Cuando Montevideo era la unión de los contrarios

Juan Ramón, Bergamín y los jóvenes del 45
por Alfredo Alzugarat 

Departamento de Investigaciones Biblioteca Nacional

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La visita de Juan Ramón Jiménez acompañado de Zenobia, logró reunir a grupos rivales de la Generación del 45. En casa del matrimonio Díaz-Berenguer. De pie: Zulema Silva Vila, Manuel Claps, Carlos Maggi, Ma. Inés Silva Vila, Juan Ramón Jiménez, Idea Vilariño, Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama. Sentados: José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, Zenobia Camprubí, Ida Vitale, Elda Lago, Maneco Flores Mora. (Colección Idea Vilariño, BNU).

El poeta español Juan Ramón Jiménez llegó a Montevideo procedente de Buenos Aires el 13 de agosto de 1948. Para el gran público, el motivo de su presencia era el dictado de dos conferencias, “La razón heroica”, el mismo día de su arribo, y “Poesía abierta, poesía cerrada”, el día 16. La prensa montevideana dio cuenta pormenorizada del acontecimiento y el semanario Marcha publicó una reseña de ambas alocuciones algunos días después[1].

La visita del gran vate peninsular encontró distintas miradas entre sus colegas uruguayos así como también hubo otras razones para su arribo que saldrían a luz décadas después. La presencia en Montevideo de José Bergamín, por entonces uno de sus más acérrimos rivales, y las fricciones entre algunos de los que luego serían destacados representantes de la generación del 45, entonces en ciernes, conmovieron su estadía al punto de convertirla en un hito ineludible para quien quiera historiar los avatares literarios de aquellos años. Fue un episodio de rivalidad a dos niveles, entre maestros y entre alumnos fieles a uno u otro. Apostando a la inmediatez de la impresión, José Pedro Díaz e Idea Vilariño recurrieron a una forma de escritura muy frecuentada en la época y registraron en sus respectivos diarios personales sus disensos y sus visiones encontradas de los hechos, desde lo descriptivo hasta lo conceptual. Décadas después, un esbozo autobiográfico de Amanda Berenguer guardó un recuerdo emocionado de aquel momento a la vez que Ida Vitale y María Inés Silva Vila dejaron sus testimonios, con la mesura y reflexión que otorga la perspectiva del tiempo aunque sin dejar de señalar las diferencias.

Parece acorde con el espíritu del rescate de estos textos la reflexión de Ida Vitale casi cincuenta años después: “Aquellas sucesivas escaramuzas nos permitieron salir de nuestra subdesarrollada inocencia: la literatura no era el amable jardín que suponíamos sino el campo en que se seguía librando una batalla”. María Inés Silva Vila, por su parte, toma como título para su breve artículo dos versos del poeta Enrique Fierro: “Montevideo era una fiesta, /era la unión de los contrarios”. Más allá de la recurrencia a Ernest Hemingway en el primer verso, identificando el mundo artístico y literario del Montevideo de aquellos años con el de París, se reconoce la existencia de rivalidades y, a la vez, el espacio de la literatura como punto de encuentro, mundo en común a conquistar pero también compartir. Era el florecer de poetas y escritores suscritos a un tiempo de bonanza, ávidos de oportunidades, deseosos de competir. Añade Silva Vila, de modo categórico: “yo no encuentro mejor manera de definir los años jóvenes de la generación del 45”.

I. Aquellos días de 1948

José Pedro Díaz: Un testigo escrupuloso[2]

Viernes 13 de agosto de 1948

Ayer 12, por la mañana, conocí a Juan Ramón Jiménez.

Oribe me pidió que lo llevara al puerto en el coche y fuimos. No estaba ya. Fuimos al hotel (La Alhambra), luego de recoger, por el camino, a Esther de Cáceres.

Cuando llegamos al hotel nos presentan a un joven que llevaba en su ojal un estruendoso clavel, con aspecto de almacenero enfurecido que mostraba en su reloj pulsera y en sus anillos oro abundante y que dijo ser “el empresario del Sr. Jiménez”. Quedé aterrado. Luego al fin supe que J.R.J. poco tenía que ver con eso, pero mientras tanto temí la presencia del poeta que así se nos hacía preceder.

Subimos. Y entonces encontramos al hombre con cordial mesura y con una profundísima desmesura de presencia.

