Las sagas de familia en Latinoamérica |
La primera conexión entre Cien años de soledad y Los Sangurimas se originó a consecuencia de una entrevista que, en 1971, Demetrio Aguilera Malta le efectuara a Fernando Alegría. En esa ocasión, Alegría sugirió que "los devotos de los Buendía le den una buena mirada a Los Sangurimas de José de la Cuadra". Algunos años después Humberto E. Robles indicó otras correspondencias entre estas dos importantes obras de la literatura latinoamericana: a) la presencia de lo maravilloso, de la hipérbole y del humor, cualidades que aparecen con insistencia en ambos textos y que permiten a este académico ecuatoriano "pensar en cuanto anticipa Cuadra los métodos del colombiano"; b) similares procedimientos humorísticos; c) el tema del incesto; d) "Como su futuro congénere, el coronel Aureliano Buendía, el coronel Eufrasio Sangurima ha participado en todas las revoluciones habidas y por haber". En definitiva, concluye Robles, "el autor ecuatoriano reclama para sí un puesto entre los precursores de orientaciones narrativas que han cristalizado en obras como Cien años de soledad."(Robles, 1976:213, 252, 231 y 9) La sugerencia lanzada por Fernando Alegría y las aproximaciones de Robles constituyen un desafío que reafirma la necesidad de confrontar ambos textos por lo menos al nivel de la "historia", extrayendo una serie de temas de singular interés. En primer lugar, dichas obras pueden ser comprendidas en una misma categoría genérica : las sagas de familia o roman de famille, tal vez como dos de los ejemplos más representativos de esta modalidad en su versión latinoamericana. Este denominador común coloca en el centro de la cuestión, como tema de tratamiento obligado, a la familia. En segundo lugar, ambas novelas desarrollan y ponen en tela de juicio dos principios concernientes a esa unidad mínima humana que conocemos bajo el nombre de familia, principios existentes desde el comienzo de la misma: el sistema patriarcal y la endogamia, ambos ambientados en el aislamiento del medio rural, en época coetánea y en áreas culturales próximas entre sí. Finalmente, similar es en ambas obras la inserción del sistema familiar en la historia y en la realidad socioeconómica (resistencia a la Ley, participación en guerras civiles, adquisición de tierras); similar el génesis rastreable en ambas familias, el marco de soledad que explica el desarrollo de ambas, el apocalipsis que las cancela. Las dificultades para tal confrontación no son menos: larga es la lista de desemejanzas, entre otras el tratamiento del tiempo y de otras construcciones narrativas. La intención, no obstante, no es fijar a LS como un antecedente de CADS, ni siquiera subrayar una influencia visible entre ambas obras, aparentemente distantes entre sí en una visión sumaria de la literatura latinoamericana. La idea es, a partir de la inclusión de una y otra en una misma modalidad genérica, remitirse al análisis de los temas ya señalados (patriarcado e incesto) procurando establecer la posible vinculación que existe entre ambas en el marco de distintos abordajes a la realidad social, cultural e histórica. 1. Las sagas de familia y su articulación con la novela regionalista latinoamericana Sobre CADS, obra privilegiada por la crítica a nivel de toda la literatura latinoamericana, una numerosa serie de estudios coinciden en su carácter de saga familiar:"si nos preguntamos que es CADS, hay que decir que es simplemente una saga familiar, la historia de una familia a través de cien años de soledad", afirmó Ángel Rama (1991:107). "CADS es un poco Los Buddenbrooks reescrito por Rabelais", repitió, a su modo, Tzvetan Todorov (1982: 104-113). Sobre LS Humberto Robles dice que "representa la crónica genealógica de una extraordinaria familia montuvia, núcleo temático de la obra"(1976: 189) y el propio Cuadra inaugura su obra emblematizando a los Sangurima con un árbol de la flora ecuatoriana, el matapalo: es una familia montuvia en el pueblo montuvio: un árbol de tronco añoso, de fuertes ramas y hojas campeantes..." (1982: 11) Según Ángel Rama el roman de famille solo es posible de producirse "una vez que se llegue a ciertas concepciones sobre la familia. No puede inventarse y elaborarse un producto literario si este no se ajusta a un descubrimiento previo, a un sistema que la cultura adelanta" (1991:107). Las leyes de la herencia de Mendel, la medicina experimental de Claude Bernard, los estudios antropológicos de Morgan, el naturalismo literario del siglo XIX marcaron el camino para este subgénero cuyo paradigma inicial se halla en el ciclo de los Rougon-Macquart, de Emile Zola, cuyo desarrollo abarcó veinte novelas. Luego se sumaron Los Buddenbrook de Thomas Mann, Forsytesaga de Galsworthy, La familia de León Roch de Pérez Galdós, Los Thibaut de Roger Martín du Gard, Los virreyes de Federico de Roberto, Il Gatopardo de Tommasi de Lampedusa, etc. En todos los casos se trata de la ilustración de una época a través de sucesivas generaciones de una misma familia, desde su grandeza inicial hasta su paulatina decadencia. Trasladada a América esta modalidad de la novela arraiga en las características locales de la unidad familiar y se ve remozada por su inserción en un ámbito cultural y social sustancialmente diferente. Como dice Volkening "no se necesita gran perspicacia para caer en la cuenta que ni desde el punto de vista antropológico (que es solo uno entre otros criterios igualmente valederos) puede compararse sin más ni más, una familia de aristócratas sicilianos, de patricios anseáticos o de la alta burguesía londinense con el clan de los Buendía, en cuyo ancho regazo maternal hay campo suficiente para los hijos legítimos y los naturales, los expósitos, las casadas y las concubinas, e incluso se lleva meticulosamente el registro de los diecisiete espurios que dejó regados el Coronel en sus campañas"(Volkening, 1967). Tampoco es posible la comparación con LS, con las tres esposas y "la mazorca de hijos" legítimos e ilegítimos de don Nicasio, un infinito de nietos y un absoluto marginamiento a las leyes. En este continente las sagas de familia se articularon en un principio con la novela regionalista, concretamente con dos de sus