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Dora Maar, la fotógrafa y la amante |
La figura gigantesca y carismática de
Picasso, que devora cuanto lo rodea, ha dejado en la sombra a cada una
de sus mujeres. Una de ellas, Dora Maar, ignorada en otros aspectos,
llegó a trascender tan solo como “la amante” y la modelo de numerosos
cuadros del gran pintor malagueño, al principio retratada en el
esplendor de su belleza y luego como un ser torturado por sus demonios
interiores. “La mujer que llora” la bautizó alguna vez Picasso y el mote
quedó para siempre. Un crítico fue más lejos aún y afirmó que en
realidad Dora Maar no era más que “una larga y olvidada nota a pie de
página” en la vida del artista. A su muerte en 1997, a los noventa años
de edad, solo unos pocos especialistas la recordaban como una mujer de
gran talento, una persona comprometida políticamente y, sobre todo, una
fotógrafa de excelsa calidad, cuyas obras fueron admiradas y publicadas
en las mejores revistas, libros y catálogos surrealistas. |
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íntimos de su personaje. Historiadora del arte, estudiosa de las trayectorias de Picasso y Miró, Combalía ha jugado un rol fundamental no solo en la recuperación del legado histórico y artístico de Dora Maar sino también al reivindicarla valía de su propia persona, la gran mujer que supo ser. NIÑEZ EN BUENOS AIRES. Dora Markovitch, que después abreviará su nombre en Dora Maar, nació en París en 1907. Su padre, arquitecto de origen croata, diseñó el Pabellón Nacional de Bosnia Herzegovina en la Exposición Universal de París y luego cruzó el Atlántico e hizo fortuna en Buenos Aires. Fue allí donde conoció al armador Nicolas Mihanovich, entonces propietario de una importante empresa naviera que atravesaba las aguas del Río de la Plata. Por encargo de Mihanovich, que intentaba atraer turismo a la ciudad de Colonia, en Uruguay, Markovitch construyó en esa población el hotel Real de San Carlos y posteriormente la plaza de toros que también ostenta ese nombre, abandonada desde su clausura en 1912. Se conserva alguna foto de Dora, a los tres años, en la playa de Colonia, junto a su padre. Buenos Aires, en cambio, nunca gozó del beneplácito de Dora. Le parecía una ciudad llena de gente pretensiosa, hipócrita, incapaz de comprender el arte, que solo recordaba a los ancestros de la alta sociedad mientras ignoraba a los otros, los humildes emigrantes que vendían maníes. Coincidía con la opinión de Marcel Duchamp en 1918: “Buenos Aires no existe, es sólo una gran ciudad de provincia llena de gente muy rica de muy poco gusto, que compran todo en Europa…” A Dora, sobre todo, le horroriza el machismo y el aislamiento entre los sexos. Tiene como marco de referencia a París, donde viaja con frecuencia. Allí hace sus estudios y conoce a la que será su amiga del alma, Jacqueline Lamba, que andando el tiempo será mujer de André Bretón. En 1923 ambas se encuentran en la Union Centrale des Arts Décoratifs. |
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LA FOTÓGRAFA DE UBÚ REY. Hacia1930
la fotografía era una moda que atraía a un gran número de mujeres. La
estética imperante, la llamada Nueva Visión, privilegiaba perspectivas
oblicuas, vistas áreas, exagerados primeros planos, fotografías
nocturnas. Dora Maar empleó algunas de esas técnicas en el retrato crudo
y solidario de los pobres y los marginados, un mundo angustiante que
provoca esa extraña inquietud presente desde el comienzo de su obra. Su
mirada parece “descubrir” y eternizar a los desposeídos en su cotidiana
miseria, tal como otrora los presentara Baudelaire en su prosa “Los ojos
de los pobres”. Por su lente desfilan mendigos ciegos y cantores, la
efímera sonrisa de una trapera, madres con niños, tullidos, vagabundos,
desocupados. Es posible afirmar que si esos seres marginales son un
símbolo de la propia marginación del artista, también representan un
sólido camino hacia el compromiso social. Dora Maar no los muestra como
curiosidades o extravagancias obscenas. Muy al contrario, se solidariza
con ellos al exhibir las condiciones de su infelicidad. El impacto que
produce en sus fotografías el choque de belleza y miseria recuerda las
película de Charles Chaplin y la acerca paulatinamente al surrealismo.