No es muy alto. Acaso no alcance mi estatura. Vestía con elegante sobriedad un traje casi negro y muy liso. Sus manos se mueven poco, pero cuando lo hace, livianamente, es para crear formas delicadas delante de él -cuando habla del mar, del campo- y detrás de esas momentáneas figuras, una cabeza quijotesca. Si se recuerdan varias figuras de Don Quijote y se borran las características de cada dibujante, queda una silueta que también le corresponde a él, a J.R.J. Tiene un rostro afinado, con nariz algo gongorina, afilada también, y a sus lados se hunden los lados de la cara, fuertemente sombreados y sobre todo las órbitas, que son profundas y oscuras. Allá en el fondo se abren dos ojos inmensos, muy luminosos, negros. Yo recordé lo que me había dicho Bergamín, que no tenían iris; y eso parece, que fueran todo pupila. Eso, y no sólo eso, sino también su habla, el sonido particularmente profundo -profundo con levedad- de su voz, le dan una presencia fantasmal de trasmundo. Sus ojos y rostro de alucinado, con la presencia que debía tener el de Don Quijote. También cuando habla, cuando dice se le siente en equilibrio sobre un filo apenas de razón, apenas la suficiente razón para poetizar, apenas...

Sábado 14

Ayer, conversación con Bergamín. Inevitablemente, sobre Juan Ramón. Hace 15 años que no se ven. Sin embargo, según me dijo la Sra. de Ortiz en el hotel, J.R.J. no tolera que se hable delante de él de Bergamín. Me dijo además, que lo convenció de que Bergamín no estaba en Montevideo, para que viniera. Pero él descubrió por Oribe lo contrario. Apenas estuvieron solos, le preguntó -según me dijo-:

-¿Qué españoles hay aquí?

Oribe mencionó algunos sin dar el nombre de B. -entonces-.

-¿Y Bergamín? Está aquí, ¿qué hace?

Ignoro la respuesta de Oribe, pero J.R. contó de inmediato algunas anécdotas contra Bergamín, que no me repitió Oribe.

Ve, por todas partes, enemigos literarios. Cuando se mencionó a algunos poetas españoles, inevitablemente dejó caer, al pasar, algunas frases juzgándolos negativamente. Y mencionó a Salinas, a Guillén, a Neruda, etc.

Fueron, según él, enemigos literarios los que destruyeron la obra que quedó en Madrid[3]. Y cuando se refirió a sus obras publicadas ahora en Buenos. Aires, y a las importantes erratas que tienen, explicó primero.

-Hay cambios de títulos; una estrofa de un poema fue a parar a otro... y lo malo es, que tiene sentido. Claro, el corrector le da sentido poniendo un pero, un con que cree que falta.

Y luego de un silencio:

-He llegado a pensar, seriamente, en una mano enemiga, que entra al taller. de noche. (Inexplicablemente nadie me comentó, al salir, esta frase, aunque Oribe se sonrió mucho cuando J.R. la dijo.)

Fue aquí que yo sentí la transparencia de su razón.

Otro momento hubo en que sentí lo mismo: cuando comenzó a recordar a Ezra Pound. Cuando habló de este poeta norteamericano, de quien es amigo, dijo que él era fascista (E.P.) desde el comienzo de la campaña de Mussolini, y que ahora, cuando los norteamericanos entraron en Italia y lo hallaron -pintando, creo- lo tomaron preso, lo llevaron a Estados Unidos, y allí, lo declararon loco y lo pusieron en un manicomio.

-Y lo terrible -dice entonces J.R. - es que se volvió realmente loco. Lo enloquecieron.

Y cuenta entonces, cómo va él a visitarlo todos los domingos.

-Por qué, ¿qué me importa a mí, verdad? Él tiene su idea, piensa que la economía de Mussolini es mejor que la norteamericana. Yo no soy fascista -aclaró- pero qué me importa a mí, él piensa eso, pero yo voy a visitarlo como poeta. Y hablamos. A mí no me molesta que tenga esas ideas. Él lo cree, y bueno. Y en el resto de la conversación no se sabe bien si él lo considera loco o no, porque defiende el derecho de E.P. a “tener esas ideas” y que eso no le importa, y trae a colación, el caso de Azorín, quien -afirma- está escribiendo ahora sus mejores libros.

