plegarás tú tus alas blancas, y tus labios de grana se tornarán pálidos como la fruta del urucú cuando la cubre la nieve de los días sin sol, y tu mirada de fuego será opaca como las noches negras, y tus cantos serán tristes como los gorjeos del urutí, y tu vida concluirá como la mía, abrasada en silencio con las ramas del humilde tataré! ¡Tupá! jTupá! ¡que vea yo aún muchos soles nuevos para cuidar la hija del valiente Cayupé, y que cuando yo vista el negro tipoy, ella, la hermosa hija de la selva, haya visto cruzar muchas lunas, y esté lejos de aquí el maldito Aftanguazú! ... Así cantaba la india Ayaribá cuando ya la noche cubría con su manto negro las ramas de las ceibas, del yatay y del ombú, y ya no cantaban el zorzal y el urú, y la indiada ganaba sus toldos, y sólo se oía el quejumbroso grito del urutaú siempre inmóvil en la alta copa del seco urunday. -II- Cuando veo mis chicuelas, vivarachas y ligeras como mariposas nacidas de los blancos pétalos de la flor del guayacán, juguetear a mi lado libando en la fuente inagotable de mi corazón la dulcísima miel de mis mimos y caricias, recuerdo los temores de la india guaycurú, de la hermosa Ayaribá, que contaba sus cuitas a la mansa corriente del caudaloso Iguazú. ¡Los años pasan tan veloces!... Las loquillas que hoy saltan como tiernas majelas á mis faldas, provocando en mi alma expansiones purísimas con el torrente de sus palabras ingenuas, saturadas de esa picardía inocente de los primeros años, van día a día creciendo, y ya sus formas pierden ese abandono, ese aspecto adormecido de las ramas del sauzal...
Me parece que demasiado pronto quieren ser esbeltas y elegantes como el flexible junco de tierno yatay.
Sus cantos antes se asemejaban al sencillo pío, pío del tímido colibrí; pero ahora me parece oír a veces en los tonos de su voz, algo así como los atrevidos gorjeos del melodioso sabiá...
¿Por qué viven tan a prisa, pobrecillas?
¿No saben que yo quisiera guardarlas siempre a mi lado, como la india á su indiecita, rodeadas por mis brazos para que no fueran sorprendidas por la sombra ponzoñosa del ahué? ¡La sombra del ahué!... La india Ayaribá no temía al hombre blanco porque ocultaría su hija en las impenetrables y enmarañadas selvas en que crecen el ñandubay, el carandá y el yatay; podía rodear su hamaca de cipó con el punzante ñapindá para que las fieras no llegaran á ella, y librarla del calor abrasador en las aguas frescas y embalsamadas del Iguazú, y calentar en invierno su cuerpo con fogatas de viraroes; y pensaba envenenar sus flechas en la ponzoña del curupí para defender la vida de la hija del valiente indio guaycurú. Pero cuando pensó en la sombra del ahué y en los traicioneros cantos del caburé, entonces Ayaribá desmaya, se considera impotente para vencer tan terribles enemigos y exclama desolada invocando á su Dios: ¡Tupá! ¡Tupá! ¡guarda tú á la mariposa que nació de la blanca flor del guayacán!... Yo también, como ella, invoco al Dios de mis creencias cuando veo que «las lunas pasan» y temo que me cubra «el negro tipoy». Yo sé que mis hijas encontrarán en su camino sombras embriagadoras que pueden adormecerlas con su atmósfera voluptuosa, y que no faltarán cantos traicioneros que pretendan dominarlas como domina el taimado caburé á la inocente alondra, ¡y sé que cuesta tanto... tanto! formar un hogar feliz, ese oasis que perseguimos en el desierto que ha formado en la vida el egoísmo humano, que temo que antes de llegar al final de la jornada, «las llamaradas del mundo hayan enrojecido las flores del sendero y carbonizado las aves en sus nidos...»
Por eso cuando los primeros rayos del sol me anuncian la aparición de un nuevo día, o el tañido triste de la campana llama al creyente á la oración de la tarde, pido a mi Dios que libre a mis mariposas blancas de la sombra maléfica del ahué, y que cierre sus oídos a los cantos falaces del traidor caburé.
Nota:
[1] Árbol americano, al que los indios llaman árbol malo, a causa de que su sombra rechaza toda vegetación y daña instantáneamente al que se cobija debajo de ella. |
José Luis Antuña
Cuentos y narraciones de Autores uruguayos contemporáneos
Reunidos y precedidos de un prólogo y apuntes literarios por B. Fernández y
Medina
Montevideo, 1895
Texto digitalizado, y editado, con el agregado de imagen, por el editor de Letras Uruguay Twitter: https://twitter.com/echinope / email: echinope@gmail.com
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce Al día 17 de noviembre de 2016 inédito en la web mundial
Ir a índice de narrativa |
Ir a índice de José Luis Antuña |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |