Lazos...
Ana Amorós

Mi madre solía hacer unas tortas exquisitas a las que ella había “bautizado” como “Fofa” (le crecían envidiablemente todas) y jamás se le quemó ninguna que yo recuerde. 

Con mi hermano y primos nos deleitábamos mirándola medir la harina, el azúcar, el “Royal” y la manteca; nos parecía increíble la precisión con que mezclaba todo para hacerla subir a la montaña Rusa y dejarla caer en el centro mismo de la tortera previamente en mantecada. Luego, silbando, o tarareando alguna de sus canciones, las mismas que nos acompañaron durante nuestra tierna infancia, la introducía en el horno de la “Volcán” que estaba esperándola como siempre, con aquélla lealtad suya a toda prueba.

Nosotros la veíamos lavar los trastos, sacarse el delantal y mirarnos por encima de los lentes con un dejo de complicidad y ternura.

Nos indicaba que colocásemos los mantelitos individuales y nos lavásemos las manos previas a sentarnos a la mesa a esperar a la sabrosa “Fofa” a la que seguramente rellenaría de dulce de leche o con membrillo estirado con agua. 

Cumplíamos lo estipulado por la exigencia materna y ansiosos nos sentábamos a esperar jugando con las cucharitas sobre la mesa.

Desde la cocina nos invadía el rico olor a torta, la ansiedad crecía a pasos agigantados, hasta que llegaba ésta, acompañada por el humeante chocolate en las tazas aquellas de la abuela...

Devorábamos con real apetito, risas, algunos tirones entre nosotros y algún consabido “chiquilines tengan juicio”...

Desaparecían de la mesa los trozos de la torta y el chocolate nadaba en el estómago mientras mamá juntaba con una sonrisa orgullosa, las migas y se llevaba las tazas de su madre a bañar a la cocina.


17/11/2006
Daniela 2008

Ana Amorós

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