En casa había un hermoso sillón hamaca, de fina madera lustrada. Según tengo entendido perteneció a una tía de mi padre.
Dicho sillón fue el predilecto de todos durante muchos años, "una reliquia" como dirían algunos, por como se le cuidaba.
Claro que el paso del tiempo hizo lo suyo, últimamente se lo podía ver algo descolado y con algunos arañazos en los posa brazos. Pero qué cómodo era, yo siempre pensando en reciclarlo.
Una noche lluviosa de julio, llegué a mi casa luego de una intensa jornada de trabajo y me encontré con una imagen muy dulce: mis hijos sentados junto a la estufa a leñas escuchando un cuento. El verlos allí, todos acurrucados y tranquilos me llenó de ternura.
Busqué el sillón para dejar caer mi cansada hosamenta y fue allí, donde comprobé la cara de complicidad de Malena con los nenes. No quise preguntar, miré a la estufa y sentí un coro que me dijo "se acabó la leña". |