-Y yo eso siempre lo digo: es un excelente escritor. Ahora que es claro que es un sinvergüenza, una mala persona, pero como escritor sin duda que a mí no me importa, etc.

Domingo 15

Viene esta tarde a casa Juan Ramón Jiménez a hacer una lectura de nuevos poemas.

Vienen, además de los amigos de siempre, Oribe, Idea, Rodríguez Monegal y Angelita García Lagos. No me hago claramente a la idea de cómo puede resultar esto. No sé por qué: me resulta demasiado grande el número de personas, y demasiado heterogéneo para que pueda resultar bien. De todos modos quiero oírlo a él leyendo su poesía.

(Después).

La impresión que me produjo J.R.J. fue mucho mejor en casa que en el hotel. Lo sentí mucho más simpático y más abierto. Estuvo visiblemente contento durante el tiempo que pasó aquí.

Yo me sentía algo molesto por la extremada heterogeneidad de la gente que habían traído a mi casa. Leyó muy poco: algunos poemas del libro que inició en el viaje, en Nueva York: Animal de fondo[4] (de fondo de aire). Y es -dijo- un libro místico, el hallazgo de su dios inmanente, el dios del poeta que es la forma. Algunos de esos poemas me importaron más que lo que de él conocía. Y no debe haber sido sólo su voz -ya que lee admirablemente- sino que en realidad leyó poemas de una tonalidad más honda.

Nos prometió enviarnos, desde Washington, las colecciones de sus revistas, de las publicadas en España.

Zenobia, comunicativa, amabilísima, cariñosa, tuvo una cordialidad maravillosa con nosotros. Recordaba, viendo nuestra casa, la que ellos habitaron en Miami, y nos prometían no olvidarla nunca.

Todo fue después diferente cuando fuimos a cenar al centro. Oribe se mostraba inconscientemente celoso por nuestro cariño con Bergamín. Explicaba todo eso por una necesidad americana de seguir nuestro camino tras las huellas generosas de un Rodó, un Vaz Ferreira, un Herrera y Reissig. ¡Qué nos importa a nosotros la picaresca o Galdós!, decía. Me resultaba todo eso lógicamente inexplicable. Pero en el fondo había un explicable sentimiento que era difícil de atacar. A su edad, verlo herido de soledad que puede ser incomprensión o fracaso, incapacita para discutirle esas razones con las que quiere dar una explicación de sus celos. Se siente el maestro verdadero olvidado y suplantado por el que viene de fuera.

No quiso, además, entender que no tenía nada que ver su política continental con la presencia, con la humanidad, de Bergamín. Fueron mientras tanto ridículas las intervenciones de Idea, que desprecia -incomprensiblemente- a don José.

No entienden además, que nos pueda parecer tan importante culturalmente, sin que defendamos mucho ni su obra ni su docencia.

Miércoles 18

A propósito de J. R. J. nos enteramos ayer de una actitud inexplicable y anormal.

Cuando fue a casa, él ya sabía, por Clara Silva, que iba a venir a casa del “grupo de íntimos amigos de Bergamín”. Por la misma Clara envió (a) Bergamín un mensaje diciendo que saludaría a B. sin que este se retractara de su crítica negativa de Cruz y Raya y posteriores, pero siempre que ratificara por escrito y con su firma, que era cierto que él (J. R. J.) no había querido que le presentara, en 1927, a un joven poeta porque era homosexual, al igual de otros cuatro poetas de los que se había alejado por ese mismo motivo y sin

que ello significara un juicio sobre el “homosexualismo en sí”. La nota, firmada, debía ser devuelta al autor.

J. R. J. la había escrito porque C.S. le había hecho referencia a un posible saludo con B.

Este, que nos contó estos hechos, no puede recordar el episodio ni a quién se refiere en él, aunque reconoce a los otros cuatro, naturalmente. Y le mandó decir esto, y que le saludaría gustoso aunque necesitaría aclaraciones.

Anoto todo esto porque por ser tan kafkiano, empieza por no tener sentido para juzgarlo.

