Prólogo a "Trincheras de papel. Dictadura y literatura carcelaria en Uruguay" |
1.
A primera vista, nada parece más frágil que una trinchera de
papel. Sin embargo, nada hay más perdurable. Cuando la escritura es un
acto de resistencia, las palabras permanecen mucho más allá de los
verdugos.[1]
Las
cárceles de la dictadura fueron sistemas fríamente planificados
para la destrucción del individuo. Ese fue su único propósito.
La saña destructiva abarcó hasta el más mínimo detalle cotidiano y fue
perfeccionada con celo militante durante más de una década. En el marco
brutal de la enorme prisión en que vivió toda la sociedad, las cárceles
de presos políticos significaron el punto de consagración de una
estrategia tan retrógrada como liberticida. De todo esto se ha denunciado
mucho, se habla y se hablará y nunca será suficiente.
Por
el contrario, en veinte años a esta parte,
poco se ha insistido en la resistencia cultural que afortunadamente
existió; en la osada respuesta, constructiva y colectiva, paciente y
eficazmente forjada en esas cárceles, es decir, en el vientre mismo del
enemigo. Resistencia y respuesta que abarcó todos los ámbitos del saber
y del quehacer, abierta a la amplísima gama de cuanto podemos reconocer
como cultura de salvación. Si
las cárceles de la dictadura fueron
uno de los mayores emblemas de la peor época de este país, también es
posible afirmar que en ellas la dignidad humana libró una dura batalla
que, entre sus múltiples consecuencias, dejó obras artísticas y
literarias de inapreciable valor.
Se
ha escrito sobre la literatura del insilio, es decir, sobre la que se acuñó
en los años de dictadura. También se ha escrito, aunque en menor medida,
sobre la del exilio. Pero la literatura surgida en la cárcel y como
resultado de la cárcel, en el interior de ella y después de ella, sigue
siendo todavía hoy un territorio casi inexplorado en la historia de
nuestra literatura. Un vacío apenas entrevisto, escasamente abordado,
nunca profundizado ni sistematizado en su conjunto.
Desde el punto de la vista de la escritura la cárcel fue un universo de riquísimos matices que, al menos como punto de partida, es imprescindible investigar, exhibir, inventariar y reseñar. Generó escritores que jamás pensaron serlo: Marcelo Estefanell, Omar Mir, Ademar Alves, etc. Maduró a otros en ciernes, donde solo había una aspiración a largo plazo lejos de ser practicada: Carlos Liscano, Richard Piñeiro, Jorge Torres, Graciela Taddey. Modificó sustantivamente a quienes ya habían iniciado su trayectoria, madurando y enriqueciendo su expresión: Mauricio Rosencof, Hiber Conteris, Gladys Castelvecchi, Miguel Ángel Olivera y otros. En total más de cincuenta escritores: cuarenta y cuatro obras en volumen elaboradas con escritos realizados en el interior de la cárcel y más de un centenar realizadas a posteriori por autores que conocieron e integraron a sus trayectorias esa intransferible realidad [2].
Durante
cuatro largos años he leído las obras de autores que han pasado por la cárcel.
Algunas sumamente conocidas y otras, quizá la mayoría, publicaciones
precarias, ediciones de autor o de editoriales pequeñas, libros
pobremente impresos, de escasa distribución o sencillamente inhallables,
sin recepción profesional. Las páginas que siguen dan testimonio de
estas lecturas. Se trata, pues, de una panorámica historiográfica de la
literatura carcelaria que pretende ser lo más exhaustiva posible, que no
se detiene en 1985, año de la liberación, sino que se extiende
observando las huellas de aquella terrible experiencia en la posterior
trayectoria de sus autores. He leído y como todo buen lector he extraído comentarios, juicios, conclusiones. Nunca pretendí, sin embargo, realizar un trabajo académico, de crítico profesional. No podría hacerlo. En principio, porque yo también me incluyo dentro de esa larga pléyade, soy uno más modestamente hermanado a todos los que desde la nada fueron capaces de crear. En segundo lugar, porque no se puede evaluar ninguna de estas obras desde el vacío sino ponderarlas teniendo en cuenta las condiciones en que fueron creadas. He procurado pues, en todo momento, un difícil equilibrio entre el afecto y la labor crítica. Creo que ha predominado por mí, por sobre cualquier otro objetivo, la necesidad de dar a conocer este universo, testimoniar sobre su gestación y ubicarlo lo más correctamente posible en el marco de la literatura contemporánea. La intención final es brindar un homenaje a todos aquellos que, en una situación límite -seguramente la peor de sus días- fueron capaces de soñar, de crear mundos y aprender a decirlos. Este libro está dedicado a los que supieron responder a la picana con el lápiz, al encierro con la libertad de su imaginación, al dolor con la metáfora, a la censura con la porfiada palabra. . 2.
