Adaptación del texto de presentación, 23 de octubre de 2003, en Asociación de Escribanos del Uruguay) de Sexteto & tres piezas breves de Jaime Monestier |
Amor, muerte y trasgresión |
Sexteto & tres piezas breves, es el primer volumen de cuentos de Jaime Monestier, conocido en nuestro medio literario por su magnífico ensayo El combate laico. Bajorrelieve de la reforma vareliana ( Premio del Ministerio de Educación y Cultura 1993) y por dos excelentes novelas, Ángeles apasionados (1997) y Amor y anarquía (2001). Como su nombre lo indica, la obra incluye seis cuentos de larga extensión que reciben la suma y el complemento de un terceto de relatos mínimos, creándose así una deliberada y resultante unidad que puede constatarse en la sólida correspondencia de sus piezas y en su continuidad temática. Lejos de lo monocorde, esta unidad presenta la virtud de abrirse a una extensa gama de matices, de abordajes e incluso de rupturas de estilo como si sus cuentos fueran espejos desiguales que se miran entre sí. Una prosa reposada, prolija y de fino vocabulario vehiculiza, más que en cualquiera de sus otros libros, una mirada que escudriña en las heridas pasionales, en los temores, en las obsesiones e incertidumbres que nos gobiernan; mirada que no duda en tornarse irónica, a veces ácida, capaz de alcanzar el plano de un escepticismo burlón, tragicómico y revulsivo cuando se detiene en las convenciones sociales, en los lugares comunes, en las creencias esotéricas, en las debilidades de los afectos. Pueblan sus cuentos seres insólitos que llevados por circunstancias involuntarias deciden trabar entre sí relaciones extravagantes, lindantes con lo esperpéntico, como la de aquellos dos seres solos que a partir de lo casual inician una convivencia donde permanecerán como estaban, absolutamente solos (“La sola”); o como en la aventura de un transexual, que en su inestabilidad afectiva terminará hallando la felicidad con un ser de otro planeta (“Venusina”). Extrañas historias de amor que incursionan en lo absurdo o en lo fantástico, productos del azar, de un mundo de casualidad, lo que parece ser una de las claves que define a la obra. Como afirma el narrador: “Lo del destino, lo de la predestinación y todas esas historias son puro invento. Todo es casualidad, porque es así; en cualquier momento puede suceder cualquier cosa, la vida hace un desvío igual que un tren y cambia el rumbo.” Sin embargo, en otras dos narraciones, “Fusilado” –situado en el entorno histórico de la debacle artiguista ante el avance portugués- y “El loco” –donde el verdadero protagonista es el juego del tarot- se intenta responder a esa gran interrogante que es saber el día y la hora en que cada uno va a morir. En ellos el azar es aparentemente abolido y en su lugar el lector cree hallarse ante una especie de antigua tragedia griega donde resulta imposible eludir el destino señalado, el cumplimiento inevitable de la fatalidad. Azar o predestinación, los cuentos dialogan entre sí abriendo un abismo donde lo relevante, lo que más sobresale, es el escepticismo con que se mira el devenir humano. Si bien ya en su novela Ángeles apasionados Monestier recurría a las “artes adivinatorias” a través de una gitana que marcaba la suerte del protagonista, ahora, en Sexteto & Tres piezas breves, las profecías y proezas esotéricas se convierten en instrumentos para que el autor explore o parodie temas universales. Tal lo que sucede en dos relatos de amor y muerte: “Cuento con gallo” e “Invocación de Amelia”. En ambos está presente la felicidad conyugal, la confianza en una pasión que se presenta como eterna e indestructible. Pero en este libro todas las apariencias son inestables. Nada es sólido. En “Cuento con gallo” los sueños premonitorios de Elisa, concebidos en “la acmé de la dicha”, desembocan en una tragedia terrenal. En “Invocación de Amelia”, la felicidad matrimonial conduce a la transgresión de un tema de vieja raigambre: la historia de amor que intenta superar las barreras de la muerte y trascender a lo infinito. La desestructuración y la desmitificación se evidencian en la experiencia de Suárez, un viudo que no puede olvidar a su mujer recientemente fallecida: “quizá el pasaje de una estrella fugaz o el bisbiseo del agua y cierta autoconmiseración complaciente lo llevaron a pensar que Amelia estaba en algún lado, que continuaba viva bajo una forma diferente; hasta se le ocurrió que se había mudado a su propio cuerpo, que lo habitaba y hablaba junto con él y miraba por sus ojos, alma, espíritu, fantasma... en algún lugar del universo o fuera de él, con Dios o sin Dios, tanto da, porque nada se crea, nada se destruye, todo se transforma,-piensa el viudo parodiando a Lavoisier- dónde carajo te me has metido Amelia, y me dejaste así, hecho una braga.” La mitigación a su desconsuelo, el alivio a tanto pesar, la oportunidad de alcanzar a Amelia en el trasmundo, se le presenta a Suárez en la cena de fin de año con que la empresa donde trabaja premia a sus mejores colaboradores. De manera anónima llega hasta él la tarjeta de presentación de un tal Helvecio Gordon, parasicólogo de la escuela Kardeciana, quien pondrá a su disposición todas las virtudes del espiritismo para hacer posible lo imposible. Suárez, ateo desde siempre, encara la propuesta de Gordon con total desparpajo: en su interior el parasicólogo le resulta un payaso de circo, un promotor de una mutualista de cuarta, una especie de vendedor de rifas; la esperanza de comunicarse con Amelia le parece propio de una agencia sentimental con el otro mundo, una especie de chateo con los muertos y prefiere imaginar el encuentro en términos necrofílicos: “¿sería posible acercar los labios a aquella nube graciosa, palparle los senos como antes?-se pregunta- ¿acaso sentiré algo?¿el perfume, podrá ser? ah, si fuera posible abrazar aquella nube...” Nada queda en pie en este libro; el chasco, lo inesperado y lo inquietante están a la vuelta de la página. |
Alfredo Alzugarat
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