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Reportaje de Alfredo Alzugarat
Con Jaime Monestier
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Ejercicios sobre la condición humana |
Aunque es de noche, el nuevo libro de relatos de Jaime Monestier (Montevideo, 1925), suma a su experiencia narrativa un eficaz manejo de los tiempos y de la tensión hasta culminar en un certero desenlace. Son historias de numerosas vueltas de tuerca, apoyadas en personajes sólidamente construidos, que se vuelven verosímiles por su complejidad interior. |
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Es la sexta obra de un autor que se inició en el mundo de las publicaciones con el voluminoso El combate laico (1992, Premio Ensayo Histórico del MEC) y reafirmó su trayectoria literaria por la vía de la ficción con las novelas Ángeles apasionados (1996) y Amor y anarquía (2000), y los libros de cuentos o relatos, Sexteto & Tres piezas breves (2003) y Morir es una costumbre (2006).
-El primer relato de Aunque es de noche, “Para violín solo” presenta a un intelectual, un diletante, que de un amorío sin mayor compromiso pasa a investigar una rareza artística que finalmente se apodera de su ser…
-El relato surgió a partir de una escena vivida en el Museo de la Música de Barcelona. Yo había ido una tarde y de pronto oí una discusión muy fuerte, al parecer era una pareja de napolitanos en estado de ruptura, gritos estridentes que contrastaban con el silencio de la sala y con la armonía que allí se quería simbolizar a través de la música. En ese momento se abrió la puerta y entraron tres o cuatro purpurados, cardenales o arzobispos, no sé - los reconocí por el birrete y la faja color fucsia-, guiados por el curador del museo y todo quedó en silencio. Fue algo surrealista, incoherente, donde una cosa no tenía que ver con la otra, algo extraño, sólo admisible en un film de Buñuel. Yo me encontraba frente a un instrumento de cuerda y me puse a pensar como se podía ensamblar todo eso, el instrumento que estaba viendo y lo que había sucedido. Allí encontré la materia para el relato. De inmediato se me vino la idea del crimen, del misterio, la codicia, la lucha por la posesión de un violín antiquísimo que había sido donado a la Iglesia. Eso lo viví hace más de tres años. |
-¿La mención de Buñuel implica una preferencia? ¿Qué te atrae de él?
-Los films de Buñuel me han influido tanto como todo lo que sobre él he leído. Me atrae su surrealismo filoso, su originalidad, su manera tan particular y única de ver el mundo y de juzgar al prójimo, esa su religiosidad escondida que se manifiesta en anti –religiosidad; en el fondo es un místico.
-La creación de expectativa es una constante de tus cuentos, especialmente en el segundo, “Retrato de Ernesto”.
-Sí, allí la expectativa se genera a partir del protagonista, un personaje versátil por sus idas y venidas, por su origen, por su tragedia familiar, por la educación recibida, alguien que nunca se encuentra a sí mismo, que siempre vuelve a recrearse, un ser ibseniano. Fue lo que me atrajo. Quise concebir una persona que en la vida política viviera esa desorientación que se inicia en una infancia de formación nazi, luego vira hacia el otro extremo y finalmente vuelve a virar porque hay una convicción, una fuerza que puede más que él y lo lleva hacia sus raíces.
-En esos dos relatos, así como en el tercero, “Aunque es de noche”, parecen evidenciarse conductas de ambigüedad moral, nunca sabemos las intenciones últimas de los personajes, el lector es llevado a desconfiar de ellos…
Lo que aparece en cada personaje es su cono de sombra, el lado oscuro de cada uno, la doble faz. Es un vértice común a las tres historias: la contradicción, inherente a la condición humana, entre esas zonas opuestas que se alternan y aparecen en pequeños detalles, actitudes, respuestas, acciones. El cono de sombra existe, eso explica el título. El yin y el yan están en cada uno y pueden siempre surgir. Todos hemos tenido momentos de perversidad y momentos de bondad, conscientes o no.
