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África de las Heras
 

Espionaje soviético en Montevideo
Alfredo Alzugarat 
alvemasu@adinet.com.uy

 
 

Afirma un axioma de los servicios de inteligencia que el mejor espía es aquel de quien menos se sabe. Esa es la clave para comprender la trayectoria de África María de las Heras, la espía española más galardonada por el KGB, vinculada directamente a la muerte de León Trotsky y residente veinte años en Uruguay. El interés por los pormenores de su vida ha ido en aumento desde poco después de la caída de la Unión Soviética, concitando artículos periodísticos en España y Uruguay, la crónica novelada Nombre clave: Patria. Una espía del KGB en Uruguay, de Raúl Vallarino, en 2006, y ahora la biografía Patria. Una española en el KGB, del madrileño Javier Juárez. Es cierto que todavía se está lejos de una historia definitiva. La negativa de Moscú a la apertura de los archivos de la antigua red de espionaje impide conocer los informes oficiales de más de cincuenta años de actividad de esta mujer. Sostiene Juárez, sin embargo, que “lo ignorado no resta valor a lo conocido”, convicción suficiente para ofrecer su obra, producto de decenas de testimonios directos, investigaciones históricas y memorias de ex agentes.

DE CEUTA A BARCELONA. África de las Heras Gavilán nació el 26 de abril de 1909 en la colonia española de Ceuta, al norte del continente africano. Su atractiva belleza exótica, de grandes ojos y cabellos negros, que su biógrafo no se cansa de describir, congeniaban su nombre y su aspecto. A pesar de algunos prematuros signos de rebeldía, su infancia y juventud responden a la norma típica para una joven de aquellos años. Proveniente de una familia influyente -era sobrina del alcalde de la ciudad- fue enviada a Madrid a estudiar en el colegio Sagrado Corazón de Jesús, casándose a los diecinueve años con el capitán de infantería Francisco Javier Arbat Gil, militar cercano al entonces coronel Francisco Franco. De esta relación nació su único hijo, Julián, fallecido a corta edad.

Separada poco tiempo después, vuelve a Madrid en 1933 y conoce a los militantes socialistas Luis Pérez García - Lago y Amaro del Rosal y a la destacada feminista Margarita Nelken. Ese fue el comienzo. Los años que mediaron entre su llegada a la capital de España y el inicio de la Guerra Civil debieron ser determinantes para su opción de vida. En octubre del año siguiente ya participa de manera intensa en una fracasada insurrección obrera por impedir el giro a la derecha que asumía el gobierno de la República.  Según  Juárez, el mito de la joven socialista que se destacaba por su arrojo, inteligencia y capacidad de organización, empezó a forjarse en esos días.

El levantamiento del general Francisco Franco el 17 de julio de 1936 la sorprende recién llegada a Barcelona junto a García – Lago. Allí algunas unidades del ejército, sin el apoyo de la Guardia Civil ni de la fuerza aérea, acompañaron la sublevación siendo rápidamente aplastadas, con un alto costo de vidas, por milicianos de la Confederación General del Trabajo al mando del líder anarquista Buenaventura Durruti. África de las Heras tuvo en ese momento su primer puesto de responsabilidad cuando el Comité Central de las Milicias Antifascistas de Cataluña organizó las llamadas “patrullas de control”, grupos que vigilaban la ciudad con un alto poder de decisión. A la vez adhería de modo entusiasta al recién fundado Partido Socialista Unificado, versión catalana del comunismo de la Tercera Internacional, opositor al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), de filiación trotskista.

Se especula que en 1937, cuando los desmanes y arbitrariedades generados por las patrullas provocaron su disolución, la joven  haya comenzado a colaborar con la red de inteligencia soviética, en esos años conocida como NKVD. Su amistad con los Mercader, Caridad y su hijo Ramón, pudo haber sido factor decisivo en ese sentido. En ese año, la purga trotskista iniciada por Stalin en la URSS se extendió a España y Barcelona fue uno de los centros de reclutamiento de comunistas dispuestos a librar esa batalla internacional hasta las últimas consecuencias. “África de las Heras se convirtió en un misterio desde ese momento”, asevera Juárez.

DE MÉXICO A LA URSS. Moverse en el terreno de las conjeturas obliga en el libro a un rodeo de más de setenta páginas. Es necesario informar sobre la historia del espionaje soviético en España, la persecución a León Trotsky en su país y en el exterior, su llegada a México y su instalación definitiva en Coyoacán, muy cerca de la vivienda donde residían Diego Rivera y Frida Kahlo.  El rol cumplido por África de las Heras en el complot para el asesinato del ex dirigente bolchevique es motivo de discusión. Juárez descarta por incongruente la afirmación de Pavel Sudoplatov, responsable del Departamento de Operaciones Especiales del NKVD, quien en su libro de memorias Special Tasks (1994), la recuerda infiltrada como secretaria de Trotsky aún desde la estadía de éste en Noruega. Niega también la tesis del uruguayo Raúl Vallarino de que haya sido traductora ocasional del anciano líder ruso por su incompetencia en ese idioma y suscribe la opción formulada por el periodista español Rodrigo Fernández, quien ubica a África, ahora bajo el alias de María de la Sierra, participando del círculo de conocidos del matrimonio Kahlo – Rivera. Si se cree en las memorias de Sudoplatov, el dato más concreto es que África habría suministrado el plano de la casa de Trotsky al muralista Diego Alfaro Siqueiros, ex combatiente en la guerra española y acérrimo estalinista. El fracaso del brutal atentado perpetrado por éste dejó a Ramón Mercader como única posibilidad de ser el brazo ejecutor de la muerte de Trotsky.

Juárez jerarquiza como base fundamental para su relato,  una breve reseña autobiográfica que África de las Heras escribió hacia el final de su vida y que se exhibe hoy en el Museo del Servicio Exterior de Espionaje, en Moscú. En ella, la famosa espía oculta toda implicancia en el complot a Trotsky así como soslaya otros muchos momentos de su vida. Cuenta sí, con ostensible emoción, su llegada a la Unión Soviética, todo parece indicar que por vez primera, en 1941: “Durante mucho tiempo no podía creer que mi sueño se hubiera hecho realidad. Estaba en la patria de la Revolución de Octubre. No podía asumir que veía con mis propios ojos la Plaza Roja, que paseaba por sus calles concurridas o que  podría detenerme a contemplar el río Moscova.”

Su vida, sin embargo, estaba lejos de una tregua. En junio de ese año la Alemania nazi invade la Unión Soviética poniendo en marcha el Operativo Barbarroja. No fue fácil para los numerosos españoles exilados en la URSS incorporarse al Ejército Rojo. En un primer momento solo mandos legendarios como Líster o Modesto pudieron hacerlo sin inconvenientes. África, aunque solicitó repetidas veces ir al frente, solo fue aceptada  como enfermera. Recién en mayo de 1942, cuando se dio vía libre al ingreso de voluntarios, fue designada por el coronel Dimitri Medvédev para integrar un grupo guerrillero al que se denominó Los Vencedores. El objetivo era operar en la retaguardia de las tropas alemanas, recabar información y enviarla por radio a Moscú. “Era la persona más feliz del mundo”, afirma África en su reseña.

Lanzada en paracaídas sobre territorio de Ucrania, debió aprender ruso, técnicas de transmisión y decodificación de códigos cifrados para pronto convertirse en una eficaz radista. Bajo el nombre de Ivonne Sánchez o La Serrana su voz se haría célebre en las estaciones de escucha de Moscú. Fueron sus días de gloria. “Pasábamos todo el día cifrando, transmitiendo, recibiendo y descifrando. En nuestra unidad imperaba una disciplina férrea y una profunda amistad, casi una hermandad de combatientes”, recuerda. En abril de 1944 regresó a Moscú, fue recibida por Dolores Ibárruri y reconocida con la Orden de la Estrella Roja entre otras.