Se ha afirmado, en más de una oportunidad, la existencia de una
generación literaria nacida hacia finales de los años 60, generación
perdida o trunca, abortada por la fuerza despiadada de una vergüenza histórica.
Se dijo de ella que el 27 de
junio de 1973 fue su canto de cisne. Una generación que se verificó
fundamentalmente en la presencia de grupos de poetas desplazados de los
centros de poder cultural, entonces aún en manos de la generación del
45. Una generación que más que nunca creía en el arma cargada de futuro
pregonada por Gabriel Celaya o en la poesía como práctica de la verdad,
al decir de Paul Eluard.
Quizá estas páginas contribuyan a demostrar como esa poesía rebelde, médula de una supuesta generación trunca, halló otro episodio, coherente y definitivo, en la gesta literaria de la cárcel. Tal vez sea posible afirmar que ese universo fue un doloroso filtro, que desaparecidos los grupos donde se iniciaron, sus mejores representantes encontraron en él los medios para continuar adelante (Olivera, Lussich, Padín, Altesor). Aunque no de manera tan rotunda, algo similar sucedió con los que se expresaban a través de la narrativa o el teatro (Rosencof, Conteris y otros). Los acompañan los que se forjaron en la cárcel, los que en ella nacieron a la literatura, aunque algunos hayan publicado por primera vez décadas después de haber vivido esa experiencia. Tengo
la convicción de que esa resistencia cultural librada en las prisiones de
la dictadura permitió a estos autores definirse o redefinirse como
miembros de una generación de capacidad transformadora, mutante, con
los anticuerpos necesarios para sobrevivir y avanzar. 3.
Todos los autores aquí
presentados practicaron las más diversas formas de literatura e incluso
abrieron camino hacia géneros hasta entonces escasamente desarrollados en
nuestro medio (narrativa policial, novela histórica, etc.).
Ordenarlos, a ellos y a sus obras, ha sido una de las tareas más difíciles.
En
el universo cerrado de la cárcel la escritura debió ser reinventada
desde su más mínima expresión. Nació entre sesiones de tortura con
vocación de testimonio, creció en la soledad de calabozos donde solo había
recuerdos, prospectos de medicamentos, hojillas de fumar. Ese fue el
comienzo. Luego, la práctica colectiva y cotidiana de la escritura de
cartas y el inmenso caudal de lectura que puede llegar a devorar un preso,
influyeron decisivamente en su desarrollo. La censura y el acto prohibido
de escribir contienen un riquísimo anecdotario que pone de relieve, por sí
solo, una firme voluntad de resistencia.
La
poesía fue tal vez el género más desarrollado en el interior de la cárcel:
se hizo necesario buscar sus raíces en la poesía contestaria de los años
sesenta para luego exponer la obra de los que alcanzaron a publicar
estando presos o lo hicieron inmediato a su liberación tomando a la cárcel
como tema casi exclusivo. Un capítulo se destinó a los que se
atrevieron a incursionar en los más diversos géneros (narrativa, teatro,
ensayo), en la cárcel o después. Otro a la literatura para niños y
adolescentes.
Muchos
escritores fueron liberados y alcanzaron a dar a conocer sus obras aún
dentro del período dictatorial, lo que los coloca en una situación
ineludible; otros se identifican con el exilio, ya sea porque llegaron
tempranamente a él o porque en él permanecen. Luego se encuentran los
nuevos, por llamarles de alguna manera, es decir, los que iniciaron o
continuaron su trayectoria con obras escritas viviendo ya en libertad, en
el período democrático. Dos episodios absolutamente novedosos lo
constituyen la novela de la cárcel y el testimonio de la cárcel (este último
con algunos lejanos y olvidados antecedentes y aún hoy en pleno
desarrollo sumando nuevos títulos año tras año.)
Finalmente
una aclaración: he procurado acopiar la mayor información sobre las
distintas cárceles. Se habla más del Penal de Libertad que de Punta de
Rieles sin embargo. Ello es explicable, no solo por la experiencia
personal, sino también por las distintas condiciones de reclusión,
más adversa, en lo que a escritura se refiere, en el caso de la cárcel
de mujeres.
Referencias:
[1] El título de esta obra proviene de una recopilación de escritos de José Martí realizada por Félix Lisazo en 1945.
[2]
Para este estudio se han tenido en cuenta exclusivamente obras
publicadas en volumen, individuales o colectivas, de autores
encarcelados desde |
Lic. Alfredo Alzugarat
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