Lunes 23

Ayer, [...] encuentro con los muchachos y con Bergamín. B. nos leyó un segundo borrador de una carta a J.R.J. que no enviará ya. Es una página de su buen estilo dirigida a herir a J.R.J. en lo más sensible. Nos confesó que era un desahogo, y que una vez escrita no le es ya necesario mandársela. De todas maneras si no se sintiera que J.R.J. no es estrictamente responsable de lo que dice, es la carta que se merecería. Pero el mismo B. dice que esta carta no da en el blanco. Me alegra que no la envíe.

Idea Vilariño: implacable cronista de un cisma generacional[5]

Set[iembre]. 25, 1948.

Época mala, buena. Cosas, cosas-. Juan Ramón Jiménez en Montevideo. Ha llenado tan naturalmente mi idea de él. Cómo hubiera querido que papá lo conociera, hubiera podido hablar con él, como yo lo hacía. Fue parte de su vida. Me apenaba que lo trataran y que lo usaran gentes que no lo estimaban, que no conocían su obra. Cuando me conoció se quedó mirándome y me decía o se decía: yo conozco ese rostro, yo conozco ese rostro. Y eso se repitió. No sabía a quién, pero le recordaba a alguien. Un día cuando lo acompañamos a su hotel -Plaza Matriz- caminamos él y yo mientras esperábamos a los otros. Nos quedamos mirando en una vidriera un pañuelo plisado, en rojo degradé, hermosísimo. -Parece una llama, dije. Luego en el taxi, a escondidas, me lo metió en el bolsillo. C[laps]. y yo iremos _ a verlo a B[uenos]. Aires, donde se encontrará con Zenobia. Vino a la Exp[osición]. de Cabrerita. Se encariñó con C[laps]. y yo.

Los amigos de Berg[amín]. encontraron que J.R. era una personalidad menor que aquel! No había punto de comparación. Cualquier conversación con J.R. era rica. No solo porque nos ponía en contacto con hechos literarios, y musicales y plásticos, sino por el profundo interés que ponía en conocer, en saber qué se estaba haciendo, qué leíamos, todos. Nada de esas charlas livianas, pobladas de chistes y de chismecitos, de J. B. Los amigos de Berg[amín]. decían que hasta físicamente este superaba a J.R! Los Maggi, Flores, sus novias, los Díaz, tan poco inteligentes -o tan poco cultos-, pero Ida [Vitale] y [Ángel] Rama también. Una noche, al volver de lo de Díaz, donde J.R. leyó poemas, cenamos [Emilio] Oribe, Claps, Minye[6], J[osé]. Pedro, Flores, Chacha,[7] Ángel. Oribe, siempre tan callado, cortó allí las desmesuras. Dijo que no, que J.R. es un creador mientras

Berg[amín] vive dando vueltas cosas, ideas, obras ajenas y casi solo de españoles. Discutimos Oribe y yo versus ellos. O[ribe]. no sabía hasta qué punto eran incondicionales. Ángel estaba mudo de furia. En el auto, solos, después los Díaz, Chacha y yo, dijo Minye: -es que tú no conoces a Berguita (¡!). Con ese argumento me habían refutado todo el tiempo. Dije entonces que lo conocía más de lo que ellos creían, de otra manera. Viendo que había dicho algo horroroso para ellos que creen que lo monopolizan y que nada suyo les es ignorado, y viendo que podían entender, que estaban entendiendo, otra cosa, aclaré que no habiendo podido ser amigos, habíamos hablado mucho, y muy seriamente para tal vez llegar a serlo. Pero el mal ya estaba hecho. Les resultó espantoso. Sin embargo, a la mañana siguiente, al salir de ver a J.R. en su hotel, Ida y yo nos quedamos conversando con Maneco[8]. Cuando Flores habló de los sentimientos de Berg[amín]. por mí Ida le preguntó ¿Y usted cómo lo sabe? Contestó que era evidente por la forma de tratarlo yo a Berg[amín]., y él dejarse. Cuando afirmó que era el hombre más viril que había conocido, Ida y yo nos miramos y reímos. Esa risa, y tal vez mi apasionamiento excesivo al defender a J.R. y tal vez cierto evidente desdén al no contestar siquiera algunos de sus disparates, lo hicieron irse enfurecido. Esa misma mañana Ida y yo entramos antes, solas. Queríamos decirle la verdad que se le estaba ocultando torpemente: que Berg[amín]. estaba aquí. Berg[amín]. les aconsejó que por nada le fueran a decir que estaba, porque ni querría recibirlos, iba a encolerizarse etc. J.R. no le dio la menor importancia. Pero ellos sí. Y no se molestaban con Ida, o no tanto, sino conmigo. Por otra parte, mal se podía ocultar, cuando se anunciaba una conferencia]. de Berg[amín]. en el Paraninfo (en la que dijo que, bueno, Machado sí pero que el más grande poeta español de esa generación era su Ramón Gómez de la Serna).