modelos más característicos: la "novela de la tierra" de la década de los 30, y la novela "superregionalista", fase última y más elevada del regionalismo de acuerdo a la clasificación postulada por Antonio Cándido. En el caso de las obras citadas la articulación se produce en momentos muy diferentes en el desarrollo de esa extensa novelística latinoamericana que es el regionalismo. LS, publicada por primera vez en 1934, coincide con "la fase de preconciencia del subdesarrollo", etapa del "regionalismo problemático" que funcionó a modo de conciencia de la crisis, motivando lo documental, el sentimiento de urgencia, el empeño político. Esta fase tuvo como principales representantes a Mariano Azuela, Miguel Ángel Asturias, Jorge Icaza, Ciro Alegría, José Lins do Rego, y en Ecuador a los integrantes del llamado Grupo de Guayaquil que, además de José de la Cuadra, agrupaba a Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert y Alfredo Pareja Díez-Canseco. CADS, a su vez, publicada por vez primera en 1967, coincide con la tercera fase, la que Cándido propone llamar "superregionalista", la que "corresponde a la conciencia lacerada del subdesarrollo y opera una superación del tipo de naturalismo que se basaba en la referencia a una visión empírica del mundo". Se agrupan aquí autores como Joao Guimaraes Rosa, Juan Rulfo, José María Arguedas, Augusto Roa Bastos y, por supuesto, Gabriel García Márquez (1972: 335-353). Además LS se inscribe dentro de la etapa de autoapreciación del mestizo, del llamado cholismo o mesticismo desenfadado que, por primera vez, se muestra en público y sin ambages, y cuya literatura es una reacción al indigenismo prevaleciente hasta ese momento. En tanto el último representaba la etapa de ascenso del mestizo como sector social que no se atrevía a revelar su nombre verdadero y se amparaba en la idealización y a la vez apasionada defensa del indio, el cholismo es la ruptura de esa máscara, una mayoría de edad en la evolución de los intereses culturales de ese mismo sector. Al comentar José de la Cuadra, tras la lectura de Huasipungo, que al pobre indio –que ya tenía en el teniente político, el gamonal y el cura a tres explotadores- le había salido un cuarto, el escritor daba rienda suelta, ya sin obstáculos, al directo protagonismo del mestizo. "El equívoco de ese mesticismo disfrazado de indigenismo es el que nos permite comprender que, pasado ya el tiempo de ebullicioso período polémico, una obra como LS de José de la Cuadra, pueda resultarnos de más plena verdad y eficacia artística que las novelas indigenistas de Jorge Icaza, que en su momento alcanzaron una difusión poco menos que incomprensible hoy día. Porque la pequeña novela del ecuatoriano logra ajustar la cosmovisión que rige los instrumentos literarios y que responde a esa aceptada y por lo mismo gozosa visión mestiza del mundo, a los asuntos, personajes, medio, puestos en funcionamiento en la obra, instaurando un orbe autónomo y armónico", ha escrito al respecto Ángel Rama (1982: 145) El cholismo abrió paso, a su vez, a otras manifestaciones culturales de valoración étnica tales como el zambismo, el injertismo, etc., variantes en todos los casos del mesticismo. El montuvio ecuatoriano, con su 60% de indio, 30% de negro y 10% de blanco, responde sin duda a estos últimos. Dentro de los autores del llamado Grupo de Guayaquil, cuyo lema era "la realidad y nada más que la realidad", fue José de la Cuadra quien realizó la más importante recreación artística del universo y del pensamiento montuvio. Su obra no solo recorre los senderos del alegato social sino que además centra su interés en las tendencias míticas a que son propensos los montuvios (la reconstrucción de sus mitos y su posterior desmitificación) como parte de una posible política cultural. Los procedimientos utilizados para recoger la fuerte tradición oral del montuvio aproximan a de la Cuadra a la transculturación, uno de cuyos mejores ejemplos es CADS. En esta novela, como en otras del propio García Márquez, Rulfo o Arguedas, se patentiza el tránsito de valores idiosincráticos de una determinada comunidad instrumentalizado a través de la aportación de técnicas provistas desde afuera. Rama llamaba a estos autores "los narradores de la transculturación", los cuales plasmaban "la construcción de formas artísticas desarrolladas a partir de la tradición cultural interior de América Latina, esas forjadas por las comunidades enclaustradas de sus ricas regiones, al recibir el impacto de una modernización que tiende a cancelarlas y contra la cual se levanta el escritor, no para negarla vanamente, sino para utilizarla al servicio de un redescubrimiento y reanimación del legado cultural que recibió desde la infancia y cuya supervivencia quiere asegurar." (1982: 145) Es a partir de allí que es posible mencionar la variada gama de hipervínculos conjeturados para CADS: Faulkner, la Biblia, Rabelais, el surrealismo, Amadís de Gaula, Pigafetta, etcétera. |
2. Los modelos de familia Para caracterizar el modelo de familia de los Sangurima basta con seguir las anotaciones de José de la Cuadra en su ensayo El montuvio ecuatoriano, el cual, según Robles, "constituye quizá el primer intento y, con el tiempo, uno de los más certeros, para estudiar el montuvio desde una perspectiva sociológica" (1976: 19). Según de la Cuadra la familia montuvia, asentada en la costa ecuatoriana, gira en torno de la madre antes que del padre exclusivamente en lo que se refiere al aspecto afectivo. Sin embargo, en el respeto social, el centro se estabiliza rígidamente en el padre a consecuencia del reconocimiento tácito de su superioridad, tanto en lo material (su baquianismo) como en lo moral (consejero y archivo de ciencia antigua), convirtiéndose así en objeto de veneración, de gerontolatría. La familia constituye una entidad prieta, aislada o semiaislada en el medio rural, que sigue sus propios destinos y se presenta por el progenitor masculino más viejo (en nuestro caso, Nicasio Sangurima), casi nunca por colaterales. El macho montuvio es eminentemente sexual, polígamo hasta los veinticinco años y luego formalmente monógamo, aunque su ayuntamiento marital estable se ejerce casi siempre