-¿No terminan degradándose los personajes?
-O mostrándose tal como son. En el primer relato, el personaje, al principio un tipo encantador, en un segundo es capaz de concebir un plan diabólico y perfecto. En la última historia, Julia, la protagonista, al final devela su ser íntimo, lo que siempre fue. El hombre es así desde las épocas más primitivas. Fue el hombre el que inventó el infierno y el que inventó el paraíso, lo uno y lo otro. Todo depende de cómo uno se conozca. Los tres cuentos no tienen ni una intención redentorista ni de condena. Yo creo que no hay cosa más maravillosa que el ser humano y creo que mi obsesión por la educación se debe a eso.
- El trabajo con el lenguaje y la riqueza de vocabulario son una constante en toda tu obra.
- Eso tiene un comienzo: un tío materno, un hombre extraño, era asiduo lector del diccionario de la Real Academia. Una vez le faltó una palabra para completar un puzzle en un concurso del diario El Día. La palabra era “infralapsario”, el nombre de unos sectarios de Calvino que negaban la predestinación. Eso me despertó la curiosidad, fue la primera palabra “difícil” que aprendí en mi vida, yo era muy chico. Siempre fui lector de diccionarios. Me encanta. Llevo un cuaderno donde anoto palabras poco usadas y que me agradan. Paco Espínola me dijo una vez, siendo estudiante, que “en materia de lenguaje tocamos el piano con un dedo solo” , y eso es cierto.
-La influencia de Borges es notoria en algunos de tus libros anteriores.
- Soy un lector de Borges, es verdad, pero creo que los clásicos son mi preferencia y mi principal influencia: los españoles, los románticos franceses. Los leí mucho antes de acercarme a los contemporáneos. Onetti me gusta pero hay que liberarse de su influencia, ya es hora de eso.
Los jóvenes tienen que liberarse de todas las influencias posibles y encontrar sus propias palabras.
-Por tu formación y por tu edad pudiste haber sido un integrante de la generación del 45.
-Son circunstancias de vida. Recibí una fuerte influencia de mi padre en la plástica. Él murió cuando yo tenía quince años. Cultivé la amistad para sustituir su ausencia y empecé a frecuentar peñas literarias. Hice tres años de Facultad de Humanidades en su primera época, con Sabat Ercasty como maestro. Después estuvo el Ateneo, donde asistíamos los sábados a un seminario literario con Sabat. Siempre escribí, pero lo hacía para mí.
No tenía medios para publicar. Sólo lo hice en un suplemento de La Mañana, un poema, y lo firmé “Monest” por mi timidez. Publiqué cuentos en El Telégrafo de Canelones. Pero después vino la dictadura. Una de mis hijas estudiaba magisterio, y cuando vi lo que la dictadura hacía con la educación sentí la necesidad de hacer algo. Vi la educación como posible elemento redentor. Yo no era nadie en la materia así que me puse a estudiar la historia de la educación. Me acerqué a esa revolución cultural que había hecho Varela al alfabetizar al país. Lo investigué por más de cuatro años. De allí salió El combate laico, en el 92. Antes, en el 87 había sacado una revista, Planes & Programas, en defensa de la laicidad. Dedicarme a la educación era para mí lo más importante y postergué toda otra cosa
- Y comenzaste a publicar ficción después de cumplidos los 70 años
-Lo hice con Ángeles apasionados, que es una recuperación de mi pasado familiar, si no en el argumento, sí en los ambientes, en el perfil psicológico de los personajes. Si un psicólogo estudia ese libro me encuentra en todas partes, aunque no me identifique con ningún personaje. Lo publiqué sin pensarlo mucho. Benedetti me lo bendijo, me llamó y me dijo que le gustaba. Después perdí el miedo al ver el éxito que tuvo el libro y seguí de largo.
AUNQUE ES DE NOCHE. Triptico, de Jaime Monestier. Psicolibros Waslala, Montevideo, 2010. Distribuye Gussi. 239 págs. |
Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy
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