FELISBERTO Y UN DOCUMENTO URUGUAYO. En 1946 África es enviada a París. Para el NKVD su nuevo seudónimo es Patria; para el resto del mundo es María Luisa de las Heras, modista de alta costura. Hasta allí llegó también en noviembre de ese año el escritor uruguayo Felisberto Hernández, quien tendría como cicerone al poeta Jules Supervielle. Para el encuentro entre ambos, Juárez prefiere la poco divulgada versión contada por el propio Felisberto a su hija María Isabel Hernández. Si así fue, África de las Heras supo desde el primer momento de la virulencia anticomunista que obsesionaba a Felisberto. Oyéndolo despotricar subido de tono contra el régimen soviético, ella se levantó de una mesa cercana y sonriendo con admiración le espetó que daba gusto oír hablar así a un español en París. En ese instante Felisberto quedó deslumbrado por su encanto. Luego se enamoraría de su imagen de mujer convencional, modista exitosa, femenina y hogareña.

La relación con Felisberto se caracterizó por las dotes de teatralidad y la habilidad para fingir que supo asumir África en todo momento. La promesa de Felisberto de llevarla consigo a Montevideo le abría las puertas al cumplimiento de la misión de instalarse en un país sudamericano. Según Juárez, el escritor de cuentos fantásticos, que vivía parapetado la mayor parte del tiempo en un mundo propio, casi inaccesible a los demás, y por añadidura anticomunista a voz en cuello, fue “la coartada perfecta” para las actividades de ella. Felisberto habría sido nada más que un salvoconducto para lograr un documento de identidad uruguayo que efectivamente obtendría tras su viaje a este país y su casamiento con el escritor en febrero de 1949.

El libro señala los datos que sobre África, ahora María Luisa de las Heras, se asignan en el formulario de ingreso al país, los distintos inmuebles donde ambos residieron en Montevideo, las relaciones del matrimonio con intelectuales como Alfredo y Esther de Cáceres, Walter Rela, Luis Carlos Benvenuto, Alberto Methol Ferré, Juan Fló y Mario César Fernández y poco más. La biografía de Felisberto Hernández que se maneja es elemental y sólo se subraya la dedicatoria que el escritor realizara en su célebre relato “Las Hortensias”: “A María Luisa en el día que dejó de ser mi novia, 14 – II- 49”,  acompañada de las ilustraciones de la dibujante Olimpia Torres para la primera edición.  Si bien hay consultas directas del autor a María Isabel Hernández, Luis Carlos Benvenuto y Juan Fló, es de lamentar que no figure en la bibliografía de Juárez el libro Felisberto Hernández y yo (1974), de la escritora Paulina Medeiros, un artículo de Tomás Eloy Martínez publicado ese año en el Suplemento Cultural de “La Opinión”, de Buenos Aires, y la obra biocrítica Felisberto Hernández. Su vida y su obra (1999), de José  Pedro Díaz.  Allí se habría enterado de algunas referencias con respecto a la que pasaba por ser la tercera esposa de Felisberto Hernández y de cómo ella ordenó acolchar las paredes y colocar burletes en las puertas del cuarto donde escribía Felisberto, supuestamente para que a él no lo molestara el ruido de las máquinas Singer de su taller de costura. José Pedro Díaz, que encuentra insólita esa decisión en tanto Felisberto acostumbraba escribir entre el ajetreo de los cafés montevideanos, deduce que de esa manera se aseguraba María Luisa (África) la intimidad necesaria para sus transmisiones por radio.

UN SITIO IDEAL. En 1951, con solo dos años de matrimonio, María Luisa de las Heras y Felisberto Hernández se separaron. No obstante, el interés de la espía española por residir en Montevideo se mantuvo intacto. Es evidente que Uruguay, un país que pasaba desapercibido en el ajedrez mundial de la Guerra Fría pero que en años recientes había reanudado las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, era estratégicamente útil como plataforma de actividades de espionaje en América del Sur y como base operativa para enviar o recibir instrucciones. Un sitio ideal para una experimentada radista como África de las Heras.