fuera del matrimonio, por amancebamiento. Incluso "para él no es tabú el incesto", afirma José de la Cuadra. "Si simplemente seguimos esta suerte de diseño del modelo familiar, encontraremos que CADS se ajusta estrictamente al que corresponde al complejo cultural costeño y fluviominense", asevera Rama (1991:108), invocando a una de las primeras investigadoras en la materia, Virginia Gutiérrez de Pineda, quien en su obra Familia y cultura en Colombia (Bogotá, ICC, 1975), ha examinado los modelos familiares en los diversos complejos culturales colombianos. En su clasificación es posible hallar, junto a la familia indígena, la santanderina y la del complejo de montaña, a "la familia del litoral fluvio-minero o negroide, grupo triétnico con preeminencia de la raza negra, cuya familia se caracteriza por la presencia de las formas de facto: unión libre en distintas variantes, relación esporádica y poligámica, así como también una débil presencia de las formas familiares legales. La continua desintegración familiar que de ello resulta, hace recaer en la mujer el doble papel de madre y de padre, centralizando así toda la autoridad sobre los hijos" (citado por Potrony García, 1985). Tal los Buendía, tal Úrsula Iguarán. No obstante la disparidad expuesta, estos dos modelos de familia y su configuración en ambas novelas presentan dos puntos en común, si bien más evidentes en el discurso literario que en la realidad. Como se ha afirmado anteriormente, ellos son el patriarcado y el incesto. |
3. Patriarcado: realidad y representación Es fácil, en el caso de LS, establecer la conexión entre el modelo de familia montuvia allí representado y el modelo de la familia patriarcal. Más discutible resulta en el caso de CADS. La presencia omnímoda de Nicasio Sangurima, "tronco añoso" del árbol familiar, principio y fin de la obra de José de la Cuadra, jefe tiránico y centro de toda decisión, a cuyo poder enajenante se somete rigurosamente toda su numerosa progenie, hace posible advertir en LS casi como un calco de las características más típicas de la familia patriarcal. "Organización de cierto número de individuos, libres y no libres, en una familia sometida al poder paterno del jefe de esta", la definió sencillamente Morgan en su obra clásica La sociedad primitiva. Engels, siguiendo a Morgan, la situó como una derivación de la familia sindiásmica por el carácter polígamo del jefe de familia que a la vez exigía la más estricta monogamia de parte de la mujer, sirviendo así de tránsito a la monogamia moderna. En Europa, más concretamente en Roma, fue donde este modelo familiar parece haber hallado su más alta expresión en la antigüedad. Hasta en su origen terminológico encuentra Engels una vinculación con lo patriarcal: "la expresión familia la inventaron los romanos para designar a un nuevo organismo social cuyo jefe tenía bajo su poder a la mujer, a los hijos y a cierto número de esclavos, con la patria potestad romana y el derecho de vida y muerte sobre todos ellos" (Engels, 1975). En tanto el patriarca extiende su poder hacia todos aquellos que, familiares o no, dependen de él dentro de sus dominios territoriales o de los sitios que a él deben su fundación, se constituye el fenómeno político y social del patriarcado. Nicasio Sangurima, desde ese punto de vista, es solo un ejemplar más, una nueva cristalización de toda la larga tradición literaria que lo precede. La imagen literaria del patriarcado latinoamericano probablemente haya surgido con Hernán Cortés. Así lo interpreta Beatriz Pastor: "Sobre esa inocencia, atribuida por Cortés a los indígenas, se apoya toda una justificación implícita de la conquista de América y de la subyugación de sus habitantes, que se articula en torno a una estructura paternalista que caracteriza a Cortés como padre autoritario, sabio y benevolente, y a los indígenas como menores de edad necesitados de protección"(1983: 457-458). Carlos Fuentes, trasladándolo a la esfera política, lo ve como el segundo gran tema de la novela regionalista: "al lado de la naturaleza devoradora, la novela hispanoamericana crea su segundo arquetipo, el dictador a escala nacional o regional" (1969: 11). Lo encarnó el típico hacendado, adscrito a un modelo económico oligárquico-dependiente del desarrollo capitalista, rémora feudal y herencia virreinal, que resultó intacto tras la independencia nacional: es el César Arguello de Balún Canán de Rosario Castellanos, luego transfigurado a un plano apoteósico con Pedro Páramo de Juan Rulfo, o el Isaac Pantoja de Raza de bronce de Alcides Arguedas, luego profundizado en el más paradigmático y esquematizado don Alfonso Pereira de Huasipungo. También José Arcadio Buendía es un patriarca, solo que de signo opuesto. Situado en un tiempo mítico, en vez del Infierno prefiere la Utopía. "Especie de patriarca juvenil", dice el narrador, un nuevo Abraham diría Graciela Maturo (1972), de Prometeo-Moisés o carnavalización de ambos, que conduce a su gente "hacia la tierra que nadie les había prometido" y funda Macondo tras dos años de peregrinaje. En su persona arraiga la idílica iniciación de un patriarcado. Iniciación, ascensión y poder omnímodo, las tres facetas sucesivas de todo patriarcado, que en Nicasio Sangurima como en Pedro Páramo se alcanzan tras un brevísimo lapso discursivo, en la obra de García Márquez hay que proyectarlo a más de un personaje e incluso a más de una novela: desde su más lejano antecesor, el alcalde militar de La mala hora y tal vez del cuento Un día de estos, pasando por este pionero y fundador, quijote de los primeros tiempos, José Arcadio Buendía, y por el austero despotismo militar de Aureliano en CADS, hasta el cenit del poder y la espectral decadencia del protagonista de El otoño del patriarca. La continuidad entre el coronel Aureliano Buendía y aquél, se desprende directamente del texto a través de las palabras del general Moncada, próximo a ser fusilado: "A este paso no solo serás el dictador más despótico y sanguinario de nuestra historia, sino que fusilarás a mi comadre Úrsula tratando de apaciguar tu conciencia"(García Márquez, 1968: 141). Volkening, a su vez, ha desarrollado la idea de que el enclaustramiento final de Aureliano "prefigura otro rasgo que (...)caracteriza al Patriarca en la larga fase otoñal de su existencia (...): la inmovilidad, un estado intermedio entre el ensueño y la vigilia, en la cual se expresa (...) el automatismo inherente a un modo de gobernar sin hacer nada."