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Aniversario de José Martí |
Un periodista y su política |
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"QUE NO haya una manifestación de la vida, cuyos diarios accidentes no sorprendan al diarista: -eso es hacer un buen diario. Decir lo que a todos nos conviene, y no dejar de decir nada que a alguien pueda convenir. Que todos encuentren en el diario lo que pueden necesitar y saber. Y decirlo con un lenguaje especial para cada especie: -escribiendo en todos los géneros (...), desdeñando lo inútil y vistiendo siempre lo útil elegantemente. Que un periódico sea literario no depende de que se vierta en él mucha literatura, sino de que se escriba literariamente todo. El periódico ha de estar siempre como los correos antiguos, con el caballo enjaezado, la fusta en la mano y la espuela en el tacón. Al menor accidente, debe saltar sobre ¡a silla -sacudir la fusta y echar a escape el caballo para salir pronto y para que nadie llegue antes que él". |
Con estas ideas, José Martí funda el 14 de marzo de 1872 el periódico Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano y crisol donde se fusionan las dos grandes vertientes de su vida: su entrañable actividad periodística y literaria y su constante quehacer por la independencia de Cuba. La madurez de sus expresiones era el producto de una larga trayectoria en ambos campos cuyos más lejanos antecedentes se remontan a su adolescencia. Martí tenía entonces 38 años y lograba como al comienzo, imbricar en un solo hilo las dos preocupaciones que fueron esencia de su vida. Preparaba la campaña independentista de 1895 y su propio martirologio.
La primera publicación de Martí se ha rastreado en la editorial de El Diablo Cojudo, periódico redactado por su amigo Fermín Valdés Domínguez aparecido en
La Habana el 19 de enero de 1869. No obstante, el lenguaje irónico y burlesco que allí emplea y que nunca repetirá, ha dado lugar a cierto soslayo de parte de algunos de sus biógrafos. Se prefiere señalar, pues, como su escritura inaugural, el poema dramático "Abdala", publicado en el único número de
La Patria Libre, "semanario democrático cosmopolita" del 23 de enero del mismo año, junto a la participación del que fuera su inolvidable maestro, Rafael María Mendive.
Paralelamente colaboraba también con el periódico clandestino manuscrito,
El Siboney.
La consecuencia de estos trabajos de fervoroso patriotismo y condena al colonialismo español no será otra que la cárcel, pocos meses después. Martí recordará el horror de la prisión y el trabajo forzado en las canteras en su obra
El presidio político en Cuba, escrito durante su destierro madrileño en 1871, cuando sólo contaba 18 años. Su pensamiento independentista y su defensa de la causa mambisa se canalizarán en España a través de polémicas y artículos políticos que se diseminaron en varias publicaciones periódicas:
La Soberanía Nacional, de Cádiz, La Cuestión Cubana, de Sevilla,
La Discusión, Diario de Avisos y El Jurado Federal de Madrid.
Tras el golpe militar de Porfirio Díaz en México, Martí traslada su acción periodística a El Federalista, donde no vacila en atacar a la flamante dictadura. Consolidada ésta, el 29 de diciembre de 1876 fugará a Guatemala. A la temprana recopilación de su obra periodística en México, se sumará posteriormente una serie de estudios publicados en El Socialista, descubrimiento revelado recién en 1972 en el Coloquio Martiano de Burdeos. Hallazgos de este tipo se han sucedido año a año durante décadas, no obstante lo cual, a consecuencia de terremotos y revueltas políticas, hasta ahora se ha dado por perdida la posible labor periodística de Martí en Guatemala. |
CORRESPONSAL EN NUEVA YORK. El esplendor de la prosa y el periodismo martiano aparece en su larga estadía en los Estados Unidos. Debió antes recorrer, sin embargo, varios países de América Central y el Caribe. Es en Venezuela en 1881 donde se verifica su más importante intento de crear un órgano periodístico para dedicarlo a su fe americanista:
"poner humildísima mano en el creciente hervor continental; empujar con los hombros juveniles la poderosa ola
americana". Surge así la Revista Venezolana: sus dos números dejaron páginas memorables como el retrato de Miguel Peña y la apología de Cecilio Acosta. Nuevamente, problemas con otro dictador, esta vez Guzmán Blanco, harán que Martí se instale en Estados Unidos. Ya había estado allí en 1880 residiendo durante un año.