Días después, Ángel -que cada vez que no se hacía lo que él quería en Clinamen- amenazaba renunciar, renunció, e Ida me decían que pasaban cosas horribles, que le dijeron a Berg[amín]. que yo había dicho ciertas cosas de él. Y como él no tenía la conciencia tranquila. Ida, que podía aclararlo, que había asistido al interés de Berg[amín]., a situaciones y conversaciones, podía haber aclarado todo, y no lo hizo. Ahora nadie sabe lo que dije e incluso (Ida) le han reprochado a Maneco que haya hecho toda esa historia sobre vaguedades imprecisas. Pero fue muy desagradable. Todo se juntaba. Esas bajezas, el asunto Herrera Mc Lean y Menchaca contra la expos[ición]. Cabrera que, como yo aparecía como el organizador [sic] tuve que soportar sola la renuncia de Ángel. En realidad Ángel se iba porque no podía justificar su coincidencia con nosotros ante sus amigos. Y, además, por Rod[ríguez]. Monegal, desde que C[laps]. propuso su nombre -porque nos faltaba equipo- e Ida y yo lo apoyamos, oscilaba entre aceptar en las reuniones su inclusión y, en privado le decía a Ida que si entraba Emir, él se iría. Ella nos comunicaba eso y ya no sabíamos qué hacer, después que sucedió dos o tres veces, Emir y yo ofrecimos entonces la renuncia. Insistía en renunciar él. Clinamen[9] no era más que una palabra. Una noche, después que se le había ido la furia, me llamó, y hablamos en un café hasta las 4 de la mañana. Como yo no podía entrar a lo de Levitas después de las dos, seguimos, cuando cerró el café, dando vueltas en tranvía hasta las 7. Hablamos con sinceridad y más tarde -algún día después-, usó algo de eso contra mí. Claps vino por dos días hace poco y nos propusieron que Emir y yo “colaboráramos”, cosa que era muy desairada y no aceptamos. Yo renuncié para que Clinamen siguiera viva, usé ese motivo en todo momento para convencer a Ángel de que siguiera, a Emir de que renunciara, a Claps de que siguiera. Claps consideró que tampoco le valía la pena. Y así murió Clinamen.

Todo esto ha hecho un favor. Demostrar que somos gentes incompatibles y que no hay por qué hacer el esfuerzo de trabajar juntos. Es hora de que nos separemos.

Carta de Idea a Juan Ramón Jiménez[10]

J.R. muy querido: había que dejar correr un poco de tiempo, dejarlos llegar, reinstalarse en lo suyo, por eso no escribía, pero pensaba siempre.

Llegaron a tiempo? Pudo trabajar en el viaje? Están bien? Quisiera saber todo eso, y más.

Aquí es el verano, la gloria. Todo está dorado, el aire, el mar; yo estoy dorada. Es el solo pedazo del año que tengo el cuerpo dichoso. Por este mes no trabajo y me he venido a vivir junto a una playa donde paso parte del día en unas grandes rocas solas.

En mi cuarto trabajo en la traducción de Crimen de la Catedral, para Teatro del pueblo. Que, dígale a Zenobia, acaba de poner en escena El cartero del rey, en su versión.

En cuanto a Clinamen, se reunió una vez más y decidió morir. Han quedado definidos y casi sin contactos los dos grupos de gente. Nosotros preparamos una nueva revista. Claps, Rodríguez Monegal, y yo -que saldrá en el mes de marzo y que publicará sobre todo crítica y ensayos, pero también poesía, narración o lo que sea. Le recuerdo, pues, su promesa de enviar algo[11].

El poema que teníamos quedó en manos de Ida Vitale y creo que no se lo podremos pedir. Las colaboraciones que usted ofreció, de Ezra Pound y de otros. Las publicaciones serán bilingües.

