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Mi mundo no pasaba…
de donde mi madre iba,
y hacía arriba tenía
la altura de mi cometa.
El camino del río… y el lento río transparente
en cuyos remansos
- detrás pececitos y guijarros-
se dormía mi tiempo,
mientras en sus verdes riberas
mi madre envejecía… El cerco de cinacinas
sombreador de mis siestas,
con su lluvia amarilla de diciembre
que perfumó mis veranos
y trajo mangangaes amistosos
que unían sus monótonos arrullos
a los aleteos de mansas palomitas.
La pelota azul de goma
que nunca iba muy lejos,
porque siempre andaba
entre mi perro y yo.
(Mi perro…Regalo, regalito! ojitos expresivos y colita ebria-
por quien tuvo noticias de la muerte
y lloré, primera vez,
a un ser querido).
El dolor era viejo entre los míos,
pero yo lo ignoraba;
porque el dolor tenía
la eterna alegría de mi madre
y su palabra tierna.
Y hasta las manos callosas de mi padre
no sé como cortaban
el pan tan suavemente
y leve hacían
aquel diario ademán
de despedida…
En mi pequeño mundo
el amor era eso.
Y lo llenaba.
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