Había colaborado con el semanario The Hour con notas sobre arte donde desplegó todo su saber autodidacta en la materia, fruto de su atento examen en museos de Madrid y Zaragoza y del Louvre. Admirador profundo de Goya, escribirá sobre pintores contemporáneos como Madrazos, Fortuny, Fromentín. El empresario Charles A. Dana, personaje de la "edad dorada" norteamericana y simpatizante de la causa cubana, le había abierto las puertas de uno de los rotativos de mayor circulación en ese entonces,
The Sun, de New York.
En 1882, de regreso de Venezuela, Martí superará ampliamente lo ya desplegado en ese entonces para convertirse en corresponsal de numerosos periódicos hispanoamericanos. Se transformará en un "cronista". La palabra importa para la época y encierra una acepción particular. En esencia, se trataba de un comentario literario en torno a algún suceso de actualidad. Cotejando diversas fuentes de información, será capaz en ellas de recrear los más variados acontecimientos. Las enviará a muchos destinos:
La Opinión Nacional de Caracas, La Nación de Buenos Aires, la
Opinión Pública de Montevideo, El Partido Liberal de México,
La República de Honduras, La Pluma de Bogotá. Las reproducirán otros tantos periódicos de Sudamérica.
Orador de gran elocuencia en numerosas sociedades literarias y patrióticas, algunas de las cuales llegó a presidir, es posible que la alternancia de ambas prácticas influyera en su verbo épico y vibrante y en su estilo desbordante, generoso.
Sus crónicas, conocidas hoy como Escenas norteamericanas convirtieron a Martí en uno de los mejores críticos de la vida americana de su tiempo. En sus páginas se vierten hechos de recordada trascendencia: el ahorcamiento de Guíteau, asesino del presidente Garfield, será la primera en doscientas. La siguen reseñas de sesiones del Parlamento, la llegada de la estatua de la Libertad, la muerte de los ocho anarquistas de Çhicago, cismas religiosos, la vida en el barrio chino y los conflictos con emigrantes italianos, el terremoto de Charleston, la colonización de Oklahoma, los indios y los negros, conferencias, efemérides. Escribe sobre Washington, Franklin, Lincoln, pero también sobre Walt Whitman, Longfellow, Emerson, el bandido Jesse James, Buffalo Bill y el gran jefe Nube Blanca. Lo complementa con lo que sucede en Francia, Italia, Rusia, Alemania, España: salones de París, libros de actualidad, una de las primeras recepciones de la pintura impresionista. Escribe hasta ocho crónicas por mes, de variada extensión, en un trabajo agotador.
Paralelamente, no descuida su colaboración con distintas publicaciones de compatriotas residentes en Estados Unidos:
El Economista Americano, El Avisador Cubano, El Avisador
Hispanoamericano, La Juventud, El Porvenir, La Revista
Ilustrada. Allí su tarea es más didáctica y proselitista. Escribe sobre los maestros ambulantes y la enseñanza en el campo, entabla polémicas en pro de la causa cubana, no cesa en su condena a la marca anexionista que empuja a los Estados Unidos hacia la patria a la que anhela volver.
Hay en Martí un cierto espíritu balzaciano, propio del temperamento del siglo XIX, que se caracteriza por un afán de querer abarcarlo todo, de abrirse a cuantas esferas del conocimiento sean posibles sin desdeñar ninguna. A la vez, su consigna
"decir es una manera de hacer", reiterada en varias oportunidades, señala el dominio de la misión final sobre el instrumento, de la escritura puesta al servicio de lo que considera primordial y urgente. Con este pensamiento y con su voluntad americanista, había colaborado Martí desde 1883 en La América. Su intención era una revista escrita enteramente de su mano, proyecto que suponía "la historia corriente y resumen, a la vez expositivo y crítico de todo Lo culminante y esencial en política alta, teatro, movimiento de pueblos, ciencia contemporánea, libros, que pase acá y allá, donde quiera que de veras viva el mundo".