Y además quisiera, quiero recibir noticias suyas; aunque sea una de esas postales indescifrables a las que me acostumbró. Si no, se me hará sueño que lo vi alguna vez. Todo.

Dele mis mejores saludos a Zenobia que se ha dejado una estela de admiración y un sentimiento unánime de simpatía. Y a usted, todo eso que ya dije alguna vez y que no puedo repetir sin disminuirlo: mi profunda admiración, mi profundo afecto, mi recuerdo.

Tengo su retrato y sus rosas. Escríbame.

II. En perspectiva

Amanda Berenguer: desde el deslumbramiento[12]

Observo la memoria: me veo en nuestra casa de la calle Mangaripé (hoy María Espínola), esperando ansiosa y deslumbrada. El espacio brilla. Es el año 1947. Esa tarde recibíamos a Juan Ramón Jiménez y a su esposa Zenobia Camprubí; se reunión nuestra joven generación literaria. Estaban Carlos Maggi, María Inés Silva Vila, Ángel Rama, Ida Vitale, Emir Rodríguez Monegal, Idea Vilariño, Manuel Claps, Manuel Flores Mora, el poeta mayor Emilio Oribe, y algunas otras personas. Y escuchamos a Juan Ramón. Aún vibra en mis oídos su voz profunda, una voz de océano o árbol señorial que cubrió esa tarde de “Animal de fondo de aire” (su último libro entonces inédito). Decía sus poemas religiosamente, como el padre de “Las bodas” de Stravinsky.

María Inés Silva Vila: tristeza de olor a jazmines[13]

Estando Don Pepe en Montevideo (no sé si en su primer viaje o en el 49 cuando vino contratado por la Facultad de Humanidades y se instaló entre nosotros) pasó Juan Ramón Jiménez por nuestra ciudad y lo conocimos en casa de los Díaz (esa casa que por abreviar y por cariño, llamo siempre Mangaripé, como si estuviera nombrando una persona). Pero antes de encontraros Maneco consultó a Bergamín, porque sabíamos que entre él y Juan Ramón se arrastraba una larga enemistad, muy a la española, pero enemistad al fin (creo que el problema había empezado cuando a Juan Ramón le atacaron ciertos celos de maestro, por(que) Bergamín y otros intelectuales jóvenes empezaron a acercarse a Machado).

-¿Cómo se lo van a perder? -dijo Don Pepe-. Yo tuve el privilegio de tratarlo durante muchos años y ustedes no se lo pueden perder.

De manera que se hizo la reunión en Mangaripé y pasamos la tarde con Juan Ramón y con Zenobia, su mujer y permanente intermediaria

12.    Tomado de El monstruo incesante: expedición de caza, recopilación de entrevistas a Amanda Berenguer publicada en Montevideo, Arca, 1990.

con el mundo y hasta con los quince lápices que él necesitaba para escribir y ella se encargaba de mantener perfectamente afilados.

Juan Ramón tenía unos hermosos ojos negros, de árabe y su voz sonaba maravillosamente cuando nos leyó un poema. Qué tristeza de olor a jazmines, me parece recordar, pero no sé si se trata de un verso jamás releído o del perfume a flores que entraba por la ventana abierta. También me acuerdo que Juan Ramón a pesar de que estuvo muy cordial, me pareció un poco distante, tal vez porque mi adhesión a Bergamín me hacía rechazarlo un poco o tal vez porque yo, igual que Don Pepe, me sentía más cerca de Machado.

Ida Vitale: desde la paz de la distancia, un balance de la batalla[14]

Pronto Bergamín llegó, vio y dividió. Católico de izquierda, empezó por eludir limpiamente a un sector de católicos preconciliares avant la lettre: invitado a dar una conferencia y presentado por Sarah _Bollo, que se definía como poetisa mística. Bergamín agradeció dirigiéndose a Sarah Bella.

Bergamín, en ese tiempo, tampoco admitía ser cercado por otras ortodoxias. Muy pronto hubo dos bandos: sus amigos y los demás.