Detrás de sus fotografiados está la artista que ha preferido situarse en
la orilla de la sociedad para buscar su originalidad y la joven de
origen pudiente que ha desembocado en la militancia de izquierda. |
Síntesis de su conexión con ese grupo y de su amistad con Jean Renoir es su labor como fotógrafa de escenas en “El crimen del señor Lange” (1935), film que narra la experiencia de autogestión de los empleados de una imprenta. Es la época del Frente Popular. Pronto comenzará la guerra española.
Tras un breve amorío con el guionista
Louis Chavance, en 1933, Dora Maar conoció a Georges Bataille, un
bibliotecario autor de ensayos eróticos que solía poner a prueba sus
pensamientos en orgías y cabarets. Lector del marqués de Sade, Batailles
había alcanzado notoriedad en 1928 con su novela “Historia del ojo”,
donde el ojo arrancado a un sacerdote era introducido en el sexo de una
de las protagonistas. El “realismo sucio” que surgía de las
inclinaciones sadomasoquistas de Bataille parece anunciar algunos temas
que posteriormente comienza a desarrollar Dora Maar en sus fotografías:
el humor negro y la mezcla de lo bajo y lo elevado, lo trivial y lo
romántico, lo sagrado y lo pecaminoso. |
Guernica |
PICASSO Y EL GUERNICA. Varias versiones
cuentan que todo comenzó en el café Les Deux Magots en 1936. Presentados
ambos por Paul Eluard, ella se quitó lentamente los guantes y, mientras
hablaba, lanzaba sobre la mesa una navajita entre sus dedos separados. A
veces erraba y se lastimaba. Picasso quedó fascinado ante lo que
entendió una señal de seducción, de invitación al peligro o a juegos
sadomasoquistas. Desde ese momento la belleza de la joven lo deslumbró.
A Man Ray, que la había retratado, le rogó que le regalara una copia. |
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EL CENTRO DEL UNIVERSO. Picasso
representó a Dora Maar innumerables veces, como mujer pájaro, como mujer
con “efecto de sombrero”, simultaneada de frente y de perfil, atravesada
por finas líneas como si su cuerpo fuera una malla. Pero quizá la obra
más representativa de la relación entre ambos es “Dora y el minotauro”,
donde un cuerpo masculino con lomo y cabeza de toro se abalanza sobre la
mujer desnuda, sensual y expectante. La pintura es un signo del amor
fouo del alegre “pansexualismo” que unía a los surrealistas, un amor
lúdico, tan exteriorizado como inestable. También es una fiel muestra de
cómo Picasso vivía ese amor. Sabía que podía exigir la mayor sumisión en
el amor ciego, incondicional, apasionado, que le rendía Dora. Distinto
era cómo lo vivía ella. Según su biógrafa, el vínculo amoroso muestra en
Dora, desde el comienzo, su lado trágico y sufriente. Era como la
adoración a un ser superior siempre insatisfecho, de una soberbia
ilimitada. Victoria Combalía, en su rol vindicatorio, no duda en
enjuiciar severamente el egoísmo y la promiscuidad del pintor malagueño.
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La segunda guerra mundial, con la
ocupación alemana de París, obligará a la pareja a refugiarse en Royan
donde viven sus primeras crisis. En 1940, en “Mujer peinándose”, Picasso
pinta a Dora con hocico de perro, senos dislocados, vientre abultado y
nalgas caídas. Dos años más tarde interviene un retrato de Dora
realizado por Jean Cocteau y lo transforma hasta volverlo irreconocible.
En 1943 Picasso conoce a su siguiente amante, Françoise Gilot, y Dora
Maar enferma. La experiencia angustiante de la guerra y la pérdida de
los padres se sumarán al trauma que le ocasiona ser abandonada. Su
autoestima se derrumba. Si antes había dicho que estar con Picasso era
“como vivir en el centro del universo”, bastará un tiempo más para que
afirme que “después de Picasso, solo hay Dios”, una frase que se hará
famosa. |
Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy
Publicado, originalmente, en El País Cultural
Autorizado por el autor
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