Cinco años después, en 1956, mientras Felisberto Hernández se vinculaba al MONDEL (Movimiento Nacional por la Defensa de la Libertad) y participaba en la propaganda de esa organización en Radio El Espectador, en Buenos Aires África tomaba contacto por primera vez con Giovanni Antonio Bertoni, ciudadano italiano ahora conocido como Valentino Marchetti Santi, espía del KGB bajo el seudónimo de Marko. Tras inventarse un encuentro fortuito luego derivado en romance, ambos se instalaron en Montevideo donde se casaron ese mismo año. Unos meses más tarde inauguraron Antiquariat, exquisito comercio de antigüedades sito en la Ciudad Vieja, en Bartolomé Mitre1437. Con esa cobertura funcionaría durante más de diez años el local de reunión de Marko y Patria con sus enlaces de Uruguay y de otros países.

El mayor hermetismo rodeó siempre estas actividades y poco se sabría aún de ellas si no fuera por un hecho inesperado. Tras la caída de la URSS, en 1992,  Vasili Mitrokhin, meticuloso burócrata ruso durante cuarenta años encargado de recopilar y clasificar información y fichas de agentes de espionaje del KGB, ofreció a Gran Bretaña los miles de documentos que tenía en su poder. Superada la desconfianza inicial el llamado desde entonces Archivo Mitrokhin causó escándalo en varios países.

Según Juárez, se trata del “dossier más revelador de las interioridades del sistema soviético con que contó Occidente” y, en lo que a esta historia se refiere, la más valiosa fuente para conocer la identidad de los numerosos agentes relacionados al binomio Marko – Patria. La principal labor, empero, no fue local, ni siquiera regional, y el vínculo más celosamente protegido fue Rudolf Abel, “uno de los más incisivos y brillantes agentes de la inteligencia soviética en Estados Unidos”. Su verdadero nombre era William Fischer y fue el mayor responsable de la cesión a la URSS de secretos militares, incluso los relativos al programa nuclear norteamericano. Se puede deducir que esa valiosa información llegó a Moscú vía Montevideo.

Rudolf Abel fue detenido por el FBI en junio de 1957 y su arresto prefiguró el declive de los servicios de inteligencia del KGB en Occidente. No obstante, Marko y Patria continuarían en Uruguay como los únicos sobrevivientes de la red Fischer. En setiembre de 1964 Marchetti, quien desde hacía un tiempo venía manifestando su simpatía hacia la Yugoslavia de Tito, falleció a raíz de un infarto cardíaco. La repentina muerte generó un cúmulo de sospechas que derivaron en interrogatorios de la policía a su esposa. No se halló ninguna prueba concluyente. Sin despedidas y sin explicaciones, África de las Heras abandonó Uruguay en el verano de 1967. Retornaría temporalmente otras dos veces, en 1970 y 1971.

De regreso a Moscú, Patria se dedicó a la instrucción de nuevos agentes con destino a América Latina o España. En 1976 se le otorgó la Orden de Lenin, la más elevada condecoración soviética. Ningún otro español al servicio de la URSS, ni siquiera Ramón Mercader, había recibido tal distinción. Falleció en esa ciudad en marzo de 1988, tres años antes de la implosión del socialismo soviético.

Pese a las carencias y limitaciones señaladas, Javier Juárez (n. en 1968) realiza su obra con entereza y honestidad, discutiendo la abundante información que describe, censurando unas veces y jerarquizando en otras a su protagonista. Combinando como en este caso, la investigación histórica y la periodística, ha escrito otras tres obras cuyo tema es el espionaje de la Alemania nazi en la España franquista.

PATRIA. Una española en el KGB, de Javier Juárez. Mondadori, Barcelona, 2008. Distribuye Gussi. 300 págs. (con ilustraciones)

Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

Publicado, originalmente, en El País Cultural Nº 987, 10 de octubre de 2008

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