Para estos hubo epigramas privados que ellos, intuitivos, retribuyeron con ataques públicos. Juan Ramón Jiménez, Halley de una sola visita, llegó por unos pocos días, convulsionando al Río de la Plata. Su cola también sacudía fuego antibergamín. No se limitó a las diatribas ideológicas. Con malicia fina y obsesiva, con sabiduría poliorcética aguzada en el ataque contra casi todos los miembros de su propia generación primero y luego contra la siguiente, atacó desde todos los ángulos. Bergamín, que se sabía de memoria los rencores juanramonianos, que había tratado de pasarlos por alto a la hora de preparar en México la antología de Séneca de poesía española, explicó con buen humor que estaba pagando por haber sido el último de su grupo en romper con J:RJ: Claro que en su momento también Bergamín había dicho lo suyo: “El poeta caracol.” “Doña Mírame y no me toques” -“no la toques ya más” -“noli me tangere de la babosería...”

Mientras miríadas de escolares desfilaban con sus túnicas blancas y sus corbatas azules por la suite del hotel ante el espectro de Platero, y Zenobia agradecía con caramelos, J.R.J. drástica drosera, agitaba sus pétalos encantadores y por lo bajo segregaba sustancias letales. Poéticamente no me cabían dudas. Creía y sigo creyendo que la España de este siglo no ha dado poeta mayor que Juan Ramón Jiménez y que su última lección poética sigue siendo inagotable. Pero la generosidad magistral de Bergamín me había ganado. Hubiera sido perfidia no intentar siguiera la inútil defensa. El tímido alegato me valió el absurdo de que J.R.J. me enviara desde Buenos Aires una carta más explícita y, además: la copia de una carta para Bergamín.

Aquellas sucesivas escaramuzas nos permitieron salir de nuestra subdesarrollada inocencia: la literatura no era el amable jardín que suponíamos sino el campo en que se seguía librando una batalla. Casi todos habíamos tomado partido contra el franquismo, sin haber entendido que del lado republicano había, valga la exageración, casi tantas posiciones como españoles.

III. Contrarios reunidos

En fecha reciente (2014), la investigadora española Carmen Mo-rán Rodríguez, estudiando los archivos del poeta, ha dado a luz documentos que ilustran otros motivos de Juan Ramón Jiménez en su gira por América. El viaje al Río de la Plata le ofreció la oportunidad de estrechar lazos con el mundo literario rioplatense, en particular con un segmento de lo que, a nivel de toda Latinoamérica, se había propuesto en llamar “la joven poesía escondida”. Escribe Morán Rodríguez: “Juan Ramón asume un papel de gran poeta español del siglo XX, catalizador del modernismo hispánico e introductor de la modernidad que abriría paso a las vanguardias. Ese rol, tal y como él lo entiende, incluye como componente importante la dirección de las nuevas promociones, en España primero, [...] después en Puerto Rico y Cuba, y por fin en Argentina y Uruguay”.

La intención del poeta era, pues, independiente a la presencia de Bergamín y de las fricciones entre los miembros de la nueva generación, unir y promocionar, como lo había hecho ya en Poesía cubana en 1936, libro modelo para el caso. Contando con la colaboración de Amado Alonso en Buenos Aires, y de Esther de Cáceres en Montevideo, el poeta eligió, para la concreción de una antología

de la poesía contemporánea uruguaya y argentina, que a la postre solo quedaría en proyecto, seis poetas uruguayos: Orfila Bardesio, Enrique Casaravilla Lemos, Arsinoe Moratorio, Clara Silva, Idea Vilariño e Ida Vitale[15]. Probablemente el libro se hubiera titulado “Antolojía de la poesía escondida de Arjentina y Uruguay”.

“Tras su visita del año 48, Juan Ramón quiso ser el descubridor del ‘secreto poético’ argentino y uruguayo, pero murió sin publicar su hallazgo”, concluye Morán Rodríguez[16].

Alfredo Alzugarat es Licenciado en Letras por la UdelaR, narrador, crítico e investigador. Ha publicado Trincheras de papel. Dictadura y literatura carcelaria en Uruguay (2007), El discurso testimonial uruguayo del siglo XX (2009), Diario de José Pedro Díaz (2012), 40 años de literatura uruguaya (1973-2013), Nuestro Tiempo N° 13 (2012) y De la dinastía Quing a Luis Batlle Berres. La biblioteca china en Uruguay (2014). Ha coordinado El libro de los libros. Catálogo de la biblioteca del Penal de Libertad (1973-1985) (2013) y El humor 57 en la escuela: los dibujos del maestro Firpo (2017). Integra el Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional.