(Volkening, 1975). El propio García Márquez, en El olor de la guayaba (1982) ha afirmado: "En un momento dado, escribiendo la novela, tuve la tentación de que el coronel se tomara el poder. De haber sido así, en vez de Cien años de soledad habría escrito El otoño del patriarca." El tema, siempre presente en la obra de Gabriel García Márquez, une la saga de los Buendía y el espacio mítico de Macondo con el tiempo histórico de Colombia y de América. Según Octavio Paz, "en todas las civilizaciones la imagen del Dios Padre (...) se presenta como una figura ambivalente. Por una parte, ya sea Jehová, Dios Creador, o Zeus, Rey de la Creación, regulador cósmico, el Padre encarna el poder genérico, origen de la vida; por la otra es el principio anterior, el Uno, de donde todo nace y adonde todo desemboca. Pero además, es el dueño del rayo y del látigo, el tirano y el ogro devorador de la vida"(1989: 73). A un nivel de máxima abstracción, la idea del patriarcado conduce a un concepto de valor universal: el Padre es Dios. De ese germen básico, descendiendo a niveles cada vez más concretos e inmediatos, es posible deducir toda la cadena de significados que lo post-ceden y lo cristalizan a nivel latinoamericano: patria, señor o patricio, cacique, caudillo. José Arcadio Buendía como Nicasio Sangurima pueden homologarse como encarnaciones de ese poder genésico, dadores de vida en el sentido de fundadores de universos. Cualquiera de ellos, piedra fundamental para mundos totalizantes, cerrados, autosuficientes, lugares de referencia obligada o ejes vitales para multitud de seres e incluso generaciones. La fundación de sus mundos exclusivos tiene lugar, necesariamente, en un tiempo legendario. En CADS será en un momento anterior a la historia y anterior a la muerte, cuando "el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre" (1968: 9). O lo que es lo mismo, en un tiempo original, como lo llamara Mircea Eliade, que principia "cuando un determinado ritual fue llevado a cabo por primera vez en un dios, un antepasado o un héroe" (citado por Jorge Ruffinelli, 1980). El sueño bíblico de José Arcadio ("soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo") precedió al acto de creación ("les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río, en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea") (1968: 28). Andando el tiempo, José Arcadio, "que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea" convertirá a Macondo en la Arcadia de su nombre, en "una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes", "una aldea feliz"(1968: 15-16). En LS, según Robles, la fundación sucede en "un pasado indeterminable, teñido de fábula, y acerca del cual el narrador se ha percatado solo de oídas", por lo que su voz tiende a diluirse, a ser "suplantada por los personajes mismos o por la voz imprecisa" de la fantasía colectiva (1976:191). Según esta última, la fundación es el producto de un pacto satánico: "Cuando ño Sangurima se aconchabó con el Malo, compró el tembladeral... ¿saben en cuánto?... en veinte pesos... Pa disimular, él dice ahora que se lo dejó la mama... Pero no así... Y empezó a secarse el pantano y a brotar tierra solita... Fue por arte del diablo"(1982:22-23). Así, de "La Hondura" quedó solo el nombre, inadecuado para aquellas tierras ahora fértiles. Los títulos del pacto, de acuerdo a la tradición demoníaca, fueron escritos con sangre humana, "de doncella menstruada", y enterrados por ño Sangurima en un cementerio, lugar sagrado, inaccesible para el diablo, el cual se veía así impedido de cobrarle la deuda, todo lo cual convertía a don Nicasio en más diabólico que el propio diablo o cumpliendo con el consejo del ciego de Lazarillo de Tormes: "un punto has de saber más que el diablo". "Eso sucedía en un tiempo antiguo. Ahora ya no pasa" (1982: 21), decían los montuvios. El mundo creado a partir de allí es un mundo de sufrimiento, bastión feudal donde ño Sangurima gobierna con toda impunidad, donde hace y deshace vidas y todo depende de su persona. Es el Dios temible, el gran titiritero, creador de un infierno o de un Edén invertido. De acuerdo con Octavio Paz, se reproduce la ambivalencia: José Arcadio Buendía y Nicasio Sangurima son las dos caras del Padre Dios. Ambos patriarcas y fundadores con objetivos absolutamente opuestos, que van de la pureza y la bonhomía al interés y la crueldad. Una antítesis tan extrema como la del Bien y la del Mal. El pecado original actúa como motor primero o resorte inicial. En ambos casos se trata de una muerte. El fantasma de Prudencio Aguilar, muerto en duelo de honor por vengar una ofensa, persigue a su matador. "Una noche... José Arcadio Buendía no pudo resistir más. –Está bien, Prudencio –le dijo-. Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos, y no regresaremos jamás" (1968: 27). Asimismo, en la versión del origen de "La Hondura" que Nicasio Sangurima contaba a sus nietos, su "mama venía de fuga. Temía que sobre el mandato del padre, imposibilitado físicamente ya, saltara la venganza de los hijos del hermano muerto por ella... Huía de los lugares poblados, buscando la soledad agreste... Conocía las rígidas reglas de la ley del talión, más de una vez aplicadas entre las gentes Sangurimas... Este sitio de "La Hondura" lo halló propicio..."(1982:33). El principio, a su vez, trae implícito el fin. Los estigmas familiares, presentes ya en los fundadores, anuncian el apocalipsis. En CADS será el tema del incesto:"estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre sí... Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguanas" (1968: 24-25). Y en LS las profecías populares hacen derivar el fin del pacto satánico inicial: "dizque cuando se muera ño Sangurima, se hundirá la tierra de nuevo y saldrá el agua, que está debajo nomás, esperando" (1982: 13). No será así, sin embargo. En la "realidad" de la ficción, el ocaso de la familia Sangurima será el producto de otro estigma familiar de remoto origen: las muertes violentas en el seno del clan, el asesinato entre parientes en una familia que se destruye a sí misma. |
