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El Modernismo de Roberto de las Carreras
 

Entre el anarquismo y el amor libre

Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy
 
 

 

A lo largo de la historia el anarquismo ha presentado múltiples caminos, desde el anarcosindicalismo y la acción directa hasta el anarquismo expropiador; diversos modos de praxis para una ideología siempre en formación cuyo mayor legado a la humanidad es la lucha por una libertad sin límites o con el solo límite que puede exigir el interés humano. Una praxis que necesariamente implica rechazo a todo instrumento de poder, a Dios, al Estado y al patrón, a la vez que creación de una cultura alternativa basada en las necesidades de los más desposeídos. Una utopía de singulares atractivos que gozó de la simpatía de poetas modernistas y artistas bohemios, entre otros, en Latinoamérica, de Rubén Darío, González Prada, Rafael Barret y Alberto Ghiraldo. La búsqueda por parte del anarquismo de una verdad opuesta a la que predicaba el Estado y las clases dominantes llevó en todas partes a la creación de enciclopedias, bibliotecas, imprentas y periódicos. Fue una novedosa apropiación de los medios de producción y distribución de la cultura que produjo autodidactas, alarmó a muchos intelectuales y atrajo decididamente a otros que vieron allí la oportunidad de una mayor expansión de ideales afines o de incidir en los debates de la época. A este circuito en Uruguay se insertaron Florencio Sánchez y Roberto de las Carreras.

Marcos Wasem, al estudiar en su libro los vínculos de la intelectualidad con el anarquismo en el Novecientos, permite desarrollar un abordaje del Modernismo desde sus márgenes, desde el desvío a la normativa que la crítica convencional ha creído distinguir a partir de Darío o Rodó. Más que el seguimiento de la figura irreverente y escandalizadora de Roberto de las Carreras,

promovido por Emir Rodríguez Monegal y fijado de manera referencial por la biografía que le dedicara Carlos María Domínguez, más allá de la pesquisa a la subterránea presencia del amor libre en el pacato Montevideo de entonces, el mérito de la obra de Wasem radica en evidenciar la alianza antiburguesa que significó el entronque de esas dos corrientes del pensamiento, la mutua influencia y la consiguiente erosión al consenso social que emana de ambas. Es la historia del aristócrata que, con la utopía del amor libre, proclama la modalidad del anarquismo erótico y la asunción de una nueva sexualidad, pero es también el logro de publicar sin depender del mercado, de la experimentación tipográfica y hasta de cierta connivencia estilística, factores todos alimentados por una unión que parece haber ido más allá de lo circunstancial.

Roberto de las Carreras trae la idea del amor libre de su viaje por el viejo continente. Predicar ese concepto en el Montevideo de entonces, rebajado por algunos intelectuales a nivel de aldea aborigen, con una vida sexual de plena sujeción a la ética católica, era una tarea harto difícil aún para un señorito que sentía orgullo de su origen bastardo y gozaba de la fortuna de los García de Zúñiga. Tras un pequeño adelanto en El Día, exactamente en 1900, da a conocer “Sueño de Oriente” en la imprenta de Dornaleche y Reyes, la misma que por esos días estaba lanzando “Ariel”, de José Enrique Rodó. La obra recibe el elogio de Julio Herrera y Reissig desde La Revista y ese fue el comienzo de una amistad que se extenderá por algunos años. Desde esa fecha hasta 1907 Roberto de las Carreras adquirirá su mayor visibilidad pública. Curiosamente, es el momento de su desplazamiento hacia la prensa anarquista: dejará de publicar poemas en la primera plana del diario de Batlle y Ordóñez, del que era accionista, para comenzar a hacerlo primero en el periódico obrero El Trabajo y luego en La Rebelión. Creador de un personaje de sí mismo, de las Carreras alienta la pose y el gesto incendiario a través del exceso y la sorpresa a veces casi infantil. “Sueño de Oriente”, que inaugura una serie de libros eróticos a contramano de la moral social, será obsequiado al Arzobispo de Montevideo. Le seguirán “Amor libre. Interviews voluptuosos con Roberto de las Carreras”, “Psalmo a Venus Cavalieri” y otros escritos.

La propuesta de estas obras, de cuidadosa edición, era una “revolución sensual” que aboliera el concepto de la mujer “ángel del hogar”, tildado de hipócrita y humillante, y lo sustituyera por el de una mujer entregada a una nueva afectividad sexual, una mujer sin hijos en oposición al rol tradicional de “madre antes que amante” que le asignaba la sociedad. “La reducción de la mujer a su papel reproductor la transforma en una esclava de la nación, destinada a procrear para que el Estado nación perdure”, se afirma. La polémica no se hizo esperar, afuera y adentro del anarquismo, llegando hasta nuestros días. Mientras Uruguay Cortazzo asegura que “el propósito de Roberto es demostrar que es posible fundar una nueva masculinidad más allá del autoritarismo machista”, José Pedro Barrán cree hallarse ante un “cuestionamiento pionero a las estructuras morales y jurídicas que sustentaban las relaciones familiares hacia el Novecientos, algo que la sociedad asumirá recién a partir de los años veinte”. Para de las Carreras sin embargo, el asunto tenía la lógica implacable de quien concebía la historia como resultado de la lucha entre el Marido y el Amante antes que por un enfrentamiento de clases sociales. Su propio origen, fruto de la relación extramatrimonial de Clara García de Zúñiga con un militar partícipe de la defensa de Paysandú, se lo presentaba como algo natural. Lo íntimo era ascendido al plano político y se proclamaba como modélico en una concepción personalista y egocéntrica del mundo y del devenir histórico. Por ese sendero llega Roberto de las Carreras a un anarquismo reducido casi a una única bandera, derrochando dinero pero sin dejar de usufructuar su condición de privilegio. Quizás sus libros hayan incidido o al menos participado del debate que la sociedad uruguaya de ese entonces sostuvo en torno a la ley del divorcio, aunque tal afirmación no deje nunca de ser una conjetura.

Es posible que el impacto de la estética tan refinada como extrema de Julio Herrera y Reissig haya empalidecido la figura de Roberto de las Carreras, pero es claro también que, en el canon del Novecientos, nunca dejó de ser un modernista de segunda fila. En sus últimos y olvidados libros, “Diadema fúnebre”, “La Venus celeste”, “La visión del Arcángel”, el erotismo se diluye en un espiritualismo melancólico, casi religioso, donde Ángel Rama cree distinguir “un balbuceo que delata la enajenación acelerada” que lo dominará el resto de su vida. Recientemente, sin embargo, los esforzados rescates de “El pudor. La cachondez”, por Carla Giaudrone y Nilo Berriel (1992) y del “Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Hebert Spencer”, de Julio Herrera y Reissig, por Aldo Mazzuchelli (2006), y el excelente estudio “La degeneración del 900: modelos estético-sexuales de la cultura en el Uruguay del Novecientos” (2005), también de C. Giaudrone, han contribuido a que su estampa de dandi y al menos parte de su obra vuelvan a concitar la atención de la crítica académica. Entre 2006 y 2008 se ha reeditado la clásica biografía “El bastardo” y se publicaron sus “Crónicas de viaje”. La obra de Wasem, más que completar este ciclo, lo abre a nuevos canales interpretativos.

El amor libre en Montevideo. Roberto de las Carreras y la irrupción del anarquismo erótico en el 900, de Marcos Wasem. Banda Oriental-Biblioteca Nacional, Montevideo, 2015. Distribuye Gussi.

Lic. Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

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