Notas:

[1] Marcha, N.° 442, 20.VIII.1948.

 

[2] Publicamos partes del Diario personal de José Pedro Díaz que forma parte de la Colección Díaz-Berenguer y fue publicado: Diario de José Pedro Díaz (1942-1956; 1971; 1998), edición y prólogo de Alfredo Alzugarat, Montevideo, Biblioteca Nacional de Uruguay, 2011.

 

[3] Declaraciones similares expresaba Juan Ramón Jiménez a la prensa. El cronista de El País, el 12 de agosto de 1948 escribe: “Sólo diremos de la única pregunta concreta que hicimos a Juan Ramón Jiménez y que tuvo que ver con la pérdida de los manuscritos que dejó en su casa en Madrid [...] Nos manifestó que le desaparecieron casi todos. Los de toda su obra pública y de alguna inédita que solo en parte ha podido rehacer. Su casa fue saqueada apenas él dejó la capital de España. Y el saqueo, más que consecuencia de un odio político lo fue, a su juicio, de un odio literario [...] La muerte de García Lorca -terminó diciéndonos- también fue obra de sus enemigos literarios. En este punto están de acuerdo conmigo sus propios familiares”.

 

[4] Animal de fondo (1949).

 

[5] Publicamos testimonio de Idea Vilariño de su Diario personal. Libreta 1947-1956, agenda perpetua de 14 x 19 cm, escrita en tinta negra, verde, violeta, con algunas hojas en blanco. Colección Idea Vilariño. Diarios. Archivo Literario de la Biblioteca Nacional. Los textos reproducidos ocupan las páginas de la agenda correspondientes a los días 8 de abril y siguientes.

 

[6]  Amanda Berenguer.

 

[7] Zulema Silva Vila, novia de Maneco Flores Mora.

 

[8] Manuel Flores Mora (Maneco).

 

[9] Clinamen, revista bimensual editada por estudiantes de la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República. El consejo de redacción estaba integrado por Víctor Bacchetta, Manuel Arturo Claps, Ida Vitale y Ángel Rama. Idea Vilariño colaboró asiduamente. Se publicaron cinco números entre 1947 y 1948.

 

[10] Carta copiada por Idea Vilariño en su Diario, libreta 1947-1956, corresponde a la agenda perpetua ya citada. La carta manuscrita ológrafa en tinta negra ocupa las páginas que corresponden a los días 20, 21 y 22 de junio de la agenda.

 

[11] Número, revista cultural dirigida por Manuel Arturo Claps, Idea Vilariño y Emir Rodríguez Monegal. Incorporó a Sarandy Cabrera como director gráfico y a partir del número 8, a Mario Benedetti.Su primera época se extendió desde marzo de 1949 a diciembre de 1955, período en el cual se editaron 27 números. La segunda época fue de 1962 a 1964 con 4 números.

 

[12] Tomado de El monstruo incesante: expedición de caza, recopilación de entrevistas a Amanda Berenguer publicada en Montevideo, Arca, 1990.
 

[13] Tomado de Cuarenta y cinco por uno. Recopilación de artículos de María Inés Silva Vila publicados póstumamente en Montevideo en 1993.

 

 

[14] “José Bergamín en mi memoria”, fragmento, en Resurrecciones y rescates. Colección de artículos de Ida Vitale publicado en España en 2018.

 

[15] Entre los autores argentinos se destaca la presencia de Macedonio Fernández, María Elena Walsh, Juan Rodolfo Wilcock, Horacio Armani, Jorge Calvetti y Adolfo de Obieta junto a muchos otros.

 

[16] Juan Ramón Jiménez y la poesía argentina y uruguaya en el año 48 (Historia de una antolojía nunca publicada), de Carmen Morán Rodríguez. Madrid, 2014. 

 

Ensayo de Alfredo Alzugarat

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Publicado, originalmente, en: Revista de la Biblioteca Nacional. Polémicas. 15, 37-57, 2019. ISSN 0797-9061

La Revista de la Biblioteca Nacional es una publicación del Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional de Uruguay, de frecuencia anual e ilustrada

Link del texto: http://bibliotecadigital.bibna.gub.uy:8080/jspui/handle/123456789/71299

 

Ver, además:

 

                      Juan Ramón Jiménez en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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