4. Patriarcas e Historia El ingreso en la Historia de Macondo y del feudo de LS, se constata por la llegada de representantes de instituciones consagradas socialmente a nivel general: la Ley y el Estado. En ambos casos, dichas instituciones eran resistidas. Un afán conservador, celoso de la independencia que siempre los había guiado, desconociendo un poder mayor, es lo que motiva la resistencia. Esta triunfará en LS: "A los añísimos de estar yo aquí, cuando yo había hecho esta casa misma donde estamos ahora, la junta parroquial del pueblo vino conque era dueña de estas tierras...".Los comisionados del municipio serán asesinados. La coima hará lo demás: "Hicieron una sesión que me reconocieron como dueño y todo"(1982: 34-35). El ingreso a la Historia en LS, su encuadre bajo la férula del Estado, será plenamente al margen de la ley, de no sometimiento a esta, y así seguirá siendo hasta su debacle. En CADS, la resistencia inicial cederá el paso a las guerras entre liberales y conservadores y se entroncará con estas. La llegada al pueblo de Apolinar Moscote marca ese momento. Es el corregidor, "dicen que es una autoridad que mandó el gobierno",manifiesta Úrsula (1968: 54). La "autoridad" se hará conocer a través de un decreto que obliga a pintar de azul todas las casas. El decreto, la ley, precede al individuo, a Apolinar, e interrumpe el primer proceso de ampliación o mejoramiento de la casa de los Buendía. Es decir, pretende encaramarse o hacer suya la consolidación de la existencia en Macondo [en ambos casos, tanto en CADS como en LS, el poder estatal se manifiesta a través del carácter perfomativo de la escritura, indicando una fórmula de legitimación, y como tal será rechazado: "¿Pa que papeleo? Lo que mando se hace, no más..."(1982:30); "En este pueblo no mandamos con papeles" (1968:55)]. José Arcadio Buendía, patriarca de un tiempo mítico, continuará siéndolo en el comienzo de este tiempo histórico. Tendrá fuerzas suficientes para expulsar al corregidor y luego, acaudillando a los viejos fundadores de Macondo, lograr establecer un pacto que, a la postre, será transitorio. La llegada de los representantes del Estado y la Ley se topará en LS con la presencia del típico patriarca latinoamericano, representante de su propia ley, dueño incuestionable de su mundo, capaz de una potestad sin límites. "lo que se es en esta posesión naidien me ningunea"(1982:34). En consecuencia, "el caserío de <La Hondura> era (...) una aldeúcha montuvia donde el teniente político estaba reemplazado por el patriarca familiar"(1982:59). En CADS el mismo hecho señalará la transición del poder entre José Arcadio Buendía y su hijo Aureliano, primero a través del casamiento con Remedios Moscote y luego por su rebeldía tras el resultado de las elecciones. En tanto José Arcadio Buendía sucumbirá a su locura, Aureliano será el nuevo caudillo que llevará al pueblo a la guerra. La presencia de la Ley y el Estado trae aparejado el encuadre de Macondo en el sistema político nacional. En términos más precisos, trae aparejado la guerra. La paz solo era posible en el tiempo mítico de José Arcadio. La locura de este y la muerte física de Melquíades señalan el fin de ese tiempo. La historia, por el contrario, es sinónimo de guerra y será Aureliano quien la asuma. Será el nuevo patriarca para un tiempo diferente. Al coronel Aureliano Buendía le corresponderá, en LS, el también coronel Eufrasio Sangurima, "el ojo derecho de don Nicasio" (1982:50). Si bien Aureliano "promovió treinta y dos levantamientos armados"(1968: 94), "no había habido revolución en los últimos tiempos a la cual no hubiera asistido Eufrasio Sangurima"(1982: 52). Pero en tanto el primero"llegó a ser comandante general de las fuerzas revolucionarias, con jurisdicción y mando de una frontera a la otra, y el hombre más temido por el gobierno" (1968:94), la participación del segundo será farsesca, más propicia al pillaje y al vandalismo que a una causa política. No obstante, aun es posible una mayor aproximación entre ambos. Como todos los personajes de CADS, Aureliano trazará una trayectoria de ascenso, cenit, derrota y olvido. El símbolo de su cenit será un impenetrable círculo de tiza: de líder popular devendrá en déspota militar. "lo que me preocupa es que de tanto odiar a los militares, de tanto combatirlos, de tanto pensar en ellos, has terminado por ser igual a ellos. Y no hay un ideal en la vida que merezca tanta abyección" (1968:140-141), le dice su principal enemigo. "Te estás pudriendo vivo", le dice su principal amigo. Es en esta época cuando convoca a una segunda asamblea de los principales comandantes rebeldes. "Encontró de todo: idealistas, ambiciosos, aventureros, resentidos sociales y hasta delincuentes comunes" (1968:45). El coronel Eufrasio Sangurima –que "cuando trepaba(n) a algunas casas, registraba(n) cajas y baúles, cargando con cuanto podía(n)", que raptaba doncellas y consideraba que "pasados los límites de la hacienda comenzaba el campo enemigo" -bien podía haber sido uno de sus lugartenientes (1982: 53). Ambos también salen, se alejan de sus lugares natales para llevar la guerra a otros sitios. En "La Hondura" la participación del coronel Eufrasio en las revoluciones no implicaba ningún trastorno: el poder del viejo Nicasio se mantenía intacto. Pero muy distinto era lo que sucedía en Macondo con la ausencia de Aureliano. El corto gobierno de Arcadio es de tal arbitrariedad y abuso que nos proporciona ya un índice de lo que será la arbitrariedad y abuso de Aureliano. Frente a su poder despótico, solo se levantará la figura de Úrsula. "A partir de entonces fue ella quien mandó en el pueblo" (1968:96). La intromisión de Úrsula en esta esfera tan masculina como es la del poder, representa un doble interés: por un lado, ella seguirá siendo eje y custodia de la familia, asegurará su permanencia y la de la casa, reconstruirá la vida y restablecerá la orden, complementando en este aspecto la obra de José Arcadio; por el otro, su poder de madre se traslada al del pueblo entero, su participación en la esfera pública