Un domingo …
Ana Amorós

Todas las mañanas, desde que habían comenzado los primeros atisbos del caluroso y agobiante verano, la joven subía a la azotea de su casa a tomar sol.

Sabía que debía hacerlo temprano, no porque realmente tomase en cuenta el peligro que acarrea el exponerse a los rayos solares a determinadas horas, sino para evitar los gritos furibundos de su abuela. Si, con tal de no escuchar la perorata de ésta, respetaba el horario.

Era casi un ritual, tiraba la estera, se desprendía el sostén, se lo sacaba y “acostaba” junto a ella. Sonreía pensando en el rostro que pondría su abuela si la viese con los senos desnudos. – “Pobre abuela, realmente fue una castrada, castración que seguramente transmitió a mi madre, pero conmigo no va a tener suerte”- repetía infinidad de veces.

Conectaba su PM3 y tarareaba las canciones allí seleccionadas y gravadas por ella misma. Realmente disfrutaba de ese espacio matutino donde se sentía totalmente libre. 

No sentía falsos pudores y no le importaba en realidad que la viesen así, solamente no quería disgustar a esa mujer entrada en años que la había criado con infinita ternura y no menos sacrificios, al faltar su madre. Y como su abuela sufría de vértigos, estaba segura en la azotea. 

Un domingo, en que prácticamente había bailado toda la madrugada, subió como todas las mañanas, con la intención de dormitar y descansar un poco, no contando con que el sueño la traicionaría de aquella forma, venciéndola totalmente.

Mientras descansaba plácidamente en brazos de Morfeo, no sintió los insistentes llamados de la abuela, la cual no entendía cómo podía estar la “nena” exponiéndose al sol en pleno mediodía. “¿Acaso no tiene claro las consecuencias que eso trae?” se preguntaba con real preocupación la anciana.

La pobre mujer asustada y temiendo que le hubiese ocurrido algo a la joven, llamó al vecino de al lado y le contó lo que ocurría. El hombre subió raudamente, alarmado por las palabras de su vecina y cuál fue su sorpresa… Quedo contemplándola, embelezado, olvidando el real motivo por el que se encontraba parado en la azotea. 

Pasaron algunos minutos y la zozobra se hizo carne en Doña Rosa, en la que el amor una vez más venció al miedo, decidiendo subir la escalera con los ojos cerrados y logrando su cometido. Mientras subía los escalones su cabeza era una máquina de fabricar malos pensamientos, su nieta era su razón de vida, el que algo malo le hubiese ocurrido, la desesperaba, esperaba cualquier cosa, menos lo que encontrado.

Fue tan grande su sorpresa como su alarido, con el que despertó a su nieta y asustó al vecino, volviéndolos a la realidad. 

Contrariamente a lo pensado por su nieta, la mujer solo atinó a proteger a la joven con sus brazos, preguntándole entre sollozos si estaba bien, qué le había pasado… Atónita, aún sin entender del todo lo ocurrido la muchacha se refugió en aquel abrazo, observadas de reojo por el vecino , que sin emitir palabra alguna se marcho a su casa..

Ana Amorós

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