El mismo propósito lo lleva, hacia 1889, a fundar la publicación mensual
La Edad de Oro. Era otro de sus sueños: una revista dirigida a los niños del continente donde, con ternura y vocación de docente, pretende explicar y divulgar, en un lenguaje apto a la comprensión infantil, todo cuanto cree que aquellos merecen conocer.
"Para Los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer; porque los niños son La esperanza del
mundo", afirma en su presentación.
La recopilación de su extensa producción, dispersa por lo menos en ocho naciones, demandó un esfuerzo de décadas. Se debe a Camilo Carrancá y Trujillo desde México, a Manuel A. Mercado, a Gonzalo de Quesada y sobre todo al cubano Félix Lizaso a través de sus
Archivos Martianos, la paulatina incorporación y ordenación de la mayor parte de los escritos martianos. La revalorización de su prosa en el marco del movimiento modernista, del cual siempre ha sido considerado como uno de sus precursores, es un hecho más reciente.
Más de la mitad de la obra literaria de José Martí se reúne en sus crónicas. Siguiendo esa huella, se ubica hoy a los más grandes creadores modernistas, comprendiendo escritos de Manuel Gutiérrez Nájera, Julián del Casal y Amado Nervo, la crónica más frívola y mundana de Gómez Carrillo, y los dos tercios de la obra de Ruben Darío.
(...) Todo lo olvida Nueva York en un instante. Un fuego digno del centenario consume Los graneros del Ferrocarril Central. EL río, inútil, corre a sus pies. Las bombas, vencidas, bufan, echan chispas.
Seis manzanas arden, y las llamas negruzcas, carmesíes, amarillas, rojas, se muerden, se abrazan, se alzan en trombas y remolinos dentro de la cáscara de las paredes, como una tempestad en el sol. Por millas cunde la luz, y platea las torres de las iglesias, calca las sombras sobre el pavimento con limpieza de encaje, cae en la fachada de una escuela sobre el letrero que dice: "Niñas". Muda la multitud la multitud de cincuenta mil espectadores, ve hervir el mar de fuego con emociones romanas. De la refinería de manteca, con sus millares de barriles en el sótano, y sus tanques de vil aceite de algodón, sale el humo negro. Del granero mayor, que tocaba a las nubes, chorrean las llamas, derrúmbase mugiendo el techo roído, cae el asbesto en ascuas, y el hierro en virutas, flamea, entre los cuatro muros, la manzana de fuego. De los muelles salta al río el petróleo encendido, que circundo al vapor que huye, seguido por las llamas. El atrevido que se acerca, del brazo de un bombero, no tiene oídos para los comentarios, la imprudencia de permitir semejante foco de peligro en el corazón de la ciudad, la pérdida que llega a tres millones, la magnificencia del espectáculo, más bello que el del incendio de Chicago, la majestad del anfiteatro humano, con caras como de marfil, que lo contempla-; el susurro del fuego es lo que se oye, un susurro como de vendaval; y el corazón se aprieta con el dolor solemne del hombre ante lo que se destruye. Un monte está en ruinas, ya negras, con grietas centelleantes, de las que sale el humo en rizos. Otro monte está en llamas, y se tiende por sobre la ciudad un humo dorado. A la mañana siguiente contemplaba en silencio el cascajo encendido la muchedumbre tenebrosa que acude siempre a verlo que perece -mozos fétidos, con los labios manchados de tabaco; obreras jóvenes, vestidas de seda mugrienta y terciopelo; muchachos descalzos, con el gabán del padre; vagabundos de nariz negra, con el sombrero sin ala, y los zapatos sujetos con cordeles. Se abre paso el gerente de una compañía de seguros, con las manos quemadas. De trajes vistosos era el río un día después y masa humana la Quinta Avenida, en el paseo de Domingo de Pascuas... |
Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy
Publicado, originalmente, en El País Cultural Nº 287, del 5 de mayo de 1995
Autorizado por el autor
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