es consecuencia de su actitud maternal. No es un matriarcado, en términos de institución político social, lo que se instaura con Úrsula. De acuerdo a las características culturales de la familia litoraleña fluvio-minera a la que pertenece, resulta más realista pensar que esa presencia en la esfera pública es tan excepcional como la de doña Bárbara en la novela homónima de Rómulo Gallegos, la de Francisca en Balún Canán , la de la propia "mama" de Nicasio Sangurima o -más claramente aún y buscando antecedentes dentro de la obra de José de la Cuadra- la de Francisca Miranda, la "niña Pancha" del cuento La Tigra. Frente a la misma situación, LS presenta la norma: el patriarcado, CADS, la excepción. Finalmente, hablar de patriarcado es hablar de poder sobre la tierra, de adquisición de tierras. La figura del patriarca va unida a la del campo, al espacio abierto de lejanos límites. La propiedad de la tierra es el sustento físico de su poder. Diablo mediante o no, "la hacienda de los Sangurimas era uno de los grandes latifundios del agro montuvio" (1982:27). En CADS, este proceso es llevado adelante por José Arcadio hijo, hermano de Aureliano. "se decía que empezó arando su patio y había seguido derecho por las tierras contiguas, derribando cercas y arrasando ranchos con sus bueyes, hasta apoderarse por la fuerza de los mejores predios del contorno... Años después, cuando el coronel Aureliano Buendía examinó los títulos de propiedad, encontró que estaban registradas a nombre de su hermano todas las tierras que se divisaban desde la colina de su patio hasta el horizonte, inclusive el cementerio..."(1968: 103). Así, inexorablemente, se cumplen en ambas familias los rasgos y procesos que acompañan al patriarcado. La descripción de condiciones económico-sociales y culturales similares arrojan por resultado productos similares en ambas obras. Estos no abarcan solamente aspectos anteriores (fundación de universos cerrados, resistencia a la Ley y al Estado, participación en las guerras civiles, adquisición de tierras) sino que se harán extensivos también a aspectos íntimos como las relaciones sexuales. En ese plano, las consecuencias del sistema patriarcal serán también las mismas. |
5. La tentación del incesto Tanto Macondo como el caserío de la hacienda de los Sangurimas son microcosmos herméticos, aislados geográficamente. Más allá de Macondo solo existe "el vasto universo de la ciénaga grande" (1968:17), los ríos tormentosos, la ausencia de una ruta hacia la civilización. Más allá de "La Hondura", de la que "ni su propietario conocía su verdadera extensión" (1982:27), solo el tenebroso fluir del río de los Mameyes. El pueblo en uno, la hacienda en el otro, por momentos se desdibujan para concentrarse en espacios más concretos, la casa de los Buendía y el "nutrido y apretado" caserío con la casona patriarcal, "la casa grande", respectivamente. La reducción espacial es correlativa al aislamiento, a las distancias inexpugnables, típicas del mundo rural. Va de la mano con el eterno ciclo de las estaciones, la chatura aldeana, el tedio, la monotonía, la vida repetida e inmutable. La consecuencia primera es la soledad: la soledad de Macondo y de "La Hondura", la de los Buendía y la de los Sangurimas, una soledad tan grande como para hablar con los muertos. La segunda es la inclinación a la endogamia, la promiscuidad, el incesto."La cópula reiterada eternamente en el mismo ciclo de parentesco, fatalidad del aislamiento, crea, finalmente, el mito del engendro monstruoso" (Benvenuto, 1971: 157-165). Suzanne Jill Levine, en un estudio comparativo de CADS con The sound and the fury y Absalom, Abasalom, afirma que "tanto Faulkner como García Márquez indican muy claramente que no son solo los amantes incestuosos los que están aislados sino la familia entera y, en un sentido genealógico, toda la raza. La familia incestuosa no consigue romper la caparazón que la encierra para poder vivir en sociedad" (1971; 711-723). En LS el tabú del incesto existe solo para el resto de los montuvios; en la familia la consanguinidad es práctica cotidiana y la gradación de su gravedad desembocará en el apocalipsis familiar. En CADS el tabú pesa de modo gravitante sobre toda la historia de la familia y la inclinación a violarlo una y otra vez hará que al fin se concrete trágicamente. La persistencia de esta actitud sexual presenta a los Sangurimas como seres execrables y los convierte a ellos mismos en un tabú, en tanto que en CADS el temor los retrotrae al primitivismo a nivel familiar y el infantilismo en lo individual. En cualquiera de los dos casos, conduce a la subhumanidad. Efectivamente, entre las numerosas razones esgrimidas para la condenación del incesto, Robin Fox recoge aquella de que "si el hombre no hubiera instituido en algún momento la proscripción de las relaciones sexuales intrafamiliares, no habría habido ni cultura ni sociedad; el hombre habría permanecido en un estado incestuoso semejante al de los animales. Por consiguiente, colocan el tabú del incesto en el centro de nuestra humanidad... Es preciso no ser incestuosos para llegar a ser humanos", concluye (Fox, 1967). "Todas las variaciones incestuosas desfilan risiblemente, satíricamente, pavorosamente" en CADS (Müller, 1969: 18-19). "Úrsula (...) vivió de nuevo sus terrores de recién casada", el terror a la cola de cerdo, el deseo y el temor de ser mujer, el día en que sorprende desnudo a su hijo mayor, ya maduro; éste desplazará su inclinación hacia la madre en la persona de Pilar Ternera: "trataba de acordarse del rostro de ella y se encontraba con el rostro de Úrsula". Tras la iniciación, José Arcadio se unirá a su hermana Rebeca resueltamente, sin temores, aunque puede argumentarse que el incesto no resulte tal por desconocerse el origen de Rebeca. Amaranta será la mayor víctima de esta obsesión: primero con Aureliano José ("Sintió los dedos de Amaranta comos unos gusanitos calientes y ansiosos que buscaban su vientre") quien la persigue ciegamente acosándola como perro de presa (Es que nacen los hijos con cola de puerco", decía ella. "Aunque nazcan armadillos", suplicaba él); y luego con el pequeño José Arcadio (lo acariciaba no como podía hacerlo una