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El vuelo de Ícaro |
Lauro de Bosis: historia de una muerte |
El 2 de octubre de 1931 el joven poeta italiano Lauro de Bosis envió desde Francia dos cartas dirigidas a un amigo en Bélgica. Una de ellas era para ser reenviada a la actriz norteamericana Ruth Draper en caso de no volverse a saber de él. La otra contenía un texto increíble que debía ser enviado a la prensa en los siguientes días y cuyo título era “Historia de mi muerte”. EL POETA Y EL MITO. Lauro de Bosis había nacido en Roma en 1901, hijo de padre italiano y madre norteamericana. El padre, el poeta Adolfo de Bosis, fue fundador de la revista literaria “El banquete” y contertulio de la Torre de Portenovo, sitio de encuentro preferido por muchos escritores y poetas, entre ellos Romain Rolland y Gabriele D’Annunzio. En 1922 Lauro se doctoró en Química pero su pasión eran los estudios humanísticos. Tradujo del griego a Esquilo y a Sófocles y del inglés, La rama dorada, de James Frazer. Una tragedia suya recibió el Gran Premio de Poesía en las Olimpíadas de Amsterdam de 1928. Tenía también en su haber una “Antología de la poesía italiana”, con introducción y notas en inglés, preparada para la Oxford University Press, pero su libro más importante era Ícaro, un extenso poema dialogado que reinterpretaba la antigua leyenda. Volar hacia lo más alto, hacer lo que nadie hizo, era para de Bosis mucho más que un argumento y una elaboración lírica. Se le convirtió en una meta que debía alcanzar, aún cuando ella podía significarle perder la vida y caer en el abismo del mar. |
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El 14 de marzo de 1928 Ruth Draper se vio obligada a visitar a Benito Mussolini. Con 43 años de edad, la actriz era aclamada internacionalmente por sus monodramas. Le bastaba una silla, una mesa y su chal para representar obras de George Bernard Shaw o de Thorton Wilder. Entre sus admiradores contaba a Henry James y a Edith Wharton. Acostumbraba visitar a jefes de estado durante sus giras y a su llegada a Roma no pudo negarse al encuentro con el dictador italiano, mediado por el embajador de Estados Unidos, William Garret. La recompensa fue conocer ese mismo día a Lauro de Bosis durante un almuerzo. Ambos se sintieron poderosamente atraídos. Volvieron a verse en el otoño de ese año cuando el poeta viajó a Estados Unidos para integrar la Sociedad Italia América, una entidad de fines culturales opuesta a la difusión del régimen de Mussolini. Fue el inicio de una pasión que duraría tres años, con semanas de convivencia en una casa de verano de la costa adriática. “Nunca he soñado que tanto amor y belleza pudieran venir a mí”, escribe por esos días a su amigo Harriet Marple. En 1930 de Bosis fundó en Italia la Alianza Nacional, una organización clandestina que distribuía propaganda anti fascista. Era el fruto de su fervorosa adhesión a la libertad de expresión, que lo llevó a anteponer lo político a la poesía y al deseo amoroso o a unirlo todo en un solo acto. Curiosamente su inspiración era monárquica y su objetivo era restablecer el alicaído poder de Víctor Manuel III. Cuando en diciembre de ese año dos de sus principales colaboradores fueron detenidos y condenados a quince años de prisión, el sentido de la responsabilidad y su voluntad de sacrificio le impusieron la decisión de enfrentar personalmente a la dictadura. LA MUERTE COMO LITERATURA. Secretamente se instaló en Marsella. El 3 de octubre de 1931, con unas pocas horas de experiencia como piloto, partió de esa ciudad rumbo a Italia en un avión Klemm L25. Llevaba consigo dos textos de su autoría reproducidos en cientos de miles de volantes donde atacaba al gobierno de Benito Mussolini. Uno de los textos iba dirigido al pueblo, el otro al rey. Hacia las ocho de la noche sobrevoló Roma. Volaba tan bajo que pareció ascender por la Escalinata de Piazza Spagna, recuerdan algunos testigos. Los volantes cubrieron plazas y cafés de la capital italiana y hasta un cine al aire libre. Minutos después huía rumbo al Mar Tirreno perseguido por cuatro aviones cazas de la Fuerza Aérea Italiana. Su pequeño aeroplano de madera jamás fue hallado. Contar la visión de su propia muerte y luego seguir al pie de la letra lo escrito, no fue en él más que un correlato del mito de Ícaro que, como una obsesión, lo acicateara durante su corta vida. Había creado el guión y lo representó con plena frialdad. Creyó ingenuamente que con su martirio y sus textos bastarían para que el fascismo se desmoronara. Su fe en el poder de la palabra fue tan absoluta como ciega, su idealismo tan puro y desmesurado como suicida. Lauro de Bosis es todavía hoy recordado en Roma, en Ancona, en Vareggio, en la Universidad de Harvard y en la colina de Gianicolo, donde su busto es cercano al de Garibaldi. Thorton Wilder le dedicó su mejor obra, Los idus de marzo. Roger Martin du Gard se inspiró en él para crear al protagonista del último libro de la saga de Los Thibault. Ruth Draper recitó hasta el fin de sus días fragmentos de Ícaro. Por iniciativa del escritor Claude Aveline y otros admiradores, el poema se editó póstumo, en lengua francesa, en 1933. La edición fue prologada por Romain Rolland y en su apéndice incluyó “Historia de mi muerte” y el texto de los volantes lanzados en Roma.
Historia de mi muerte (fragmento) Mañana a las tres, sobre un Prado de la Costa Azul, tengo una cita con Pegaso. Pegaso –es el nombre de mi avión- tiene el lomo rojo y las alas blancas, y aunque tiene la fuerza de ochenta caballos es esbelto como una golondrina. Se emborracha con gasolina y brinca en los cielos como su hermano de antaño, pero, si quiere puede deslizarse en el aire de la noche como un fantasma (…) (Con él) iremos a Roma para propagar al aire libre esas palabras de libertad que, desde hace siete años, están prohibidas como un crimen. Y con razón, porque si se permitieran conmoverían a la tiranía fascista en pocas horas. Todos los regímenes de la tierra, hasta el afgano y el turco, pueden permitir a sus súbditos un poco de libertad: solo el fascismo, para defenderse, está obligado a aniquilar el pensamiento. No se le puede reprochar que castigue la fe en la libertad y la fidelidad a la Constitución italiana más severamente que el parricidio: es su única posibilidad de subsistir (…) Mi muerte sólo podrá aumentar el éxito de mi vuelo. Como todos los peligros están al regreso, nada podrá ocurrir sino después que haya enviado mis 400.000 cartas, que de ese modo estarán mejor recomendadas! (…) Después de haber volado a 4.000 metros la isla de Córcega y la de Montecristo, llegaré a Roma hacia las ocho, después de haber hecho en vuelo planeado los últimos veinte quilómetros. Aunque hasta ahora no hice más que siete horas y media de vuelo, si caigo no será por un error de pilotaje. Mi avión no hace más que 150 quilómetros por hora y los de Mussolini hacen 300. Y hay novecientos que recibieron la orden de abatir cueste lo que cueste con su ametralladora a cualquier avión sospechoso. Tanto mejor: valdré más muerto que vivo. Lauro de Bosis |
Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy
Publicado, originalmente, en El País Cultural
Autorizado por el autor
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