Maithe camina por el fondo de su casa, el jardín está florecido, acaricia las hojas de sus plantas, observándolas a cada una con verdadero detenimiento, como un médico con un paciente. De pronto un dejo de amargura se apodera de su rostro, borrándole la sonrisa franca.. El recuerdo de Violeta, su madre, se hace presente. A ésta no le gustaban las flores, ni las plantas, solía siempre criticar el que Maithe viviese en medio de una selva. ¡Pobre vieja! nunca sabré realmente si no te gustaban realmente las plantas
o lo que realmente te molestaba era el encanto que para mi tienen. Cuidarlas me produce un verdadero placer. ¿Cuidarlas? Ella también , de joven regaba el jazmín, la aljaba, el laurel y el limonero...
Se queda pensativa en una esquina soleada y teñida de tiernos recuerdos de su infancia. Tiempo de niñez con aromas y colores diferentes.....La comida de mamá, el intenso olor a café, el sabroso mate amargo que compartía junto a su padre. .. Las riñas y las travesuras junto a su hermano...
El afecto incondicional de su padre la acompañó siempre y continúa hoy formando parte de su piel. La ayudó acrecer, a confiar en si misma . En cambio con la madre siempre fue difícil su relación .
A muy temprana edad Maithe comenzó a oír de labios de su madre, conceptos de sentimientos que distaban mucho de la realidad. Violeta estaba convencida de que la niña amaba más al padre que a ella (seguramente fue algo que le ocurrió a ella tiempo atrás), pero lo real es que Maithe sufrió mucho, pues nunca logró transmitirle a su madre todo lo que la quería.
Vuelve a la realidad, un escalofrío la sacude al pensar en ello... lo cierto y más triste es que si lo hubiese hecho, tampoco lo hubiese creído. La asignatura quedó pendiente y ya no podrá rendir examen. |