abuela con su nieto, sino como lo hubiera hecho una mujer con un hombre") quien nunca la olvidará y vivirá el resto de sus días "adormecido por la frescura y por el recuerdo de Amaranta". Ella desplazará a Pietro Crespi, el frustrado amor de su juventud, y vivirá haciendo y deshaciendo, dejando tras de sí un reguero de miserias. Pero también Arcadio buscará forzar a Pilar Ternera sin saber que es su madre y Úrsula tendrá que prevenir a Remedios, la bella, de sus diecisiete primos, los hijos del coronel. El último acto en vida de Úrsula será "una oración interminable, atropellada, profunda, que se prolongó por más de dos días (...)para que cuidaran de que ningún Buendía fuera a casarse con alguien de su misma sangre, porque nacían los hijos con cola de puerco". No obstante, tras su muerte, nada ni nadie podrá evitar que el incesto se consuma en la única pareja sin pasado y con amor, la de Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia (1968: 29, 31, 127, 132, 236-237, 199-200 y 290-291) La mayor parte de los sucesos de la narración se presentan como estratagemas, defensas ensayadas, fórmulas de evasión e intentos de olvido de una maldición omnipresente e inevitable. Por un lado la fuerza prohibitiva del tabú encarnado en la autoridad de Úrsula, quien hasta el último suspiro velará por mantenerla viva; por el otro, el deseo de transgredirlo a cargo de numerosos miembros de su familia. En LS la cotidianidad del incesto asume clima de tragedia. Solo un eco lejano de una vaga condenación, algo rumoreado pero nada convincente, a medias creído, influye en el viejo Nicasio Sangurima cuando procede a dictar las disposiciones testamentarias a su hijo mayor: "A los que viven amancebados entre hermanos me les das una parte de todo no más, como si fueran una sola persona. ¿Me entiendes? Que se amuelen así, siquiera. Porque dicen que eso de aparejarse entre hermanos es cosa criminal... Dicen, a lo menos, los que saben de eso..." (1982: 31) Diametralmente inversa será su opinión al final del texto como resultado de la tolerancia hacia una práctica común a toda la familia. Es que en LS, el peso sagrado del tabú parece haber disminuido ante las tentaciones de los hombres. Según el coro pueblerino, el coronel Eufrasio Sangurima "vivía maritalmente con su hija mayor. Esta era una muchacha muy bonita, pero un poco tonta. –Se ha quedado así de una fiebre mala que le dio de chica –explicaba él. Las comadres montuvias aseguraban otra cosa. Pensaban que se había vuelto así, por castigo de Dios a su pecado de incesto" (1982:55) La condena, tajante e indudable, parte solo del pueblo que observa, comenta y juzga el transcurrir de los Sangurimas. Además "Felipe Sangurima, apodado <Chancho Rengo>, vivía públicamente con su hermana Melania, de quien tenía varios hijos" y ni siquiera Terencio, el hijo cura de don Nicasio "se atrevía a recriminar directamente a sus hermanos incestuosos". Se conformaba con maldecir entre murmullos y su maldición tenía la virtud de profetizar el apocalipsis: "la maldición de Jehová va a caer sobre esta hacienda" En tanto, "el viejo don Nicasio aparentaba no darse cuenta". Cuando más decía "justificando a Melania: -¡Qué más da! Tenían que hacerle lo que les hacen a todas las mujeres... Que se lo haiga hecho Chancho Rengo... Bueno, pues; que se lo haiga hecho... Y justificaba a Felipe: -Le habrá gustado esa carne, pues. ¿Y?... Lo que se ha de comer el moro, que se lo coma el cristiano..."(1982: 55-56). En LS la falocracia no tiene límites: ser el macho da permiso para todos los caprichos, para cualquier inclinación o hábito, siempre que no lesione su poder o imagen. Similar comportamiento es posible verificar en José Arcadio, el hijo mayor de los Buendía. Su espíritu trasgresor lo llevará a una búsqueda deliberada del incesto: "le acariciaba los tobillos con la yema de los dedos, y luego las pantorrillas, y luego los muslos, murmurando: "Ay, hermanita; ay, hermanita"(1968:85). Plenamente consciente de su proceder, responderá con desplante y soberbia ante cualquier cuestionamiento. "Pietro Crespi dijo: -Es su hermana. –No me importa –replicó José Arcadio... –Es contra natura –explicó (P. Crespi) –y además, la ley lo prohibe... –Me cago dos veces en natura –dijo (José Arcadio) (1968:86). Al domingo siguiente el padre Nicanor reveló en su sermón que José Arcadio y Rebeca no era hermanos, intentando vanamente borrar un encuentro sexual vivido por ambos como un incesto. Suzanne Jill Levine ha observado que "el vínculo más directo entre el incesto y el erotismo está enfáticamente demostrado por la aparente coincidencia de que las escenas más eróticas de CADS son también las más incestuosas" (1971:723). "El hombre que ha infringido un tabú se hace tabú a su vez porque posee la facultad peligrosa de incitar a los demás a seguir su ejemplo",ha dicho Freud (1986:528) La quiebra del tabú es una enfermedad contagiosa: sus transgresores deben ser aislados en eterna cuarentena, desterrados de la sociedad. Pero el castigo puede ir más lejos todavía. Años después José Arcadio moriría misteriosamente asesinado. El hilo de sangre que sale de su oído derecho pasa por debajo de la puerta, atraviesa el pueblo como un animal vivo, con un rumbo fijo, decididamente penetra en la vieja casa paterna, recorre todas las habitaciones y llega hasta Úrsula, hasta la madre, hasta donde su sangre había querido llegar o de la que nunca se hubiera querido desprender. Es el último y mágico esfuerzo por retornar al útero materno, por imitar a Edipo. El olor a pólvora que marca como un halo de maldición a su cuerpo, sobrevive varios años a la pudrición del cadáver, al hermetismo del ataúd y a los muros superpuestos de la tumba. La misma maldición explica el enterrarse en vida de Rebeca y el olvido total en que la hunde el pueblo. |
