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Con Sylvia Lago |
Convocando a los fantasmas |
A la recopilación de cuentos, Días dorados, días en sombra (1996) y a La adopción y otros relatos (2008), le sucede ahora Desde la penumbra, una extensa narración orientada hacia un espacio de intimidad hasta ahora poco frecuentado en su obra. Si los rasgos autobiográficos apenas disimulados y la presencia de varias generaciones de ancestros podían ser de por sí excusa suficiente, la necesidad de encuentro consigo misma, manifiesta en el relato, constituyeron una invitación ineludible para dialogar con ella sobre los secretos y pormenores de su creación. |
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Pacto con el diablo.-Al principio de la historia, la protagonista escucha los relatos de antepasados de varias generaciones. ¿Se podría considerar esta novela como una saga familiar? -No diría que es una saga familiar tradicional. Hay sí tres voces femeninas que son la abuela, la hija y la nieta, y además está la narradora, que no tiene nombre pero cumple un papel muy importante, pero no busqué con la gente que pertenece a tal generación. Además los personajes se alternan en el tiempo, no están atados a fechas, lo cual le quita la configuración de una saga familiar. -Pero hay un pasado mítico… |
-Hay un pasado mítico… Tú sabes que mi propio pasado, que sin duda sale a luz -no todo, pero sí en parte, porque uno siempre proyecta sus propias vivencias-me estaba diciendo de transformar lo que fue, que no se viera lo que podría llamarse realidad, si es que la hay. Lo mítico fue lo que me salvó. Al inclinarme hacia ese costado la historia queda en una nebulosa, en lo conjetural, puede ser verdad o leyenda. -En la presentación hablaste de Dante, de Goethe, pero también se puede pensar en Rulfo… -No diría que es una saga familiar tradicional. Hay sí tres voces femeninas que son la abuela, la hija y la nieta, y además está la narradora, que no tiene nombre pero cumple un papel muy importante, pero no busqué con la gente que pertenece a tal generación. Además los personajes se alternan en el tiempo, no están atados a fechas, lo cual le quita la configuración de una saga familiar. -Pero hay un pasado mítico… -Hay un pasado mítico… Tú sabes que mi propio pasado, que sin duda sale a luz -no todo, pero sí en parte, porque uno siempre proyecta sus propias vivencias-me estaba diciendo de transformar lo que fue, que no se viera lo que podría llamarse realidad, si es que la hay. Lo mítico fue lo que me salvó. Al inclinarme hacia ese costado la historia queda en una nebulosa, en lo conjetural, puede ser verdad o leyenda. -En la presentación hablaste de Dante, de Goethe, pero también se puede pensar en Rulfo… -Rulfo es uno de mis amores literarios y, claro, está el tema de la muerte. Acá no todos son muertos, hay vivos y muertos, voces que aparecen y desaparecen, convocatorias de fantasmas… No puedo negar que Rulfo haya incidido, como también pueden haberlo hecho otros. La cultura es una correntada donde no se sabe quién puede aparecer, de pronto hasta se aparece un poeta -puede ser Darío, a quien adoro- y en esa correntada, que en mí lleva muchos años porque fui docente de literatura, suelen aparecer recuerdos totalmente fieles al texto. Por ejemplo, Goethe, se me aparece esa imagen preciosa del prólogo: "De nuevo os presentáis, formas aéreas, envueltas entre la luz y el oro…". -La presencia de Goethe puede remitir también al pacto con el demonio que se atribuye a uno de los personajes, al Capataz. -La presencia de Fausto es para mí siempre muy cercana. El capataz tiene algo de diabólico, un personaje sin edad y sin nombre, más malo que bueno, que está unido a un personaje femenino, la Calandria, en una relación que prolonga lo diabólico a pesar de que ella tiene actos positivos. -Es interesante la ligazón que se produce en torno al Capataz, entre elementos diabólicos tradicionales como la serpiente, y otros locales como el ñandubay, el higuerón o esas cavernas llamadas salamancas o salamandras… -Son elementos que forman y transforman al Capataz, porque según cuenta la leyenda, se convierte en un árbol con determinado tipo de hojas y de púas, lo que se puede asimilar a una metamorfosis. Esos elementos lo convierten en un personaje que queda en la ambigüedad y al que, por lo tanto, se