La mujer sale atónita de su baño de espumas y sales, una suave toalla azul francia cubre su cuerpo. Evita el amplio espejo sin embargo y se dirige en silencio hasta la cama.
No quiere mirarse como antes, cuando admiraba su esbelta figura y su piel lucía tersa y joven. Un sabor amargo corre por su garganta y un frío gélido la envuelve toda.
Recuerda la música, los aplausos, las luces del escenario y el sonido de sus propias zapatillas de punta sobre la madera...
¡Tan lejanos! que no se reconoce y la agobian las vivencias.
El tiempo pasa para todos inexorablemente, aun para aquellos que se creyeron dioses indestructibles.
Y lo más terrible de todo, es que si no aprendemos a aceptar su fuerza, no podremos vivir en paz con nosotros mismos.
Se seca el cabello con esmero y se arropa lentamente, como en un ritual, un pijama de seda celeste, que hace juego con la ropa de cama de fina batista, es el elegido de esta noche.
Suspira, toma entre sus manos los almohadones, los acomoda una y otra vez, prende el equipo de audio, un libro grueso, sus lentes y se decide a navegar por otros mundos. La soledad es su mayor aliada últimamente, y le resulta saludable convivir con ella. El sueño no demora en llegar sin embargo y se entrega a sus brazos con la luz prendida y la música de fondo. |