6. Apocalipsis y soledad La gradación amorosa que, en CADS, se inclina de manera cada vez más acentuada hacia el inexorable incesto, es también posible de verificar en LS. La novela está estructurada a través de una serie de indicios, mojones, caminos que se abren para desembocar en la tragedia que protagonizarán miembros de la tercera generación: los Rugeles. Con ellos la falocracia sin límites expresa su naturaleza sanguinaria en el seno de la propia familia. "Los Rugeles constituían el más acabado modelo de tenorios campesinos... Su lema amoroso era, como expresaba uno de ellos, así: -La mujer no es de naiden, sino del primero que la jala. Mismamente como la vaca alzada. Hay que cogerla como sea. A las buenas o a las malas" (1982: 61-62) Eran los preferidos, los "niños mimados" de don Nicasio. Como también Eufrasio, ellos son espejo de su juventud, continuación de sus principios de vida. Con los Rugeles, la unidad machismo-poder completa su tríada generacional. En el ángulo opuesto estarán las tres Marías, las hijas de Ventura Sangurima: serán las distintas, las exquisitas, las que han intentado escapar a la barbarie y al aislamiento rural (cursaban estudios superiores en un colegio de monjas en Quito, venían a la hacienda solo en vacaciones), las que se han apartado éticamente y en consecuencia, debían pagar caro su osadía. El hallazgo del cadáver de una de las Marías, secuestrada y violada, con "una rama puntona de palo-prieto" clavada en el sexo, da comienzo al Apocalipsis, a la fase final de autodestrucción. Consecuencia de la predilección que don Nicasio les dispensa, los protegerá y justificará. Ante la pretensión de los Rugeles por sus primas, el viejo llegará a alentarlos: "¿Qué mejor! De la misma sangre..." (1982:68) La vaga condenación de su testamento ha quedado atrás. Ahora el incesto es algo encomiable. Patriarcado, incesto y soledad son tres términos de un mismo sintagma, eslabones de una misma cadena. Tanto en LS como en CADS, la soledad adquiere dimensiones hiperbólicas, llegando a trascender el mundo físico para alcanzar niveles escatológicos. Se trata de una soledad como para hablar con los muertos, que en don Nicasio alcanza la necrofilia. "Sus dos mujeres muertas se le aparecían de noche, saliendo de sus cajones, y (...) se acostaban en paz, la una de un lado, la otra del otro, junto al hombre que fuera de ambas... Me acuerdo de cómo eran en vida. Y las sobajeo... ¿Lo malo es que donde antes estaba lo gordo, ahora no tienen más que huesos, las pobres!" (1982: 26-27) La misma soledad que despierta a Amaranta Úrsula y a Aureliano Babilonia por el trajinar incesante de todos los muertos de soledad, oyendo a "Úrsula peleando con las leyes de la creación para preservar la estirpe, y a José Arcadio Buendía buscando la verdad quimérica de los grandes inventos, y a Fernanda rezando, y al coronel Aureliano Buendía embruteciéndose con engaños de guerra y pescaditos de oro, y a Aureliano Segundo agonizando de soledad en el aturdimiento de las parrandas" (1968: 346). Una soledad espiritual tan particular que es el producto del modo de vida impuesto por la organización familiar, por su carácter patriarcal tanto en una como en otra variante. Es allí donde, en última instancia, radica la explicación cultural de todos los valores subhumanos, bárbaros o primitivos, que posesionan a sus miembros hasta alcanzar dimensiones hiperbólicas. La ley de la falocracia y el crimen: el machismo exacerbado y el talión con jurisdicción intrafamiliar en LS; la ausencia de amor, el fracaso existencial, el eterno hacer y deshacer para escapar a lo imposible, el enterrarse en vida, en CADS. El sistema patriarcal es germen de microcosmos excluyentes, a través de los cuales es capaz de generar existencias predeterminadas, empujadas a cumplir fatalmente con los estigmas de un destino sin salida. BIBLIOGRAFÍA CITADA BENVENUTO, Sergio – Estética como historia, en Sobre García Márquez, Montevideo: Biblioteca de Marcha, 1971. CÁNDIDO, Antonio – Literatura y subdesarrollo, en Fernández Moreno, César, América Latina en su literatura (compilac.). México: Siglo XXI, 1972. DE LA CUADRA, José – Los Sangurimas. Montevideo: Banda Oriental, 1982. - El montuvio ecuatoriano. Buenos Aires: Imán, 1937. ENGELS, Friedich – El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Barcelona: Planeta, 1986. FOX, Robin – Sistemas de parentesco y matrimonio (Kinship and marriage: an antropological perspective). Madrid: Alianza, 1967. Traducc. De Juan Falces e Isabel Carrillo. FREUD, Sigmund – Tótem y tabú, en Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1986. FUENTES, Carlos – La nueva novela hispanoamericana. México: Joaquín Mortiz, 1980. GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel – Cien años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana, 1968. JILL LEVINE, Suzanne – La maldición del incesto en Cien años de soledad, en Rev.Iberoamericana, Pittsburg, 1971, XXXVII, págs. 711-723. MATURO, Graciela – Claves simbólicas de Gabriel García Márquez. Buenos Aires: Fernando García Cambeiro, 1972. MENDOZA, Plinio Apuleyo – El olor de la guayaba. Buenos Aires: Sudamericana, 1982. MÜLLER, Leopoldo – De Viena a Macondo, en Psicoanálisis y literatura en Cien años de soledad. Montevideo: FCU, 1969. PASTOR, Beatriz – Discursos narrativos de la conquista: mitificación y emergencia. La Habana: Casa de las Américas, 1983. PAZ, Octavio – Los laberintos de la soledad. México: Cuadernos Americanos, 1950. POTRONY GARCÍA, Jorge – La familia humana (del mito a la realidad). La Habana: Edit. de Ciencias Sociales, 1985. RAMA, Ángel – Transculturación narrativa en América Latina. México: Siglo XXI, 1982. -García Márquez: edificación de un arte nacional y popular. Montevideo: FHC, 1986. ROBLES, Humberto E. – Testimonio y tendencia mítica en la obra de José de la Cuadra. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1976. RUFFINELLI, Jorge – Prólogo a Obra Completa de Juan Rulfo. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1980. TODOROV, Tzvetan – Macondo en París, en García Márquez, Peter Earle compil. Madrid: Taurus, 1982. VOLKENING, Ernesto – Anotado al margen de Cien años de Soledad, en Rev. Eco. Bogotá, julio 1967, Nº 87, págs. 259 – 303. - El Patriarca no tiene quien le mate, en Rev.Eco. Bogotá, 1975, Nº 178. |
Alfredo
Alzugarat
Publicado en en Kipus, Revista Andina de Letras, Nº. 1, II semestre, 1993, QUITO - ECUADOR; y en
Hermes criollo Nº1, agosto-noviembre 2001, Montevideo, pág. 65 - 76.
Ir a índice de Ensayo |
Ir a índice de Alzugarat, Alfredo |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |