|
Besos de París
|
No hay nada más endiablado que salir a la calle con el firme propósito de pasar revista a las bocas de las mujeres de París. Si se levanta uno con esa obsesión, tendrá una jornada desesperante. Pero, hay que someterse a ese juego, con una verdadera devoción artística. Vale decir, que ese día, París no será para uno otra cosa que una boca pintada sonriendo. Pasar revista a las bocas, tal como un sargentón maniático obsesionado con los botones flojos de las chaquetillas de sus subalternos... Nada más que las bocas, exclusivamente mirar los labios de las mujeres de París, sin distraer la atención con tal o cual mano, con un par de ojos profundos o una dorada cabellera ... Solamente mirar a los labios... Largarse — sin saber nada — a ese mar rojo, ondulado, de una multitud de labios. Lanzarse entre las llamas, alcanzando a ver, de cuando en cuando, un blanco oasis salvador que bien puede ser una palabra gentil, articulada a medias... O como sumergirse en una borrasca, en la cual las hojas desprendidas de los árboles, tienen formas de labios purpurinos (casi una estampa cursilona...). Pero, quien tenga dudas sobre tal experiencia, salga un día a la calle y verá. ¡Verá, verá qué formas más curiosas tiene la moción, qué difícil es seguir un ritmo, qué riqueza de formas, qué variedad de tonos... Verdadera Babel de labios, en este París donde las razas se reúnen como envueltas en un remolino y en el cual danzan todas, haciendo unas el papel del “burrito del teniente” y otras, con el destino de esos pedacitos de cartas que nadie podrá recoger... Verá el que tal experiencia escoja, como le resultará París un verdadero viaje en montaña rusa. Sabrá de un subir y bajar, de cimas y pendientes; y sólo llegará al valle tranquilo y apacible, cuando repose en un beso. Mientras tanto, desesperante será su jornada. Porque en París, los besos tienen horas, minutos, segundos, muy bien contados. Se diría más aun: los besos de París están clasificados. No así los labios, que costaría clasificarlos tanto o más que las impresiones digitales. Una comisura, la más leve Inclinación de un labio, el tono más fuerte o más débil puede servir de diferencia entre dos bocas comparadas. Se puede afirmar que no hay dos bocas Iguales, pero sí, dos besos semejantes. De ahí la clasificación. V por cierto que no se puede discutir qué es más endiablado, si la clasificación de los labios o la de los besos, si un estudio sobre los labios—su pintura, su dibujo, su color—o un estudio sobre los besos —sus horas, oportunidades y lugares. París ya tiene estudiados sus besos. Se diría que están clasificados como las mariposas... Y tal vez clavados como ellas en Invisibles alfileres y en la caja de cristal de algún museo... Hay besos que debieran ser piezas de colección, y otros que estarían muy bien entre algodones, como las piedras preciosas sin uso... Besos de archivo, que se sacan para las fiestas, como los que se dan los altos funcionarios de Estado en las conmemoraciones patrias y en plena plaza pública. Besos de uso abolido o raros, cuyo precio está al alcance de los millonarios con imaginación. Casi se puede asegurar que los besos — su estudio — es en París, cosa hecha, mientras que, en cuanto, a los labios, no se ha pasado de una tentativa de pintores y dibujantes. El beso, un asunto de “fondo”; los labios, un asunto de “forma". Y de ahí su dificultad, que reside en las variaciones, círculos, espirales, curvas, recovecos. A un ser microscópico que se le ponga sobre un pulgar ordenándole que se retire... He_ ahí el laberinto, símil de quien se meta a clasificar los labios, a estudiar las bocas. La ondulación del mar, ¿no distrae los ojos de los viajeros? Nada descansa más que contemplar las olas. Como las olas, los labios. Pero, todo lo que descansan las olas — que no piden ni dan — fatigan y endiablan los labios, que piden y dan y niegan... De lo que piden y dan vamos a hablar: El beso de medio día Son las doce. En los talleres hay agujas clavadas en almohadillas y puntadas sin terminar. Giran las puertas circulares, de cuatro hojas, en las oficinas públicas y en los bancos. Se oyen pasos en todas las escaleras de todas las casas de París. Comienzan a arrugarse los manteles de las mesas impecables de los restaurantes. El apetito es una cosa ligera, el mejor acicate.... Se hace luego, como un compás de espera. Tal vez un lapso de silencio. Después, en los “vitraux", en esos mostradores tan simpáticos de los despachos de bebidas, humean las tacitas de café. Los espejos se empañan y comienzan los besos de medio día... Entre humo de tabaco; al lado de la tranquila vendedora de flores; en una esquina; entre dos automóviles — la rueda de auxilio del uno, como un blanco de puntería y los faros del otro, monstruosos ojos—; junto a una columna; en la escalinata del “metro”; frente a una vidriera, eclipsada por el amor; o en el estribo de un ómnibus... Es el beso que Dios bendice, el beso que debe tener un gusto a castañas calientes; el beso al que todos respetan; el beso ejemplo... Por fin, resumiendo: el beso al cual debemos sacarle el sombrero, respetuosamente... Besos de la tarde En cada uno de ellos, hay un secreto. Se asemejan a las abejas perdidas del colmenar. En cada uno de ellos, hay una espina. París trabaja. París labora o piensa. París cumple con su destino. Mientras tanto, andan por las calles los besos perdidos que se encuentran, los besos sin dueño, los que se roban y los que se ocultan. A medida que se hace la tarde, van tomando Importancia. Así, a la salida de las fábricas, talleres y oficinas, el beso de París, se adueña de sus calles, se diría que irrumpe, avasalla, se hace dueño de la ciudad. Hay portezuelas de automóviles que se cierran con el cerrojo 'de un beso, más qUe con sus picaportes. A las seis de la tarde, besarse en París resulta un lugar común, un delicioso—sin duda alguna—lugar común. El tráfico no marcha sin besos; el varita no podría hacer circular los vehículos sin el aliciente de los besos. Al abrigo del beso de las 6, viven y trabajan todos los que trabajan y viven en París. Los besos hacen más oscuro París, disminuyendo la fuerza de los mecheros de gas. Si se hiciese silencio, se oirían los besos de las calles. Besos de las Estaciones Son los besos dolorosos, los que tienen horario. Medio París que trabaja, vive en las afueras. El beso de las estaciones, tiene la sorpresa de la pitada estridente de las máquinas que le hace picante y agudo. El beso de las estaciones, a veces, es Interrumpido por un empellón o un codazo. Sabe a carbón, a humo, a cigarro. Es triste, por más a diario que se dé, y tiene fin con el beso grotesco del jefe de andén que se lo da al pito o a la antipática cornetita. Son los besos que se van, helándose en el cristal de la ventanilla, los que parecen Imperfectos, defectuosos, mal terminados... Beso de las 2 de la mañana Nada más absurdo, en París, que el beso de la madrugada. El beso será siempre niño. Por eso, el de la madrugada es absurdo, como pasear por la vereda, a esa hora, el cochecito de un niño. Todo beso público a esa hora, es monstruoso... Es desnaturalizar el beso de París. |
por Enrique Amorim
Publicado, originalmente, en: La Nación Magazine / La Nación Revista Semanal nº 1, 7 de julio de 1929
La Nación Magazine / La Nación Revista Semanal fue un suplemento dominical de La Nación, llamado Magazine primero, y Revista Semanal. Alcanzó 89 números de unas 40 páginas, más tres suplementos especiales. Fechas de publicación: nº 1, 7 de julio de 1929 – nº 89, 15 de marzo de 1931
Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,
que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.
Ver, además:
Enrique Amorim en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
Email: echinope@gmail.com
X: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
|
Ir a índice de poesía |
|
Ir a índice de Enrique Amorim |
Ir a página inicio |
|
Ir a índice de autores |
|