lo puede interpretar de distintos modos. No tiene detalles de bondad. El amor que realmente siente es una pasión desenfrenada que no puede llevar a otra cosa que a la muerte. Tiene una fuerza capaz de conquistar a la mujer y no duda en matar al marido. Cuesta escribir sobre eso. Roa Bastos decía que cuando escribía determinado tipo de novelas le venía fiebre, se enfermaba. Yo no diría tanto pero es cierto que te gobierna una especie de obsesión que te aísla del mundo, estás viviendo más en lo que escribís o creás que en la realidad. -Entre los personajes más modelados se destacan la abuela Rosario y el tío Joaquín… -El tío Joaquín es un personaje adorable porque es el más real de todos. La abuela Rosario tiene algunos rasgos reales pero después la transformé. Es cierto que era una viuda de veinticuatro años que se dedicaba a la religión, pero llevaba una vida tan aburrida que decidí inventarle una historia. La continué en una historia de amor que no creo sea bien vista por los parientes jóvenes que aún quedan, no es la abuela que ellos conocieron. A Joaquín no lo conocí personalmente pero por varios lados me lo señalaron como un hombre bueno, con las características y el lenguaje de su época, con un anticlericalismo furibundo, cuya historia desemboca en el robo de los rubíes, hecho que también algo de cierto tiene, y termina en escenas durísimas de persecución… -La segunda parte toma por momentos características de un relato policial… -Exacto. El personaje que acompaña al sacerdote, el Gladiolo, también es real. Mi abuela, en la realidad una viuda muy religiosa, y mis dos tías Joaquina y Ciriaca, que eran dos personajes funambulescos, donaron una inmensa fortuna, contribuyeron mucho a una iglesia de Pocitos que también era hostal de menesterosos, el Hogar San José. Joaquín vivía con ellas, eran los tres hermanos, pero él era mucho más inteligente y bondadoso. Las otras, como él mismo lo dice, semejaban unas momias. El Gladiolo aparecía cada tanto y era bien recibido con su gracia siempre un poco confusa, siempre ligado al Monseñor hasta su fin, ambiguo con respecto a la sexualidad. Rastro de la poesía.-¿Cuánto influye la narradora de cuentos en esta novela? Hay fragmentos que podrían independizarse como unidades propias… -Sí, además la división en partes y los subtítulos contribuyen a eso, a que se piense que son una serie de cuentos ligados temáticamente, aún más por el hecho de que algunos episodios están trabajados al detalle… -En la tercera parte reaparecen personajes, como si se tratara de un espejo invertido de la primera, y surge con fuerza el tema del cristianismo o de la culpa… -El tema de la culpa se va acentuando a medida que avanza la novela y se define sobre todo en los eclipses, en los personajes que se borran por sí mismos, por ejemplo Ciriaca, que desaparece matándose, que aunque no tiene la voluntad del suicidio tiene una culpa terrible porque el marido, con quien no llegó a pasar ni una noche, se muere, y desde ese momento ella enloquece y entra a buscarlo detrás de las nubes con una lupa. Eso es real. Se quedó para siempre con la idea de que el hombre había muerto por ella. -Y allí aparece el personaje del padre. -Siempre de algún modo lo hago entrar. Poco, no demasiado. Se lo puede rastrear en cuentos míos. Lo muestro con una voluntad de enjuiciamiento, porque presenta actitudes ante la vida que a la narradora no la satisfacen, pero al mismo tiempo con una especial simpatía y cariño, con un amor que lleva a que en última instancia sea a pedido de él que se haga el relato. -La escritura se convierte entonces en una tabla de salvación… -Sí, a partir de la tercera parte el relato es una catarsis, un intento de liberarse de cosas, que tiene el aspecto de una culpa pero que no siempre es real. Está presente la idea de una purificación que incluye al final un encuentro con el padre. -Al final hay personajes vinculados a determinado régimen político. -El tema político de un modo u otro aflora porque tiene una importancia fundamental en una persona que vivió ese período tan lamentable de pre dictadura y de dictadura. Yo me quedé acá y vivíamos como los cangrejos debajo de las piedras. -La novela refiere a la dictadura de Terra pero la narradora trata de que se parezca o se aproxime lo más posible a la última dictadura… -Exactamente. Aquella fue una "dictablanda", muy distinta de la que uno vivió. La política siempre aparece, aún cuando se trate de una novela familiar. -Se podría decir que hay puntos comunes con Saltos mortales, donde el tema era la familia de Leopoldo Lugones… -En Saltos mortales está definidamente expresada la muerte en dictadura, la gente que es arrojada al mar. En ese caso yo quería que no quedara como algo político panfletario, quería hacer una novela de un estilo que tendiera a lo poético. La única forma de seguir era buscando un estilo depurado en que a veces incluso buscaba una musicalidad parecida a la de la poesía. Idea Vilariño me decía que en algunos cuentos míos ella medía los párrafos y encontraba que eran versos y no era casualidad. Desgraciadamente no soy poeta, pero busco un estilo lo más terso posible, para que la poesía se vislumbre. El cuento "El corazón de la noche", por ejemplo, está inspirado en un verso de Rubén Darío. -¿Cómo considerás este nuevo libro con respecto al resto de tu producción? -Completamente distinto. Es un cambio que en realidad se da inconscientemente, porque uno se mueve por los impulsos. En este caso yo estaba trabajando con el tema de lo fantasmagórico y con personajes inventados. Amontonar años, experiencias, vivencias, fantasmas, criaturas que llevo fuera y dentro de mí, han contribuido a esta especie de testimonio final en la vida de un escritor. Oficio peligrosoA la hora del crepúsculo llegan los fantasmas, aquellos a los que se necesita escuchar, los que obligan a conjurar el pasado familiar y resultan imprescindibles para encontrarse y salvarse. Cada uno es portador de historias remotas, que se pierden en la leyenda hasta adquirir una pátina de ambigüedad. La abuela Rosario, viuda a los veinticuatro años y pretendida por muchos, ocupa el centro de la primera parte. Nada es posible afirmar en ese territorio de los recuerdos o de lo invocado, donde se imponen retazos de una tradición oral, donde hay seres negados u olvidados y criaturas gobernadas por la pasión. Escapar a ese universo mítico y rural conduce a la protagonista y su prole al caserón inmenso donde se desarrolla la segunda parte. A la historia legendaria le sucede un relato grotesco, de fuerte anticlericalismo, con personajes estrafalarios, cuyo centro es el robo, la posterior persecución y el cruel castigo. El via crucis de la última parte actúa como un espejo invertido donde los personajes vuelven a comparecer con sus testimonios, ahora señalando rumbos que conducen a lo más entrañable y perenne, a la aparición del padre y al valor de la escritura, del "peligroso oficio de las palabras", como afirma la narradora. En la compleja estructura de la novela se recrean temas recurrentes en la prosa de Sylvia Lago, como la dictadura y sus secuelas de horror. Hay en muchos de los personajes una mueca de hipocresía que trae a la memoria caracterizaciones de cuentos anteriores y hay una elaboración de filigrana en algunos pasajes que construyen la parafernalia simbólica que rodea a la figura del Capataz o en torno a la asombrosa llegada del tío Severino y la Gobernanta con su comitiva. Hay vibraciones poéticas y alusiones al mundo de la literatura, en los numerosos epígrafes y en la trama misma. Las coincidencias con la anterior obra de la autora existen, como una continuidad que identifica. Pero en esta narración lo novedoso inclina la balanza, por el distanciamiento de la realidad y del realismo, por la propuesta subjetiva, por la necesidad perentoria de auscultar lo íntimo y dar fe de ello. En el otro extremo de Trajano, su bello libro de formación, lejos de sus relatos de ilusiones perdidas o educaciones sentimentales, Sylvia Lago corona con esta novela una larga experiencia, que se corresponde por entero con lo afirmado por el crítico palestino Edward W. Said en su ensayo Sobre el estilo tardío: "Hallamos la noción aceptada de edad y sabiduría en las últimas obras de ciertos artistas que reflejan una madurez especial, un nuevo espíritu de reconciliación y serenidad expresado, a menudo, mediante una transfiguración milagrosa de la realidad común". DESDE LA PENUMBRA, de Sylvia Lago. Planeta, 2012. Montevideo, 299 págs. |
Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy
Publicado, originalmente, en El País Cultural
Autorizado por el autor
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